El primer Papa demótico escandaliza a los pequeños

Derivado de la raíz griega demos, significa “el pueblo”, demótico es una rica palabra que denota o connota lo siguiente: común, vulgar, popular, coloquial, el idioma de la gente ordinaria, demagógico.

Francisco, es el primer Papa en la historia de la Iglesia en ser designado demótico.  A diferencia de cualquiera Papa antes que él, Francisco disfruta de la alabanza sin fin del mundo, precisamente porque él se nombra como “el Papa del pueblo”. El mundo ama al “Papa del pueblo”, por decir lo que el pueblo  quiere escuchar en oposición a lo que la Iglesia enseña: llamar a los hombres a elevarse por encima de su condición de caídos por medio de la gracia santificadora y de la conformidad de las naciones, las leyes y las instituciones a la Ley de los Evangelios y al Reinado Social de Cristo. Los discípulos quienes abandonaron a Nuestro Señor cuando Él reveló el significado de la Santa Eucaristía declararon: « ̶ Este decir es difícil, y ¿quién puede escucharlo? ̶ » Pero tan a menudo cuando Francisco habla, el mundo se deleita en contestar: « ̶ Este decir es fácil, ¿quién puede rechazarlo? ̶ »

El desastroso movimiento de cabeza en la parte trasera del avión hacia la anticoncepción para propósitos eugenésicos y otras “emergencias”, no es sino el más reciente episodio de este continuo desastre. Ya hemos visto lo suficiente para saber que, “el Papa del pueblo”, habitualmente inclina su mensaje al sentimiento popular, y que esto lo ha hecho la mascota religiosa de la Nueva Orden Mundial. De esta manera él es capaz de socavar la Fe cada vez que habla o pone algo en papel. Este pontificado es esencialmente el de un Jesuita liberal de los 70s que se encuentra en el púlpito más prominente del mundo y se ha negado a alterar sus puntos de vista en respuesta a la gracia de la oficina Petrina: “Jorge, no cambies, continúa siendo tu mismo, porque el cambio a tu edad sería ridículo.”

Qué podría ser más revelador de este pontificado demótico que la renovación ostentosa de “Jorge” de su pasaporte bajo su antiguo nombre mientras vestía su vestimenta papal. Para Bergoglio, el nombre papal parece literalmente un alias mientras él blandea el poder del papado para lograr lo que desea. Nada tan trivial como volverse el Vicario de Cristo podría inducir a Jorge para que dejase de ser él mismo. ¡La muchedumbre grita!

Ahora nosotros, siendo adultos adecuadamente catequizados, sabemos cómo lidiar con el primer Papa programáticamente demótico de la historia: reconocer, rechazar, protestar y refutar públicamente sus errores mientras rezamos por él y mientras evitamos el extremo de tratar de declarar que ha perdido su puesto debido a la herejía formal[T1] . Sabemos que este no es el primer Papa quien ha esparcido el error desde el púlpito, provocando la terrible oposición pública, ni el primero en ser condenado por hereje—cuando aún era Papa—al  juicio de la Iglesia. Francisco simplemente ha llevado a nuevos niveles estos (aunque raros) ejemplos históricos de Papas quienes mantuvieron su puesto, a pesar de las fallas de integridad doctrinal. Digamos que, dado el reciente desarrollo histórico masivo de los medios de comunicación global, y su afición por el balbuceo sin guión en los micrófonos, Francisco ha actualizado totalmente el potencial de error papal. Este pontificado será anotado como el ejemplo del libro histórico de los límites del carisma de la infalibilidad definido por el Primer Concilio Vaticano, si es que hubieran historiadores para escribir la historia de la asombrosa crisis eclesial de los últimos cincuenta años.
Pero mientras que nosotros los adultos podemos procesar la calamidad de este pontificado, poniéndolo en  una perspectiva histórica para que no nos abrume ni nos lleve a la desesperación, ¿qué hay con los niñosa quienes este Papa ha escandalizado repetidamente? Por ejemplo, estaba aquel monaguillo en oración, cuyas manos él separó con fuerza mientras corría el video y las cámaras centellaban, burlándose de él con la pregunta: « ̶¿Es que tus manos están atadas? Parecen estar pegadas ̶ »

Luego están las respuestas de Francisco a las preguntas espirituales de los niños, atendiendo o siguiendo las nociones populares que sólo  pueden socavar su fe, a menos que sus padres u otro guía espiritual pueda inmediatamente reparar el daño. La misión de Francisco en cuanto a los niños parece consistir en abrazar, besar y tomar de la mano a cuántos de ellos le sea posible —como si esto fuera lo que necesitaran del Papa— a la vez que dispensa consejos espirituales muy malos. A un grupo de niños gravemente enfermos, Francisco les dio un consejo  (o información) de que no hay respuestas a la pregunta de por qué los niños sufren o por qué Cristo fue crucificado, a lo María sintió que había sido engañada y traicionada cuando su propio Hijo Sufrió y Murió, y que los niños no deberían tener miedo a “desafiar” a Dios con respecto a su sufrimiento. Léanlo por ustedes mismos:

« ̶¿Por qué sufren los niños?” Y, no hay respuestas. Esto también es un misterio. Sólo miro a Dios y pregunto: “¿Pero por qué?” Y mirando a la Cruz: “¿Por qué está Tu Hijo allí? ¿Por qué?” Es el misterio de la Cruz.

A menudo miro a Nuestra Señora, cuando le entregaron el cuerpo sin vida de su Hijo, cubierto de heridas, escupido, sangriento y sucio. ¿Y qué hizo Nuestra Señora? “¿Se lo llevó cargado?” No, Lo abrazó, Lo acarició. Nuestra Señora, también, no entendió. Porque ella, en ese momento, recordaba lo que el Ángel le había dicho: “Él será Rey, Él será grande, Él será un profeta…”; y por dentro, seguramente, con ese Cuerpo herido en sus brazos, ese Cuerpo que sufrió tanto antes de morir, por dentro seguramente ella quería decirle a aquel Ángel: “¡Mentiroso! Fui engañada.” Ella, tampoco, tenía respuestas…..

No tengan miedo de preguntar, incluso de retar al Señor. “¿Por qué?” A lo mejor no recibirán ninguna explicación, pero Su mirada Paternal te dará la fuerza para seguir adelante… No tengan miedo de preguntarle a Dios: “¿Por qué? ”, de retarle: “¿Por qué? ” Que siempre tengan el corazón abierto para recibir Su mirada Paternal. La única respuesta que Él podría darte sería: “Mi Hijo también sufrió”. Esa es la respuesta. La cosa más importante es esa mirada. Y tu fuerza está allí: la mirada amorosa del Padre.»

Comparen la basura liberal jesuítica de Francisco sobre la despistada María al pie de la Cruz con la enseñanza de Juan Pablo II sobre el mismo tema en Divini redemptoris (Madre del Redentor):

« ̶En ese momento ella también había oído las palabras: “Él será grande…y el Señor Dios le dará el trono de Su padre David, y reinará sobre la casa de Jacob por siempre; y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32-33).

Y ahora, al pie de la Cruz, María es la testigo, humanamente hablando, de la completa negación de estas palabras. En ese madero de la Cruz su Hijo cuelga en agonía como un condenado… ¡Cuán grande, cuán heroicoes la obediencia de la fe mostrada por María de cara a los “juicios inescrutables” de Dios! Cuán completamente se “abandona ella a Dios” sin reservas, ofreciendo el total consentimiento del intelecto y de la voluntad a Él, cuyos “caminos son inescrutables” (cf. Rom. 11:33)!….

Por medio de esta fe, María está perfectamente unida a Cristo en su vaciado de sí misma… Esto es quizás la más profundo ‘kénosis’ de fe en la historia humana. Por esta fe, la Madre es participe en la muerte de su Hijo, en su Muerte Redentora; pero en contraste con la fe de los discípulos quienes huyeron, la de ella era mucho más iluminada. ̶ »

Parece increíble que Francisco pueda decir tales cosas a los niños enfermos y moribundos, dejándolos con sólo una vaga referencia a la “mirada Paternal” de Dios y con la frase de “Mi Hijo también sufrió,” como si los niños tuvieran que sufrir, solamente porque Cristo lo hizo —una especie de ojo por ojo divino—. Evidentemente, “el Papa del pueblo” no quiso ofender a la gente mencionando el poder redentor del sufrimiento desde una perspectiva eterna, demostrado por Cristo mismo, o la Verdad Revelada, de que, “los sufrimientos de este tiempo no son merecedores de ser comparados con la gloria venidera, que será revelada en nosotros (Romanos 8:18.).” No, eso no es lo que la gente quiere oír. Ellos quieren oír que tienen el “derecho” de “desafiar” a Dios por su sufrimiento, de estar resentidos por éste, como supuestamente María lo estuvo al pie de la Cruz. Ellos quieren pensar que quizás Dios podría haberlo hecho mejor para ellos, y que los designios inescrutables de su Providencia deberían ser diferentes de lo que son.
Francisco no es nada sino persistente. De allí su lema de “no hay respuesta” para los sufrimientos de los niños que aparece en su última iniciativa populista: “Querido Papa Francisco: el Papa Contesta Preguntas de Niños al Rededor del Mundo.” Muchos de los consejos en sus respuestas son perfectamente válidas, pero como siempre en este pontificado, hay píldoras de veneno. Por ejemplo, en respuesta a la pregunta “Si pudieras hacer un [sic] milagro, ¿cuál sería? Francisco da una respuesta con la cual uno se siente seguro diciendo algo que nunca hubiera fluido de la pluma de uno de sus predecesores:

« ̶Sanaría a los niños. Nunca he podido entender por qué los niños sufren. Es un misterio para mí. No tengo explicación alguna. Me pregunto sobre esto, y rezo con respecto a tu pregunta. ¿Por qué los niños sufren? Mi corazón hace la pregunta. Jesús Lloró y al llorar entendió las tragedias. Trato de entender esto. Si, si pudiera hacer  un milagro, sanaría a todo niño…. Mi respuesta al dolor de los niños es el silencio, o quizás una palabra que sale de mis lágrimas. No tengo miedo a llorar. Tu tampoco deberías tenerlo. ̶ »

Oprah Winfrey podría haber dado el mismo “consejo espiritual” a este pobre niño, a quien no se le dice nada sobre la providencia de Dios ni de la eterna felicidad que le espera a los bienaventurados difuntos, y se le da la sugerencia estupefaciente de que incluso Dios Encarnado llora sobre el sufrimiento de los niños que Él mismo permite que ocurra, pero que Francisco remediaría. Sí, Francisco remediaría la situación intolerable que Dios ha permitido que se supure en el mundo desde la caída, al sanar a todos los niños enfermos, sin importar las consecuencias imprevisibles para su bienestar temporal y eterno. Pero entonces, ¿por qué no reparar todos los “defectos” innumerables de la Divina Providencia al terminar milagrosamente con el sufrimiento humano como tal?

Si Francisco no puede entender el sufrimiento de los niños, ¿cómo puede él entender el sufrimiento de cualquiera, mucho menos el sufrimiento de Cristo? ¿Alguna vez ha pensado en que la posibilidad de la muerte en la niñez puede ser la puerta a la eterna felicidad en oposición a una vida plenamente vivida pero terminando en un final impenitente y de condenación eterna, o en el mejor de los casos, millones de años de sufrimiento purgatorial, peores que cualquier enfermedad terrenal? ¿Quién es Francisco para leer los designios inescrutables de la Providencia con respecto al sufrimiento, y decirle a un niño que él desearía que todo se fuera? ¿Qué podemos sacar de un Papa quien no tiene respuesta para la pregunta de por qué la gente sufre cuando la enseñanza constante de la Iglesia siempre ha dado la respuesta que enaltece la pena y llena a los sufridos de esperanza para aquel a quien han perdido?

Pero esto es lo que la gente quiere escuchar entre la “apostasía silenciosa” sobre la cual Juan Pablo II se lamentaba al final de su vida: un Papa quien toca las cuerdas del corazón al conmiserarse con ellos sobre lo que Dios inexplicablemente ha permitido que ocurra; un Papa quien, si tan solo tuviera el poder, haría del mundo un lugar mejor que el que Dios nos ha otorgado; un Papa quien no quiere parte alguna en el rol indispensable del sufrimiento en la economía de la salvación o de la enseñanza de San Pablo sobre la verdadera proporción de pruebas temporales en comparación con la vida eterna; un Papa que se enfoca en “los sufrimientos de esta época” en vez de mantener la esperanza de la gloria eterna que hace que todo sufrimiento terrenal sea soportable y comprensible como un pasaje purificador de aquí a la eternidad, por el cual  cada uno de nosotros debe pasar siguiendo el camino de Nuestro Señor.

En el mismo libro, Francisco escandaliza aún más a los pequeños dando la siguiente respuesta a un niño de nueve años quien pregunta si el pequeño Jorge alguna vez fue monaguillo:

Querido Alessio, sí, fui monaguillo. ¿Y tú? ¿Qué papel  entre los monaguillos tiene usted? Es más fácil de hacer hoy en día, ¿sabes?: puede que no sepas que, cuando yo era un chiquillo, la Misa se celebraba de forma diferente a la de hoy. En ese entonces, el sacerdote le daba la cara al altar, que estaba pegado a la pared, y no miraba a la gente. Luego, el libro con el cual él decía la Misa, el misal, era puesto a la derecha en el altar. Pero antes de la lectura del Evangelio, siempre tenía que ser movido al lado izquierdo. Ese era mi trabajo: cargarlo de la derecha a la izquierda. ¡Era extenuante! [¡Oh vamos!] ¡El libro era pesado! Lo levanté con toda mi energía pero no era muy fuerte; lo levanté una vez y me caí, así es que el sacerdote me tuvo que ayudar. ¡Vaya trabajo que hice! La Misa no era en italiano entonces. El sacerdote hablaba pero no entendía nada ni tampoco mis amigos. Así es que para divertirnos hacíamos imitaciones del sacerdote, mezclando las palabras un poco para decir dichos raros en castellano. Nos divertíamos y realmente disfrutábamos de ayudar en la Misa.

Esto es justo lo que se esperaba que dijera “el Papa del pueblo” en respuesta a la pregunta: la burla de la Misa tradicional y del sacerdote quien la oficiaba, pero feliz en sus memorias de la juventud como un mocoso impúdico quien mancilló la Sagrada Liturgia a la cual él tenía el privilegio de asistir. ¿Es que existe realmente alguna diferencia de mentalidad entre el monaguillo irreverente a quien no le importaba de cometer blasfemia y sacrilegio y la del Papa quien ahora piensa que nada de escandalizar a los niños con queridos recuerdos de su blasfemia y sacrilegio?

El Editor sabe, y yo sé, que los artículos de este tipo sin duda tienden a incitar la indignación en contra de Francisco. Pero a estas alturas ¿no es justamente una ola de indignación lo que se necesita? Y de hecho, lo vemos levantarse entre el clero y los laicos por igual a través del mundo católico, mucho más allá de los círculos tradicionalistas, como por ejemplo: aquíaquíaquíaquíaquíaquíaquí y aquí. Deja que ola tras ola de indignación golpeen contra las murallas del Vaticano con  la esperanza de que alguien de adentro se levante a la acción correctiva, si no  Francisco mismo. Ausente de una oposición seria de los mismos miembros de la jerarquía más alta quienes murmuran su alarma en privado mientras no hacen nada en público, la indignación recta, justa, honesta en la defensa de la fe y de nuestras oraciones, especialmente el Rosario, son las únicas armas a nuestra disposición en medio de esta locura. Señor, que la locura termine pronto, incluso si nuestros pecados han ayudado para traer esto sobre nosotros.
[T1]utilizar el término «herejía formal» es demasiado ambiguo, dado que se diría que hay herejías que tal vez no son herejías y otras que si lo son; aunado a esto se tendría que ver en qué contexto lo habla para definir si en realidad es una herejía o no; asimismo, se vería si los términos que uso son los adecuados para declararlo como una herejía. Por lo tanto, caeríamos en el mismo juego de palabras que utiliza Bergoglio cuando define algo e iríamos en contra del si si o no no.

Además cuando el concilio de Trento define un acto como herejía y por lo tanto anatema, lo dice para cualquier persona, en el contexto que sea y lo haga donde lo haga.

Christopher A. Ferrara

[Traducción de Tina Scislow. Artículo original]

Christopher A. Ferrara
Christopher A. Ferrarahttp://remnantnewspaper.com/
Presidente y consejero principal de American Catholic Lawyers Inc. El señor Ferrara ha estado al frente de la defensa legal de personas pro-vida durante casi un cuarto de siglo. Colaboró con el equipo legal en defensa de víctimas famosas de la cultura de la muerte tales como Terri Schiavo, y se ha distinguido como abogado de derechos civiles católicos. El señor Ferrara ha sido un columnista principal en The Remnant desde el año 2000 y ha escrito varios libros publicados por The Remnant Press, que incluyen el bestseller The Great Façade. Junto con su mujer Wendy, vive en Richmond, Virginia.

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