A las seis y media de la mañana me llega un mensaje. El motivo es la ocurrencia que han tenido en el día de San Jorge un grupo de «estudiantes» libertarios de Zaragoza. Mi amigo se disculpa por las horas, y me confiesa que la reivindicación de estos pájaros le ha impactado. Por lo visto la leyenda de San Jorge irrita a los hijos de las tinieblas, que ven en ella un relato machista e incluso un panegírico a favor del maltrato animal. Yo, que soy más ducho en las intrigas de los hijos del maligno, conozco desde hace tiempo su infiltración en los libros de texto, en la literatura infantil y juvenil, y su obstinada oposición a los cuentos tradicionales. Sin embargo, en esta ocasión, la imagen que acompaña al texto me abre los ojos como platos. Enseguida me viene a la mente todo el libro del Apocalipsis.
No se trata, claro está, de comentar todas y cada una de las estupideces que aparecen en las redes a diario, pero esta reivindicación merece ser analizada para ver cuál es realmente su pretensión de fondo. Ellos —me refiero a estos pobres agitadores— declaran que rechazan la sumisión, el machismo y el maltrato animal en los cuentos populares. En concreto la leyenda de San Jorge y el dragón les parece que cumple con estos requisitos, así que han ilustrado su diatriba con una imagen elocuente.
En la imagen que acompaña la reivindicación de estos libertarios vemos a una princesa lanceando contra el suelo al legendario caballero. Al fondo, un pueblo agrupado en torno a un castillo, y sus habitantes, que, enarbolando banderas libertarias, celebran, de cara a la bestia, que la amenaza del dragón ha sido neutralizada. De tal manera que es fácil evocar el pasaje apocalíptico que observa que «maravillándose toda la tierra, se fue en pos de la bestia»[1].
En la imagen se observa, en efecto, cómo los habitantes de este relato demoníaco festejan la liberación del dragón, mientras la siniestra princesa remata al santo, cuyo culto siempre ha sido muy intenso en Grecia y Rusia, y que acabó difundiéndose por Occidente gracias a los cruzados. La leyenda tradicional es conocida. Jorge es oficial del ejército romano. Y resulta que en una de sus expediciones, atraviesa una ciudad aterrorizada por un temible dragón. Éste lleva un tiempo devorando a los animales de la comarca y ha empezado a exigir, una vez disminuyen las reses, el tributo de dos jóvenes echados a suertes. Pues bien, Jorge llega el día en que la suerte recae en la hija del rey. ¿Qué hará el héroe? Por supuesto impedir que ésta caiga en las fauces de la bestia, entablando un combate encarnizado con el terrible dragón, al que acaba venciendo con la ayuda de Cristo. Naturalmente el combate de San Jorge con el dragón simboliza la victoria de la fe sobre la tentación, del bien sobre el mal, de la luz sobre la oscuridad, de la verdad sobre la mentira.
Pero los hijos de las tinieblas, reos de las ideologías de género, saben perfectamente dónde han de dirigir sus ataques. Ellos prefieren al dragón desatado. Quieren que el dragón ande suelto. Lo que significa que escogen a Satanás como libertador del género humano, pues no en vano el dragón, que hizo la guerra en el cielo contra Miguel y sus ángeles, es descrito en el Apocalipsis como «la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el engañador del universo»[2].
«Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz»[3].
Por tanto, el dragón de la leyenda popular de San Jorge no es otro que el diablo. Sin embargo, hay quienes prefieren que el diablo establezca un nuevo orden en el mundo, hasta el punto de erradicar la lógica sagrada de los cuentos. Nada extraño. Sienten así los que proceden de esa simiente maligna, los que son retoños de la antigua culebra, las marionetas del ángel caído; un ser terrible cuya maldad no es fácil describir pero que se define por revestirse de ángel de luz para perdición de los incautos.
Por suerte, estos arrebatos del maligno son ya frenéticos y sin disimulo. Aun así, la perseverancia es la única virtud que puede oponerse a estos embates de las potencias funestas. Porque la fe sin su caballero andante —que es Cristo— es pasto para las fieras.
Luis Segura
[1] Apocalipsis 13, 3.
[2] Apocalipsis 12, 9.
[3] 2 Corintios 11, 14.