Mucho se ha escrito y publicado, en este blog y en otras partes sobre las inquietantes circunstancias del declarado “Jubileo de la Misericordia”. Tenemos sobradas razones para esperar que bajo la fachada de este jubileo muchos asuntos sean expuestos e incluso realizados por los más altos prelados, esto solo empeoraría el clima de la heterodoxia en la Iglesia como un todo indivisible. Rorate va a continuar proporcionando cobertura de los ataques a la ortodoxia que están sido intensificados y de los que se espera sean perpetrados en nombre de la Misericordia.
Al mismo tiempo, sería un error permitir que nuestra indignación y enfado por la crisis de la Iglesia permitan prevenirnos en contra de hacer uso de las gracias del jubileo. En muchas diócesis, el jubileo está siendo marcado con aumentadas oportunidades para recibir el sacramento de la penitencia. En este año santo tendremos abundantes oportunidades para obtener la indulgencia jubilar que fue asegurada por el papa Francisco el primero de septiembre: pasando a través de cualquiera de las numerosas ‘Puertas Santas’ que han sido abiertas a través de todo el mundo y la puesta en práctica de las obras espirituales y corporales de misericordia, sumado todo esto a las especiales oportunidades de indulgencia asegurada para los enfermos, los mayores y los prisioneros. (Hablando de obras corporales y espirituales de misericordia, Francisco dijo que: “Cada vez que uno de los creyentes realice una o más acciones de este tipo, obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar).
[mks_pullquote align=»right» width=»300″ size=»24″ bg_color=»#000000″ txt_color=»#ffffff»]sería un error permitir que nuestra indignación y enfado por la crisis de la Iglesia permitan prevenirnos en contra de hacer uso de las gracias del jubileo[/mks_pullquote]No hay nada insólito o negligente en buscar obtener la mayor cantidad de indulgencias posibles a lo largo del día. San Alfonso María de Ligorio, por ejemplo, recomendaba que los católicos de todas partes tuvieran la intención de ganar todas las indulgencias posibles. Es beneficioso buscar, en todo momento, la remisión de las penas temporales que merecemos por nuestros pecados; esta constante purificación de nuestras almas solo puede llevarnos a una mayor santidad y unión con Dios. También hay almas en el purgatorio, que ciertamente van a apreciar las indulgencias que podemos ofrecer por ellas. (Como la mayoría de nuestros lectores seguramente sabe, una indulgencia plenaria puede ser ganada una vez en el día, pero no hay reparo en tener múltiples oportunidades para ganar esta indulgencia plenaria diaria).
Llegado a este punto, nos gustaría mencionar la advertencia dada por el obispo Bernardo FELLAY, Superior General de la FSSPX, durante su entrevista con DICI que publicamos el mes pasado:
¿Pueden los fieles de la Tradición participar sin riesgo de confusión en el ‘año santo extraordinario’ decretado por el Santo Padre? Especialmente desde que el “Jubileo Extraordinario de la Misericordia” intenta celebrar el cincuentavo aniversario del Vaticano II, que se supone derribó las “paredes” en las cuales la Iglesia estaba encerrada…
Mons. Fellay aseguró que obviamente allí surge la pregunta por nuestra participación en este año santo. En orden a resolverlo, es necesaria una distinción entre las circunstancias que ocasionan un año santo o jubilar y su esencia.
Las circunstancias son históricas, conectadas con los mayores aniversarios de la vida de Jesucristo, en particular su muerte redentora. Cada cincuenta años, o incluso cada 25 años, la Iglesia instituye un año santo.
En esta oportunidad, el punto de referencia de apertura del año jubilar no es sólo la Redención – el 8 de diciembre está necesariamente conectado con el trabajo redentor empezado con la Inmaculada Madre de Dios- pero también al Concilio Vaticano Segundo. Esto es más inquietante, y lo rechazamos enérgicamente, porque no podemos regocijarnos en él, pero debemos seguir adelante, sobre las ruinas causadas por este concilio: la precipitada falta de vocaciones, la dramática declinación de las prácticas religiosas, y sobre todas las cosas la pérdida de la fe descrita por el mismo Juan Pablo II como la “silenciosa apostasía”.
Sin embargo, los componentes esenciales del año santo permanecen: en este año especial en el que la Iglesia, basada en la decisión del Sumo Pontífice, quien sostiene el poder de las llaves, abre sus tesoros de gracia para acercar a los creyentes a Dios, especialmente a través del perdón de los pecados y la remisión de los castigos por el pecado. Esto lo hace la Iglesia a través del sacramento de la penitencia y a través de las indulgencias. Esa gracia no cambia; son siempre las mismas, y solo la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, tiene el poder sobre ellas. También podemos notar que las condiciones para obtener las indulgencias del año santo son las mismas: confesión, comunión, orar por las intenciones del Papa –que son objetivas y tradicionales, no personales-. Ahora bien, en el recordatorio de estas habituales condiciones no cabe el cuestionamiento de adherir a las novedades conciliares.
Cuando el arzobispo Lefebvre, con el seminario de Écône completo, fue a Roma durante el año santo de 1975, no era para celebrar el décimo aniversario del Concilio Vaticano Segundo, a pesar de que Pablo VI mencionara el aniversario en la Bula de Convocatoria. Más bien era una oportunidad para profesar nuestra Romanitas, nuestro apego a la Santa Sede, al Santo Padre, que es el sucesor de Pedro y tiene el poder de las llaves. Siguiendo las huellas de nuestro venerable fundador, durante este año santo vamos a concentrarnos en los componentes esenciales de él: arrepentimiento para obtener la divina misericordia por intermedio de Su única Iglesia, a pesar de las circunstancias que algunos pensaron necesarias invocar como requerimientos para celebrar este año, como en el caso de 1975 y en el 2000.
Podríamos comparar estos dos elementos, el esencial y el circunstancial, a los contenidos de los envoltorios que los circundan. Sería perjudicial rechazar las gracias pertenecientes al año santo sólo porque están presentadas en un envoltorio defectuoso, sin considerar el hecho que este envoltorio no altera los contenidos, a menos que las circunstancias absorban lo esencial, y a menos que se presente el caso de que la Iglesia no tuviera a su disposición las gracias propias del año santo debido al daño causado por el Vaticano II. ¡Pero la Iglesia no nació hace 50 años! Y, a través de la gracia de Cristo que es “el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb 13 8) permanece y permanecerá igual, a pesar de un concilio abierto a un mundo de perpetuos cambios…
[Traducción Agustina Belén Artículo original]