“Beati mundo corde, quoniam ipsi Deum videbunt.
Bienaventurados los que tienen un corazón puro, pues ellos verán a Dios.”[1]
Escuchemos lo que decía el santo cura de Ars en la homilía del domingo decimoséptimo después de Pentecostés: “Leemos en el Evangelio que, queriendo Jesucristo instruir al pueblo que acudía en masa a fin de conocer lo que hay que practicar para alcanzar la vida eterna, sentóse, y tomando la palabra, dijo: «Bienaventurados los que tienen un corazón puro, pues ellos verán a Dios». Si tuviésemos un gran deseo de ver a Dios, estas solas palabras deberían darnos a entender cuan agradables nos hace a Él la virtud de la pureza, y cuan necesaria sea esta virtud; puesto que, según nos dice el mismo Jesucristo, sin ella nunca conseguiríamos verle.”
La castidad no es la virtud más importante, pero es condición necesaria para la santidad. Es una virtud moral, que parte de la templanza, y nos inclina prontamente con alegría a vivir rectamente el uso de la facultad generativa. Lo corporal debe estar subordinado y sujeto a lo espiritual y en este sentido San Josemaría Escrivá de Balaguer al referirse a ella escribía: “virtud de hombres que saben lo que vale su alma”[2], “existe una castidad de los que sienten que se despierta en ellos el desarrollo de la pubertad, una castidad de los que se preparan para casarse, una castidad de los que Dios llama al celibato, una castidad de los que han sido escogidos por Dios para vivir en el matrimonio” [3].
Hoy, tristemente, desde los púlpitos casi no se escucha hablar de castidad, daría la impresión de que quien habla de la misma es un exagerado, un escriba o fariseo de la Ley que ha retrocedido mil años pretendiendo imponer una carga pesadísima a sus hermanos por puro escrúpulo. Sabemos que esto no es así, y que todos estamos llamados a ser castos de acuerdo al estado en que nos encontramos. Recomiendo vivamente a los matrimonios que lean el artículo publicado por el autor “San Miguel Arcángel” en Adelante la Fe y luego que cada cónyuge acuda al director espiritual para tener verdadera paz de conciencia en este aspecto. (link: https://adelantelafe.com/cuantos-hijos-debemos-tener/)
La cruda realidad nos deja la sensación de que habrían triunfado los enemigos de la Iglesia, los enemigos de Dios, los hijos del padre de la mentira, ya que efectivamente han logrado transformar la sociedad en una suciedad, en una cloaca donde permanentemente se atenta contra esta maravillosa virtud. Para ello se han valido de los medios de comunicación, la cultura, la educación y hasta de la misma Iglesia. Inmersos en este siglo podríamos llegar a afirmar que nos hemos vuelto animales y por lo tanto con verdadera contrición será muy bueno considerar lo dicho por el apóstol de las gentes: “el hombre animal no percibe lo que es del Espíritu de Dios” [4] y reflexionar al respecto sobre lo que afirmaba el fundador del Opus Dei: “precisamente entre los castos se encuentran los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles..”[5].
Es conocido el sueño de Don Bosco mediante el cual conducido por un misterioso guía le es permitido ver aquellos lazos invisibles que el demonio les tendía a los jóvenes para que cayeran en el infierno. En un momento Don Bosco entabla el siguiente diálogo con su guía: “Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo: —¿Sabes ya quién es? —¡Oh, sí que lo sé!, —le respondí—. Es el Demonio quien tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el infierno. Examiné con atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandamiento, del hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc. Hecho esto me eché un poco hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos era el que causaba mayor número de víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que era el de la deshonestidad (impureza), la desobediencia y la soberbia.”[6]
El gran santo italiano tuvo este sueño en el año 1860, por lo que resultaría lógico preguntarse hoy: ¿estamos mejor que en 1860?, miremos al mundo, mírese cada uno. Daría la impresión que en la actualidad nos encontramos viviendo los puntos 675, 676 y 677 del Catecismo de la Iglesia Católica. Visiblemente hay una gran apostasía, y aquellos que forman parte de ella no nos alientan para nada a vivir esta santa virtud. Nosotros, hechos de un puñado de lodo, frágiles y pecadores, no debemos, ni queremos ser parte de esta revolución anticristiana, por lo tanto procuraremos mediante la mortificación y la oración, hablar con caridad sobre la santa pureza a las inteligencias de todas las personas que Dios nos ponga en nuestro camino cuando las circunstancias así lo demanden.
Viendo la situación enfermiza en la que nos encontramos será vital acudir con prontitud a los remedios que directamente atacan esta enfermedad de manera que no nos quedemos en una situación de queja estéril que a ningún lado nos conducirá. Los remedios que la Iglesia ha aconsejado siempre, y que permiten adquirir esta santa virtud son:
- Tener presencia de Dios. Para ello será útil recordar el punto 3 del Catecismo breve de San Pio X que al explicarnos quien es Dios dice “Dios es el Señor infinitamente bueno que hizo de la nada todas las cosas y que todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe y premia a los buenos y castiga a los malos.”.
- Recibir frecuentemente al Señor en el santo sacramento de la Eucaristía.
- Tener una gran devoción por la tota pulchra Santísima Virgen María, Mater purísima. Es decir, mínimamente tomar la resolución firme de rezar todos los días el Santo Rosario, arma de cincuenta tiros contra el demonio.
- Vivir la humildad, porque “lujuria oculta, soberbia manifiesta”. “La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad” [7]. Una humildad que no es pusilanimidad sino conciencia plena de nuestra fragilidad, del conocimiento de que aquello que mancha a un niño mancha a un viejo, de saber ser valientes y huir de las ocasiones de pecado como la navegación innecesaria por lugares desconocidos de internet, el frecuentar ciertos lugares de diversión y entretenimiento, la no asistencia a determinadas playas o lugares de veraneo con ambientes inmorales aunque “vaya todo el mundo”, el evitar ciertos programas televisivos y anuncios o tener la firme determinación de extirpar la demoníaca televisión de nuestros hogares, etc.
- Ser almas mortificadas y penitentes, templados en las comidas, la bebida, en el modo de vestir, en la comodidad, bienestar y en todo aquello que suponga placer sensible.
- Trabajar de manera intensa y constante, ya que el trabajo serio evita muchas tentaciones y realizado por amor a Dios lo santificamos, nos santificamos mientras lo hacemos y santificamos a los demás.
Vistas las herramientas con las que contamos para adquirir la santa pureza, que se encuentran a disposición de cualquier hombre del planeta, y conociendo que con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo personal es posible alcanzarla, consideremos que la impureza “es pecado gravísimo y abominable delante de Dios y de los hombres; rebaja al hombre a la condición de los brutos, le arrastra a otros muchos pecados y vicios y acarrea los más terribles castigos en esta vida y en la otra.” [9] ,
Si somos fieles, una vez extirpadas las impurezas más graves de nuestras vidas, nuestra lucha estará centrada en pequeñas cosas como el pudor y la modestia (“El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza”[10]). Existe la tentación de pensar que esta lucha está exclusivamente dirigida a las mujeres. Generalmente ellas deben luchar mucho pero también la batalla ascética alcanza a los hombres de hoy, que por ejemplo deberemos vestirnos acorde a la edad que tenemos y como corresponde ante nuestros hijos y frente a los amigos de nuestros hijos que frecuentan nuestros hogares, por sólo citar un punto de lucha en este sentido. Resultará determinante guardar la vista, consultar con sacerdotes bien formados sobre que libros tomar, acudir a páginas católicas que contengan críticas sobre películas antes de ir o llevar a nuestros hijos al cine, encender la televisión en el horario en el que sabemos que inicia un programa bueno y no hacer zapping además de retirar nuestra vista en los comerciales que sabemos que son malos, saber tomar los recaudos necesarios al momento de sostener trato con las personas del otro sexo como dejar la puerta abierta de la oficina y no sostener determinadas conversaciones que inicialmente parecerán inofensivas. Quien no busca amar de verdad a Dios y quiere un camino mediocre verá postulados negativos o exageraciones a lo anteriormente expuesto, pero para aquellos que deseamos luchar por amor a Dios (lo que implicará a veces caer y levantarse) veremos en cada punto afirmaciones gozosas, unión a la Cruz del Señor y deseos de preferir morir antes que pecar aunque sea en lo más mínimo. No olvidemos que somos muy frágiles, y para que consideremos esta realidad y tengamos muy presentes cual es nuestra pobre realidad quisiera acudir nuevamente al santo de Barbastro: “Aunque la carne se vista de seda… —Te diré, cuando te vea vacilar ante la tentación, que oculta su impureza con pretextos de arte, de ciencia…, ¡de caridad!. Te diré, con palabras de un viejo refrán español: aunque la carne se vista de seda, carne se queda.” [11]
Mater purissima, ora pro nobis!
Darío Lorenzatti
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[1] Mateo 5,8
[2] Camino, punto 131
[3] Es Cristo que pasa, n.25
[4] I Corintios 2, 14
[5] Camino, punto 124
[6] Memorias Biográficas de San Juan Bosco, Tomo IX, págs. 166-181)
[7] Camino, punto 118
[8] Camino, punto 357
[9] Catecismo Mayor de San Pio X, punto 427
[10] Camino, punto 128
[11] Camino, punto 134