Homilía del Reverendo Dom Jean Pateau
Abad de Nuestra Señora de Fontgombault
(Fontgombault 6 de enero de 2015)
Invenerunt puerum.
“(…) encontraron al niño” (Mt. 2, 11)
Querido hermanos y hermanas,
Luego de los pastores, después de Simeón y Ana, aquéllos que encontraron al Niño Jesús en el Pesebre y en el Templo, San Lucas, en correspondencia con el Evangelio de San Mateo, nos narra que los últimos en visitar al Niño Divino, han sido los Sabios. Ellos se encuentran entre los primeros que recibieron la Buena Nueva, el Evangelio del nacimiento del Salvador, del Rey de los Judíos. Estos discípulos regresaron a casa transformados, tras el encuentro con el Niño. A lo que ellos asistieron fue a una boda, un matrimonio entre Dios y el género humano. El primero de enero, la Iglesia canta:
“¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos hace participar de su divinidad.”
Todos nosotros nos ofrecemos a tomar parte en esta boda. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes de Concilio Vaticano II enseña:
“Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.” (GS n. 22)
A pesar de que Dios ofrece a todo hombre la posibilidad de unirse al Misterio Pascual, esto no quiere decir que todos tengan la voluntad efectiva de tomar parte de ello. Recordemos la parábola de aquéllos que fueron invitados por los sirvientes a una boda:
“Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.” (Mt. 22, 5-6)
Sin embargo, no es suficiente asistir al matrimonio; añade la parábola:
“Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. «Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?». El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: «Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes». Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos».” (Mt. 22, 11-14)
Encontrar la Cuna, encontrar al Niño, es un don de Dios. Para señalar el lugar, Dios usó medios inesperados: una estrella, Ángeles, un libro y un rey petulante. El plan Divino no es el plan del hombre. Los medios de Dios, no son los medios del hombre. Dios nos requiere, merecidamente, para que nosotros seamos los que debamos discernir Su Palabra, entre las palabras del evangelista, para ello, debemos abandonarnos en Su Palabra y seguirle, así como Él nos da la gracia para ponerlas por obra. El hecho de ver y no hacer, implica un cierto carácter de gravedad, que es proporcional a la cantidad de luz que Dios nos ha dado.
Mientras que Dios da su luz, las demandas de la Providencia parecen a veces duras, desafiando nuestra fe y con la posibilidad de hacernos dudar.
Con el fin de seguir a la estrella, los Sabios probablemente, tuvieron que renunciar a sus vidas cómodas – eran bastante ricos – y en cambio, tomaron la carretera que conduce a lo desconocido. El objetivo de su camino era un niño: «El que ha nacido Rey de los Judíos» (Mt. 2,2). ¿Cuál es la necesidad para salir y ver a un niño? ¿Cuál es la necesidad para ir y adorarlo? La estrella, «su estrella», fue para los Reyes Magos la señal para desafiar su fe. Los Reyes Magos entendieron el mensaje de la estrella. A través de esta estrella, el Rey de los Judíos los invitó a su matrimonio, y fue Él a quien tiene que visitar y adorar.
Herodes reaccionó de una manera muy diferente. Él no está lejos de Belén, apenas diez kilómetros de distancia. A su alrededor, hay sabios, altamente cualificados en la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura. Por último, llegan los Reyes Magos, cuya llegada misteriosa debería haber incitado en él, la necesidad de partir. Sin embargo, Herodes no se movió.
Así es como los que están muy cerca del niño, no lo van a encontrar, mientras que los que están lejos, lo encontrarán.
Este es, sin duda, el punto, tanto para Herodes, así como para los Reyes Magos: encontrar al Rey de los Judíos:
“(…) los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».” (Mt. 2, 8)
De acuerdo con el texto griego que la Neovulgata y modernas traducciones que lo han seguido, cuando encontraron el Pesebre, los Sabios “vieron” al Niño. La Antigua Vulgata lo tradujo con la palabra empleada por Herodes: “Ellos encontraron, invenerunt.”
Debemos enfatizar la riqueza de la semántica contenida en la palabra invenerunt. El verbo “encontrar” incita a considerar el objeto: “Ellos encontraron al Niño.” El verbo latino invenerunt “entrar en” nos dirige más la atención en el sujeto. “Los Sabios han entrado en el Pesebre, ellos han adentrado en el misterio.” Este adentrarse es como una profunda comunión. Los Sabios han encontrado realmente a Jesús.
Estos eruditos han dejado todo para caminar hacia una persona desconocida, El, «que nace Rey de los Judíos». Dios no los ha abandonado: han encontrado a quien buscaban.
¿Vamos a poner nuestras pisadas en las de Herodes o en las de los Sabios? No hay falta de estrellas en el firmamento de nuestras vidas. Cada buena acción, cada gesto de caridad o perdón, es una estrella que nos invita a entrar al Pesebre, y encontrar a Jesús. ¿Vamos a tener los ojos cerrados ante los signos de la Providencia? ¿Vamos a desear que desaparezcan? ¿Vamos a aplastarlos, a destruirlos?
Que como los hombres sabios encontremos al Niño en la Cuna, es decir, que entremos en una profunda comunión con Él, y tomemos parte en la Cena de las Bodas del Cordero, cuando Él entró en matrimonio con la humanidad. Que podamos también, encontrar a la Iglesia, que según Bossuet es «Jesucristo propagado y transmitido.» Que nosotros no la consideremos como a una extraña que debe ser mirada y juzgada, sino que la recibamos como una Madre que nos da la vida. En las bodas de Caná, María dice a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga” (Juan 2:,5) que es el Fiat de la Anunciación puesto en la práctica.
Que podamos discernir todo lo que Él nos diga y lo hagamos. Entonces lo encontraremos.
Amén.
[Traducido por Rigoberto Ortiz. Artículo original]