Honrada en la muerte, de la muerte, por la muerte. Existe algo de macabro en la insistencia republicana para reunir los despojos de sus grandes hombres, incluso mujeres, en el templo sin vía de escape, en el callejón sin salida de los destinos humanos. El Panteón recoge el conjunto de los "dioses" con dimensión humana, los cadáveres de cuantos no pueden seguir trabajando, ni para ellos ni para nosotros. El anunciado ingreso de Simone Veil en este importante lugar masónico previsto para el 1º de julio próximo, en compañía de su marido Antoine, fallecido en el 2013, no será ni siquiera un culto a los restos a la espera de la Resurrección, sino la glorificación de un absoluto mortal que encarna perfectamente nuestro tiempo.
Habrá quienes denunciarán la "panteonización" de aquella que ha entrado en la historia como el instrumento de la legalización del aborto. Qué símbolo horrendo el poner de relieve a una mujer que ha abierto las puertas al «genocidio franco-francés» (como decía Bernard Antony): ¿no hay que indignarse ante esta recompensa póstuma, que corona una vida de celebraciones casi unánimes en las esferas del poder de aquella que fue, al mismo tiempo, una víctima de uno de los peores genocidios de la humanidad y una pseudo benefactora de la misma mediante el apoyo a la mujer con una ley de muerte?
Al final de cuentas es un justo epílogo. Simone Veil en el Panteón es un indicio de la malicia contemporánea, como una prueba de fuego que indica la acidez de un líquido. Tiene muchos méritos frente a la cultura de la muerte. Nolens volens, ha hecho todo lo posible para imponer una ley que intenta hacer desaparecer la conciencia del bien y del mal, lo ha hecho en clave moderna, encubierta con las vestiduras del altruismo, que en realidad es la peor de las tiranías. Su presencia se encarnará así entre los grandes revolucionarios, al lado de Voltaire y Rousseau.
A la luz de la Eternidad, ¡qué tristeza! Recibirá, seguramente sin saberlo, el culto de un mundo sin Dios, las pompas de una anti-religión que se rebeló contra Él desde el inicio, desde la primera caída, que ha dado al "Príncipe de este mundo" un poder sobre el hombre, ¡un poder ganado a qué precio! ¿Quién, pasando mañana frente al Panteón, pensará en implorar la misericordia divina para ella, para su marido del cual no se quiso separar (y ya es algo en esta época de disgregación familiar)?
Nunca es demasiado tarde… El Panteón ha quedado, a pesar de todo, bajo una cruz, ironía de la historia y de la cultura francesa sin lugar a dudas, pero un lindo modo de relativizar nuestra estúpida rebelión contra el bien que Dios quiere para el hombre. (Jeanne Smits)