Comienza el Sínodo de la Familia, en el Vaticano. Y la escena que contemplamos, en estos primeros momentos, puede resumirse así:
La representación en el sínodo de las distintas voces existentes en la Iglesia ha sido claramente sesgada por medio de un desproporcionado número de padres sinodales de designación papal cuya adscripción ideológica es inequívoca. Y entre los así designados, hay algunos incluso cuya relación con el Papa no solamente es ideológica, sino mucho más íntima. Puesto que formaban parte de un grupo de cardenales que estuvieron preparando durante mucho tiempo la elección de Bergoglio como Papa. Y uno de ellos ha mantenido incluso el favor papal pese a hallarse salpicado en un grave caso de encumbrimiento de pederastia.
El instrumentum laboris, sobre el que se desarrollarán las discusiones, resulta, en puntos importantes, no menos sesgado. Y la dirección del sesgo coincide exactamente con la que se observa en los padres sinodales por designación papal. El carácter del instrumentum laboris resulta en varios pasajes tan llamativo ―dejémoslo en eso―, y tan contrapuesto con la enseñanza (aún vigente) de la Iglesia, que ha merecido una declaración reprobatoria firmada por más de 50 teólogos y filósofos de entre los más destacados del mundo católico. El texto «Un llamado. Recordando la enseñanza de Humanae vitae (y Veritatis splendor)», debería ser un toque de alarma para todo católico.
Las discusiones del sínodo tendrán lugar a puerta cerrada. Y la opinión pública no podrá formarse otro juicio sobre el tono y el contenido de las discusiones que el que los asistentes induzcan con sus declaraciones particulares. O, peor aún, el juicio que deriven de las conferencias de prensa de Federico Lombardi o el cardenal Lorenzo Baldisseri. Peor aún, digo, pues la experiencia ya nos ha ido acostumbrando a esperar que la relación de tales conferencias de prensa con la verdad resulte difusa, confusa, y un sí es no es creativa.
La coordinación del sínodo y la redacción de la concluyente relatio synodi ha sido puesta en manos, una vez más, de personajes de la línea favorecida por el pontífice, y de cuya fidelidad a la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia se puede dudar con todo fundamento, como se ha explicado entretanto en una multitud agotadora de minuciosos artículos y análisis. Y la división del trabajo sinodal favorece, qué duda cabe, la extralimitación de coordinadores y redactores, por falta de controles suficientes. Y ahí tenemos nombres como el cardenal Erdo, o Bruno Forte, o el padre Adolfo Nicolás, sobre los que no hace falta decir nada, porque ya han demostrado quiénes son, y qué pretenden. Sin ir más lejos durante el sínodo del año pasado.
Pero, por si todo esto aún no bastara, estos días hemos conocido que se encuentran reunidas, desde hace varias semanas, un grupo de unas treinta personas en torno al Papa, esbozando ya de antemano las disposiciones postsinodales. Sí. Las disposiciones que se supone que deberían adoptarse en función del transcurso del sínodo.
Esta es la escena. Este es el espectáculo que se está dando a los católicos por parte de aquellos cuya misión sería evangelizar y custodiar el depósito de la fe. Una escena a la que podríamos añadir, a modo de guinda, el viaje papal a Cuba y EEUU justo antes del sínodo, y que ha proporcionado, entre otros frutos, las oportunas imágenes que podrían servir para el culto a la personalidad, y el reforzamiento de la autoridad del que, finalmente, tiene todo el proceso en sus manos. Y otras imágenes, no menos oportunas, que muestran cuál es la actitud del Papa hacia personas comprometidas en el activismo de causas condenadas (¿hasta ayer?) por la Iglesia.
Hace unos meses, muy pocos, el Papa Francisco, hablaba de su objetivo de «absoluta transparencia que edifica la auténtica sinodalidad y la verdadera colegialidad».
De manera que las preguntas que se plantean ahora, a la vista del espectáculo al que estamos asistiendo, son obvias: ¿Es esto colegialidad? ¿Es esto transparencia? ¿Es esto sinodalidad? ¿O simplemente se trata de un intento de ejercer sobre la Iglesia una forma de gobierno despótico, al margen de la tradición, y en función de caprichos particulares? Lo iremos viendo en las próximas semanas.
Francisco José Soler Gil