“Sua madre està muerta, en realidad no”. El “milagro” de la muerte cerebral

Una mujer de 80 años es declarada muerta cerebralmente por los médicos del hospital donde había estado recuperándose tras un ictus -accidente cerebro vascular- y los familiares firmaron el acuerdo para la donación de los órganos, pero al día siguiente se enteran que aún vivía, aunque se había recuperado después de una reanimación y su estado era grave. Sucedió en Uri, un pequeño pueblo de Italia, en el interior de Cerdeña, donde las campanas de la Iglesia ya habían dado el toque de difuntos y todo estaba listo para el funeral, con el ataúd y la sepultura ya adquiridos.

De acuerdo con los responsables de la Santísima Anunciación, el nosocomio donde ahora ingresó la anciana señora, se trató de un terrible equívoco desde el momento en que el diagnóstico de muerte cerebral referida por el médico solo constituía una posible evolución de las condiciones clínicas de la paciente, no un hecho ya consumado. El procedimiento para el pedido de disponibilidad para la donación de órganos, explica la Agencia Hospitalaria Universitaria, solo puede ser llevada a cabo cuando existe un diagnóstico de muerte cerebral y dicho diagnóstico se define a partir de un proceso de aproximación en el que toma parte una comisión específica compuesta por tres médicos que realizan un examen clínico e instrumental. Conforme las declaraciones de un responsable del hospital: “existe una protección del enfermo y la protección proviene del hecho de que la observación de muerte cerebral que se hace en una reanimación debe proporcionar no solo la certeza de la muerte cerebral sino también la seguridad a los parientes que consintieron en la donación de los órganos que este paciente efectivamente está muerto” (unionesarda.it, 14 Noviembre de 2018)

Ahora bien, más allá de la habitual falta de informaciones precisas y concordantes entre ellas sobre casos inquietantes como el ocurrido en Uri, síntoma de un sistema de información nada claro ni transparente, lo que quiero destacar es la substancial falta de credibilidad del criterio de la muerte cerebral. ¿Existe realmente esa protección del enfermo tan pregonada por los autores de los trasplantes? Parece que no. En primer lugar, porque dicha tutela no se fundamenta sobre conclusiones que derivan de la observación de evidencias de la muerte sino sobre parámetros clínicos aleatorios y no totalmente compartidos por toda la comunidad médica (el electroencefalograma es fundamental para constatación de la muerte cerebral en los hospitales italianos pero no en otros países europeos como por ejemplo Inglaterra); en segundo lugar, porque aún cuando existiera un consenso unánime acerca de los criterios aptos para determinar la muerte del paciente, la muerte cerebral sin embargo no constituye de todos modos una garantía de la muerte del paciente. De hecho, el punto fundamental no es la rigurosidad del proceso que conduce al diagnóstico de la muerte cerebral sino llegar a establecer con absoluta certeza científica que la (presunta) interrupción solo de las funciones cerebrales es de suyo un dato suficiente para declarar muerta a una persona, por lo tanto disponible para una intervención de extracción de los órganos y/o dejarla sin el sustento vital para su sobrevivencia.

Sigue siendo cierto que el criterio de la así llamada muerte cerebral sustrajo el evento de la misma muerte del campo de la observación objetiva de los signos inequívocos por ésta consignados, para transferirla a aquellos subjetivos de las observaciones de parámetros clínicos establecidos a priori sobre el escritorio y con el auxilio de complejas maquinarias. Pero lo que más deja perplejo es la reducción del ser humano a un valor ni siquiera coincidente con el cero instrumental, que consta en su circuito cerebral, más allá del cual (cero) no existiría más.

Por eso también es que en un cierto número de casos que emergen de la crónica, los mismos diagnósticos de muerte cerebral terminan siendo hechos con superficialidad y apresuradamente comunicados a los parientes del paciente…

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