Un obispo en la cumbre

«Ayúdenos a hacer comprender a la gente que no somos cismáticos. Somos parte de la Iglesia. En ella nos sentimos seguros. Es nuestra casa. No la dejaremos. No podemos dejarla nunca» Monseñor Bernard Fellay.

Menzingen es un lugar que una vez que se lo visita no se olvida pronto. Enclavado en altas praderas montañosas con vistas a Zug (Suiza), una muralla invisible parece haberse erigido en torno a esta fortaleza católica, defendiéndola del progreso aplastador de almas del mundo moderno. El solo hecho de que originalmente se construyera para servir de pabellón de caza ya le agrega mística. Casi te parece que de un momento a otro va a llegar el joven emperador Carlos de Austria a medio galope seguido de cerca por un par de perros de caza.

En realidad, no hay gran cosa que decir del lugar: una capilla modesta, una formidable estatua de San Pío X, unas pocas dependencias y el propio edificio principal, que alberga las oficinas y habitaciones del Superior General y sus asistentes. Defendida por cumbres que Dios ha levantado a modo de nevadas almenas, es el ambiente ideal para la sede de la mayor fraternidad de sacerdotes católicos tradicionalistas del mundo.

Con la ayuda de un amigo que vive cerca, me pude comunicar rápidamente con el secretario de monseñor Bernard Fellay justo después de la peregrinación a Chartres en junio pasado. El obispo se iba a marchar del país al día siguiente por la tarde, pero amablemente accedió a encontrar un hueco para verme en la mañana. Jamie Bogle (a la sazón presidente de Una Voce International) me acompañó para realizar una breve visita en taxi a la montaña, que quedaba a treinta minutos de nuestro hotel.

Una monja muy sonriente con hábito tradicional nos saludó a la entrada y nos acompañó hasta el salón. Una vez dentro, la calidez de los presentes y el lugar tan acogedor hicieron que me encontrara sonriendo sin razón aparente como un niño en una tienda de caramelos. Se diría que el tiempo se ha detenido allí.

El suelo está cubierto por pesadas alfombras, sin duda para defenderse del gélido inverno, que debe de ser muy crudo. Los muebles antiguos están dispuestos con buen gusto como si estuvieran allí desde hace una siglo. El tictac del viejo reloj de abuelo acompaña a los rayos de sol mientras éstos se abren paso por el acogedor salón. Es como si hubiéramos hecho un viaje en el tiempo. Fue una sensación que, dicho sea de paso, se mantuvo por mucho rato después de que Fellay entrara y tomara asiento frente a nosotros. No suena la televisión, no hay zumbidos de computadora ni otros ruidos; solamente una bendita paz. Paz católica.

Me he encontrado con monseñor Fellay muchas otras veces, y siempre me impactó su manifiesta humildad. De hecho, no se ve que denote la menor superioridad o autosuficiencia. Si una mosca de la pared me dijera que ante mí está sentado un hombre de una santidad particular, no me sorprendería en modo alguno.

Nos sirvieron té y nos quedamos conversando tranquilamente los tres. Se notaba que los dos intrusos hacíamos lo que podíamos por enterarnos lo mejor posible de la histórica situación en que se encuentra la Fraternidad San Pío X .

Aunque Fellay es bastante prudente, no me dio la impresión de que midiera sus palabras ante el periodista que tenía a su derecha y el jefe de una asociación católica que estaba a su derecha. Contestaba a nuestras preguntas sin vacilar; de hecho, con una grata sinceridad.

Hablamos brevemente de muchos temas, y no creo que revele ningún secreto si digo que a Fellay se lo ve tan perplejo con Francisco como el resto de nosotros, aunque señaló la paradoja de que el Papa sea menos contrario a la Fraternidad de lo que puedan observar adversarios y amigos de ésta. Como es un auténtico liberal, el Papa está evidentemente dispuesto a aceptar a cualquiera, aunque sea la FSSPX.

«¿Qué podemos hacer para ayudarlo en su labor, Excelencia?» –le pregunté cuando nuestro encuentro se acercaba a su fin. Ayúdenos a hacer comprender a la gente que no somos cismáticos, me respondió.

La sinceridad en sus palabras era palpable. Y prosiguió casi con tono de súplica: somos parte de la Iglesia. En ella nos sentimos seguros. Es nuestra casa. No la dejaremos. No podemos dejarla nunca.

Claramente es un hombre de fe que tiene un profundo amor a la Santa Madre Iglesia. Es evidente que quienes reniegan de monseñor Fellay nunca han tenido el placer de conocerlo.

De repente me alegré de que Dios no me haya pedido solucionar la complicada situación que enfrenta actualmente monseñor Fellay. Por un lado, con la apostasía y la herejía instaladas abiertamente la Iglesia parece absurdo preocuparse de la supuesta situación canónica irregular de la Fraternidad de San Pío X. La letra de la ley importa mucho menos que su espíritu en tiempos de agitación universal, y ese espíritu se preocupa ante todo por la salvación de las almas. ¿Qué motivos habría para preocuparse por los herejes de hecho que acusan a la FSSPX de cisma? Vista de frente, la cosa es cómica.

Basta considerar brevemente lo que les pasó a los Franciscanos de la Inmaculada para considerar justificado el clamor de monseñor Fellay:  “¡No tengan nada que ver con esos lobos!”

¿Y quién soy yo? Un seglar que ve las cosas como un seglar. Porque, por otra parte, ¿qué pasaría si 600 curas y un millón de fieles tradicionalistas de pronto desecharan la falsa acusación de cisma, y se les reconociera un reconocimiento oficial que podría socavar hasta los cimientos la fachada de los católicos pseudotradicionalistas? La idea, desde luego, es tentadora.

¿Qué podría hacer yo? ¿Y qué podrían hacer ustedes? Lo único que importa es qué hará Fellay cuando llegue el momento. La misa en latín se reza nuevamente en casi todas las ciudades del mundo. La Fraternidad de San Pedro prospera; y esto gracias al extravagante pontificado de Francisco, y hasta los católicos pseudotradicionalistas están empezando a darse cuenta de los innumerables problemas que ha creado la Iglesia del Vaticano II. Si mañana mismo se regularizara la situación de la FSSPX, pensemos en lo que podría significar, ya que en el mundo católico hay muchos que por fin están dispuestos a escuchar los argumentos que expuso hace tiempo monseñor Lefebvre.

Por otro lado, una vez regularizada, ¿podrían los sacerdotes de la FSSPX hacer aquello por lo que han luchado junto con muchos otros buenos sacerdotes?: hacer una continua oposición pública al régimen vaticanosecondista. ¿O la FSSPX  cambiaría la contrarrevolución católica por una simple postura provida con un toque de Misa Tradicional?

Vuelvo a decir que no lo sé. Simplemente estoy dando vueltas a cuestiones por las que Fellay debe de estar meditando en oración cada día mientras la revolución de la Iglesia la desploma a unas profundidades diabólicas.

No creo que la FSSPX esté en cisma. Está dentro de la Iglesia, y Fellay está en lo correcto: es nuestra Iglesia, en ella nos sentimos seguros. Es nuestra herencia. Nuestra madre. Y no tenemos la menor intención de huir y dejar que los modernistas hagan lo que quieran con ella.

Permanecemos, sufrimos con ella, conservamos la fe de siempre y pelearemos hasta recuperar nuestros templos. En ese sentido, la FSSPX ha imitado siempre el ejemplo de San Atanasio, y esa fue la razón por la que acepta a Francisco como Papa, reza por los obispos diocesanos en todas sus misas y nunca ha intentado fundar una Petite Église.

¡Qué frustrante debe de ser para ellos que hombres insignificantes con poco entendimiento y todavía menos criterio se pongan a cacarear despotricando sobre el cisma de la FSSPX, afirmando que están fuera de la Iglesia, son tan malos como los protestantes y conducen a las almas al infierno!

Los sólidos argumentos de la FSSPX contra la nueva orientación de la Iglesia, la nueva misa y los aspectos problemáticos del Vaticano II -la misma razón por la que para empezar tuvimos el Summorum pontificum-, son por norma desestimados por esos bravucones argumentando que la Fraternidad es cismática.

¿Podemos entonces acusar a la FSSPX de tener la intención de aplastar los típicos fundamentos de los católicos pseudotradicionales, tan llenos de veneno y tan eficaces para engañar a miles de bienintencionados católicos que no conocen otra cosa?

En cuanto empecé a escuchar a Fellay, me di cuenta de que estaba en presencia de alguien que está en una encrucijada en la que no lucha con su conciencia, sino que se enfrenta a la dura realidad de su situación y a la terrible situación de nuestra Santa Madre Iglesia. ¿Qué quiere Dios que haga?

Salí de Menzingen convencido de que  tenía que hacer todo lo que estuviera a mi alcance para ayudar a la gente a entender que Fellay, claramente un santo, se encuentra en buena medida solo ante una decisión monumental: una decisión que, de una forma u otra, cambiará la historia. Incluso Michael  Davies acostumbraba decir que, aunque la FSSPX no incurrió en cisma en 1988, es verdad que su irregular y poco clara situación canónica no podría continuar por tiempo indefinido para que no empezara a formarse una mentalidad cismática en las siguientes generaciones.

El tema de fondo es: en este momento el último reducto tradicionalista, la FSSPX, está siendo empujada y tironeada  en todas direcciones y por amigos y enemigos muy poderosos. Fellay no se vende a nadie. Aquí no hay conspiración. Al contrario, lo que hay es un hombre que intenta discernir la voluntad de Dios para poder cumplir fielmente su deber como hijo leal de la Iglesia. Necesita nuestra ayuda, oraciones y apoyo; no que se hagan juicios precipitados

¿Ha llegado el momento de que haya una reunificación oficial de la FSSPX con el Vaticano? Que Dios nos asista. Yo no lo veo factible. Por lo que se ve, hay peligro de que Francisco y sus amiguitos modernistas acaben con todo el elemento humano de la Iglesia de Cristo mediante sus infernales principios.

Al mismo tiempo, el mundo entero está a punto de ver que Marcel Lefèbvre tuvo razón desde el comienzo: hay en efecto una crisis en la Iglesia, y la salvación de las almas es mucho más importante que un detalle técnico como la regularización canónica; preocupación que muchos ven tan ridícula como ponerse a colocar en su sitio los muebles de la cubierta del Titanic mientras éste se hunde.

Hay que reconocer que Francisco ha dado la razón a Lefèbvre. Cuando veo cómo los despistados católicos pseudotradicionales calumnian el legado de Lefèbvre, veo demonios disfrazados, furiosos contra uno de los pocos que no quisieron participar en la locura sino que se dejó iluminar por la lumen Christi para salir de las tinieblas conciliares, que se guió sin falta por la luz de la santa Tradición.

De aquí a cien años, dando por sentado que el mundo siga existiendo, los católicos les contaremos a nuestros hijos la historia de San Marcel, el obispo heroico que, como en su día San Juan Fisher, se enfrentó enérgicamente a la apostasía de su tiempo y se ganó el Cielo.

¿Es mejor la situación de la Iglesia hoy que en 1988? Si lo es, Lefebvre mismo le aconsejaría a Fellay que fuera a Roma.  Y si no lo es, ¿cómo va a ir Fellay a Roma sin causar afrenta al santo arzobispo? Este es el dilema que debe de quitarle el sueño, y por eso debemos rezar por él todos los días, tanto los que están en la Fraternidad como los que no formamos parte de ella.

No hay nada claro. Reina el caos, y el destino de la Iglesia y del mundo entero está en manos de en un puñado de obispos entre los cuales cuento por cierto a Fellay. Que el Señor esté con él y que el Trono de la Sabiduría vele sobre este fiel hijo de nuestra Santa Iglesia.

Michael Matt

fellay

[Traducción de Agustina Belén. Artículo original]

Michael Matt
Michael Matthttp://remnantnewspaper.com/
Director de The Remnant. Ha sido editor de “The Remnant” desde 1990. Desde 1994, ha sido director del diario. Graduado de Christendom College, Michael Matt ha escrito cientos de artículos sobre el estado de la Iglesia y el mundo moderno. Es el presentador de The Remnant Underground del Remnant Forum, Remnant TV. Ha sido Coordinador de Notre Dame de Chrétienté en París – la organización responsable del Pentecost Pilgrimage to Chartres, Francia, desde el año 2000. El señor Michael Matt ha guiado a los contingentes estadounidenses en el Peregrinaje a Chartres durante los últimos 24 años. Da conferencias en el Simposio de Verano del Foro Romano en Gardone Riviera, Italia. Es autor de Christian Fables, Legends of Christmas y Gods of Wasteland (Fifty Years of Rock n' Roll) y participa como orador en conferencias acerca de la Misa, la escolarización en el hogar, y el tema de la cultura, para grupos de católicos, en forma asidua. Reside en St. Paul, Minnesota, junto con su esposa, Carol Lynn y sus siete hijos.

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