Meditación IV
Composición de lugar. Represéntate al demonio mostrándote toda la vanidad del mundo, y te dice: “Todo esto te daré si postrándote me adorares.”
Petición. Dios mío, hazme conocer la vanidad del mundo para despreciarla.
Punto primero. El mundo es un impostor, hija mía: promete y no cumple su palabra… Te ha prometido honores, riquezas, felicidad… ¿Te lo ha dado? Y aunque te lo diese, ¿podría calmar la sed de felicidad que arde en tu corazón? … Es imposible… porque en sólo Dios hay paz y felicidad. La felicidad que el mundo ofrece con sus placeres, diversiones, honores, riquezas, sólo sirve para avivar más y más esta sed. Como al hidrópico un poco de agua no le quita la sed, sino que se la aviva más, así al alma la felicidad que el mundo ofrece sólo sirve para hacerla más infeliz, porque ve que no puede llenar su corazón plenamente… Dígalo tú corazón… mientras has ido a saciar la sed en los charquillos de las cisternas rotas que te a ofrecido el mundo, jamás has gozado de paz… El fastidio… malestar… inquietud… a devorado tu corazón… ¿Por qué, pues, no te desengañas? ¿Por qué tienes prisionero tu hermoso y nobilísimo corazón en las redes del amor mundano?… ¿Hasta cúando serás infeliz?… rompe, rompe esas ataduras, hija mía, y conviértete a tu Dios y Señor, y hallarás paz cumplida.
Segundo punto. Pero concedamos, hija mía, que el mundo cumple lo que ofrece, ¿cuándo tiempo duraría esa felicidad? … ¿Te seguirá más allá del sepulcro?… No. ¿Qué te llevarás a la eternidad de todas las vanidades que te ofrece el mundo?… Nada. ¿Hay algún rey que se haya llevado su poderío al sepulcro? ¿Has visto algún rico o poderoso que se haya llevado sus riquezas a la otra vida? ¡Ah, hija mía! no seas necia como tantas jóvenes mundanas… Exclama con el más sabio y poderoso de los mortales: Vanidad de vanidades, y todo vanidad, y es el amar y servir a Dios, porque en esto está todo el ser y toda la felicidad del corazón humano…
Punto tercero. Mas no sólo el mundo es un impostor, es también un tiran. Mira, hija mía, cómo esclaviza y martiriza este cruel tirano a sus necios servidores. ¡Qué exageraciones, ridiculeces, sacrificios les impone en el vestir, en el comer, en las etiquetas, y aun en diversiones y pasatiempos inocentes, al parecer que le ofrece! ¿No es verdad, hija mía, que si Dios, cuyo yugo es tan suave y su carga tan ligera, tiene pocos servidores, tendría muchos menos si les exigiese las ridiculeces y tormentos que les exige el mundo? ¡Y a estos tales llama el mando señores!!! ¡Qué sarcasmo! ¡Oh, no son señores los mundanos, sino los peores esclavos de mil miserias y caprichos! Y tú has sido en algún tiempo esclava de los caprichos de este tirano… ¡qué tiempo tan perdido!!! Compara la felicidad presente que gozas sirviendo a Dios, a los tormentos que sufrías cuando servias al mundo. ¿No es verdad que son más dulces las lagrimas y la penitencia por Dios que los más ruidosos placeres mundanos?… ¡Oh Dios mío de mi corazón!, gracias, infinitas gracias os doy por haberte liberado de la tiranía e imposturas del mundo, y haberme traído a vuestro servicio y amor. ¡Ojalá persevere en él hasta la muerte!.
Padre nuestro y Oración final
Fruto. Exclamaré muchas veces: Vanidad de vanidades y todo vanidad, menos el amar y servir sólo a Dios. De veras aborreceré el ser señora según el mundo.
San Enrique de Ossó