Vuestra actitud demuestra la necesidad de una regularización de la FSSPX

Ustedes y yo tenemos prácticamente la misma edad. Éramos adolescentes cuando Mons. Lefebvre comenzó a dar de qué hablar de sí en la Iglesia. En aquella época, no existía ninguna ambigüedad; los tradicionalistas no pedía más que una sola cosa, el que se les dejara hacer en paz “la experiencia de la Tradición”, y esto les fue negado.

La condena de 1976 fue dolorosa para aquellos católicos que aún eran muy romanos, incluso de tradición ultramontana. A partir de la llegada de Juan Pablo II y después de un momento de optimismo (la visita canónica del cardenal Gagnon) en el que se creyó que la situación habría de reestablecerse y que se obtendría la posibilidad de llevar a cabo esta “experiencia”, hemos tenido que desengañarnos. La situación de la Iglesia no mejoraba mas que marginalmente, y una serie de eventos problemáticos tales como aquel de Asís, fueron el origen de las consagraciones de 1988 y de las excomuniones.

Incluso más que los actos y las enseñanzas conflictivas de Juan Pablo II, lo que provocó la evolución del mundo tradicionalista fue la aparición de una nueva generación. De neo-tradis que no tenían ninguna experiencia de la romanidad, que no sabían más que de manera abstracta que la Iglesia estaba cimentada sobre un orden canónico objetivo.

Estos neo-tradis crecieron dentro de una Tradición sitiada, han vivido en un vaso cerrado, han frecuentado las “escuelas de la Tradición”, los movimientos de jóvenes de la Tradición, etc. Sin darse cuenta se acostumbraron a ignorar a Roma y a vivir en una apacible y reconfortante autosuficiencia. La Tradición se convirtió en un microcosmos en donde se crecía juntos, se casaban entre ellos, y compartían los mismos códigos de vestimenta y psicológicos. Roma era considerada como el enemigo y la marginación canónica como un bien que nos permitía “vivir nuestra vida”. He ahí el lado paradójicamente demasiado “moderno” de la Tradición: El individualismo y la reivindicación autónoma, el rechazo a la dependencia.

Los Tradis tenían todo; seminarios, conventos y monasterios, escuelas y universidades, movimientos juveniles, casas de retiro y obispos para sostener el conjunto.

En ese caso, ¿para qué molestarse por un reconocimiento canónico que no haría mas que perturbar la tranquilidad de nuestra rutina eclesiástica?

Y para justificar esta resistencia, hemos propuesto que sólo después de la “conversión” de Roma (¿pero es que en verdad creíamos en eso?) nos reintegraríamos en el marco de la legalidad canónica.

La “conversión” de Roma, ésto es: la imposición del Vetus Ordo Missae y la desaparición del Novus Ordo Missae, la anatemización del Concilio Vaticano II, numerosas “decanonizaciones”, el regreso al anterior Código de Derecho Canónico, etc. ¿Exigiremos la exhumación de Paulo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II para arrojar sus cuerpos al Tíber? Aquello no queda realmente claro…

El movimiento tradicionalista estaba a punto de caer en una trampa mortal: la autocefalía[1]. Pero la Providencia velaba. Ésta conocía el fervor de estos fieles y el sufrimiento desestabilizador que habían soportado sus padres por parte de un mundo y de una Iglesia que les eran hostiles desde de los años 60’s. Mons. Fellay ha terminado por percibir el peligro que amenazaba a su Fraternidad, y la personalidad atípica del nuevo pontífice (muy amplio tema) ha hecho el resto.

He ahí rápidamente planteado como veo las cosas.

Candidus

(Tradinews. Traducido por M.M)

 

[1] Autocefalía, en iglesias cristianas y especialmente en las ortodoxas y las ortodoxas orientales, es el estatus de una iglesia jerárquica en la que su obispo no responde a ninguna clase de obispo de mayor rango. Cuando un concilio ecuménico u obispo de alto rango, como un patriarca u otro primado, libera provincias eclesiásticas de su autoridad, mientras que la nueva iglesia independiente se mantenga en comunión completa (o total) con la jerarquía a la cual cesa de pertenecer, el consejo o primado está concediendo autocefalía.

Un rango anterior a la autocefalía es la autonomía. Una Iglesia que es autónoma tiene a su obispo de mayor rango, como un arzobispo o metropolitano, apuntado por el patriarca de la Iglesia madre, pero es autodeterminante en cualquier otro sentido.

Literalmente, «autocéfalo» no significa autogobierno, significa «con propia cabeza». Kephalos significa «cabeza» en griego. Por lo tanto, autocéfalo denota que tiene cabeza propia, mientras que autónomo significa literalmente «autolegislado». Nomos es la palabra griega para «ley».

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