El misterio de la Santísima Trinidad es el más profundo de todos los del cristianismo. De este misterio se derivan todos los demás. La liturgia celebra la Santísima Trinidad el primer domingo después de Pentecostés, y el Evangelio la recuerda con estas palabras que resuenan a lo largo de los siglos y por la eternidad: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo» (Mat.28, 18-20).
Jesús afirma así su soberanía sobre el Cielo y sobre la Tierra: es Rey por derecho, porque le ha sido dado todo poder en el Cielo y en la Tierra. Pero quiere ser Rey por conquista, y por eso encomienda a sus Apóstoles la misión de extender su Reino sobre todas las naciones, sobre todos los pueblos, de un extremo a otro de la Tierra. Esto tiene lugar mediante el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La esencia de la fe cristiana consiste en conocer y adorar al Dios único en tres personas. Pero la fe cristiana posee también un cuerpo de doctrinas que es preciso aprender y de unos deberes religiosos y morales que hay que observar. Porque eso dice Jesús que se predique a todas las gentes y se les enseñe a observar cuanto nos ha mandado. Ese conjunto de enseñanzas lo expresó de viva voz, no por escrito, a lo largo de tres años de predicación y en los cuarenta días que separan la Resurrección de la Ascensión. Jesús se despide transmitiendo a sus Apóstoles palabras de esperanza, y promete fidelidad a quienes guarden fielmente sus enseñanzas: «Mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del mundo».
El conjunto de doctrinas y preceptos que constituye la Tradición de la Iglesia se basan en el misterio de la Santísima Trinidad. Ahora bien, la Santísima Trinidad no está fuera de nosotros; está en nosotros, porque el Dios uno y trino está presente en todas partes. Santo Tomás afirma que en todas las criaturas hay una impronta de la Santísima Trinidad (Summa Theologiae, I. q. 47, a.7, c.). El universo refleja en su totalidad y sus detalles el misterio de la Trinidad de Dios.
El vizconde Luis de Bonald (1754-1840), que junto con Joseph de Maistre uno de los padres de la escuela pensamiento católico contrarrevolucionario, observa la estructura trinitaria en toda sociedad humana empezando por la familia, porque «el hombre no puede nacer y vivir en un número inferior a tres» (Le leggi naturali dell’ordine sociale, Dettoris, Crotone e020).
Aunque no tiene nada de contradictorio, la Santísima Trinidad es un misterio que supera la razón humana. San Patricio, apóstol de Irlanda, lo explicó poniendo el ejemplo de la hoja de trébol, mostrando cómo los tres lóbulos unidos a un mismo tallo reflejaban la Santísima Trinidad. El trébol forma parte del orden natural. Pero Dios se ha servido también de milagros para hacerlo más claro: en la vesícula biliar de Santa Clara de Montefalco (1268-1308) se encontraron tres esferas de idéntico peso y tamaño, que tanto individual como conjuntamente pesaban ni más ni menos lo mismo; símbolo evidente de la Santísima Trinidad.
No basta con que el cristiano profese una fe genérica en Dios; tiene además el deber de afirmar que ese Dios es uno trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las religiones falsas no son sólo las politeístas; también lo son las monoteístas que desconocen el misterio trinitario, como el judaísmo y el islam. Quienes hacen del cristianismo una mera enseñanza moral lo limitan y desfiguran; y asimismo, también está mutilada toda forma de cristianismo que se limite a hablar de Dios prescindiendo del misterio de la Santísima Trinidad.
El ángel de Fátima confirmó en octubre de 1916 la importancia de conocer y proclamar el misterio trinitario al enseñar esta oración a los tres pastorcillos: «Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el precioso cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los sufragios, sacrilegios e indiferencia por medio de las cuales Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y por el Inmaculado Corazón de María, pido humildemente por la conversión de los pobres pecadores».
No hay misterio más profundo que el de la Trinidad, y ninguna otra verdad merece ser públicamente conocida. Todos la deben conocer y nadie la debe ignorar.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)