Amoris Laetitia: una sentencia de muerte para la raza humana

«Quien repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera, y si una mujer repudia a su marido y se casa con otro, ella comete adulterio»  (Mc 10, 11-12).

Mis queridos amigos:

Los católicos, desde que nuestro Divino Redentor así lo hizo,  hemos usado  la barca de san Pedro como un símbolo de la Iglesia. Me parece, no obstante, ya que la Iglesia en este mundo es llamada la Iglesia militante, que una descripción más apta de ella sería la de una antigua galera romana conocida como «trirreme», debido a que cuenta con tres niveles de remos uno sobre otro de cada lado para empujarse hacia el enemigo. Es también posible pescar desde esta embarcación, sin embargo, los católicos, especialmente los que ya están confirmados, están obligados a luchar desde esta nave, luchar contra el error, contra la herejía, contra la moral depravada, en una palabra, contra el espíritu de este mundo.

Continuando con esta simbología, en una trirreme romana había, a grandes rasgos, dos clases de tripulación, los oficiales en la cubierta y los remeros bajo ellos, con un capataz marcando el paso para así coordinar el ritmo y la velocidad de los remos.  Si imaginamos nuestra Iglesia como una nave trirreme todos ustedes serían los remeros, mientras que las señoras y yo seríamos los capataces. Los oficiales en la cubierta encima de nosotros serían el obispo, el cardenal y el Papa, el capitán del barco. Es casi una analogía perfecta excepto que el papa Francisco, de manera simbólica tanto como real, parece no encontrarse a bordo como capitán de su propia nave. De hecho, es el primer Papa que no vive en el Vaticano sino en un hotel cercano.

Ahora, si deseamos hundir un buque de guerra hay tres posibilidades. Podríamos lanzar  ataques aéreos desde las alturas (herejías, errores, doctrinas falsas); podríamos también arremeter contra el enemigo con nuestra nave o atacarlo desde ahí directamente (religiones falsas, Iglesias cismáticas); podríamos, asimismo, usar un torpedo desde el sigilo de las profundidades, con un submarino. Los primeros dos ataques están dirigidos a la estructura de mando, al capitán y a los oficiales, mientras que el submarino ataca subrepticiamente desde la profundidad con el fin de destruir no a los oficiales sino a los marineros bajo cubierta, los que operan la nave. Esta última es la táctica —el torpedo submarino— que, desgraciadamente, el que debería ser su capitán, el propio papa Francisco, ha lanzado no directamente contra la doctrina de la Iglesia, sino contra su composición, su motor: el matrimonio y la familia.

Hablando francamente, deseaba evitar abordar directamente el tema de la exhortación apostólica más reciente del Papa, Amoris Laetitia, por temor a adentrarme en un campo minado. Sin embargo, al leer algunos de los artículos del creciente número de análisis de este documento, un autor, concluye su propio análisis diciendo lo siguiente: «Me parece que todo católico tiene el deber solemne de condenar públicamente este acto de Francisco ya que se trata de un ataque a la doctrina y a la práctica católica y una afrenta a la fe. No soy teólogo», sigue diciendo, «mas no veo cómo el silencio y la pasividad ante esta ruptura grave, seria y pública con la doctrina no constituye un pecado de omisión». 

No creo que el escritor de estas palabras esté exagerando del todo la gravedad de la catástrofe que el papa Francisco le ha echado a cuestas a la Iglesia, de hecho sobre toda la humanidad, de cuyo cuidado y protección él es el responsable supremo. Es así que, como soldado confirmado de Jesucristo, y no se diga como sacerdote, no puedo dejar de cumplir con mi deber.

En breve, el documento de 264 páginas, 325 párrafos y 391 notas al pie, contiene sus ideas y directivas  acerca de cómo la Iglesia, sus obispos, sus sacerdotes y sus fieles deben considerar e incorporar católicos que han contraído nupcias válidas (de hecho cualquier matrimonio) que se han divorciado de sus cónyuges, que han intentado casarse de nuevo con un tercero y que ahora viven en lo que el Papa llama una unión «irregular» o una situación «irregular» —lo que Nuestro Señor Jesucristo llamó más exactamente «adulterio» y un pecado mortal según el sexto y el noveno mandamiento.

Y ya que estamos hablando de adulterio, de las veintidós veces que esa palabra aparece en el Nuevo Testamento  el Papa la usa únicamente tres veces en su exhortación, todas en referencia al incidente del Nuevo Testamento en el que la mujer (María Magdalena)  fue sorprendida en el adulterio. Mas el adulterio de esta mujer de ninguna manera es  de la misma especie  que el adulterio que Nuestro Señor condena en otra parte, en el Evangelio según san Marcos (19, 3-9) así como en el Evangelio de san Marcos (10, 2-12), y que es de mucha mayor gravedad ya que se trata de un pecado cometido con deliberación y no motivado por una pasión pasajera, porque es pertinaz, por el escándalo y  por la ruina causada a la familia abandonada y al bien común.

¿Qué, exactamente, dice entonces el Señor de esta grave especie del adulterio? Citaré los pasajes precisos del Evangelio de san Marcos (10, 2-12)

«Y viniendo a Él algunos fariseos que, con el propósito de tentarlo, le preguntaron si era lícito al marido repudiar a su mujer,  les respondió y dijo: “¿Qué os ha ordenado Moisés?”   Dijeron: “Moisés permitió dar libelo de repudio y despedirla”.  Mas Jesús les replicó: “En vista de vuestra dureza de corazón os escribió ese precepto.  Pero desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer.  Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre  y se unirá a su mujer, y los dos vendrán a ser una sola carne. De modo que no son ya dos, sino una sola carne.  ¡Y bien! ¡lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe!”. De vuelta a su casa, los discípulos otra vez le preguntaron sobre eso.  Y les dijo: “Quien repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera;  y si una mujer repudia a su marido y se casa con otro, ella comete adulterio”».

El adulterio de la desafortunada mujer es menos malicioso ya que, a pesar de ser un pecado mortal, es menos deliberado y más pasajero. A pesar de eso, el papa Francisco intencionadamente equipara la malicia  menor de la mujer, y de su adulterio casual motivado por la pasión, con el mal mucho mayor de un adulterio deliberado y a sangre fría, como lo es el de los divorciados y vueltos a casar. Lo que ocurre aquí es un blanqueo de la condena perenne de la Iglesia en contra de esta forma adulterio con la misma hipocresía que motivó a los fariseos y los escribas a condenar a la mujer pillada en el adulterio. Aludiendo someramente (y tan sólo una vez) al pasaje del Evangelio que hemos citado, el papa Francisco dedica 264 páginas a ofuscar, confundir y finalmente contradecir lo que Jesucristo ordena en él.

Al tratar este antiquísimo fenómeno social, el divorcio y el matrimonio,  el papa Francisco, y una vez más sin usar la palabra «adulterio» a pesar de que cita lo que Jesucristo llama adulterio, atenúa su gravedad diciendo que «»el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos», »las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas». En otras palabras, el adulterio no es siempre y necesariamente un pecado mortal (AL párr 300).
Si se están ustedes preguntándose qué pretende el papa Francisco al hacer estas aseveraciones, él mismo lo aclara en una nota al pie: « [336]  Tampoco en lo referente a la disciplina sacramental, puesto que el discernimiento puede reconocer que en una situación particular [i.e. la situación misma de un acto particular dicta lo que es moral y no la ley moral.: ética circunstancial] no hay culpa grave»...«Para entender de manera adecuada por qué es posible y necesario un discernimiento especial en algunas situaciones llamadas «irregulares» [los divorciados vueltos a casar], hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense [se da aquí a entender otra vez el pasaje del Evangelio que cité más arriba] que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio» (301).

El Papa continúa, «La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes.  Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» [en cualquier situación de divorcio y casamiento] viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante» —hasta el momento de la aparición de este documento estos fieles estaban excluidos de la sagrada comunión.
Una vez minimizada la gravedad del divorcio y un segundo matrimonio (lo que Jesucristo llamó adulterio) a un nivel poco más que un pecado venial y ahora regresando a la noción de la «disciplina sacramental», el Papa concluye, otra vez en una nota al pie, citando a otro documento: (Evangelii Gaudium, 24 de noviembre de 2013, 47), «La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles[51]. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos [los sacerdotes] como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas».

Si acaso ya se han extraviado, permítanme resumir la esencia de lo que el papa Francisco dice en Amoris Laetitia acerca de los católicos divorciados y que han intentado contraer nupcias con otra persona.  Posiblemente dudarán de mi juicio, anotaré por lo tanto el número de los párrafos correspondientes y los invito a que lean el documento ustedes mismos.

1)  (§301) No todas las situaciones [hablando de los divorciados y vueltos a casar] que Jesucristo llama adulterio y que la Iglesia tradicionalmente ha condenado son pecado mortal.


2)  (§§302, 304) Las circunstancias personales y deficiencias en la comprensión podrían mitigar o minimizar la gravedad de situaciones específicas (este es precisamente el principio moral erróneo de la «ética circunstancial», una doctrina universalmente condenada por la Iglesia como criterio para determinar la moralidad de un acto humano).

3)  (§300, nota 336) Un discernimiento prudente con la asistencia competente de un sacerdote o un obispo podría determinar en un caso específico que una unión «irregular» es en efecto solamente un pecado venial, o no ser pecado, y quizá hasta un acto virtuoso (!).

4)  (§306, nota 351) Toda persona involucrada en una situación «irregular» —que tradicionalmente la Santa Madre Iglesia ha considerado en estado de pecado mortal y por lo tanto inhabilitados para acercarse al comulgatorio hasta antes no haber abandonado el adulterio y confesado su pecado— el papa Francisco insiste en que no se les debe rechazar la sagrada comunión como si esta fuese un premio por la perfección, sino que se les debe alentar a acercarse a recibir la Eucaristía como un remedio a su situación de «irregularidad».

¿Acaso me he pasado por alto alguna circunstancia en las Sagradas Escrituras o en las enseñanzas perennes de la Iglesia en la que el adulterio sea considerado como un pecado venial? En el Evangelio de San Mateo (19, 17-18) leemos que Jesús le dice a un joven (el énfasis es mío) «»Mas, si quieres entrar en la vida [eterna], observa los mandamientos”.  “¿Cuáles?”, le replicó. Jesús le dijo: “No matarás; no cometerás adulterio…».  Obviamente, de lo que dice Jesús aquí se desprende que quien sea que cometa un adulterio (quien sea que se divorcie y se vuelva a desposar) y persista en ello no alcanzará la vida eterna. Incluso en el episodio que discutimos más arriba de la mujer sorprendida en el adulterio y llevada a la fuerza ante Jesús para que fuese condenada, este acaba diciéndole a ella «Vete, desde ahora no peques más» (Jn 8, 3-11) 

Los escribas y fariseos pretendían destruir el pecado lapidando al pecador. Jesús, sin embargo, simplemente busca siempre destruir el pecado aplicando la norma moral diciendo «no peques más». El papa Francisco condena incluso esto cuando dice en §305, «un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas». Lo que el papa Francisco en efecto dice es que incluso alentar al pecador a obedecer la ley moral, ese «no peques más», es tanto como lanzarle piedras a aquella mujer. De hecho, el papa Francisco dice en §298 en la nota 339, citando al papa Juan Pablo II, «En estas situaciones [divorcio y nuevas nupcias], muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir «como hermanos» [i.e. sin intimidad sexual] que la Iglesia les ofrece, destacan que si faltan algunas expresiones de intimidad [i.e. el acto conyugal] «puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole»» (!?) (Juan Pablo II Exhortación apostólica Familiaris Consortio, 22 de noviembre 1981).  ¿Y qué de la fidelidad al primer matrimonio, de hecho, al único que realmente existe? ¿Y qué del bien de esos hijos?

Queridos amigos, en toda la historia de la Iglesia, desde que Jesucristo la fundó en la cruz hasta el papa Francisco, jamás ningún sucesor de san Pedro se había imaginado, y cuanto más proclamado, que fuese posible que una persona, católica o no, se divorciara y se volviese a casar sin escapar  al repudio de Jesús como adúltero. Dejando  a un lado las consideraciones religiosas, más grave aún, son las consecuencias a un nivel natural; sancionar tal posibilidad es un ataque directo al fundamento de la ley natural. Un torpedo a la barca, a la nave trirreme, de san  Pedro —de la Iglesia— es un ataque a los fundamentos de la sociedad humana, del bienestar común y, por lo tanto, afecta negativamente las probabilidades de la supervivencia de la especie humana. 

Nulificar las consecuencias de violar tanto las leyes divinas como las naturales es nulificar las leyes mismas. Imaginen ustedes un niño a quien se le advierte no acometer cierta actividad, y cuando desobedece no hacer nada para corregirlo o castigarlo. ¿Acaso no concluiría, acertadamente, que ese precepto es nulo y vano y que es usted un necio? Esto equivale a un genocidio, a un suicidio universal. Eso es Amoris Laetitia, una condena de muerte a la raza humana firmada y promulgada por el papa Francisco.

Miserere nostri, Domine, miserere nostri! Amén.

P. Michael Johnson, FSSPX (Sermón para el domingo después de la  Ascensión,   8 de mayo de 2016, Nuestra Señora del  Perpetuo Socorro y de san. Andrés; Hampton, Victoria Australia)

[Traducido por Enrique Treviño. Artículo original.]

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Edición en español de The Remnant, decano de la prensa católica en USA

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