APOLOGÉTICA PARA CATÓLICOS I: NADIE PUEDE ELUDIR EL PROBLEMA DE SU MUERTE

Iniciamos una serie de artículos en los que vamos a ir mostrando nuestra traducción del libro Il n’y à qu’un seul Dieu de Daniel Raffard de Brienne, ya fallecido. Esta obra contó con el prefacio del Cardenal Stickler, quien dijo:

«Este tratado de apologética no tiene actualmente equivalente alguno y debería interesar a un público muy amplio, tanto creyente como incrédulo. Es una explicación de la religión católica precisa, simple y concisa pero completa que responde a todas las grandes cuestiones (Dios, la Creación, los orígenes del Hombre, el pecado original, el orden del universo, el alma, Jesucristo, la Iglesia) y se detiene refutando lo esencial de las objeciones que habitualmente plantean las falsas religiones. Cualquier persona que haya leído esta exposición no podrá nunca más decir «no lo sabía».
La apologética consiste en demostrar por la razón la credibilidad de las verdades reveladas. Puede por sí misma conducir a la fe a las almas incrédulas e impedir a las creyentes abrazar peligrosos errores.
Su libro trata este enfoque tratando de llevarlo al alcance de muchos con argumentos simples pero irrefutables, a la vez que utilizáis cuando es necesario los conocimientos más recientes tanto científicos como arqueológicos»



INTRODUCCIÓN
NADIE PUEDE ELUDIR EL PROBLEMA DE SU MUERTE

¿Qué es la apologética?

El acto de fe católica apela a las más altas facultades del alma, puesto que consiste en la adhesión voluntaria de la inteligencia a las verdades reveladas. El alma no se abandona pues, como en el iluminismo, a movimientos internos ni a pulsiones aparentemente externas, a discreción de su sensibilidad o al ritmo de sus pasiones. Sin caer en la piedad del racionalismo, que descarta las realidades sobrenaturales para limitarse a priori al dominio de la sola naturaleza, el alma usa de su razón para explorar todas las verdades que le son accesibles para encontrar los motivos de credibilidad que le llevan a aceptar las que no le son directamente accesibles.

La apologética tiene por objeto guiar al alma en esta búsqueda, es, en efecto, la ciencia que demuestra por la razón la credibilidad y la credentidad de los artículos de la fe católica, exponiendo los motivos por los cuales se puede y se debe creerlos. Puede decirse que se dirige prioritariamente a las almas que no tienen fe o no la tienen muy consistente.

Si se tiene en cuenta la perfecta armonía que reina entre las verdades naturales y las verdades reveladas, así como la misión apologética confiada a la Iglesia, nadie puede extrañarse que la apologética tenga desde los albores del cristianismo un lugar importante en el discurso y en los escritos.Bien entendida, la apologética ha debido adaptarse a los problemas de cada época, no ciertamente modificando el fondo de su contenido, sino respondiendo más especialmente a las necesidades circunstanciales: por ejemplo refutando tal o cual herejía.

Una nueva presentación de la apologética

Es en este espíritu que nos parece es necesario intentar adaptar la apologética a la mentalidad contemporánea. No se trata evidentemente de descubrir una nueva teología para los neocristianos de un mundo teilhardiano en ascensión hacia el punto omega, sino simplemente tener en cuenta el estado actual de una civilización donde se reflexiona poco, donde la inteligencia se nutre sobre todo de alimentos predigeridos, de modas y readers digest, y donde la base de la cultura la proporcionan la televisión, el cine y la publicidad.

Sin sacrificar la exactitud del razonamiento como hace la moda de la simplificación excesiva, a veces caricaturesca, impuesta por la cultura mediático-publicitaria, conviene, pensamos, ir rápidamente a lo esencial en una ruta bien señalizada. Este enfoque tiene el inconveniente de dejar de lado argumentos un poco secundarios, pero sólidos y clásicos, que podrían parecer a nuestros contemporáneos sutiles y superfluos. Nos gustaría sin embargo que tras haber recibido el itinerario que vamos a tratar de trazar, se tomen el tiempo de explorar por sí mismo toda la amplitud argumental que dejaremos de lado.

En el fondo, la gran dificultad que encuentra la apologética en nuestros días es que la mayoría de los hombres no fundamentan ya sus conceptos ni convicciones en el trabajo de su inteligencia. Se limitan a formarse opiniones según su sensibilidad y a vivir según sus pasiones.

Apologética también para los bautizados

La apologética se dirigirá, como siempre, a los hombres que se dispersan sobre vías ajenas a la fe católica: a los que profesan falsas religiones, desviaciones religiosas o filosofías erróneas, así como a los materialistas, ateos y agnósticos.

Pero también se dirigirá, y esto es nuevo, a la masa de los bautizados. Entre ellos muy pocos sostienen su fe en un conocimiento objetivo. Muchos de los más «creyentes», de los más «practicantes», se remiten a un sentimiento subjetivo, a la alegría de una piedad sincera, al calor de las acciones o de las liturgias colectivas, tomando así la religiosidad por la religión, y exponiéndose al riesgo de graves desviaciones.

La fe de la mayor parte de los bautizados no va mas allá. Su actitud religiosa tiene mucho más de una irreligiosidad irreflexiva que de la religiosidad sentimental de los precedentes. La moda de las encuestas, fruto discutible de una moda cuestionable, nos aporta algunos datos muy interesantes. Sabemos por estas que por ejemplo los bautizados franceses se reconocen a sí mismos como católicos, pero estos católicos nos practican sino muy poco de su religión y no creen gran parte de su doctrina. Se sienten extraños  a las verdades sobrenaturales al punto incluso en algunos casos de negar la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. Estos «católicos» son en la práctica materialistas.

Ya sean practicantes de lo que cree la masa, religiosos sentimentales,  o incluso agnósticos o ateos de hecho, estos bautizados tendrían una gran necesidad de recurrir a la apologética, tanto, sino más, que los no bautizados. Pero es necesario que sientan la necesidad, ¿como alimentar a una anoréxica que se deja morir porque no tiene hambre? ¿ De qué pueden servir las respuestas de la apologética a un hombre que no se plantea estas cuestiones?

Una cuestión que nadie puede eludir

Entre su amo, su comida y los paseos habituales, el perro vive según un programa innato adquirido. Este programa le permite adaptarse más o menos a situaciones eventuales no codificadas. El perro puede manifestar pasiones como el miedo, la alegría o la cólera, con las particularidades que le aporta su temperamento individual. Pero hay una cosa que nunca hará: plantearse interrogantes. El perro nunca se preguntará de donde viene, ni a donde va, ni porque él existe, ni porque las cosas son lo que son. No concibe ni percibe más allá de las apariencias inmediatas.

El perro, en efecto, no tiene razón. El hombre sí la tiene. Y esta razón le lleva a escrutar su propia existencia,   a preguntarse sobre todo lo que le rodea. A veces cuando detenemos la atención en cosas tan simples como la brisa sobre las hierbas o la forma de unas piedras, la razón no puede más que encontrar una plétora de motivos para asombrarse y maravillarse. La razón trata de comprender el cómo, y esto es lo que llamamos investigación científica, pero igualmente trata de explicar el porqué lanzándose a la reflexión filosófica y apologética.

Sin embargo es necesario constatar que muchos de nuestros contemporáneos no elevan su pensamiento más allá de las contingencias de lo cotidiano. Las cuestiones que se plantean no van mucho más allá de cuál será su próximo coche o el lugar de vacaciones. Atraviesan la vida sin observar, sin cuestionarse nada. Es muy posible que esto lo hagan más o menos conscientemente porque quieran eliminar todo lo que pueda plantearles inquietud o les reduzca el disfrute inmediato de los bienes materiales.

¿Cómo puede resultar satisfactoria esta búsqueda ciega de placer y comodidad cuanto el tiempo mismo la condena a la fugacidad? El tiempo destruye toda felicidad, toda ilusión de felicidad. El tiempo mata. La vida se aproxima sin cesar a la muerte. Cada uno de nosotros se encuentra constantemente confrontado con la muerte. Como ese amigo que nos dejó de forma prematura o cada familiar que cae, y cuyos cadáveres nos dicen: hodie mihi cras tibi, «hoy yo, mañana tu». Nunca sabemos cuando llegará nuestra muerte, pero llegará ineludiblemente, podría ser hoy, podría ser mañana.

Nadie puede eludir el problema de su muerte. ¿Puede ser la muerte el fin absoluto tal como dicen los ateos? ¿Puede ser que no tengamos forma de saberlo como indican los agnósticos? Antes de adoptar estas opiniones y ahogar nuestros miedos en el carpe diem (disfrutar del día a día), es necesario al menos que estudiemos el problema buscando si hay una respuesta y cuál es. La gran mayoría de los hombres siempre han creído y creen aún que la muerte no es más que el paso de una vida a otra. Nosotros que preparamos tan bien nuestras vacaciones, ¿podemos dispensarnos de prepararnos para esta nueva vida si existe? Pero, de antemano, ¿existe?

La apologética trata de responder a estas cuestiones fundamentales que trataremos de responder en esta obra.

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