Benedicto XV. ¿Un Papa liberal?

Introducción

Yves Chiron ha escrito un interesante libro titulado Benoit XV. Le pape de la paix (París, Pierrin, 2014).

A menudo se oye presentar a León XIII, Benedicto XV y Pío XI como papas “liberales”, “modernizadores” si no incluso “modernistas”[i]. He tratado ya la cuestión relativa a León XIII y Pío XI, en este artículo trato la figura del papa Benedicto XV y sus relaciones con el modernismo porque el libro de Chiron da un enfoque perfecto de la personalidad, la vida, las obras y el pensamiento de este Papa.

Méritos y debilidades del papa Della Chiesa / visión de conjunto

Ante todo se debe rendir honor a Benedicto XV por haber comprendido y expresado con fuerza que la Primera Guerra Mundial habría sido “una terrible carnicería, que habría deshonrado a Europa” (28 de julio de 1915), y habría sido “el suicidio de la civilización europea” (4 de marzo de 1916). No se puede no darle la razón vista la situación que se creó en el Viejo Continente especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, que fue la continuación de la Gran Guerra.

Después de la Guerra, el Papa intentó pacificar a las Naciones atormentadas por el conflicto, por las posteriores luchas ideológicas y por las protestas sociales como la anarquía, el socialismo y el comunismo, que en aquellos tiempos hacían estragos en Europa sostenidos por la URSS leninista. Finalmente, el papa Della Chiesa intentó reconciliar con la Iglesia a las dos Naciones, una vez catolicísimas (Francia e Italia), que, movidas por el laicismo liberal/masónico, habían roto en sus vértices las relaciones con Ella en el pasado, y además defendió inmediatamente, al principio casi él solo, a Armenia, víctima del genocidio turco.

Las reacciones de las Naciones europeas secularizadas fueron, sin embargo, muy desagradables en relación con el Papa. El gobierno de la Italia del Risorgimento y masónica le llamó “Maldito XV” por oposición al nombre “Benedicto” y Francia lo llamó “Pape boche[ii]”, León Bloy “Pilato XV” (Les On-Dit, 26 de septiembre de 1917) e Inglaterra “operario de paz alemana”. Incluso el padre dominico francés Antonin Sertillanges, el 1 de diciembre de 1917, en un sermón público en la iglesia de Santa María Magdalena en París, ante el Arzobispo de París y otros Obispos y representantes del gobierno dijo: “Santo Padre, no podemos acoger vuestras invitaciones a la paz, antes bien, estamos dispuestos a conducir a nuestro enemigo a la angustia, esta es la única lección que podemos escuchar”. Muchos Obispos franceses, comprendido el Arzobispo de París, estuvieron de acuerdo con las palabras del p. Sertillanges (cfr. Y. Chiron, op. cit., p. 223 ss.). Finalmente, el embajador francés en Roma, Camille Barrère, calificó a Benedicto XV un “agente alemán” y “estaba convencido de que una campaña conducida contra él en este tema le habría obligado a abdicar”… (L. Noel, Revue d’histoire diplomatique, 1980, n. 1-3. p. 51)[iii].

Sin embargo, es necesario advertir que, después de la amarga lucha anti-modernista conducida por San Pío X, Benedicto XV dulcificó la represión del modernismo y de los modernistas, aun sin dañar la enseñanza integral de la verdad. En este caso no me parece que se pueda hablar de liberalismo o filo-modernismo del papa Della Chiesa, sino de una actitud de gobierno menos rígida y objetivamente, sobre todo con retrospectiva, habiendo hoy el modernismo ocupado la Iglesia e incluso su vértice a partir de Juan XXIII, con menos visión de futuro y menos buena que la del papa Sarto respecto a la lucha antimodernista. En pocas palabras, entre los dos Papas existe una diferencia accidental de intensidad en la lucha contra el modernismo y no una diferencia sustancial de doctrina como, en cambio, sucedió a partir de Juan XXIII, que inició una “pastoral”[iv] en ruptura con la Tradición apostólica y el Magisterio tradicional de la Iglesia[v].

La persona y la vida (21 de noviembre de 1854 – 22 de enero de 1922)

Giacomo Della Chiesa nació en 1854, no se sabe muy bien si en Génova ciudad o en Pegli, cerca de Génova. Comúnmente se considera que nació en Génova. Su aspecto físico es descrito perfectamente por Chiron. El Papa era “casi desgraciado físicamente, se le llamaba con el sobrenombre de il piccoletto / el pequeñito, […] a los tres años se enfermó de una grave forma de  deterioro orgánico, del cual sanó pero que dejó en él una cierta influencia, era ligeramente cojo, sólo de 1,60 m de altura, tenía los hombros un poco curvados y un estrabismo notable agravado por una fuerte miopía […], pero estaba dotado de una discreta rapidez de razonamiento” (op. cit., pp. 11 y 18).

A los 12 años expresó su deseo de hacerse sacerdote, pero su padre no le dio inmediatamente el placet y quiso que se licenciase y después decidiera continuar en su idea primitiva o cambiar de estado de vida. Por tanto, después de acabar el liceo clásico en 1871, se inscribió en la facultad de Derecho de la Universidad de Génova y fue un estudiante modelo, pero también un militante católico muy activo y fundó allí un pequeño círculo llamado “Figlioli di Pio IX / Jóvenes de Pío IX”. El 3 de octubre de 1875 se licenció con una nota de 69/70.

Como permanecía firme en su decisión de hacerse sacerdote se dirigió a Roma para realizar los estudios eclesiásticos y entró en el Colegio Capránica yendo a clase a la Universidad Gregoriana, donde tuvo como profesores al p. Antonio Ballerini y al p. Camillo Mazzella, futuro Cardenal, firme tomista y profesor de Teología dogmática, colaborador de León XIII en el renacimiento del neotomismo a continuación de la Encíclica Aeterni Patris de 1878 e inspirador de la Carta Testem benevolentiae (1899) con la que el papa Pecci condenó el Americanismo o modernismo ascético[vi].

El joven Giacomo recibió una sólida formación tomista, que le llevó como Papa, en marzo de 1916 a la promulgación de las XXIV Tesis del Tomismo solicitadas ya por San Pío X al gran filósofo jesuita el p. Guido Mattiussi, de la Universidad Gregoriana. Del mismo modo, como Papa promulgará el CIC en 1917, trabajo que había empezado San Pío X a partir de 1904, sirviéndose de grandes expertos del Derecho eclesiástico: el card. Vives y Tuto, el card. Felice Cavagnis y el card. Gasparri, coadyuvado por el joven mons. Eugenio Pacelli[vii].

El 21 de diciembre de 1878, Giacomo Della Chiesa fue ordenado sacerdote en la basílica de San Juan de Letrán. El año siguiente entró en la Academia de los Nobles Eclesiásticos, que ahora se llama Academia Pontificia Eclesiástica, situada en la plaza de la Minerva, en 1880 se doctoró en Derecho Canónico en dicha Academia y en 1881 fue nombrado profesor de “Estilo diplomático” en la misma Academia.

España: secretario del Nuncio Rampolla y el caso de un célebre libro

En el Capránica conoció a mons. Mariano Rampolla del Tindaro, el futuro Secretario de Estado de León XIII, que en 1882 fue nombrado Nuncio Apostólico en Madrid y llevó consigo al joven Giacomo Della Chiesa como su secretario particular.

En España don Della Chiesa fue no sólo un fiel secretario del Nuncio Apostólico, sino también un “sacerdote caritativo, siempre dispuesto a dar limosna a los pobres” (Y. Chiron, op. cit. p. 44).

En 1844, un sacerdote español, don Félix Sardá y Salvany, había publicado un célebre libro titulado El liberalismo es pecado. Este libro fue denunciado a la Sagrada Congregación del Indice como una crítica directa a la “política” del papa León XIII y de su Secretario de Estado el card. Rampolla del Tindaro, pero el 10 de enero de 1887, la Congregación romana respondía: “el libro de don Sardá y Salvany merece ser alabado porque expone y defiende la sana doctrina”.

Don Sardá había comprendido muy bien que el Papa 1º) desarrollando su “ministerio diplomático/político” con las Naciones debe mantener, si le es posible, relaciones con todos los Gobiernos, comprendidos aquellos hostiles a la Iglesia; 2º) pero en el “ministerio apostólico” debe propagar la Fe y sostener la salvación de las almas, sin hacer ninguna concesión al liberalismo, permaneciendo intolerante e intransigente (El liberalismo es pecado, cap. 30).

En la Secretaría de Estado en Roma

En 1887, mons. Rampolla fue vuelto a llamar a Roma para sustituir al anciano Secretario de Estado de León XIII, el card. Jacobini, que acababa de morir, y el joven don Giacomo le siguió. Como Rampolla fue muy criticado e incluso acusado no sólo de ser liberal sino incluso masón, estas acusaciones persiguieron, al menos en parte, también a su joven secretario don Giacomo Della Chiesa. “En realidad, Rampolla no fue en absoluto liberal. Fue un intransigente y un ultramontano. León XIII y Rampolla tenían las mismas ideas y puntos de vista. El Papa Pecci publicó numerosas Encíclicas intransigientes y antiliberales. […]. Estas Encíclicas no estaban en contraste con la acción diplomática del Papa y de su Secretario de Estado, según los cuales entre religión y política no puede subsistir separación, sino cooperación subordinada” (Y. Chiron, op. cit., p. 48).

Don Della Chiesa fue nombrado Monseñor y minutante (redactor) en la Secretaría de Estado. Su imagen característica es similar a la de su juventud: “pequeño, curvado, indeciso y nervioso, casi trepidante, pero rico en dones intelectuales excepcionales y de gran energía”. (Y. Chiron, op. cit., p. 49).

León XIII, en 1887, tuvo que precisar el significado de un discurso pronunciado el 23 de mayo durante un Consistorio, en el cual se alegraba de que en Alemania le había sido devuelta a la Iglesia la plena libertad de hacer apostolado. En Italia dicho discurso fue malinterpretado y deliberadamente interpretado como una afrenta al Gobierno italiano, que estaba en curso de colisión con la Iglesia a partir de 1870. León XIII precisó que el Papa reivindicaba la soberanía temporal no por ambición política, sino como una garantía verdadera y eficaz de su independencia y de su libertad. La aclaración del Papa fue continuada por una larga nota de Rampolla enviada a todos los Nuncios Apostólicos el 22 de junio, que tiene un tono todavía más firme que la precisación escrita por el Papa. Sin embargo, como en Italia el mundo católico no estaba muy unido respecto a la actitud que debía tener frente al Estado, mons. Giacomo Della Chiesa fue encargado de visitar a alrededor de 40 Arzobispos italianos.

Mons. Della Chiesa se dirigió a Florencia y le dijo al Arzobispo que, según el Papa, “no habría podido existir reconciliación entre el Estado italiano y el Papado hasta que la soberanía de la Santa Sede no hubiera sido reconocida y Roma un hubiera sido devuelta al Sumo Pontífice”. El Arzobispo florentino estuvo plenamente de acuerdo[viii]. En cambio, en Turín, el Arzobispo le explicó que la mayoría de la población turinesa era leal a la Casa de Saboya y el Papa no quedó satisfecho porque constataba que muchos Obispos eran poco combativos y la resignación prevalecía sobre el espíritu de reacción. Mons. Della Chiesa pudo darse cuenta, en sus numerosas visitas a las Diócesis italianas, de que en muchas ciudades de Italia, en ese momento, la masonería tenía más influencia que las asociaciones católicas y esto le desagradó mucho (Y. Chiron, op. cit., p. 57), pero en el centro-sur de Italia encontró un consenso mucho más vasto sobre la necesidad de que el Papa reconquistara su poder temporal para desarrollar mejor su apostolado espiritual. El informe de mons. Della Chiesa a Roma, además de narrar estos hechos concluía amargamente que “la Revolución y las sectas, sobre todo la masonería, tras haber destruido el poder temporal del Papa, tomaron la dirección de la vida pública italiana sustrayéndola a la Iglesia” (Y. Chiron, op. cit., p. 59).

En 1901, mons. Della Chiesa fue nombrado sustituto de la Secretaría de Estado y consultor del Santo Oficio. “Al mismo tiempo, mons. Pietro Gasparri fue nombrado secretario de la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios. Con Rampolla y Della Chiesa formará, en la Secretaría de Estado, un trío que operaba con el mismo espíritu. Mons. Della Chiesa era entonces el colaborador más íntimo del card. Rampolla y era recibido con cierta frecuencia por León XIII” (Y. Chiron, op. cit., p. 65).

Voces sin fundamento

En los últimos años del Pontificado de León XIII, se planteó el problema modernista sobre todo a partir de Francia, donde en 1902 don Alfred Loisy publicó El Evangelio y la Iglesia, que fue condenado por el Arzobispo de París en 1903. La Congregación del Indice había comenzado a examinar las obras de Loisy. Sin embargo, León XIII llegado a los 93 años al final de su larga vida (que terminó el 20 de julio de 1903) no pudo afrontar con prontitud este nuevo error como había hecho en 1899 con el Americanismo.

Del Cónclave salió el nuevo Papa: el card. de Venecia Giuseppe Sarto, que tomó el nombre de Pío X. Se sabe que estaba a punto de ser elegido el card. Rampolla, pero Austria puso su veto ya que lo consideraba “francófilo”.

“Algunos autores proponen otra razón del veto: ¡el card. Rampolla habría sido masón! Semejante afirmación, sin embargo, no se encuentra ni en los informes diplomáticos de la época ni en los escritos de los participantes en el Cónclave, ni siquiera en las obras de los integristas del Sodalitium Pianum de mons. Umberto Benigni, que fue siempre un fiel discípulo y admirador de León XIII, del cual Rampolla fue el más estrecho colaborador. Sólo después del Pontificado de San Pío X este rumor comenzó a extenderse. Si en 1903 hubiese existido la mínima sospecha al respecto el Papa Sarto habría retirado al card. Rampolla de todo cargo. Ahora bien, si a la muerte de León XIII perdió el de Secretario de Estado, mantuvo todos los demás y obtuvo nuevos. […]. El card. Rampolla permaneció siendo, en efecto, miembro de cinco Congregaciones y fue nombrado Arcipreste de la basílica de San Pedro, pero se retiró voluntariamente de los asuntos cotidianos de la Curia y se instaló en Santa Marta. […]. En todo caso permaneció siendo un colaborador leal del nuevo Papa y de su Secretario de Estado. Mientras Gasparri y Della Chiesa fueron confirmados en sus funciones en la Secretaría de Estado” (Y. Chiron, op. cit., pp. 77 y 79)[ix].

En 1907, San Pío X nombró a mons. Della Chiesa Arzobispo de Bolonia. “Se ha dicho que este nombramiento fue hecho para alejarlo de Roma a causa de las divergencias políticas entre el Secretario de Estado card. Rafael Merry del Val y su sustituto mons. Della Chiesa, pero en la extensa carta que este último dirigió al primero el día sucesivo a su nombramiento canónico para Bolonia se lee todo lo contrario. El narra en ella el encuentro que tuvo con el Papa, el cual le elogió vivamente y dijo que lo enviaba a Bolonia ya que tenía necesidad de buenos Obispos. […]. San Pío X, el 22 de diciembre, consagró personalmente Obispo a mons. Della Chiesa y, como hecho excepcional, participó en el banquete ofrecido por el nuevo Arzobispo” (Y. Chiron, op. cit., p. 94).

En el Consistorio del 27 de noviembre de 1911, San Pío X nombró 19 Cardenales, pero no estaba entre ellos el Arzobispo de Bolonia. Habían pasado en ese momento 6 años de su nombramiento arzobispal y alguno dijo que este retraso hasta el final de la púrpura cardenalicia a mons. Della Chiesa fue debido a la oposición del card. Merry del Val, que lo consideraba poco vigilante frente a los modernistas (Y. Chiron, op. cit., p 115).

En efecto, en Bolonia mons. Della Chiesa había manifestado una cierta indulgencia hacia L’Histoire ancienne de l’Eglise de mons. Duchesne, que había sido puesta en el Indice, pero que había sido impresa con el Imprimatur del Maestro del Sacro Palacio.

Sin embargo, durante el último Consistorio de su vida, el 25 de mayo de 1914, alrededor de tres meses antes de morir, San Pío X nombró Cardenal a mons. Della Chiesa, que será elegido Papa a la muerte de San Pío X, el 3 de septiembre, con el nombre de Benedicto XV[x].

La Primera Guerra Mundial

Alrededor de dos meses después de su elección al Sumo Pontificado (3 de septiembre de 1914) estalló la Gran Guerra, en la que participará también Italia, pero a partir de 1915. El Papa hizo de todo para permanecer por encima de las partes como padre espiritual de todos, para evitarla y para disminuir sus consecuencias, pero en vano[xi].

Benedicto XV eligió como Secretario de Estado suyo al card. Ferrata, que murió un año después y fue remplazado por el card. Pietro Gasparri.

El 1 de noviembre de 1914, Benedicto XV promulgó su primera Encíclica, Ad Beatissimi, que tenía dos temas principales: 1º) la Gran Guerra, que habría afectado a todas las Naciones europeas y era vista como un “flagelo con el cual Dios castiga los pecados de la humanidad”; 2º) el modernismo, que había esparcido al cizaña dentro de la Iglesia.

Cuando Italia entró también en guerra, el Papa quedó muy entristecido al haber él dado muchos pasos hacia el gobierno austriaco y hacia el italiano para impedir la entrada en guerra de Italia[xii].

Otras dos Encíclicas de Benedicto XV han pasado a la historia. La primera es la Spiritus Paraclitus, de 1920, relativa a la Sagrada Escritura. Esta, junto a la Providentissimus de León XIII (1893) y a la Divino afflante Spiritu de Pío XII (1943), es una magnífica Suma de ciencia bíblica[xiii]. La otra es la Fausto appetente die, de 1921, sobre la importancia y la actualidad de la doctrina filosófico-teológica tomista.

La importancia del Imperio austriaco para la Iglesia

El Papa, como Pastor de almas, estaba por encima de las partes, pero veía perfectamente que el Imperio Austro-Húngaro era el último Imperio católico y, en caso de derrota, las consecuencias habrían sido catastróficas para lo que quedaba aún de la Cristiandad y también para la Iglesia y su misión hacia las almas (Y. Chiron, op. cit., p. 158).

El Imperio Austro-Húngaro era objetivamente –aun con todos los límites que toda institución humana lleva necesariamente consigo– la última potencia católica europea y mundial. La Iglesia se habría encontrado circundada por potencias abiertamente hostiles: por el oeste la Italia liberal-masónica, Francia idem, la Inglaterra protestante, masónica y fuertemente filo-judía por no hablar de los USA, que en 1917 entraron en guerra contra el Imperio Austro-Húngaro y que poco a poco se convertirían en la primera potencia mundial enteramente en manos del protestantismo, de la masonería y del judaísmo post-bíblico, mientras que por el este la Iglesia habría sido fuertemente combatida y perseguida por el bolchevismo soviético. Todo ello no podía dejar indiferentes al Papa y a su Secretario de Estado. Cuando se habla de “nostalgia del Imperio”, dando a esta perícopa un valor sentimental y negativo, sería necesario más bien emplear la expresión más realista y positiva de “dolor por haber perdido el último muro de defensa temporal”, que aseguraba a la Iglesia una cierta libertad de acción apostólica espiritual y social.

También al card. Gasparri le disgustaba el fin del Imperio, que habría podido “formar una potencia de orden social y religioso para resistir contra la subversión que avanzaba en Europa”[xiv].

A pesar de ello, después de la guerra, la Santa Sede –aun apoyando con mucha discreción a Carlos I de Austria[xv]– tuvo que intentar evitar lo peor estableciendo relaciones diplomáticas con las nuevas Naciones nacidas de la “paz de Versalles”, enviando a los Nuncios Apostólicos a las nuevas Capitales surgidas del mapa geográfico dibujado en Versalles, que, según Benedicto XV, parecía “elaborado por un loco” (Y. Chiron, op. cit., p. 249). La Segunda Guerra, que fue la continuación de la Primera a causa de Versalles, le da la razón completamente, como había entrevisto claramente el card. Gasparri en febrero de 1920 (Y. Chiron, ivi).

El genocidio de los Armenos

En 1914, un poco antes de la Gran Guerra, el Imperio Otomano puso en acto la tentativa de exterminar al pueblo armeno, matando a alrededor de 1 millón y medio de los 2 millones de armenos[xvi]. Benedicto XV protestó vivamente en medio de la indiferencia general de las Naciones europeas.

La actividad diplomática de Benedicto XV tuvo no obstante un notable éxito. En efecto, durante su Pontificado, la Iglesia retomó los contactos diplomáticos con Inglaterra, con el Principado de Mónaco, con Holanda, con Francia, con Japón, con Portugal, con Brasil, con Finlandia, con Perú y con los Estados de Europa central y balcánica[xvii].

La revolución bolchevique y el sionismo

En febrero de 1917, el Zar abdicó. En Rusia, el Zarismo controlaba directamente la Iglesia ortodoxa y había obstaculizado el desarrollo del catolicismo. La caída de Nicolás II pareció en un primerísimo momento abrir un espacio de libertad para los católicos rusos. También el Imperio Otomano comenzaba su declive y empezaba a perder el control del Medio Oriente: para la Iglesia católica se podía abrir otra puerta. Desgraciadamente, sin embargo, Rusia se convertirá en atea y materialista e impedirá toda forma de culto religioso y Turquía será remplazada en Medio Oriente por Gran Bretaña, que dará vía libre (en 1948) a la creación del Estado de Israel en 1917 y en 1922, con grave detrimento para los Palestinos y para el Catolicismo.

Es necesario advertir que la atención del todo particular que la Santa Sede tenía por la Tierra Santa es tan antigua como la historia de la Iglesia. En efecto, en Palestina nacieron Jesús, la Virgen, los Apóstoles y allí comenzaron a predicar a Jesús Resucitado para después ir al mundo entero. Ya en el 300 d. C. la reina Elena, la madre del Emperador Constantino, fue a visitar Tierra Santa y llevó numerosas reliquias a Roma. Por tanto, la Iglesia no podía ver con buenos ojos las concesiones de Inglaterra al movimiento sionista de Teodoro Herzl, con las que se reconocía un cierto derecho de propiedad a los judíos sobre Palestina, que habían abandonado desde hacía alrededor de 1900 años. La posición de la Santa Sede está perfectamente compendiada en la respuesta que San Pío X dio a Herzl el 26 de enero de 1904: “No podemos favorecer la vuelta del judaísmo a Tierra Santa, que fue santificada por la vida de Jesús. En cuanto Cabeza de la Iglesia, es todo lo que puedo decir. Los judíos no reconocieron a Jesús, Nos no podemos reconocer al pueblo judío” (T. Herzl, The Complete Diaries, New York-London, 1960, t. IV, p. 1061).

Benedicto XV se inquietó por la Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917. En marzo de 1919, en el Consistorio, el Papa habló pública y abiertamente de sus preocupaciones sobre el futuro de Tierra Santa diciendo que “conceder una situación privilegiada a los israelitas en Palestina significaría golpearnos cruelmente, en efecto, se concederán los santos lugares del Cristianismo a quien no es en absoluto cristiano” (Alocución Consistorial, 14 de marzo de 1919, en Actes de Benoit XV, 3 voll., Paris, 1924-1926, vol. II, p. 450).

La Santa Sede tenía pruebas a partir de los hechos de que el sionismo era apoyado por el poder de las altas finanzas, de la prensa y de la política judía mundial. Téngase presente que entonces el secretario de Georges Clemenceau (1841-1929), Jefe de gobierno francés, era un israelita, como lo era el secretario de lord David Lloyd George (1863-1945), Primer ministro de Gran Bretaña, y el secretario de Presidente estadounidense Thomas Woodrow Wilson (1856-1924)[xviii].

El card. Gasparri, en una entrevista al Petit Parisien del 3 de abril de 1919, declaró abiertamente que esperaba que Jerusalén no habría hecho parte de la “nueva nación sionista” (como sucedió en 1948) y que, por lo menos, “Jerusalén debería ser internacionalizada”. Dos días después (5 de abril), Gasparri declaró a Carlo Monti que “el Papa está muy preocupado por la presión ejercida por los sionistas para tener Palestina, sólo nos faltaría que los Santos Lugares caigan de nuevo en manos de los judíos”[xix]. La política constante de Benedicto XV y de Gasparri se dirigirá a dotar a Jerusalén de un Estatuto Internacional con la finalidad de que no fuese controlada ni por los israelitas ni por los árabes musulmanes.

Cuando Inglaterra obtuvo en 1919 el protectorado exclusivo de Palestina, el primer Alto Comisario nombrado por ella fue sir Herbert Samuel, judío de confesión israelita. El Patriarca latino de Jerusalén mons. Barlassina se disgustó vivamente y dijo: “Las altas finanzas inglesa y americana, casi totalmente en manos de los judíos, ha impuesto un gobierno inglés como Protectorado para Tierra Santa, algo que sería inaceptable para cualquier Nación cristiana”[xx]

El Papa recibió a sir Herbert Samuel en audiencia privada, pero dijo a Carlo Monti que sus intentos por tranquilizarle no lo convencían en absoluto[xxi].

Benedicto XV, en la Alocución Consistorial del 13 de junio de 1921, reafirmó una vez más su desconfianza hacia la política llevada en Tierra Santa porque “la situación de los cristianos muy lejos de mejorar se ha hecho todavía más dificultosa que antes. Las nuevas instituciones que desarrollan la función de Protectorado en Palestina favorecen al elemento judío y una transformación que despoja a los Santos Lugares de su carácter sagrado para los cristianos”[xxii].

El pretendido bolchevismo de Benedicto XV

En febrero de 1917, la Rusia zarista había caído y con ella la supremacía cismática ortodoxa. La Iglesia romana podía, inicialmente, esperar obtener de este acontecimiento una mayor libertad de apostolado en el inmenso territorio ruso.

Fue así que, “aun interviniendo para salvar la vida al Zar Nicolás II y a su familia”, el Papa intentó tomar el pulso a la nueva situación para ver si “la libertad religiosa proclamada por el nuevo gobierno ruso podía ser una ocasión real para el apostolado de la Iglesia romana y los hechos, en los primeros momentos, parecían dar razón a la esperanza” (Y. Chiron, op. cit., p. 274) dado que el catolicismo había sido confinado a un gueto y reducido a “una confesión religiosa periférica” por los Zares.

Alguno gritó incluso “¡Papa soviético!”. Nada más inexacto e irrealista. El filocomunismo del Papa es análogo a su pretendido filomodernismo.

En efecto, Benedicto XV pudo nombrar en julio de 1917 a mons. Ropp como Arzobispo de Mohilev, que estaba vacante desde 1913. También después de la toma del poder por parte de los bolcheviques en octubre/diciembre de 1917, contrastada por una guerra civil acabada solamente en 1920, la cual retardó en muchas zonas la aplicación de las leyes ateas bolcheviques, se esperaba todavía que la separación entre la iglesia ortodoxa y el Estado, proclamada en enero de 1918, habría abierto las puertas a la Iglesia católica. Pero la desilusión llegó pronto. Ya en los primeros días de enero de 1918, mons. Ropp escribía al Papa que la anarquía había invadido el Estado y el ánimo del pueblo y que, en las regiones controladas por los bolcheviques, los católicos como los ortodoxos eran perseguidos[xxiii].

En enero de 1919, el card. Gasparri[xxiv] tuvo que reconocer que el bolchevismo era más fuerte de lo que se había pensado en Roma. En aquellos tiempos las comunicaciones no eran tan rápidas como en nuestros días. Esto (y no el filo-bolchevismo de Benedicto XV) explica la esperanza mal respondida de 1917 a 1919 (cuando todavía había una resistencia armada antibolchevique en Rusia) en la posibilidad de que el nuevo gobierno diese al apostolado católico en Rusia.

En 1919, el Vaticano tenía clara la visión de la realidad en Rusia: se había caído de la olla a las brasas, ¡y qué brasas!

“El 7 de febrero de 1919, dos dignatarios ortodoxos lanzaron una llamada a Benedicto XV. Le avisaron de las masacres perpetradas por los bolcheviques también hacia religiosos y religiosas. El Papa respondió enviando un telegrama a Lenin para que hiciese cesar las persecuciones religiosas” (Y. Chiron, op. cit., p. 275). Cuando, en abril de 1919, los bolcheviques arrestaron a mons. Ropp, el Papa envió un segundo telegrama a Lenin para pedir su liberación; en efecto, algún mes más tarde fue dejado libre, pero le fue prohibido todo apostolado y fue puesto en “arresto domiciliario”. Tuvo que intervenir mons. Achille Ratti, Nuncio Apostólico en Polonia, para obtener la plena liberación.

Sin embargo, en 1919, no se podía todavía entrever la pretensión totalitaria, mundialista, ferozmente perseguidora del cristianismo e “intrínsecamente perversa” (Pío XI, Encíclica Divini Redemptoris, 1937) del Comunismo soviético, que, en Rusia, se esforzaba todavía en derrotar las últimas fuerzas zaristas levantadas en guerra civil contra él. Benedicto XV declaró al barón Carlo Monti, hacia finales de 1919, que una Encíclica sobre el Comunismo en general y no sobre el soviético estaba en gestación[xxv].

En 1920, Rusia, después de cerca de 5 años de guerra mundial y de la revolución bolchevique, fue asolada por una gran carestía[xxvi]. El Papa, el 5 de agosto de 1921, en una Carta enviada al card. Gasparri para que fuera transmitida por la Secretaría de Estado al mundo entero, pedía a cada cristiano que saliera en ayuda del pueblo ruso “víctima de una de las más terribles catástrofes de la historia”[xxvii].

También aquí alguien ha querido ver una actitud filo-bolchevique del Papa, pero no es necesario si quiera responder a ciertas insinuaciones totalmente peregrinas.

En enero de 1922, los primeros auxilios alimentarios de la Santa Sede (29 vagones de cereales, para lo que antes de la guerra y de la revolución comunista era “el granero de Europa”) llegaron finalmente a Rusia. Las autoridades soviéticas hicieron saber que estaban dispuestas a negociar con la Santa Sede las condiciones de una misión católica en Rusia y los coloquios entre las dos partes comenzaron en Roma entre mons. Pizzardo y Vorovsky, el representante de la URSS en Italia, pero Benedicto XV murió antes de ver su inicio efectivo, que tendrá un seguimiento con Pío XI (enviado como Nuncio Apostólico a Polonia en 1918 por Benedicto XV).

La lucha contra el modernismo y la disolución del “Sodalitium Pianum”

Es cierto que, ya de Arzobispo de Bolonia, el papa Della Chiesa condenó el modernismo, aunque de manera menos fuerte que San Pío X. Sin embargo, no es verdad que desaprobara la acción del papa Sarto, sino sólo los excesos de algunos elementos del movimiento católico integral, excesos objetivamente no imputables a su fundador mons. Umberto Benigni[xxviii], pero que sembraban la confusión en ambiente eclesial tomando como modernistas a quienes no lo eran. En la Positio del Proceso de Canonización de Pío X, un Obispo jura haber oído de la boca de Benedicto XV las siguientes palabras: “Cuando era Obispo, pensaba que el mal modernista no era tan peligroso como nos era presentado. En cambio, ahora como Papa, me doy cuenta de su enorme gravedad”. La posición de este Papa, por tanto, es muy distinta de la del card. Gasparri, que durante el Proceso de Canonización, dio testimonio contra San Pío X como fomentador de las discordias causadas por algunos integristas[xxix].

Incluso el card. Merry del Val, Secretario de Estado de Pío X y promotor del movimiento integrista, estaba convencido de distender el clima que se había creado en la Iglesia a causa de algunas personalidades objetivamente excesivas en la lucha antimodernista (Y. Chiron, op. cit., p. 283).

Se pude, por tanto, afirmar que Benedicto XV continuó la lucha del papa Sarto contra el modernismo en cuanto a la sustancia, aun mitigándola en cuanto al modo o a los procedimientos[xxx].

En su primera Encíclica (Ad Beatissimi, 1 de noviembre de 1914), Benedicto XV elogiaba como uno de los “beneficios” del Pontificado de Pío X la defensa de la fe contra la herejía modernista: “Pío X ha despejado la enseñanza de las Ciencias Sagradas del peligro de novedades temerarias”. Además, Benedicto XV renovó la condena del modernismo calificándolo como “error monstruoso”, reconoció que no había sido totalmente sofocado e invitó a evitar incluso “sus tendencias y su espíritu”.

“Benedicto XV fue un defensor de la Tradición, pero quiso que cesaran las sospechas antes que la Autoridad eclesiástica se hubiera pronunciado definitivamente. Antes que la Santa Sede hubiera decidido algo sobre este asunto, según el Papa, se debía abstener de proferir toda insinuación que pudiese herir gravemente la caridad. En pocas palabras, el Papa quería hacer cesar las discordias entre los católicos y evitar que personas privadas se erigieran como maestros en la Iglesia” (Y. Chiron, op. cit., p. 286).

Como escribió acertadamente Emil Poulat, “algunos de los integristas más encendidos no eran nombrados, pero eran advertidos, sin ser condenados”[xxxi].

Fue sobre todo Gasparri el acérrimo enemigo del Sodalitium Pianum y de mons. Umberto Benigni. Pero la figura de Gasparri, aun habiendo colaborado durante varios años con el papa Della Chiesa, no es idéntica a la de Benedicto XV. En efecto, mientras que Gasparri se excedió en su aversión contra el integrismo en sí y también contra Pío X, Benedicto XV intentó solamente evitar todo exceso por parte de los integristas más encendidos y por parte de los católicos liberalizantes como lo fue Gasparri. En pocas palabras, no condenó el catolicismo integral en sí mismo, sino los excesos de algunos de sus miembros.

El Sodalitium Pianum no fue suprimido inmediatamente por el Papa. En 1915 fueron aprobados sus nuevos estatutos por el card. Da Lai, pero su actividad no tenía ya la misma amplitud de la que había tenido durante el Pontificado de Pío X. Es cierto que el card. Gasparri tenía antipatía a mons. Benigni y a su obra[xxxii], pero sólo cuando en los últimos meses del Pontificado del papa Della Chiesa, en mayo de 1921, se hicieron circular documentos del Archivo del Sodalitium Pianum encontrados en Bélgica durante la Gran Guerra, la Sagrada Congregación del Concilio abrió una investigación y, en noviembre de 1921, el Papa, de acuerdo con mons. Benigni[xxxiii], juzgó oportuno hacer cesar la actividad del Sodalitium Pianum.

Sin embargo, es necesario advertir honestamente que la atmósfera había cambiado mucho en el Vaticano y favorablemente para los modernizantes: el p. Genocchi, alejado de la enseñanza bajo el Pontificado Piano, se alegró de ello en una carta escrita al protestante ultraliberal Paul Sabatier en diciembre de 1914; mons. Duchesne dejó de ser puesto en estado de vigilancia y, aunque en 1912 sus 3 volúmenes de la Historia de la Iglesia antigua habían sido puestos en el Indice, se hizo amigo de Benedicto XV; don Lanzoni (el Duchesne italiano) se convirtió en prelado; en 1915 el Obispo de Vicenza suprimió dos diarios ardientemente antimodernistas de su Diócesis con el placet del Papa.

Por otro lado, Benedicto XV se opuso a que las obras del p. Laberthonnière, puestas en el Indice en 1916, fueran rehabilitadas; en 1917 la Historia del Cristianismo de mons. Ernesto Buonaiuti fue condenada y en 1918 fueron condenados los dos libros sobre San Agustín del mismo Autor; en 1920 fue condenada la Vita di Fogazzaro de Tommaso Gallarati Scotti, que tan nefasta influencia ejerció en Giuseppe Roncalli y Giovanni Battista Montini. Finalmente, el papa Della Chiesa fue inamoviblemente firme en la condena del “Consejo Ecuménico de las iglesias”, nacido en ambiente protestante, y de las Conferencias ecumenistas surgidas inmediatamente después del final de la Gran Guerra. Hacia finales de 1917 un pastor luterano de Uppsala lanzó la idea de una “conferencia ecumenista y para la unidad espiritual de los cristianos”. La Santa Sede, el 19 de junio de 1918, rechazó categóricamente estos proyectos y reafirmó que “la Iglesia romana es la única garante de la Unidad de los cristianos y ora por el retorno de los disidentes a-católicos a esta Unidad”[xxxiv].

Yves Chiron reconoce también que el Papa no entorpeció para nada, en el campo doctrinal, la obra del Santo Oficio dirigido por el card. Merry del Val desde 1914 a 1930, aunque en el “caso Semeria” fue demasiado dúctil.

Conclusión

Entre el Pontificado de Benedicto XV y el de Pío X no hubo ruptura, sino un cambio de método y de espíritu, debido en parte a la formación y a la personalidad de Benedicto XV (muy diferente de la de Pío X) y en parte a algunos excesos de celo de algún colaborador de mons. Umberto Benigni, que no descalificaron su obra en sí misma, pero desvirtuaron su futura acción y eficacia: “todo exceso es un defecto”.

Ciertamente el papa Della Chiesa no tuvo el espíritu fuertemente combativo de Pío X contra el error modernista ni la agudeza teológica contrarrevolucionaria y antijudía/masónica de León XIII, pero no por esto se puede afirmar que fue un Papa “liberal”. ¡No! Su doctrina es íntegramente católica, su gobierno de la Iglesia estuvo totalmente finalizado al bien y al triunfo de la Iglesia de Cristo, aunque los métodos empleados por él están influenciados por su formación jurídica y diplomática. Nada más y nada menos. Su Magisterio es plenamente tradicional, aunque no paragonable a la agudeza penetrante del papa Sarto y a la magnificencia, amplitud y profundidad de León XIII y de Pío XI. Su persona podría ser paragonada, mutatis mutandis, a la de Pío XII, fino jurista y diplomático (enviado por Benedicto XV a Alemania como Nuncio Apostólico en 1917), que tuvo que hacer frente a una guerra mucho más trágica que la Primera Guerra Mundial, aunque las diferencias entre los dos Papas son notables. La personalidad de Pacelli sobrepasa a la de Della Chiesa como la situación que tuvo que afrontar el primero es mucho más grave y peligrosa que la afrontada por el segundo.

La ruina que vive el ambiente eclesial desde Juan XXIII hasta Francisco I nos hace comprender la necesidad del Papa para la conservación de la Unidad de la Iglesia y, al mismo tiempo, nos ayuda a ser más comprensivos con los Papas que fueron integralmente católicos aun sin haber sido “integristas” en el sentido positivo del término. Benedicto XV es ciertamente uno de estos.

Leo

(Traducido por Marianus el eremita)

[i]      Cfr. G. Jarlot, Doctrine pontificale et histoire. L’enseignement social de Léon XIII, Pie X et Benoit XV (1878-1922), Roma, Gregoriana, 1964.

[ii]     “Asno”, peyorativo francés relativo a los enemigos alemanes durante la Gran Guerra.

[iii]    Benedetto XV, i cattolici e la Prima Guerra Mondiale, en “Atti del Convegno di Studio di Spoleto”, 7-9 de septiembre de 1963.

[iv]    Card. J. Ratzinger, Discorso alla Conferenza Episcopale Cilena, Santiago de Chile, 13 de julio de 1988, en “Il Sabato”, n. 31, 30 de julio-5 de agosto de 1988: «El Concilio Vaticano II se impuso no definir ningún dogma, sino que eligió deliberadamente permanecer en un nivel modesto, como simple Concilio puramente pastoral».

[v]     Brunero Gherardini, Concilio Vaticano II. Un discorso da fare, Frigento, Casa Mariana Editrice, 2009; Id., Tradidi quod et accepi. La Tradizione, vita e giovinezza della Chiesa, Frigento, Casa Mariana Editrice, 2010; Id., Concilio Vaticano II. Il discorso mancato, Torino, Lindau, 2011; Id., Quaecumque dixero vobis. Parola di Dio e Tradizione a confronto con la storia e la teologia, Torino, Lindau, 2011; Id., La Cattolica. Lineamenti d’ecclesiologia agostiniana, Torino, Lindau, 2011.

[vi]    El Americanismo reduce la religión a sentimiento subjetivo que brota del subconsciente, hundiéndose así, cada vez más, en el inmanentismo y abriendo de par en par las puertas al psicoanálisis freudiano. En efecto, el modernismo no se detiene en el puro conocimiento sensible, sino que va más allá hablando de subconsciente y confinando así, con lo subliminal e incluso con lo preternatural. El líder del subconsciente como raíz del sentimiento religioso es Frederic William Henry Myers (1843 – 1901), un parapsicólogo que estudió lo paranormal, lo oculto, la metapsíquica, la telepatía y sobre todo la magia. Myers estudió el yo subliminal y el subconsciente del cual emanaría el sentimiento o la experiencia religiosa. Como se ve, las raíces del modernismo americanista clásico y del neo-modernismo son infernales.

[vii]   En dicho CIC (can. 589, § 1) se recomienda el estudio del Tomismo como obligatorio en los seminarios y en las Universidades pontificias para acceder al Sacerdocio.

[viii] Cfr. A. Scottà, Giacomo Della Chiesa, Arcivescovo di Bologna, Soveria Mannelli, 2002, pp. 105-109.

[ix]    Cfr. también G. Sale, Popolari e destra cattolica al tempo di Benedetto XV, Milano, Jaca Book, 2006.

[x]     Cfr. M. Doldi, Benedetto XV. Un Papa da conoscere e da amare, Casale Monferrato, Portalupi, 2004.

[xi]    E. Vercesi, Il Vaticano, l’Italia e la guerra, Milano, 1928.

[xii]   Cfr. A. Scottà, Papa Benedetto XV. La Chiesa, la Grande Guerra, la Pace (1914-1922), Roma, 2009.

[xiii] Cfr. F. Spadafora, Dizionario Biblico, Roma, Studium, III ed., 1963, pp. 347-354, voz Ispirazione.

[xiv]  Entrevista al Petit Parisien del 3 de abril de 1919.

[xv]   J. Sévillia, Le Dernier Empereur. Charles d’Autriche. 1887-1922, Paris, Perrin, 2009; G. Rumi, Benedetto XV e la pace, 1918, Brescia, Morcelliana, 1990, “Corrispondenza tra Benedetto XV e Carlo I d’Asburgo”, pp. 37-47; S. di Borbone, L’Offre de paix séparé de l’Autriche (5 décembre 1916 – 12 octobre 1917), Paris, Plon, 1920.

[xvi]  Cfr. M. Carolla, La S. Sede e la questione armena, Milano 2006.

[xvii] G. Migliori, Benedetto XV, Milano, 1955.

[xviii]       Carta del card. Pietro Gasparri a Carlo Monti del 19 de mayo de 1917, en C. Monti, La Conciliazione ufficiosa. Diario del barone Carlo Monti “incaricato d’affari” del governo italiano presso la S. Sede (1914-1922), Città del Vaticano, LEV, 1997, vol. II, p. 100.

[xix]  Carta del card. Pietro Gasparri a Carlo Monti del 5 de abril de 1919, en C. Monti, La Conciliazione ufficiosa…, cit., vol. II, p. 459.

[xx]   Mons. Barlassina a Carlo Monti, 26 de junio de 1920, en C. Monti, La Conciliazione ufficiosa…, cit., vol. II, p. 560.

[xxi]  Audiencia de Benedicto XV a Carlo Monti, 21 de julio de 1920, en C. Monti, La Conciliazione ufficiosa…, cit., vol. II, p. 563.

[xxii] Actes de Benoit XV, cit., vol. III, p. 85.

[xxiii]       En un próximo artículo trataré la cuestión con detalle valiéndome del óptimo estudio Santa Sede e Russia da Leone XIII a Pio XI, Città del Vaticano, LEV, 2 voll., 2002 y 2006. En efecto alguien acusa también a Pío XI de haber sido un filo-comunista por haber tardado en condenar el socialcomunismo solamente después de 20 años de su ascenso al poder con la Encíclica Divini Redemptoris Missio de 1937, mientras que condenó el Nacionalsocialismo en el mismo 1937 con la Encíclica Mit Brennender Sorge sólo 4 años después de su ascenso. Se puede responder ya brevísimamente que el Nacionalsocialismo alemán nació mucho después del comunismo científico de Marx (1848) y elaboró un Concordato con la Santa Sede en 1933, cuando tomó el poder. El Comunismo había sido ya condenado en distintas ocasiones por Pío IX, por León XIII y por Benedicto XV. Por ello no había la misma urgencia de volverlo a condenar. Mientras que el Nacionalsocialismo presentaba elementos que, después de la derrota de la Gran Guerra y la República de Weimar, podían llevar a los católicos alemanes a engaño y es por ello por lo que el Papa se apresuró a poner en luz lo que en el Partido nacionalsocialista no era compatible con el Cristianismo, haciendo las debidas distinciones entre el Partido neopagano y el gobierno germánico que había devuelto el orden en una Alemania al borde de la revolución y próxima presa del bolchevismo. Cfr. también R. Morozzo Della Rocca, Nations et Saint-Siège au XXme siècle, Paris, Fayard, 2003; Ph. Chenaux, L’Eglise catholique et le communisme en Europe (1917-1989), Paris, Cerf, 2009.

[xxiv]       Carta a C. Monti, en C. Monti, La Conciliazione ufficiosa…, cit., vol. II, p. 421.

[xxv] Coloquio de Benedicto XV con C. Monti del 2 de septiembre de 1919, en C. Monti, La Conciliazione ufficiosa…, cit., vol. II. p. 491.

[xxvi]       Santa Sede e Russia da Leone XIII a Pio XI, Città del Vaticano, LEV, 2 voll., 2002 y 2006, pp. 120-180, “La missione pontificia di soccorso alla Russia (1921-1923)”, a cargo de G. Petracchi.

[xxvii]      Benedicto XV, Carta Le notizie, 5 de agosto de 1921, en AAS, 1921, pp. 428-429.

[xxviii]     Cfr. E. Poulat, Intégrisme et catholicisme intégral, Paris, Castermann, 1969; L. Bedeschi, La Curia romana durante la crisi modenista, Parma, Guanda, 1968.

[xxix]       Cfr. G. Spadolini, La Questione romana. Dal Cardinal Gasparri alla revisione del Concordato, Firenze, Le Monnier, 1997.

[xxx] Cfr. A. Baudrillart, Les Carnets du Cardinal Alfred Baudrillart (1914-1918), 3 voll., Paris, Cerf, vol. I, 1994, 14 de septiembre de 1914; Id., Benoit XV, Bloud & Gay, 1920.

[xxxi]       E. Poulat, Intégrisme et catholicisme intégral, Paris, Castermann, 1969, p. 600.

[xxxii]      E. Poulat, Intégrisme et catholicisme intégral, cit., p. 601; Cfr. A. Baudrillart, Les Carnets du Cardinal Alfred Baudrillart, cit., 1 de diciembre de 1914.

[xxxiii]     Carta del card. Sbarretti a mons. Benigni, 25 de noviembre de 1921, en E. Poulat, Intégrisme et catholicisme intégral, cit., p. 515 ss.

[xxxiv]     AAS, 1919, vol. XI, p. 309.

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