Hay que reconocer que la entrevista de Carlos Herrera, periodista-punta de la Cope y por tanto vocero de ésta ante Francisco, ha dado bastante de sí. Aunque más en los comentarios que en su propia sustancia. Y es que sustancia, la verdad, ha tenido poca. Pero como por el hilo se saca el ovillo, no deja de ser una entrevista muy jugosa para entresacar lo que un psicoanalista (de esos que dice Bergoglio que visitaba en su juventud), podría haber concluido.
Alguien ha dicho que Carlos Herrera no es Scalfari, el proclamado ateo de las confidencias papales, y tiene bastante razón. Así como el Papa le decía al viejo Scalfari que no pasaba nada por ser ateo, a Herrera (que suponemos es creyente), le ha soltado toda su flama contra cualquier cosa que le preguntara. Ya son muchos los años que llevamos con el auriga argentino y por eso le vemos la patita con sólo asomarla. Y no creo que sea porque se le escape inadvertidamente. Ya tiene rodaje suficiente para poder medir sus palabras. No cabe duda que los guijarros malvaditos que va soltando en la entrevista, como las piedras de Pulgarcito, nos llevan al mejor conocimiento de las intenciones del entrevistado. No puede remediarlo.
Menos mal que muchos tertulianos -y demás esbirros-, están ahí para “contextualizar” la entrevista, releerla e interpretarla para dejar bien claro que el Papa es lo más misericordioso que ha pisado la tierra y que cualquier decisión suya, lleva encima más cariño, amor y caridad cristiana que la Madre Teresa. Para eso el Limosnero Papal reparte cinco mil helados entre los presos de las cárceles de Roma. Pues no es nada….
Una de las muchas perlas que adornan la mencionada entrevista-coloquio-alfombra es cuando el Papa dice al periodista que para venir de visita, España tiene que reconciliarse con su pasado, porque no está claro que lo haya hecho. Y eso para Francisco es una asignatura pendiente. ¡Cómo va a venir si todavía no nos hemos reconciliado con el pasado!
Por eso fue a ver a Fidel Castro en su lecho de pre-muerte: porque Fidel (amado Fidel), se había reconciliado con su pasado: reafirmándose en su genocidio, no había en él conflicto interior alguno. Este sí que estaba bien reconciliado y en armonía consigo mismo. Pero ya se sabe que España, con sus evangelizaciones americanas y su destrucción de las pachamamas y pachamamos aztecas, con su lucha contra el protestantismo y su firmeza en Trento, con su victoria ante los turcos en Lepanto y con su aplastamiento del comunismo en el siglo XX, tiene que meditar, arrepentirse, flagelarse y hacer penitencia pública.
Creo que un buen psicoanalista extraería consecuencias interesantísimas de este afán de que los demás se reconcilien con lo que uno lleva dentro marcado con cierto odio. Menos mal que yo no me dedico a estas cosas freudianas porque si no, me temo que las conclusiones podrían ser peligrosas.
De ahí que diga Francisco que podría venir a Santiago, pero no a España. Claro, porque hay que desvincular Santiago de España y España de Santiago. Son dos cosas distintas en la mente bergogliana. Hay que ver lo que puede hacer el rencor, incluso en los que denuncian a la tan tintineada cultura del descarte. Solo los medios más valientes han denunciado estas palabras insólitas en un Sumo Pontífice.
Francisco no vendrá a Santiago porque en su fondo rencoroso, sabe muy bien que Santiago es España, y que España es Santiago. Y porque sospecha que el apóstol Santiago lo correría a gorrazos, si se le ocurriera soltar alguna patochada de las suyas en pleno Templo de la Cristiandad.
No cabe ninguna duda. El nuevo grito de guerra será ¡Bergoglio y cierra España!
Fray Luco