I. Situación litúrgica. Sin olvidar que nos encontramos en el tiempo pascual durante el cual seguimos celebrando el triunfo de Cristo como una invitación a cantar y alabar al Cordero que se inmoló por nosotros, este Domingo [V después de Pascua, Rito romano tradicional] se puede ver como una preparación para la próxima festividad de la Ascensión.
De ahí el tema dominante en el Evangelio que al igual que el de las semanas anteriores está tomado del discurso pronunciado por Jesús la noche de la Última Cena y que nos ha transmitido san Juan: los apóstoles no deben entristecerse porque, lejos de quedar abandonados, contarán desde ahora con el poder intercesor de Cristo sentado a la diestra del Padre. En el fragmento de hoy (Jn 16, 23-30) se inculca la importancia y la necesidad de la oración para la vida del cristiano.
II. La Epístola. En la Epístola (St 1, 22-27) se establecen los que podemos considerar presupuestos para toda vida de oración al recordarnos la necesidad de que la vida de piedad vaya acompañada de la puesta en práctica del Evangelio.
– Conviene recordar el enlace con la Epístola del pasado Domingo (St 1, 17-21) en la que recomendaba la meditación de la Palabra de Dios «que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas» (v. 21). Hoy se trata de hacerla nuestra y traducirla en obras. El Evangelio exige no solamente que se le escuche, sino que también requiere la cooperación de la voluntad del hombre con el fin de que resulte eficaz en orden a la salvación. No basta con aceptarlo; es necesario practicarlo.
– En los primeros versículos (22-25) se resalta con un ejemplo la necedad del que se engaña a sí mismo, contento con oír la Palabra de Dios sin vivirla. Uno de los fines de la Encarnación fue para «darnos ejemplo de vida» presentándonos a Jesucristo como nuestro modelo de santidad. Todo el que crea en Jesucristo y después de haberle conocido y contemplado no le imita, es como el que se mira en un espejo y después ni siquiera recuerda sus facciones para corregir los defectos que haya notado. Así sucede al hombre que se contenta sólo con oír la palabra del Evangelio sin ponerla en práctica.
– El verbo empleado por Santiago para referirse al que se mira en el espejo significa más precisamente «inclinarse sobre algo para observar atentamente» y es empleado en sentido metafórico, refiriéndose a una intensa consideración de la mente. El Evangelio es presentado como un espejo sobre el cual se inclina el fiel para ver si su conducta es conforme con las exigencias cristianas. El considerar la Palabra divina, no de un modo olvidadizo, sino con el propósito de cumplirla, llevará al fiel a un cambio moral (cfr. José SALGUERO, Biblia comentada, vol. 8, Epístolas católicas. Apocalipsis, Madrid: BAC, 1965, 44-45).
3. Resumen de la vida cristiana. En la segunda parte de la perícopa, Santiago partiendo de la idea de que creer ser religioso y no obrar como tal es ser religiosamente vacío (v. 26) sintetiza la vida cristiana en tres preceptos:
– Dos de ellos se refieren concretamente a la caridad en su obligación de no perjudicar la fama del prójimo y en el servicio del necesitado. Naturalmente que Santiago no limita las obras de caridad a los huérfanos y a las viudas a quienes cita expresamente sino que los escoge como ejemplo probablemente por el mucho interés que pone en ello la enseñanza bíblica. El texto de esta Epístola manifiesta numerosas semejanzas con las partes morales del Antiguo Testamento y, sobre todo, con la literatura sapiencial. Además, estaba dirigida a los cristianos de origen judío que vivían dispersos fuera de Palestina.
– El tercer precepto consiste en conservarse incontaminados de aquel mundo en el que los hijos de Dios -como ciudadanos del cielo que son- se consideran desterrados en medio de él. La recomendación puede ponerse en paralelo con otras referencias como el discurso de Jesús en la Última Cena: «Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17, 14-16). Son también numerosos los textos de los apóstoles en los que especifican que hay que preservarse «de los abusos del mundo» (2Pe 2, 20). «Pues ya es bastante el tiempo transcurrido llevando una vida de gentiles, andando entre libertinajes, instintos, borracheras, comilonas, orgías e idolatrías nefastas. Por eso se extrañan y os insultan cuando no acudís con ellos a ese derroche de inmoralidad» (1Pe 4, 3-4) «Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias» Rm 13, 13; cfr. 1Cor 6, 9-10).
En resumen, caridad (evitando el perjuicio del prójimo y socorriendo al necesitado) y pureza de vida son el compendio de la religión cristiana que nos presenta Santiago en su Epístola, a ellos podemos añadir la oración de la que nos habla el Evangelio que nos une con Dios y de la que obtendremos la gracia para convertir en obras la Palabra recibida.
El que cumple y vive continuamente conforme al Evangelio, vivirá feliz a causa de su buena conducta, porque está en paz con Dios y con su prójimo (v. 25). También aquí tenemos un eco de la enseñanza de Cristo: «bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11, 28). Esta felicidad llegará a su plenitud con la corona de vida eterna que Dios ha prometido a los que le aman y que esperamos alcanzar.