
En la Iglesia Latina, las Navidades llegan a su final canónico hoy, día de la Candelaria. El nombre llegó a nosotros a través de la antigua costumbre de bendecir en las iglesias las velas para distribuirlas entre la congregación. Celebrada en la Iglesia Primitiva, simplemente, como la Fiesta de los Cuarenta Días, es rica en significado litúrgico y resonancia histórica. Candelaria es una fiesta doble, que vincula la fe cristiana con sus raíces judías en el mismo acto: proclamar a Jesús como Luz de las Naciones y, en las jubilosas palabras del Cántico de Simeón: “La Gloria de Tu pueblo Israel”.
Salterio de Luttrell, Presentación de Cristo en el Templo (S. XIV).
Conocemos la historia. Conforme a la Ley judía, María, la joven Miriam, lleva a su hijo de pocas semanas al Templo, para someterse al rito de purificación, el día prescrito a las madres de varones. El Levítico es tajante: «(…) No tocará ninguna cosa santa, ni entrará en el Santuario hasta que se cumplan los días de su purificación.» (Lev. 12,4).
Al mismo tiempo, ella y su marido cumplían con la antigua pidyon haben o redención del primogénito. Es el mitvah por la cual “el primer nacido (hombre), quién abre la matriz” se consagra al Señor. La demanda bíblica se enlaza en un -bastante razonable- quid pro quo:
«(…) Rescatarás también todo primogénito humano de entre tus hijos. 14Y cuando el día de mañana te preguntare tu hijo, diciendo: «¿Qué significa esto?», le dirás, «Con mano poderosa nos sacó Yahve de Egipto, de la casa de la servidumbre. 15Y al obstinarse el Faraón a no dejarnos salir, Yahve mató a todos los primogénitos en el país de Egipto.» (Éxodo 13, 13-15)
Mientras, en el templo, la Familia se encuentra con Simeón, un anciano devoto que vivía en la promesa del Espíritu Santo de que no moriría sin antes haber visto al Mesías. ¡Cómo debía frecuentar el Templo todos los días, en una ronda de expectación y frustración! Finalmente, el hombre viejo encontró una pareja a la que no había visto antes. En ese instante, reconoce la consumación de sus anhelos en el Niño que llevan. Les pidió tomar al bebé en sus brazos y, con alegría profética, llora “mis ojos han visto Tu salvación, la que Has preparado a la vista de todos los pueblos” [El encuentro de la Sagrada Familia con Simeón en el Templo la relata el Evangelio de Lucas (2, 25-32)]. Esta exultante plegaria es el último de los grandes cánticos del Nuevo Testamento, tras el Magnificat (Cántico de María) y el Benedictus (Cántico de Zacarías)
Anónimo, Presentación en el Templo (circa 1420). Konstanz.
La Presentación, ha inspirado algunas de las más bellas encantadoras imágenes, a lo largo de la Historia del Arte de la Iglesia. El siglo XIV fue, especialmente generoso en simpáticas pinturas de un bebé muy humano -Verdadero Hombre-, nacido por nosotros en Belén, en un sorprendente día. Dos señales distintivas marcan el arte de esta época: la inclusión de un altar, símbolo del sacrificio y un infante, obviamente, reticente.
Bartolo di Fredi, Presentación de Cristo en el Templo (1353). Museo del Louvre, París.
El altar puede ser el centro del escenario o sólo vislumbrarse en el fondo. Puede estar litúrgicamente cubierto o dejar al descubierto el indicio de una piedra de sacrificio. Los actores de la escena podrían ser tan pocos como tres: María, su bebé, y Simeón. Muy a menudo, sin embargo, se destaca a José, a la derecha del escenario, con la ofrenda ceremonial de dos tórtolas en una cesta. A veces, aparece la profetisa Ana, por lo general, en el lado opuesto. Una multitud de curiosos -extras – podía aparecer por necesidades de diseño. Lo que permanece constante y prominente son los gestos estilizados de un bebé naturalmente resistente a ser manipulado por extraños.
En la anterior pintura de Di Fredi, Jesús no es una deidad en miniatura; no suelta la mano de su Madre. Es evidente que el bebé no quiere ser entregado a ese anciano desconocido. Del mismo modo, en la siguiente imagen del manuscrito, Jesús se aferra al hombro de su madre, cuando le entrega a Simeón. El Niño da la espalda a ese extraño, girando la cabeza con una mirada que es, de cualquier cosa, menos de satisfacción:
Manuscrito iluminado, (S. XIV). Cantonal Library, Aarau.
Un insistente tirón en el hombro materno, tan frecuente entre los medievales está ausente, frecuentemente, en las imágenes posteriores . Tal vez, este gesto convencional era demasiado cotidiano para los pintores renacentistas. La Virgen y el Niño entronizados; la Virgen y el Niño con ángeles; un Niño beatífico con la mano levantada, en un adulto gesto de bendición, se adaptaba a la sensibilidad del Renacimiento, mucho más que la familiar intimidad de un niño agarrando a su madre para protegerse de un desconocido.
Acostumbrados como estamos al gran naturalismo del dibujo renacentista, podemos perder el realismo emocional de los gestos corporales del arte más temprano. En este detalle de un gran mosaico, ilustrado con escenas de la vida de María, el Niño se arquea hacia atrás para evitar, lo mejor que puede, el abrazo de un ansioso Simeón inclinándose hacia Él. Simeón querría besar al bebé si pudiera, pero el pequeño Jesús no quiere nada de eso.
Pietro Cavallini, Presentación en el Templo (S. XIV). Santa Maria in Trastevere, Roma.
La piedad medieval, tan sensible a los sufrimientos físicos de Cristo, estaba igualmente atenta a la cotidianidad encarnada de su vida doméstica. La Edad Media no se intimidó al imaginar a Jesús tambaleándose en un andador de madera (sorprendentemente similar a los que se usan actualmente), jugando en el suelo, ayudando a su padre en un banco de trabajo o interrumpiendo a María, mientras ella trata de tejer. (¡Sí, y ella podría tejer según una pintura gótica del Maestro Bertram de Minden!).
El siguiente, es una animado fresco, emblema del entusiasmo medieval por los detalles prosaicos, uno de mis favoritos. Jesús es una transcripción del nombre hebreo Yeshua, escrito Joshua en inglés. María y José llamaron a su Hijo en honor del sucesor de Moisés, un gran general que cruzó el Jordán, derrotó a los cananeos y derribó los muros de Jericó. Aquí, el homónimo de un guerrero, experimenta una escaramuza, la lucha por regresar a su Madre:
Giovanni Baleison, Presentación de Cristo en el Templo (1492), La Brique, Francia
La anterior presentación de Baleison es inusual al mostrar a Simeón sosteniendo a Jesús con las manos desnudas. Casi siempre, se le ve recibiendo al niño con las manos cubiertas por su propio manto o un paño separado. Algunos historiadores del arte atribuyen esta tradición icónica al Evangelio del Pseudo-Mateo, parte del Nuevo Testamento apócrifa que establece que Simeón tomó al Niño «sobre su manto y besó sus pies».
Pero, ¿podríamos estar ante una razón simbólica que se derive de la práctica temprana de recibir la Eucaristía en la mano? Joseph Jungmann en La misa en el rito romano, hace constar diversas reglas para los comulgantes laicos, incluyendo el lavado o cubrición de las manos con una tela antes de tomar la Hostia. Tal vez, un liturgista podría decirlo con seguridad. Mientras tanto, me gusta la idea de que Simeón, en nombre de cada uno de nosotros, reconociera su propia indignidad manteniendo las manos bajo una pieza de tela.
La intuición medieval acerca del drama de la Encarnación, unió lo místico y lo mundano en una atadura compasiva. Dejamos la última imagen a cargo de la mística ya que muestra un mosaico de una iglesia de estilo griego, construida por un agregado a la Corte normanda de Sicilia. Esta vez, el bebe, a punto de dejar a su Madre, extiende sus brazos por encima del arco triunfal, avanzando hacia Simeón. Sin palabras, es una narración luminosa de la búsqueda del hombre por Dios la respuesta de Dios anhelada por el hombre.
Anónimo. Presentación (S. XII). Iglesia de Santa Maria dell’Ammiraglio, Palermo. Detalle del lado izquierdo del arco.
[Traducido por Rocío Salas. Artículo original]