Según lo reflejan los diarios de todo el mundo el Papa Francisco habría dicho que “el celibato sacerdotal está en su agenda y que puede ser discutido”.
Apenas el Cardenal Jorge Bergoglio fue elegido Papa se recordó una novela asombrosamente profética de Leonardo Castellani titulada “Juan XXIII (XXIV). Una fantasía”. Fue publicada en 1964, con el seudónimo Jerónimo del Rey por la Editorial Theoría y recientemente reeditada por Ed.Lectio (Córdoba, Argentina).
El argumento, en apretadísima síntesis, es el siguiente: el cura argentino y jesuita Pío Ducadelía concurre a Roma, enviado como experto al Concilio Lateranense. En una época de grandes conflictos mundiales –una especie de Tercera Guerra Mundial- y luego de varios hechos fortuitos termina siendo elegido Papa, para sorpresa del mundo entero. Inicia su primado con una serie de medidas revolucionarias como la reforma de la curia y la descentralización de la Iglesia Universal en varios Patriarcados, la venta de bienes del Vaticano para destinarlo a obras de caridad, el traslado de la sede pontificia a otro lugar (Palacio Lateranense), la disminución de la pompa, los viajes del Papa alrededor del mundo -en un extraño aparato y de incógnito- para resolver distintos entuertos, la existencia de un sosías que lo reemplazaba en las audiencias generales y otros actos protocolares, así como una forma de relación directa con la población de Roma, recorriendo sus calles de civil y generalmente de noche, sin ser reconocido. Su popularidad es inmensa, en un mundo enfrentado en una conflagración mundial, que llegó incluso hasta la propia República Argentina –históricamente neutralista-, la cual fue dividida en seis naciones. El final se los debo, para que ustedes lo lean.
La mano derecha del Papa Ducadelia, como Secretario de Estado, era el cardenal español Miradamescua (a quien el autor argentino le impuso el alias “Hormiga Negra”). Hacia el fin de la novela –y del pontificado de Juan XIII (XXIV)-, cuando su popularidad se encontraba en declive, se descubre que Miradamescua estaba casado y vivía secretamente con una mujer. El Papa Ducadelia recuerda entonces una conversación que tuvo con el Cardenal mucho tiempo atrás. Leonardo Castellani, en este diálogo, trasunta su pensamiento sobre el celibato sacerdotal (Puntada 33 “Celibato”, ps.309 y ss., ed.1964):
“…Ducadelía recordó de golpe un diálogo habido con Miradamescua una tarde en el vestíbulo de la Sala Conciliar, allá hace años.
-¿Hoy van a tratar del celibato eclesiástico?- preguntó Hormiganegra.
-¡No! Nunca, supongo. No está en el programa.
-¡Malo! –dijo el otro sombríamente-. Ducadelia rió.
-¡Cómo! ¿También usted es uno desos que quieren casar a los curas que no quieren casarse?
-No –dijo el español-, a mí me parece bien el celibato de los curas. Me parece incluso excelente. Sé que es un medio de perfección espiritual…para algunos. Pero sé también que se está cometiendo con él un abuso. Justamente de las cosas mejores salen también los abusos peores.
-Se abusa contra él, según dice. Por lo menos allá en mi tierra. Faltan a su voto algunos clérigos.
-No. Yo digo que se abusa a favor de él. Fíjese: es un consejo de Cristo. Dese consejo se ha hecho un mandato. Y de un mandato de los hombres se ha hecho un mandato divino. Y después lo han hecho el principal de los mandatos. Parecería que la castidad se ha vuelto más importante que la caridad.”
El Cardenal Miradamescua, desde su exilio, le escribe a al Papa, a quien califica como “dilecto amigo”, explicando: “…Yo hice voto de celibato para caminar a la perfección, puesto que la virginidad no sirve si no es en orden a la contemplación, enseña Santo Tomás. Cuando un medio no lleva al fin, sino más bien al contrario, hay que dejarlo: todo su valor de medio finca en el valor del fin. El celibato clerical es un mandato de hombres, no lo mandó Cristo. Como lo hombres lo pusieron, los hombres lo pueden quitar; y lo DEBEN quitar, en el caso arriba dicho, de que no lleve a su propio fin. San Pablo dijo: “Más vale casarse que quemarse”…Y Santo Tomás dice expresamente en la “Summa”: “Si uno se abstuviese del vino en forma que dañase a su salud, en eso pecaría”…”
Concluyendo el capítulo, el Papa contestó al Cardenal: “Mi pobre amigo: Con dolor he tenido que cumplir mi deber de excomulgarlo. Pero le anuncio también que he renovado en todo el mundo, por la Bula Instantíssime las prescripciones del Concilio Illibertiano, año 306 (Concilio de Elvira, que dicen ustedes los españoles), acerca del celibato de los clérigos…”
La Bula papal estableció “…que si a un sacerdote sus votos se le vuelven inconvenientes por razones “gravísimas”, debe ser dispensados de ellos, suspendido a la vez del ministerio sacerdotal; no dejando de ser sacerdote, pues eso es imposible…”
Ya en el cap.29 de la novela (pág.280) Castellani adelanta otra idea que se comenta por estos días. Dice el autor, en referencia al Papa Ducadelia: “…Hizo ordenar sacerdote desde la cama a un marino argentino, Rainould, casado y con hijos, cuya mujer se retiró a un convento; y lo nombró Administrador Apostólico del Río de la Plata…”
Luego de la asunción de Francisco se escribieron varios artículos sobre esta novela de Castellani. Fue muy conocido el de Carmelo López-Arias en Religión en Libertad del 19 de junio de 2013 (que aún puede encontrarse en la web), que a mi juicio fue malinterpretado. El autor, así como las fuentes citadas (el P. Carlos Biestro, por caso), solo ponen de manifiesto las innegables coincidencias entre el libro y la elección del Papa Francisco, así como sus primeros dichos y medidas. No tuvieron la intención, a mi juicio, de asimilar a Bergoglio con Castellani, más teniendo en cuenta que el Pontificado recién comenzaba.
La novela es muy recomendable. Y son asombrosos los paralelismos, como por ejemplo el diálogo del Papa con Julián Sáenz, Arzobispo de Buenos Aires, a quien le dijo: “Recen por mí: un Papa puede condenarse como cualquier hijo de vecino; y mejor todavía” (p.133).
Si bien Castellani en algunos otros lugares de su obra insinúa su original juicio sobre el celibato clerical, es esta novela donde desarrolla su idea en boca del personaje que oficiaba de Secretario de Estado del Vaticano. Solo quiero traer esta opinión singular, de un autor a quien Juan Manuel de Prada calificó como “el Chesterton de la lengua española”. Un genio único e inclasificable. Me atrevo a suponer que esta posición castellaniana debe interpretarse en el contexto de su guerra al fariseísmo, tal vez el tema central de toda su vida y obra.
Concluyo con otra parte de la novela (pag.177), tal vez premonitoria: “Resulta curioso que todo aquello por lo cual lo alabaron se convirtió al final en defecto: que así son los ánimos humanos, o bien la madurez senil desta época. No tanto en el “popolino”, que siempre siguió venerándolo, cuando en parte de los Magnates eclesiásticos y la Prensa…Al principio todos los periodistas se hacían lenguas de sus cosas (que eran siempre “noticia”) y se llenaban la boca llamándolo “colega” y “cófrade”, pero al fin se gastaron las novedades y cambió el viento periodístico, sobre todo cuando comenzaron las medidas duras e impopulares. Por ejemplo, comenzaron a achacarle que era “demasiado desinteresado” y aun manirroto con el dinero. Un Papa debe velar porque esté siempre redondeado y pingüe “el Tesoro de la Iglesia”. De hecho, así estaba casi siempre, aunque pocos lo sabían; y todos conocían solamente las grandes erogaciones. “El tesoro de la Iglesia son los pobres”, decía el Papa; y no era un simple frase en él…”
Confieso que, ante la novedad de los medios de comunicación, imaginé el artículo con lo que recordaba de este libro, luego lo fui elaborando con asombro al bucear nuevamente en la novela y lo terminé contento. Con Esperanza, porque Castellani fue un profeta.
Hildebrando Tittarelli