CATECISMO TRADICIONAL PRIMERA COMUNIÓN: 2- Perfecciones de Dios

PREPARACIÓN DOGMÁTICA Y MORAL PARA LA PRIMERA COMUNIÓN
E INSTRUCCIONES CATEQUÍSTICAS AL ALCANCE DE LOS NIÑOS
por el Abate Malinjoud. Capellán de las Siervas del Santísimo Sacramento, París, 1911
II
Perfecciones de Dios

Ya hemos visto, hace poco, que Dios existe. Ahora procuraremos hacer su retrato. Trazaremos primero los rasgos principales; después su miniatura, que será la Santísima Trinidad.

Existe Dios, pero ¿cómo es? El catecismo contesta con estas palabras: Es un ser perfectísimo, Criador y Señor del cielo y de la tierra. Mas, como la palabra perfectísimo abraza diversas perfecciones, ampliaremos la anterior definición diciendo que Dios es un puro Espíritu eterno infinitamente perfecto, Criador del cielo y de la tierra, soberano Señor de todas las cosas. Estas son las cualidades de Dios que vamos a explicar.

Figuraos que sois una niña que tuvo un abuelito, muerto ya hace muchos años. No conocisteis nunca al abuelo, pero queréis saber cómo era y un día decís a vuestra mamá: Enséñeme un retrato del abuelito, que quiero conocerlo.

Hija mía, contesta la mamá, no tenemos retrato del abuelo; pero mírate en el espejo, y la imagen que veas será el retrato del abuelo, quitándole a la imagen defectos y añadiéndole perfecciones. Entonces os colocáis delante del espejo y observáis el color de vuestros ojos: —Mamá, el abuelito ¿tenía los ojos azules? —Sí, pero más lindos que los tuyos. —Y vais preguntando por todas las partes del retrato; y así conocéis el del abuelo, con la diferencia de que él tenía los cabellos blancos y era más viejo y no tenía vuestros defectos corporales.

Hagamos ahora lo mismo con Dios. La razón por que ponemos en Dios tantas perfecciones es por ser Creador. Y pues El posee todas las perfecciones, veamos cuáles son las que nosotros poseemos y en seguida descubriremos las que nos faltan, y aplicaremos las unas y las otras al Todopoderoso, considerándolas como infinitas. Comencemos.

Mirad vuestra imagen en el espejo y veréis que la frente es lo más hermoso… Y esto es tan cierto, que cuando miramos a una persona lo primero en que fijamos nuestra vista es en la cabeza, porque hay en ella un reflejo del alma… ¡La inteligencia, el alma! he aquí lo más hermoso que tenemos, decís con razón… Pues bien, pondré en Dios un espíritu, un alma la más bella posible. Pero mi alma pertenece a un cuerpo, lo más fastidioso, lerdo a veces y pesado y torpe por naturaleza; y como estamos haciendo el retrato de nuestro Abuelo eterno, que no debe tener defectos, diremos: Dios no tiene este cuerpo pesado, sino que debe ser espíritu puro, purísimo, sin mezcla de cuerpo como el nuestro. Tomo entonces el lápiz, pues estoy haciendo un retrato de Dios, y escribo: Dios es un espíritu puro. Y tenemos el primer rasgo de Dios.

Prosigamos. Decimos que Dios es eterno. También sacamos esta conclusión del retrato que hacemos del Creador, según nuestra propia imagen.

Llámeme yo Juanita, Brígida, Luis, Pepito…, ¿no es verdad que ha habido un momento en que yo empecé a vivir? Sí: tengo siete años. Hubo un momento en que yo tenía un día, y hubo un día en que yo no estaba en el mundo: hace veinte años, por ejemplo, nadie pensaba en que yo existiría.

Aquí tengo un motivo para confundirme, yo que siempre quiero que piensen en mí y me acaricien, y  que querría haber vivido siempre, para que siempre pensaran en mí. Existir siempre (acordaos que es Dios nuestro abuelo y ancianísimo), ved ahí una perfección divina de nuestro Dios, que es infinitamente más perfecto que nosotros. Y reflexiono así: Dios nunca tuvo principio. ¡Oh, si yo fuera así, qué gusto! no haber tenido principio, haber sido siempre, y no como soy ahora, que empecé a vivir hace poco, voy creciendo y al fin moriré… Un día llegará en que seré un viejo achacoso o una abuela de anteojos y cabellos blancos, y tendré un gato que hará rum-rum, y una tabaquera de rapé… más tarde llegará un día en que ya no tendré gato ni tabaquera, porque todo habrá acabado.

No es así el Creador; sin anteojos y sin tabaquera ha existido siempre y vivirá siempre, porque no puede envejecer. Conque quitándole al Todopoderoso el principio y el fin, diré que Dios es eterno.

No puede ser de otro modo, porque, si no fuera eterno, no sería Dios; hubiera habido alguien antes que El, o alguien podría matarlo, cosa que no se puede admitir, supuesta la necesidad de un primer Ser Soberano. Tracemos, pues, el segundo rasgo del retrato que vamos haciendo, y digamos: Dios es eterno.

Continuemos. Dios es infinitamente perfecto. Sigo mirándome a mí mismo, pues, como comprenderéis, se trata de hacer el retrato de Dios consultando nuestra propia naturaleza. ¿Sois vosotros perfectos? ¡Donosa pregunta!… Aunque lo fuerais, no lo diríais. Sólo el sacerdote, como buen padre, os lo pregunta en secreto, y también la mamá os lo pregunta a solas; pero en público es pregunta imprudente y no se puede contestar. Ser perfecto es tener todo lo bueno y hermoso imaginable, y a vosotros os falta mucho para ser así. Y si no, decidme, ¿tenéis dulzura de carácter? ¿Sois buenas y suaves con vuestro hermanito? No, porque a la menor cosa que hace ya estáis encima de él y le pegáis, y, si se descuida, hasta le arrimáis a veces un mordisco regular. Luego sois muy poco suaves. Una niña debiera ser trabajadora, nada perezosa, levantándose tempranito apenas la despierta la mamá. ¿Lo hacéis así? Ni por pienso. Vaya, será preciso decirlo clarito (y esto no lo diría en otra parte, sino sólo a vosotros que ya lo sabéis), es necesario confesar que no sois perfectos, ni los unos ni las otras, y sin embargo queréis hacer de vosotros el retrato del abuelo de la Eternidad. Yo diré de Él lo que de ninguno de nosotros podría decirse: diré que es perfecto, que tiene todas las perfecciones que se pueden tener, que es infinitamente perfecto, esto es, que tiene la plenitud de todas las perfecciones. Por consiguiente, diremos que Dios tiene toda la hermosura, toda la bondad, toda la fuerza, que descubrimos en las criaturas, y bastantes más; y las tendrá tan perfectas que en nadie podremos descubrirlas mejores. Será infinitamente perfecto, quiero decir, que estas perfecciones no tendrán ningún límite en sí mismas, de modo que nadie, nadie, puede tenerlas así tan acabadas.

Conque habremos trazado en el diseño del abuelo celeste que dibujamos los rasgos siguientes: Dios es un puro espíritu, eterno, infinitamente perfecto. ¡Muy bien!

¿Dónde colocaremos ahora este Abuelo cuyo diseño vamos a terminar pronto? Lo podríamos poner en el cielo, en la tierra y hasta en el infierno, donde Satanás castiga a los chicos bribones que han hecho maldades en este mundo; es decir, Dios está en todas partes… Y ¿por qué diré que está en todas partes? Porque fijándome en esta niña digo: Esta pobre chiquita ha venido al Catecismo, pero querría estar al mismo tiempo en el paseo de la Alameda corriendo tras de su aro; lástima que sea irrealizable el sueño de la picarilla. Nada tiene esto de agradable; y sin embargo, os gustaría mucho más estar al mismo tiempo en varias partes para ver lo que allí pasa: un poco allá arriba, volando entre nubes blancas y doradas, otro poco allá abajo en las entrañas de la tierra, donde veríais mil maravillas, corredores inmensos cuajados de diamantes, esmeraldas y topacios… Pues bien: el Creador, este abuelo a quien damos todas las perfecciones que tenemos, pero mucho mejor que están en nosotros, y que posee además perfecciones que deseamos y no tenemos, no puede habitar solamente un lugar: es necesario que esté en todas partes a la vez, en el cielo por su poder, en el infierno por su justicia, en todas partes, porque su perfección así lo exige.

Mi alma está encerrada dentro de mi cuerpo y no está fuera de él; pero el Todopoderoso es un Espíritu puro e inmenso y no está encerrado en ningún pedazo de espacio: lo llena todo… Si salís de esta iglesia, encontraréis a Dios; también lo encontraréis en la calle. Si subís al tren para recorrer toda España, allí está Dios; si vais a Francia, también está allí. Si tomáis un vapor y atravesáis el mar y vais al África entre los moros y entre los negros, allí se encuentra Dios; el Creador no tiene país especial, está en todos. Todavía más: si montáis en un globo y os remontáis al planeta Marte y tal vez lleguéis a las estrellas, ¿acaso no estará Dios rondando por allí? Sí, allí está; y más allá todavía, mucho más allá de esos millones de leguas que hay hasta los últimos confines del espacio… allí está Dios presente. Está en todas partes: es inmenso.

Continuando nuestro examen para sacar algo parecido del retrato del Padre celestial, entro en mi interior, ya que en mí hay como un compendio del Creador, y mirándome veo que tengo ojos… ¿Los tendrá Dios también? No hablo de los ojos del cuerpo; Dios es puro Espíritu y debe tener otros ojos distintos de mis ojos corporales; tendrá algo así como un magnífico anteojo, grande, grande, que le permite ver lo presente, lo pasado, que sucedió en otro tiempo, y lo por venir, que sucederá más tarde… Lo por venir, dirá alguno de vosotros, he aquí una cosa que me gustaría conocer. Para ello quisiera ser brujo un momento siquiera.

Dicen que hay mujeres que saben leer lo futuro. Va uno a casa de esas gitanas, para que le digan la buenaventura; os coge ella la mano, mira sus líneas, y dice misteriosamente: «Esta línea, señorita, esta línea indica que usted tendrá muy larga vida». «Señor, dice la que echa las cartas, usted será senador del reino y poseerá una gran fortuna». Todo esto y mucho más leen en los naipes, las chapuceras. Y mienten las muy bellacas.

Sin embargo, hay un Ser perfecto que en un mismo instante ve lo que está por venir, que recuerda cuanto ha pasado, y conoce al mismo tiempo cuanto está sucediendo ahora. Este es el Ser Supremo, y por eso decimos que Dios lo ve todo, lo presente, lo pasado, lo por venir, porque para el Todopoderoso no hay pasado ni futuro, no hay más que presente.

Sigamos el retrato del Abuelo Celeste; ya se acaba. Esa chica caprichosa, cuando se enfada, patalea y a veces rompe los platos de la mamá. Y esto ¿qué es? Pues… malgastar fuerza y bríos; y eso que tenéis poca fuerza y pocos bríos, porque sois rapazuelos todavía; pero el papá ¡aquél sí que tiene una fuerza!… Claro, como que es todo un hombronazo. Pues esta fuerza hay que dar al Abuelo del Cielo. Por consiguiente diremos: Dios es fuerte, es poderoso; no solamente puede algo: lo puede todo, tiene una fuerza terrible. Porque hay cosas que uno quisiera hacer, y no puede, por más fuerzas que se tengan; y esto se llama impotencia, que es un defecto; y como los defectos hay que quitarlos del retrato de Dios, es preciso decir que Dios es omnipotente.

Papá y mamá guardan muchos cuartos en un cajón cerrado; vosotros no guardáis todavía nada, porque sois pequeños. Más tarde, cuando seáis grandes, con vuestro ingenio y buena voluntad, ganaréis mucho, y a vuestros papás, que entonces serán ancianitos y achacosos, les auxiliaréis y les daréis una vejez tranquila. Y a pesar de todos vuestros afanes, no podréis darles todo lo que querríais, ni toda la salud y alegría que les deseáis. No es así el Creador, pues lo puede todo, tiene toda clase de fuerzas: la moral, la física, la intelectual. Por consiguiente es todopoderoso. Y tenemos un nuevo detalle que añadir al diseño que trazamos de Dios: Todopoderoso.

Algunas veces hemos hecho nosotros cosas buenas y hasta bonitas. Pues es preciso que también nuestro Abuelo haya hecho alguna cosa maravillosa. Para convencerme, no tengo más que mirar a mi alrededor y veré que Dios ha hecho maravillas infinitamente más hermosas y magníficas que cuantas yo podía hacer: ha hecho el cielo y la tierra… ha hecho las luciérnagas que brillan por la noche, tan bonitas, en ciertos países, que las jóvenes las llevan en los cabellos, a guisa de  diamantes; ha hecho las gotitas de rocío, que a la mañanita brillan temblorosas en las flores y en las hierbas como líquidos diamantes; ha hecho los pajaritos que gorjean, las flores que perfuman el ambiente. Ha hecho esas millaradas de estrellas que centellean y parecen pestañear haciéndose reverencias. Y fuera de esta tierra, hay otras tierras y otros cielos, y otros planetas innumerables: Marte, Venus, Saturno, Júpiter, maravilla sobre maravilla… los hombres y los ángeles, que son los reyes de la creación…

¡Qué cansado debe estar Dios después de hacer tanta cosa!—dirá alguno de vosotros. ¡Quiá! no se cansa ni poco ni mucho, porque siempre está joven y robusto; y lo puede todo con tan pleno poder, que de la nada ha sacado todas las criaturas: ¡con nada ha hecho todo! Vosotras no lo hacéis así. Cuando queréis hacer un vestido a vuestra muñeca, necesitáis tela, hilo, tijeras; el Creador para hacer el mundo no ha necesitado ni tela, ni hilo, ni tijeras. Bastó que quisiera, y el mundo se hizo.

¿Ya hemos terminado? No: falta la última semejanza que dar al Creador. Mirándome para hacer el retrato del Abuelo Celestial, veo en mí un dijecito que estimo mucho, una llavecita colgada del cuello. ¿Por qué tengo tanto apego a esta misteriosa llavecita? Porque abro con ella mi cajón, dentro del cual hay una cajita y en ella los puntos de premio, las calificaciones de exámenes, las medallas, los recuerdos que me dan; y esta cajita bien cerrada por mi llave, es mía, no es de mi hermana ni de mi hermano, es para mí sólita. Este instinto de propiedad que apega mi corazón a mi cajita, debe también tenerlo el Creador. Yo soy dueña de mi cofrecito, pero Dios es dueño de todos los cofrecitos, y de todas las cajas, y de todas las muñecas y de todos los demás juguetes… De todo eso es dueño Dios. —Pero ¿será sólo dueño de juguetes? —No, que lo es también de muchas otras cosas, por ejemplo, de todas las casas del mundo. Él es el verdadero propietario de todos los inmuebles, y el que puede, como tal, reclamar todos sus derechos de inquilinato y hospedaje. — Usted se equivoca, señor mío, podría alguien decirme, porque a quienes he de pagar el piso es a don Juan, a don Pedro, a don Pablo…—El equivocado eres tú, —contestaría el Señor, —porque Juan, Pedro y Pablo son mis inquilinos. No hay más que un solo dueño, y ése soy Yo. La prueba es que puedo cortar, cuando me plazca, el hilo de la vida de Juan, Pedro y Pablo, y morirán. Son, pues, mis inquilinos; les he prestado casas, como les he prestado también la vida, pero las casas y la vida son mías.

Así todas las casas son suyas, los juguetes, los papás, las mamás, los nenes, las chiquillas, en fin, todo; si yo, pues, deseo ser dueño de algo, Dios será dueño de todo, y tan dueño que nada pasa en el mundo sin su permiso o sin que Él lo mande. Si hay inundaciones, Dios las permite; si incendios y ruinas, El hace el ojo gordo. En las erupciones volcánicas de la Martinica fue sepultada una ciudad entera; aún se ven las ruinas de la última catástrofe de Mesina: Dios ha permitido estos cataclismos. ¿Por qué? ¿es que Dios es malo? Ya os he dicho que no es sino muy bueno, bueno como papá y como mamá, y mucho mejor que ellos, que sólo son buenos por El. Pues ¿por qué permite tan terribles desgracias? Porque a veces los hombres son muy malos, y es preciso que Dios les castigue con su palo, bien gordo y bien largo.

Cuando viene impensadamente una enfermedad a alguna familia, no siempre es esto castigo de la Providencia; puede ser una prueba por ver si le son fieles en la desgracia sus buenos hijos. Ya podéis comprender que es muy fácil alabar a Dios cuando marcha todo viento en popa. Esa niña tiene una casa preciosa, ricamente amueblada, con unas muñecas muy monas; a la mañana le dan su jicara de chocolate con bizcochos y hasta con hojaldres, y tiene una mamá que está por ella pirradita. ¡No está poco bien y contenta la niña! ¿Y no dirá, mirándose tan feliz: Dios mío, yo os quiero más que a mis ojitos, más que a mi corazón? ¡Ya lo creo! Es muy fácil amar a Dios en medio de tanta felicidad, felicidad que El mismo le proporciona. Le da Dios cuanto ella quiere: ¿no ha de mostrársele agradecida? Pero un día —¡válgame Dios, qué negro día!— Dios permite que las viruelas hagan hoyitos en la bonita cara de la pobre niña, que se le convierte en un rayo bastante feíto… ¡Qué horror! La chica se llama desgraciada y llora su belleza perdida; pero, si ha entendido bien esta lección de catecismo, dirá: «Dios permite esta prueba en mí, por ver si le amo todavía»; y añadirá, mirándose al espejo: «Estoy horrible, Dios mío; pero, así y todo, yo os amo y os amaré siempre, más que a mis ojitos, más que a mi corazón; y pues habéis permitido esta enfermedad para ver si soy buena y os amo, sabedlo, Señor: a pesar de mis granos y de mis feísimos hoyitos, os amo más que antes y hasta creo que Vos me miráis con mejores ojos».

Es cierto: Dios permite los males en la tierra, o para castigar a los hombres, o para probarlos, a ver si le son fieles y le estiman de veras.

Terminado habernos el retrato de Dios, del Abuelo del Cielo, retrato bastante difícil de ejecutar, como habéis observado. –Para hacerlo, le hemos dado todas nuestras perfecciones, quitando todos nuestros defectos, y así hemos llegado a la definición del catecismo que dice: Dios es un ser perfectísimo, Criador y Señor del cielo y de la tierra.

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