CATECISMO TRADICIONAL PRIMERA COMUNIÓN: 3 – La Santísima Trinidad

Ya sabemos que Dios existe, y hemos procurado dibujar aproximadamente su retrato, como haríamos el retrato de nuestro abuelo mirándonos a nosotros mismos en el espejo. Y ahora pregunto: ¿Cómo es Dios en sí mismo? Queremos tener una idea más perfecta que la anterior, y la tendremos por nuestra inteligencia, ayudada de las luces de la Revelación: tal es el misterio de la Santísima Trinidad. Valiéndonos de nuestra razón, hemos comenzado el retrato del Creador; la Revelación nos permitirá terminarlo.

Ante todo ¿qué cosa es un misterio? Cuando sepamos lo que es, estudiaremos el misterio de la Santísima Trinidad.

Misterio es una verdad que no se ha aprendido en la escuela y que no puede descubrirla uno por sí solo; es una verdad revelada, es decir, algo que estaba oculto y que Dios nos descubre.

Dios en sí mismo está lleno de misterios, es decir, de verdades ocultas a nuestra inteligencia; no las vemos ni las comprendemos; pero un día, cuando á Él le place, permite que las conozcamos. Levanta entonces un gran velo que encubre sus secretos, y nos descubre ciertas verdades, entre otras el misterio de la Trinidad. Esto es lo que se llama Revelación: levantar el velo.

Frescos estaríamos si, al deciros en clase la maestra que «la luz recorre el espacio con una velocidad de 75,000 leguas por segundo», vosotras le contestareis: «No se enfade usted, señora, no creo tal patraña, ¡porque no la entiendo!»

Pues raciocinemos de un modo semejante respecto al Padre de la Eternidad. Hay cosas tan altas que no podemos alcanzarlas con la pequeñez de nuestro entendimiento, pero hemos de creerlas, porque Él las afirma y Él es la verdad misma y el Maestro de los maestros. Dais crédito a vuestro maestro cuando os afirma que la luz recorre 75,000 leguas por segundo… «No entiendo eso, diréis, pero lo creo, porque mis maestros bien saben lo que se dicen y no han de querer engañarme.» Del mismo modo afirma Dios que Él es uno en esencia y trino en personas… Esto aún se entiende menos que la velocísima marcha de la luz a través de los espacios, pensaréis vosotros; y sin embargo, pues Dios lo ha dicho, agregaréis, lo creemos de todo corazón, porque Él lo sabe todo y no puede engañarnos.

Es, por consiguiente, muy razonable que digamos, cuando Dios levanta el velo para revelarnos las verdades que no conocemos: «Dios mío, no comprendo, pero creo, porque Vos lo sabéis todo y además sois demasiado bueno para querer engañarme».

Un misterio es una verdad revelada por Dios, que debemos creer, aunque no la comprendamos.

También la naturaleza está llena de misterios. Abundan en ella muchos fenómenos que describen los sabios, aunque no los entiendan, como la electricidad, la digestión de un pedazo de pan. No sabe el sabio explicar  cómo un sólido pedacito de pan blanco, cuando se come, se convierte en líquida sangre roja; y esta sangre os hace correr, gritar, pensar… Esto es un misterio para el sabio, pues, en último término, ignora de qué modo se opera el cambio misterioso.

Como veis, hay también misterios en la naturaleza, esto es, ciertos fenómenos que no se comprenden, pero que es preciso aceptar. No es raro que Dios, tan sabio como es, conozca muchas verdades que nosotros ignoramos y que, sin embargo, hemos de creer cuando nos las quiere revelar. El primer misterio que Dios nos revela es el de la Santísima Trinidad.

Por estas palabras Santísima Trinidad, dice el catecismo, entiendo un solo Dios en tres personas realmente distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo… ¿Comprendéis que esto es un misterio?… Ya os lo he dicho: Dios es uno solo, no hay más que uno, y sin embargo tiene tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Me diréis: Padre, no entiendo absolutamente nada. ¿No? pues esta oscuridad, por lo menos, demuestra que tenemos en ello un misterio, algo que no se puede comprender y que, sin embargo, es una verdad certísima, puesto que es la Verdad eterna quien la afirma.

Pero veamos, ante todo, si es así como Dios se ha definido a Sí mismo en su celeste mansión.

Un día, el buen Jesús, que sabía lo que sucede en el cielo, pues de allí venía, hizo esta recomendación á sus Apóstoles: «Cuando bauticéis, derramad agua sobre la cabeza del bautizando y decid: Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». ¿Veis? «En el nombre» (no en los nombres) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Cuántos Dioses? No más que uno solo: «en el nombre», es decir, en singular.

¿Cuántas personas en Dios? tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego se fundan en la verdad divina los sacerdotes cuando enseñan que el Creador no es como nosotros, pues, si así fuera, no sería Dios. No hay más que un solo Dios, una sola naturaleza divina, y además hay tres personas en esta única naturaleza: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y aquí viene bien la definición de naturaleza. Una naturaleza es la que hace que seáis lo que sois. Tú eres una niña, perteneces a la raza humana, por consiguiente no eres un loro ni una gata… Tal vez te digan a veces que eres golosa como una gata, pero eso no impide que seas siempre niña, y que no seas un diamante… Lo mismo cuando la mamá te dice: «prenda mía», tú ya sabes que no eres ni un jubón ni un sombrero u otra prenda de vestir, ni una joya… no: eres una muchacha y no un diamante, ni un loro, ni una gatita, ni un sombrero. Lo que hace que seas así, se llama naturaleza.

Ahora viene la definición de persona. María, Juanita, Luisa, etc., todos los nombres que queráis. Lo que hace que seáis María, Juanita ó Pancracia, eso es vuestra persona. Y si Luisa tuviera la mala ocurrencia de dar a su vecina un cachete en las narices, esta barbaridad se la atribuiría a ella, y no culparía á Pancracia de una gimnasia tan poco higiénica para la víctima. Todos los actos de Luisa que recaen sobre las narices de su desgraciada vecina le pertenecen a ella, á Luisa sola, y a nadie más. Una persona es: un centro de atribuciones.

En el Todopoderoso hay una sola naturaleza, es decir, hay ese algo que hace de Él un Dios, y no un ángel, o un hombre, o un pajarito, o un diamante. Y yo agrego que esta naturaleza divina no es como la nuestra, tan pequeña y tan tranquila dentro de la prisión que la encierra.

Coordinemos, pues, nuestros elementos de naturaleza y de persona. ¿Veis a Conchita? Creo que no abrigáis la menor duda de que la chica tiene la naturaleza humana. Ya veis que no es un pájaro, ni un diamante, ni tampoco una cabrita: es una chica; esto es su naturaleza. Pero esta naturaleza está encerrada en su prisión, y esta prisión es la persona de Conchita, de modo que su naturaleza no puede salirse ni separarse de su persona. En Dios, y este es el misterio, la naturaleza divina reside en tres personas: en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y cada persona posee totalmente la naturaleza, de un modo tal, que las tres personas no son juntas más grandes que una sola. ¿Queréis ahora una comparación que explique algo el misterio? Hace poco me la proporcionó un niñito que sufría terriblemente de dolor de dientes.

Para calmar sus dolores, había tarareado delante de él cuantas jotas y pasodobles se me habían ocurrido, pero como si no. Por ver si lograba algo, me coloqué delante de un espejo con el niño en los brazos: ver el chiquitín el mocito que delante se le ponía y soltar la risa fue todo uno. No contento con reírse, pugnaba por llegar con las manitas al espejo, y llegó, y hasta le dio un beso. El espejo es la naturaleza del Padre Celestial, un solo Dios, un solo ser, un solo espejo, como el espejo en que hace poco se miraba Juanito. Además delante del espejo estaba siempre el niño en mis brazos, con sus encías hinchadas y doloridas; había también reflejado en el espejo la imagen del pequeño Juan. En fin, cuando Juanito quiso abrazar al otro Juanito que se le ponía delante por dentro del espejo, aplicó sobre él sus labios y dejó en el espejo un hálito blanquecino, al abrazar su propia imagen. Encuentro, pues, tres impresiones en un solo espejo: Juanito que estaba en mis brazos, su imagen reflejada en el espejo, el hálito blanquecino de Juanito y de su imagen.

Ya hemos dicho que el solo y único espejo es la naturaleza de Dios: Dios único, una sola naturaleza. Juanito que está en mis brazos, es el Padre que se mira en el gran espejo desde la eternidad; igualmente se refleja en el espejo, desde la eternidad, la imagen del gran Dios: es el Hijo, imagen del Padre. En fin, el Padre que se encuentra muy hermoso, quiere abrazar a su imagen, y el Hijo, que encuentra a su Padre hermosísimo, ansia también abrazarlo. Encuéntranse los dos en el gran espejo y se abrazan siempre desde la eternidad. Este divino y eterno enlace es el Espíritu Santo, el amor. Hemos dicho, pues, muy bien: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas que existen juntas en la misma naturaleza.

¡Magnífico misterio! Ya veis cómo pensando en el espejo y en Juanito que en él se mira, tenéis una idea y una explicación: Un solo Dios, como un solo espejo; tres personas también en el espejo: Juan en mis brazos, el Padre; su imagen que le sonríe, el Hijo; la impresión de los labios, el hálito blanquísimo que se produce entre Juanito y su imagen, el Espíritu Santo. Tres personas y sin embargo un solo Dios. Cuando os pregunten, pues, cuántos Dioses hay, responded: Uno solo.—¿Y personas en Dios?—Tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

¿Por qué un solo Dios en tres personas? Es un misterio… ¿Ha sido revelado este misterio? Sí, ya hemos visto más arriba que el Salvador, prescribiendo el Bautismo a sus apóstoles, les recomendó que echaran agua sobre la cabeza de los catecúmenos diciendo: Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. «En el nombre» en singular, esto es, un solo Dios; y, sin embargo, tres personas en esta única naturaleza: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Recordamos a cada momento el misterio de la Santísima Trinidad, cuando hacemos sobre nosotros la señal de la cruz pronunciando los nombres benditos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y como el nombre adorable del Hijo lo pronunciamos al mismo tiempo que cruzamos los rasgos de la cruz que hacemos sobre nuestros pechos, se sigue que el signo sagrado de la Cruz resume los tres dogmas principales de nuestra santa Religión: la Trinidad, de que hemos hablado más arriba; la Redención, figurada aquí por la imagen del Crucificado y por la acción misma; la Encarnación, pues el Verbo tomó carne para sufrir y morir por nosotros.

El signo de la Cruz viene a ser, pues, el resumen esencial de las verdades religiosas del Credo y merece, por lo tanto, todo nuestro respeto, porque es la insignia del Cristianismo, el estandarte del cual no debemos avergonzarnos, como no nos avergonzamos del de la patria; estandarte de Cristo por el cual debemos morir, si es necesario, a imitación de los mártires, que, armados de él, arrostraban peligros y tentaciones.

Y al terminar el estudio de este gran misterio, advertid que hay perfecta igualdad de poder y de ancianidad en las tres divinas personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Con otra imagen os daré una pequeña idea de este otro punto de vista del misterio de la Trinidad.

Vosotros sabéis que un rio, el Ebro por ejemplo, es de cauce muy variable. Al desembocar es muy grande, en Zaragoza no tanto, más abajo de las montañas de Reinosa, donde nace, un arroyo, y más arriba, en el mismo origen, una fuentecita humilde: tan pequeña es que cabe en el hueco de la mano.

La fuente es el Padre; el arroyo que corre siempre, es el Hijo; y después el grandioso Ebro que pasa por Zaragoza y que se deriva de la fuente y del arroyo, es el Espíritu Santo.

Es siempre la misma agua del Ebro la que corre por el cauce (una sola naturaleza), pero en tres estados distintos: la fuente, el arroyo, el río. En Dios, una sola naturaleza: la naturaleza divina; después tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que poseen cada una la naturaleza divina y, por consiguiente, la perfecta igualdad de poder y ancianidad.

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