Cada año cuando se acerca el tiempo de pascua, al inicio de la cuaresma, se asiste en multitud de parroquias (y/o instituciones docentes autorizadas) a un ritual ya hecho crónico que produce verdadera inquietud: grupos enormes de bautizados que esperan recibir el sacramento de la confirmación careciendo en su gran mayoría de una mínima formación doctrinal a la par que sin la más básica actitud de continuidad en la vida sacramental una vez se celebre el sacramento esperado y/o deseado.
¿Qué sucede realmente?; seamos realistas y asumamos la verdad sin parches o disfraces oportunistas para seguir creyendo, y engañándonos, de la supuesta “primavera de la Iglesia”. La cruda realidad es la siguiente:
1: Una gran parte de los que se confirma lo hacen solo y exclusivamente para obtener el certificado correspondiente que les permita ser padrinos de bautismo ya que así lo manda el código de derecho canónico (ver cánon 872 y ss)
2: Otra parte de los candidatos a confirmarse lo hacen para casarse por la Iglesia en aquellas diócesis donde se exige ese requisito para los bautizados que quieran matrimonio canónico
3: Y otra parte, quizás menos, lo hacen para acceder a cargos en determinadas entidades de la Iglesia que piden la confirmación como condición necesaria para ostentar responsabilidades de dirección en las mismas
La situación ha llegado ya a tal extremo de, digamos, cotidiana y natural desvergüenza, que en ya no pocos casos ni siquiera se oculta la intencionalidad sino que se consulta directamente a la parroquia algo así como “cuando me puedo confirmar para tener el papel” y sin disimular en absoluto que no existe ni la más mínima intención de continuar en la vida eclesial una vez celebrado el sacramento.
Esta sería la parte correspondiente a la “demanda” del sacramento en una notable mayoría de casos. Pero el problema no se ciñe solo a la demanda sino que incluye a la “oferta”, y lo digo por los siguientes motivos nada exagerados:
A: Catequesis impartidas en muchos casos por personas o bien no practicantes, o “algo” practicantes (o sea mientras dura el curso), o siendo practicantes a la vez abiertamente disidentes con la doctrina católica fijada en el catecismo
B: Nula preparación espiritual, en bastantes casos, en el sentido de ausencia o déficit grave de vida sacramental como por ejemplo la confesión que en muchos casos ni existe y en otros se celebra apenas unos días antes de la confirmación con escasas garantías de validez habida cuenta de la gravísima ausencia de sentido de pecado en bastantes conciencias de los que se confirman
A partir del panorama presente me permito hacer una pregunta abierta a los sacerdotes, con la cual pongo título a este artículo: ¿vamos a cooperar al mal?
– Cooperamos al mal cuando no exigimos una formación de calidad a los catequistas y, aún más, omitimos nuestra participación en las mismas catequesis
– Cooperamos al mal cuando admitimos que venga toda clase de gente a confirmarse sin entrar a valorar las intenciones de los candidatos
– Cooperamos al mal porque, sin quererlo, pero con plena responsabilidad, estamos los sacerdotes causando un tremendo daño en las almas al hacernos cómplices de un triple sacrilegio colectivo:
* Sacrilegio en la confesión cuando en la misma no hay propósito de enmieda
* Sacrilegio en la comunión al recibirla sin estar en Gracia
* Sacrilegio en la misma confirmación como consecuencia de lo anterior
¿Y que podemos y debemos hacer en conciencia?; con todo afecto sugiero lo siguiente a mis hermanos sacerdotes:
1º: No promover la confirmación masiva
2º: Entrevistar a cada candidato en privado sobre su actitud e intenciones
3º: Descartar a todo aquel que, simplemente, necesite un certificado
4º: Avalar solamente la confirmación de aquellos candidatos que, además de la catequesis, son conocidos por nosotros por su evidente vida sacramental (Misa dominical y confesión frecuente, como mínimo)
Dejemos de lado la “pastoral de cantidades” que ofrece una imagen completamente artificial de la vida cristiana actual. Y no tengamos miedo de actuar en conciencia como debemos. Está en juego la salvación de las almas incluyendo las de nosotros, sacerdotes, que tendremos que dar cuenta a Dios de como cuidamos y celebramos los sacramentos.
Padre Ildefonso de Asís