Domingo de QUINCUAGÉSIMA

I. Como ya dijimos hace dos semanas el origen de la Septuagésima está íntimamente ligado con la Cuaresma que ya en el siglo V comenzaba el sexto domingo antes de Pascua (actual domingo I de Cuaresma), y comprendía cuarenta días que finalizaban el Jueves Santo. Como no se ayunaba los domingos, no había propiamente hablando más que treinta y cuatro días de ayuno efectivo (treinta y seis con el Viernes y Sábado Santo). El deseo de imitar el ayuno del Señor indujo a adelantar su comienzo unos días antes y así aparece la «Quincuagésima» como una práctica de los monasterios y de los fieles que finalmente será integrada en la ordenación de la Liturgia1.

Mucho más tardía es la costumbre de celebrar cultos especiales en honor de Jesús Sacramentado y en desagravio por los pecados y excesos de estos días. Iniciada en el arzobispado de Bolonia en el siglo XVI, la promovió el arzobispo Próspero Lambertini quien al llegar al papado (Benedicto XIV: 1740-1758) «desparramó a manos llenas los tesoros de indulgencias a favor de los fieles que en los días susodichos, visiten a Nuestro Señor en el Sacramento de su amor e imploren el perdón en pro de los pecadores. Instituida la piadosa práctica comúnmente apellidada “Las cuarenta Horas” exclusivamente en las iglesias de los Estados Pontificios, extendiola al orbe entero en 1765 el Papa Clemente XIII, y desde aquel entonces llegó a ser una de las más espléndidas manifestaciones de la piedad católica»2.

II. Leemos en la Epístola de este Domingo el elogio de la caridad escrito por san Pablo (1Cor 13, 1-13). El Apóstol usa siempre la voz griega «agapé», que suele traducirse indistintamente por «caridad» o «amor». Monseñor Straubinger describe así este texto:

«Es un retrato, sin duda el más auténtico y vigoroso que jamás se trazó del amor, el más alto de los dones y de las virtudes teologales, para librarnos de confundirlo con sus muchas imitaciones: el sentimentalismo, la beneficencia filantrópica, la limosna ostentosa, etc., San Pablo fija aquí el concepto de la caridad según sus características esenciales, pues son las que cualquiera puede reconocer simplemente en todo amor verdadero. Si no es así no es amor»3.

Vamos a considerar nosotros, qué es la caridad, cómo Jesucristo es modelo de caridad para el cristiano y cómo el Espíritu Santo nos hace participar del mismo amor de Dios.

II.a) Podemos emplear la palabra «caridad» o «amor» en sentidos diversos4:

– El amor esencial con que Dios se ama a sí mismo y a todas las cosas por sí mismo. Se identifica, en cierto modo, con la naturaleza misma de Dios, según la expresión de san Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8).

– El amor personal en el seno de la Trinidad, o sea, el Espíritu Santo.

– El amor de Dios hacia el hombre: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de Él» (1 Jn 4, 9).

– La virtud única5 de la caridad infundida por Dios en la voluntad, por la cual el justo ama a Dios por sí mismo con amor de amistad sobre todas las cosas y a sí mismo y al prójimo por Dios.

II. b) En Jesucristo alcanzaron todas las virtudes infusas su máxima elevación como consecuencia necesaria de la plenitud absoluta de gracia de su alma santísima desde el instante mismo de su concepción en el seno virginal de María. De ahí que sea también modelo supremo en su práctica y ejercicio. Y así ocurre con la caridad en su doble aspecto: amor de Dios y del prójimo por Dios6.

El Evangelio de este Domingo (Lc 18, 31-43) nos presenta por un lado el misterio redentor de Cristo en el anuncio de la Pasión que iba a sufrir bien pronto en Jerusalén y, por otro, su misericordia hacia el hombre en el milagro de la curación del ciego de Jericó. Vemos así el amor a su Padre pues bajo del cielo para hacer su voluntad, vivió para su Padre y murió entregando su espíritu al Padre (Lc 23, 46) y su amor a los hombres, no solo remediando sus necesidades («pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo»: Hch 10, 38), sino dando la vida por todos nosotros: («Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos»: Jn 15, 13).

II.c) Relacionando los diversos sentidos de la palabra «caridad» que hemos señalado, para poder pensar en ella como amor de nuestra parte a Dios y al prójimo, hemos de verla primero como amor que Dios nos tiene y que Él nos comunica, sin lo cual seríamos incapaces de amar7. «Dios es amor» y ese amor infinito del Padre por el Hijo llega a nosotros por la acción del Espíritu Santo («el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado»: Rm 5, 15), el cual pone entonces en nosotros esa capacidad de amar al Padre como lo amó Jesús, y de amarnos entre nosotros como Jesús nos amó (Jn 13, 34; 15, 12). De esta manera, la obra santificadora del Espíritu Santo nos hace capaces de corresponder al amor con que Dios nos ama8.

III. Hagamos nuestras las enseñanzas de la Liturgia de la Iglesia en este Domingo que nos presenta ya de modo anticipado las dos grandes ideas de la Cuaresma: amor (Epístola) y cruz (Evangelio) que son, a su vez, como un resumen de toda la vida cristiana al proponernos el fin de la misma (la caridad de Dios, la vida nueva de la Pascua) y los medios (la caridad con el prójimo y la cruz)9.

1 Cfr. Próspero GUERANGER, El Año Litúrgico, vol. 2, Burgos: Editorial Aldecoa, 1956, .6-7.

2 Ibíd., 82-83.

3 Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: 1Cor 13, 1.

4 Cfr. Antonio ROYO MARÍN, Ser o no ser santo… Esta es la cuestión, Madrid: BAC, 2000, 112-116.

5 Es una virtud específicamente unae indivisible aunque recaiga sobre tres objetos materiales tan diferentes como son Dios, nosotros mismos y el prójimo.

6 Cfr. Antonio ROYO MARÍN, Jesucristo y la vida cristiana, Madrid: BAC, 1961, 510-511.

7 «Del amor con que amamos a Dios. Amar a Dios es en absoluto un don de Dios. El mismo, que, sin ser amado, ama, nos otorgó que le amásemos. Desagradándole fuimos amados, para que se diera en nosotros con que le agradáramos. En efecto, el Espíritu del Padre y del Hijo, a quien con el Padre y el Hijo amamos, derrama en nuestros corazones la caridad» (II Concilio de Orange, can 25. Dz 198).

8 Cfr. Juan STRAUBINGER, o. c., in: Rom 5, 5 y 13, 1.

9 Cfr. Verbum vitae. La Palabra de Cristo, vol. 2, Madrid: BAC, 1957, 1162.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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