Contenido y finalidad sobrenaturales de la Biblia

Una vez analizado el concepto básico y primordial de ‘inspiración bíblica’, podemos detenernos a examinar los otros dos aspectos que hacen de la Escritura el ‘libro por excelencia’: su contenido y su finalidad sobrenaturales. En relación al primer aspecto, consideraremos el doble orden de verdades –natural y sobrenatural– presente en la Escritura y su mutua relación. Completará este análisis una reflexión sobre el contenido esencial de cada uno de los Testamentos. Respecto al segundo tema, nuestra exposición analizará meramente la intrínseca relación existente entre el fin de la Escritura y la santificación del hombre.[1]

1.- Contenido sobrenatural

a.- Las verdades naturales y sobrenaturales de la Biblia

No todas las enseñanzas de la Biblia, consideradas una a una, son verdades estrictamente sobrenaturales, como lo ponen en evidencia, por ejemplo, los múltiples textos que narran circunstancias ordinarias de la vida familiar, social, política,

La constitución dogmática Dei Verbum en su número 6, haciéndose eco de las palabras de la constitución dogmática De fide catholica del Vaticano I, presenta una síntesis del contenido de los libros sagrados en los siguientes términos:

Mediante la revelación divina, Dios quiso manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, “para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana”.

El texto señala dos aspectos de la realidad sobrenatural contenidos en la Biblia: Dios se ha revelado “a Sí mismo”, su vida intratrinitaria, y ha manifestado sus “eternos decretos” ordenados a la salvación de los hombres. La Escritura, por eso, es a la vez ‘manifestación’ y ‘comunicación’ de vida, ya que Dios ofrece por medio de ella, además del conocimiento de los misterios divinos, un camino de acceso a la vida sobrenatural.

La Escritura contiene, por tanto, junto a las verdades estrictamente sobrenaturales, un conjunto de verdades que son de por sí accesibles a la razón humana, reveladas por Dios para hacer más fácil, seguro y certero, el camino de salvación. Ahora bien, entre estos dos órdenes de verdad, naturales y sobrenaturales, no existe una simple yuxtaposición, sino una relación armónica, que hace que la Biblia sea una única realidad de contenido sobrenatural. En otras palabras, puesto que forman parte de la revelación, cuya fuente suprema es Dios, todas las verdades naturales contenidas en los textos sagrados poseen una estrecha conexión con el objeto propio de la fe, las verdades sobrenaturales que se refieren a Dios.

Santo Tomás ofrece sobre este tema algunas consideraciones de gran interés teológico. Uno de los textos fundamentales es el siguiente:

“Hay verdades que son por sí mismas objeto de fe; otras no lo son por sí mismas, sino en relación con las primeras […]. Ahora bien, puesto que la fe tiene como objeto principal lo que esperamos ver en la patria, ya que según Heb 1:11: “la fe es la realidad de las cosas que se esperan”, de por sí pertenece a la fe lo que dirige directamente a la vida eterna: el misterio de un Dios en tres personas divinas, la omnipotencia de Dios, el misterio de la Encarnación de Cristo, etcétera.

Los artículos de la fe se dividen de acuerdo con estas verdades. La Sagrada Escritura propone, sin embargo, también a nuestra fe, otras verdades, no como principales, sino para clarificar las precedentes; por ejemplo, que Abrahán tuvo dos hijos, que un muerto resucitó al contacto con los huesos de Eliseo, y otras de este tipo. Estas cosas se narran en la Sagrada Escritura para ilustrar la grandeza de Dios o la Encarnación de Cristo”.[2]

Santo Tomás de Aquino, como se deduce del texto citado, no duda en admitir que también las cosas más banales que se pueden encontrar en los textos bíblicos –y da varios ejemplos– “se narran en la Sagrada Escritura para ilustrar la grandeza de Dios o la Encarnación de Cristo”. La distinción entre verdades que se proponen como ‘objeto principal’, que son las que ‘nos dirigen directamente a la vida eterna’, y verdades que se proponen ‘para manifestar las primeras’, muestra con claridad la perspectiva que tienen para él los textos bíblicos. Todos tienen un origen divino, pero solo en algunos de ellos se contiene la verdad directamente revelada por Dios. Esto no convierte, en absoluto, los demás textos en superfluos, pues poseen también una dimensión sobrenatural: han sido ordenados por Dios para manifestar, bajo otro aspecto, las verdades sobre Dios y sobre Cristo.

b.- El contenido del Antiguo y del Nuevo Testamento

Según nos afirma la Dei Verbum en su número 15:

“El plan salvífico del Antiguo Testamento estaba ordenado, sobre todo, a preparar, anunciar proféticamente (cfr Lc 24:44; Jn 5:39; 1 Pe 1:10) y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino mesiánico (cfr 1 Cor 10:11). Los libros del Antiguo Testamento manifiestan, además, a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres”.

Con respecto a los ‘libros’, el texto conciliar pone de relieve dos ideas: esos libros estaban destinados a instruir a la humanidad sobre quién es Dios y quién el hombre; y, para nuestros días, ellos ofrecen un testimonio permanente de la ‘pedagogía divina’, es decir, del tipo de educación moral y religiosa que Dios utilizó y utiliza con el fin de conducir la humanidad a la salvación en Cristo. Por eso, DV 15 concluye afirmando que:

“Los cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por último, está latente el misterio de nuestra salvación”.

Es, sin embargo, en el Nuevo Testamento donde “la palabra de Dios, que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree (cfr Rom 1:16), se presenta y manifiesta su vigor de manera especial” (DV 17). El misterio eterno de salvación, en efecto, “no fue manifestado a otras generaciones, como se ha revelado ahora a sus santos apóstoles y profetas en el Espíritu Santo” (cfr Ef 3: 4-6), a quienes se les reveló “para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia” (DV 17).

En concreto, el contenido de los escritos del Nuevo Testamento se puede describir con las palabras siguientes:

“Al llegar la plenitud de los tiempos (cfr Ga 4:4), el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad (cfr Jn 1:14). Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con su muerte, su resurrección y su gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo (cfr Jn 12:32), pues Él es el único que tiene palabras de vida eterna (cfr Jn 6:68)”.[3]

La Encarnación y la obra redentora de Cristo, la institución de la Iglesia, el misterio de la Filiación divina y de la Trinidad, constituyen, por tanto, los temas básicos de la revelación del Nuevo Testamento.

Conviene tener presente que, en los escritos neotestamentarios, existe un determinado orden en la presentación del misterio de salvación, porque “nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador” (DV 18). Alrededor de los evangelios se disponen gradualmente los demás libros del Nuevo Testamento, con los que “según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo, y se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su gloriosa consumación” (DV 20).

2.- Finalidad y eficacia sobrenaturales de la Escritura

Dios nos ha donado la Escritura con una finalidad salvífico-escatológica: para que alcancemos la vida eterna. La Sagrada Escritura establece un itinerario que va desde Dios al hombre para volver de nuevo a Dios a través del hombre. Dios, en la Escritura, ha comunicado a los hombres la verdad salvífica firmemente, con fidelidad y sin error para que los hombres llegasen a Él por medio del conocimiento de esa verdad.

“[Estas cosas] han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20:31).

El Espíritu Santo, por tanto, ha querido la Biblia para un fin digno de su actuar: para que el hombre, conociendo las verdades fundamentales sobre Dios y sobre sí mismo, encontrase la felicidad. Este es el tema de los libros sagrados: cada verdad que afirman, cada realidad que relatan, también aquellas aparentemente profanas, ha sido consignadas para nuestra instrucción. Se sigue que cualquier lectura de la Biblia debe estar orientada al conocimiento de Dios y a la salvación del hombre. Es el criterio que cualquier esfuerzo exegético debe asumir como premisa de estudio.

El gran bien que ofrecen los textos bíblicos se puede sintetizar diciendo que ellos disponen el intelecto, la voluntad y todas las fuerzas humanas a la gracia, enseñando el modo de vivir sus exigencias.


[1] Para la confección de este artículo hemos seguido el libro de Miguel A. Tabet, Introducción general a la Biblia, Palabra, 2015, 536 págs.

[2] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, II-II, q. 1, a. 6, ad 1.

[3] Constitución dogmática Dei Verbum, nº 17.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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