“En aquellos días vino Juan Bautista y predicaba en el desierto de Judea, diciendo: “¡Convertíos porque el reino de los cielos está cerca!” (Mt 3, 1-2): así nos lo transmite el evangelista Mateo en capítulo tercero de su Evangelio, proclamando el inicio de la salvación.
Es la invitación autorizada que hace el mismo Jesucristo, tras la salida de su ocultación de Nazaret, anunciando la palabra de Dios y haciendo milagros. Es la invitación que en un tiempo la Iglesia, a través de sacerdotes bien preparados, dirigía a los numerosos fieles que participaban en la Santa Misa, hoy abandonada por muchos bautizados porque comunismo, materialismo, consumismo, nihilismo, relativismo, ecumenismo y demás… ismos, en poco más de medio siglo han demolido prácticamente la fe en los creyentes, que ahora se encuentran en graves dificultades frente a Dios y a la propia conciencia en una sociedad cada vez más laicizada, blasfema y anticristiana.
Un claro signo de la angustia y del sufrimiento que estamos viviendo es la inestabilidad y la litigiosidad en los Países y en las comunidades de distintas extracciones, especialmente de etnia medioriental, de fe prevalecientemente islámica, con un grave riesgo de intervención militar por parte de las grandes potencias.
La conversión, hoy, no tiene sólo un significado estrictamente religioso, referido a la elección o a la vuelta a la única religión verdadera, sino que es la adhesión a toda la Verdad del Evangelio a través de Jesús, el Príncipe de la Paz, que es la única fuerza espiritual capaz de conducir al bienestar y a la verdadera paz a las naciones. La paz es un gran don de Dios, que se obtiene con una sola condición: respetando Su Ley, es decir, el Decálogo, a la letra y con perseverancia.
Hoy vivimos en serio peligro de guerra atómica porque hemos rechazado al Dios de la Paz, proclamando el ateísmo como elección de libertad, poniéndonos del lado del poder nefasto de los seguidores del anticristo, que hoy dominan sin contraste en el mundo, a través de las sociedades secretas. Si hasta ahora no ha estallado la guerra nuclear, a pesar de los arsenales llenos de bombas, es porque todos son conscientes de que ninguna nación saldría “indemne” de semejante conflagración, por lo cual es pospuesta… sine die. En efecto, está en juego el holocausto de la humanidad y de la Creación y, por esto, Dios, nuestro Padre, vigila para impedirla a toda costa.
Conversión, principio de salvación universal
El concepto de conversión, por tanto, no tiene hoy solamente un significado religioso a medida personal, como vuelta a la fe católica abandonada por decisión propia, sino que asume una acepción más amplia, involucrando a los jefes de las naciones y a los políticos que, contrariamente a las directivas de los señores del mundo, buscan seriamente los motivos históricos, culturales y espirituales adecuados para recuperar las tradiciones cristianas milenarias, a pesar de las amenazas y el chantaje de la banca y de las multinacionales – llamadas Mammona en lenguaje bíblico – vinculadas estrechamente al anticristo.
Desde hace tiempo, en efecto, a pesar de la constricción para centralizar y unificar los pueblos europeos en el fantomático Gobierno Único Mundial, algunas naciones y fuerzas políticas contrarias al comunismo, la masonería y al ateísmo, parecen estar tejiendo una viva resistencia contra la dictadura del Pensamiento Único, prefiriendo volver a la autonomía inicial – corriendo el riesgo del aislamiento político y económico – antes que obedecer a las autoridades políticas vinculadas al anticristo.
Se tiene, sin embargo, la sensación de que la invitación a la conversión, de antiguo eco evangélico y de gran actualidad profética y salvífica, es hoy completamente ignorada y desdeñada por las instituciones públicas, civiles y religiosas, que se distinguen por su silencio inexplicable. Por este silencio, que agrava su responsabilidad – el pensamiento se dirige al Tercer Secreto de Fátima, negado al público – deberán responder aquellas autoridades religiosas y políticas que, conociendo su verdadero contenido, se ven obligadas al silencio para no suscitar sospechas, enfrentando graves angustias.
¿Cómo justificar semejante silencio? No hablando de determinados temas, se nos ha hecho pensar que son poco importantes, y después, con el tiempo, se llega al olvido o a la duda sobre su realidad hasta negar su existencia, precisamente porque nadie habla ya de ello: un caso de “ventana de Overton” al revés…
Los responsables del silencio eliminan los motivos de discusión a todo nivel, especialmente a través de los medios de comunicación, aun cuando habría muchos motivos para hablar de Dios y de Su enemigo mortal, satanás, que trabaja para llevar a los hombres a su reino de muerte eterna.
Incluso en los medios católicos el tema del diablo y del infierno está prácticamente ausente, mientras que habría muchísimos motivos para hablar de él y temerlo, especialmente en estos últimos tiempos, quizá preparatorios de la revelación del anticristo.
También la situación política actual, que ha llegado prácticamente al término de un largo período dominado por los precursores del anticristo, contrasta decididamente con la obra del Dios Trinitario.
El sufrimiento de la Iglesia
Hoy, los pocos creyentes que han permanecido fieles a la Iglesia como el “pequeño resto” bíblico, atraviesan grandes sufrimientos, sin que ningún lamento o protesta sea transmitido fuera.
Todos los Sacramentos están en declive, desde el Bautismo hasta la Unción de los enfermos, y también la mayor parte de los bautizados vive como si Dios no existiera: el pequeño resto que todavía va a la iglesia está formado sobre todo por ancianas viudas y alguna familia con niños en los días festivos, mientras que están casi ausentes los jóvenes, que prefieren ir a las discotecas y a los estadios.
Aun en la circunstancia dolorosa de las exequias de un familiar, no todos los parientes están dispuestos a celebrar la función en la iglesia, especialmente en ciudades en las que se celebran cada vez más los funerales de manera civil, con la práctica de la incineración de los restos mortales, sin exequias religiosas.
La situación está evolucionando hacia una sociedad relativista, laicista, atea. Es necesario recordarlo, aun corriendo el riesgo de parecer pesimistas. El Señor Jesús proclamó claramente que “Portae inferi non praevalebunt adversus eam” (Mt 16, 18); sin embargo, esta frase preanuncia persecuciones y sufrimientos a la Iglesia, referibles a todo tiempo, pero especialmente a los últimos tiempos, como ya profetizó la Virgen en La Salette, en 1864:
- Los enemigos intentarán destruirla de múltiples modos, sin conseguirlo;
- Le provocarán muchos daños, espirituales y materiales, con el fin de eliminarla;
- Los enemigos externos y también los internos de la Iglesia están muy ocultos;
- Muchísimos mártires serán inmolados entre los fieles laicos y entre los consagrados;
- Entre las víctimas habrá muchos inocentes, pero también varios enemigos ocultos;
- La gran persecución purificará todavía más a la Iglesia;
- El Señor intervendrá para salvar a Su Iglesia en el momento oportuno;
- A los que se salven se unirán multitudes de nuevos creyentes;
- Al final de los tiempos, la Iglesia resurgirá y resplandecerá más hermosa que antes;
- La Gloria de Cristo se unirá al triunfo del Corazón Inmaculado de María.
Estas sencillas consideraciones pueden ser de apoyo al pueblo cristiano, que hoy se encuentra en grave angustia frente a los intentos de llegar a un ecumenismo “fuera de plazo” como el de tender la mano a los luteranos, rechazados y recusados como ramas secas desde su separación de la Iglesia de Roma, por lo cual suena a extravagancia por no decir herejía en los oídos de los cristianos de toda la vida, aunque acostumbrados por el postconcilio a asistir a semejantes “extrañezas”.
El verdadero creyente no puede seguir hoy los errores del pasado, sino que debe permanecer firme en los principios y en la tradición, de manera que rechace la coexistencia de la verdad con el error, el compromiso con el mundo, la confusión de lo sagrado con lo profano, etc. Es decir, debe estar firme en las siguientes convicciones:
- La Iglesia católica es la única institución divina, fundada sobre Pedro, capaz de salvarnos para la eternidad, garantizada por las promesas y por la Resurrección de Jesús.
- Todo seguidor de Cristo, incluso a través de las tribulaciones de la vida y las persecuciones, tiene la certeza de que el único camino de salvación es la observancia de los Mandamientos.
- El cristiano es el único creyente que, a través del Evangelio y sin fanatismos, es capaz de afrontar el martirio con la certeza de que ese sacrificio le conduce a la Vida eterna.
Mysterium iniquitatis et pietatis
Una característica de nuestro tiempo es la confusión de los espíritus, es decir, la mezcla del bien con el mal, de la justicia con la injusticia, de lo sagrado con lo blasfemo, de la verdad con la mentira, etc., en una terrible indiferencia y burla hacia Dios, Creador y Rey del Universo. Una confusión vigente desde hace tiempo y que ha provocado ya muchos daños a la sociedad civil en el plano moral, con el rechazo de Dios y del Decálogo. Estamos en este momento sometidos al capricho de los políticos, que consideran lícito todo lo que las leyes del Estado permiten, aunque estén claramente en contra la Ley divina y, a menudo, en contra del sentido común.
La mayor parte de los medios de comunicación que dan opinión, están alineados con el Pensamiento Único y siguen la gran corriente que conduce a la perdición, preparada por los seguidores del anticristo. Hasta hace pocos años, se hablaba todavía de Dios y se dirigía a El con temor y respeto, ahora se Le considera algo opcional o se Le ignora totalmente.
A pesar de la agonía momentánea y aparente del Cristianismo y la terrorífica difusión del mal en el mundo, el Espíritu Santo trabaja en el corazón de la humanidad y está preparando a la Iglesia una espléndida victoria. Por nuestra parte, debemos tener paciencia y esperar con confianza los tiempos de Dios: sólo El conoce el momento en el que tiene que intervenir y salvarnos de las maniobras del maligno.
Cuando la humanidad vea finalmente con sus ojos el abismo de mal y de desesperación preparado con gran malicia por sus enemigos, habrá una gran rebelión contra los malvados y una vuelta a Dios de proporciones estrepitosas. Evidentemente, la humanidad no se ha dado cuenta todavía del terrible engaño que satanás está preparando de manera oculta para conducirla a su horrible reino de muerte.
Hoy, los falsos profetas son los que conocen la verdad y la esconden, los que ven y no quieren hablar, los que callan cuando deberían gritar de alegría y de maravilla frente a los signos del Cielo. Estamos viviendo tiempos excepcionales y acontecimientos de claro carácter apocalíptico – es decir, los últimos capítulos de una larga historia dolorosa – mientras pocos se dan cuenta.
Sí, el silencio de las instituciones es extraño y se parece al silencio de los enemigos de la Iglesia, que, sometidos a satanás, fingen no saber para poder actuar por sorpresa y en el momento más adecuado para provocar los mayores daños. Lo que más sorprende hoy es el silencio de los Obispos, que no hablan sobre algunos temas porque, evidentemente, no son autorizados por sus superiores desconocidos.
Lo que agita al mundo en estos últimos tiempos no es sólo la guerra sangrienta en Medio Oriente, en la que muchas naciones están involucradas, sino los motivos religiosos que alteran el planeta: se tiene la impresión de que sea la guerra final entre el Dios Trinitario y la soberbia de satanás.
Una cuestión inherente a la conversión, discutida y controvertida, que a menudo entra en juego, es la de la Opción fundamental por Dios, hecha inicialmente en el Bautismo, que nos salvaría incluso de la responsabilidad del pecado actual; una opción lógicamente no válida por sí sola para salvarnos porque para los pecados mortales se exige el Sacramento de la Penitencia; la Opción fundamental es un sutil sofisma de sabor luterano.
Todo cristiano, en efecto, está sometido a la observancia del Decálogo, hoy como en el pasado: el Bautismo nos hace hijos de Dios y dignos de Su Reino, pero son las obras las que nos califican como merecedores de la Vida eterna. La Opción fundamental es necesaria como decisión inicial, porque nos inserta como candidatos a la Eternidad, pero, para alcanzarla, deberemos practicar todas las virtudes cristianas, comenzando por las Virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. En resumen, para ir al infierno no es necesario fatigarse mucho, basta con seguir el camino ancho y fácil preparado para cada uno de nosotros por satanás y por sus adeptos, camuflados a menudo de ángeles de luz, mientras que el camino del Paraíso es muy fatigoso, lleno de insidias y de sufrimientos…
La Bienaventurada Virgen María vino en nuestra ayuda en estos últimos tiempos para guiarnos por el camino acertado, indicándonos los medios más eficaces: la conversión, la fe, la oración, el ayuno y la penitencia.
Marco
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)