Desde 1856, cuando el Papa Pío IX la hizo extensiva a toda la Iglesia, se celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y se debe a la petición que le hizo en una de sus apariciones Nuestro Señor Jesucristo mismo a Santa Margarita María de Alacoque para que extendiera la devoción a Su Sagrado Corazón:
«He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombre y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes y desprecios. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón, y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes recibidos. También te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute».
I. Muchos piensan, y quisieran, y buscan que la devoción al Sagrado Corazón quedara arrinconada, ya que la consideran trasnochada, propia de otras épocas, superada en el momento actual, respecto de la cual también han surgido en las décadas inmediatas y asimismo en estos últimos años desconstrucciones, relecturas, reinterpretaciones.
Los papas pre Vaticano II, tuvieron con la gracia del Espíritu Santo, la sabiduría de visualizar y comprender exactamente el nervio motor de las apariciones de Paray le Monial que fundamentalmente se concretizan en las tres más grandes encíclicas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús:
Annum sacrum, Papa León XIII, 25 de mayo de 1989. Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús.
Miserentissimus Redemptor, Papa Pío XI, 8 de mayo de 1928. Sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús.
Haurietis aquas, Papa Pío XII, 15 de mayo de 1956. Sobre el culto al Sagrado Corazón.
El Papa Pío XII afirmó que el culto al Corazón de Jesús es «la escuela más efectiva del amor de Dios»[1], culto que «tuvo su surgimiento natural en la fe viva y en el culto ardiente al Divino Salvador y a sus llagas glorificadas, que, como signos de su inmenso amor, fueron las que en mayor medida tuvieron influencia sobre las almas».[2]
Recuerda el Padre Florentino Alcañiz S. J., que Satanás odia a esta devoción.
«No se trata de un simple aborrecimiento, pues éste lo siente Lucifer hacia todo lo que es santo, sino de aborrecimiento extraordinario, a juzgar por el número de veces que lo repite la Santa, y la forma enérgica de expresarse.
Me parece que el demonio teme extremadamente el cumplimiento de esta buena obra (la primera imagen del Corazón de Jesús), por la gloria que ha de dar al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, con la salvación de tantas almas como la devoción a este amable Corazón obrará, mediante aquellos que se consagraren a El del todo para amarle, honrarle y glorificarle».[3]
El Papa Pío XII, con una visión prácticamente profética, decía magisterialmente:
«Porque si bien nos llena de amargo dolor el ver cómo languidece la fe en los buenos, y contemplar cómo, por el falaz atractivo de los bienes terrenales, decrece en sus almas y poco a poco se apaga el fuego de la caridad divina, mucho más nos atormentan las maquinaciones de los impíos que, ahora más que nunca, parecen incitados por el enemigo infernal en su odio implacable y declarado contra Dios, contra la Iglesia…
Ciertamente, el odio contra Dios y contra los que legítimamente hacen sus veces es el mayor delito que puede cometer el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a gozar de su amistad perfecta y eterna en el cielo; puesto que por el odio a Dios el hombre se aleja lo más posible del Sumo Bien, y se siente impulsado a rechazar de sí y de sus prójimos cuanto viene de Dios, une con Dios y conduce a gozar de Dios, o sea, la verdad, la virtud, la paz y la justicia.
Pudiendo, pues, observar que, por desgracia, el número de los que se jactan de ser enemigos del Señor eterno crece hoy en algunas partes, y que los falsos principios del materialismo se difunden en las doctrinas y en la práctica; y oyendo cómo continuamente se exalta la licencia desenfrenada de las pasiones, ¿qué tiene de extraño que en muchas almas se enfríe la caridad, que es la suprema ley de la religión cristiana, el fundamento más firme de la verdadera y perfecta justicia, el manantial más abundante de la paz y de las castas delicias? Ya lo advirtió nuestro Salvador: Por la inundación de los vicios, se resfriará la caridad de muchos».[4]
II. Las Letanías del Corazón de Jesús, son una de las seis oraciones litánicas aprobadas para uso público de la Iglesia. El nombre de oración litánica o letanía proviene del griego lité, –súplica– y del verbo litaneuein que significa orar insistentemente.
Las letanías del Corazón de Jesús datan del tiempo de Santa Margarita María de Alacoque. Los expertos en la espiritualidad del Sagrado Corazón han llegado a la conclusión -por los escritos existentes- de que Santa Margarita María de Alacoque no habría redactado dichas letanías, muchas veces atribuidas a ella -aunque había tenido conocimiento de dos series de invocaciones en honor del Sagrado Corazón de Jesús que las rezaba- redactadas éstas por dos de sus co-hermanas en religión de la Orden de La Visitación: la Hna. Joly profesa del Monasterio en Dijon y la Madre de Soudeilles, Superiora del Monasterio de la misma Orden en Moulins.
El segundo Director Espiritual de la Santa de Paray-le-Monial, el P. Jean Croisset en 1691 había compuesto una tercera serie de 23 invocaciones, que las insertó en la segunda edición de su libro sobre la Devoción al Corazón de Jesús.
La Venerable Anne Madeleine Remuzat también monja de La Visitación, fue quien dio un extraordinario impulso al rezo de estas letanías publicadas en 1718 en su manual de la Confraternidad de la Adoración Perpetua del Sagrado Corazón, entresacadas de la lista del Padre Croisset y de la Letanía de la Hermana Joly, conocida como Letanía de Marsella, debido a que éstas últimas fueron cantadas en las procesiones penitenciales organizadas por Monseñor Belsunce durante la terrible plaga bubónica que se había extendido como fuego en la ciudad de Marsella en 1720. El obispo hizo un acto público de Reparación y Consagración de la ciudad al Sagrado Corazón con efectos dramáticos: en dos horas la plaga se detuvo; el obispo declaró que la finalización de la plaga se debió a un milagro del Corazón de Jesús.[5]
Fue esta Letanía de Marsella a la que se añadieron también invocaciones de la Letanía de Moulins aprobada en 1899 por el Papa León XIII para uso público eclesial. Esto hace un total de 33 invocaciones, una por cada año de la vida terrena de nuestro Señor Jesucristo.
III. Una de las invocaciones que toma una inusitada actualidad hoy es: Corazón de Jesús saciado de oprobios.
Sí hoy en día, Su Sagrado Corazón está lleno de tristeza, porque hay tantos que dudan de Él, le desprecian, le insultan, ridiculizan, escupen, abofetean, acusan, le condenan, blasfeman. Cada pecado mortal es un nuevo azote a Su Sagrado Cuerpo, en Su Sagrada Cabeza son clavadas agudas espinas, sus sagradas manos y sagrados pies son nuevamente clavados en el madero de la Cruz. La ingratitud de la humanidad perfora continuamente Su Sagrado Corazón.
Tantos lo olvidan y menosprecian en el Sacramento de su Amor. Sabemos bien que el Sagrado Corazón de Jesús se quejó a Santa Margarita María de la frialdad y la indiferencia de tantas almas, incluso de aquellos especialmente consagrados a él, indiferencia que implica un desconocimiento y menosprecio del amor de su Sagrado Corazón y se suma a su oprobio. No hay que llegar a ser culpable de ello. La mejor manera de expresar nuestro agradecimiento por las humillaciones que Jesús soportó por nosotros, es soportar pacientemente las humillaciones por su causa. No hay mejor manera de expiar el orgullo de nuestros pecados o de compartir el poder expiatorio de oprobio de Cristo, no hay mejor manera de escapar del oprobio de la condenación eterna.
El Papa Pío XI en su encíclica Miserentissimus Redemptor nos dice que es de justicia y de amor expiar las ofensas hechas a Dios y que es deber de todos compensarle por dichas ofensas, deber de expiación que incumbe a todo el género humano.
«Añádase que la pasión expiadora de Cristo se renueva y en cierto modo se continúa y se completa en el Cuerpo místico, que es la Iglesia.[6]
Cuánta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de esta expiación y reparación, no se le ocultará a quien vea y contemple este mundo, como dijimos, «en poder del malo» (1 Jn 5,19). De todas partes sube a Nos clamor de pueblos que gimen, cuyos príncipes o rectores se congregaron y confabularon a una contra el Señor y su Iglesia (2 Pe 2,2). Por esas regiones vemos atropellados todos los derechos divinos y humanos; derribados y destruidos los templos, los religiosos y religiosas expulsados de sus casas, afligidos con ultrajes, tormentos, cárceles y hambre; multitudes de niños y niñas arrancados del seno de la Madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfemar de Jesucristo y a los más horrendos crímenes de la lujuria; todo el pueblo cristiano duramente amenazado y oprimido, puesto en el trance de apostatar de la fe o de padecer muerte crudelísima. Todo lo cual es tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse «los principios de aquellos dolores» que habían de preceder «al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora (2 Tes 2,4)».[7]
San Agustín dijo que en ese estado de humillación y de sufrimientos, no es Jesús solamente un justo que sufre, sino también un justo médico que cura, y por donde quiera que los judíos osan poner sus manos sacrílegas, Jesús convierte en remedio para nosotros esas heridas y esos ultrajes.[8] Añade San Gerónimo, que al permitir que le sean dados violentos golpes, expía el crimen de Adán.[9]
En efecto, plugo a Dios en su infinita sabiduría ordenar que todos los elementos que constituyen la malicia del pecado debieran tener su correspondiente castigo en la propiciación hecha por el Sagrado Corazón de Jesús. El orgullo del pecado es expiado por la humillación, el placer sensual por los terribles sufrimientos de la Pasión, la desobediencia por la obediencia a la muerte, el orgullo y el egoísmo del pecado por la perforación y apertura del Sagrado Corazón del Salvador. La raíz y el principio de todo pecado es el orgullo, y en la expiación Jesús sufrió toda clase de humillaciones y abusos durante toda su vida, pero especialmente durante Su Pasión. Estas características en la expiación del pecado, forman el objeto de las invocaciones de la letanía.
A nosotros nos toca principalmente llorar, doblar la rodilla, y humillar nuestro espíritu y nuestro corazón en presencia de un Dios cubierto por nosotros de tanta ignominia,[10] sin dejar de proclamar desde los tejados «que todos aquellos que con esta devoción honraran su Corazón, serían colmados con gracias celestiales».[11]
Germán Mazuelo-Leytón
[1] PIO XII, Encíclica Haurietis aquas, sobre el culto al Corazón de Jesús, nº. 72.
[2] Ibíd. Nº 52.
[3] ALCAÑIZ S.J., P. FLORENTINO, La devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
[4] PIO XII, Encíclica Haurietis aquas, sobre el culto al Corazón de Jesús, nº. 33.
[5] Cf.: McGUCKIAN S.J., BERNARD, Pledged for life
[6] PIO XI, Encíclica Miserentissimus Redemptor, 11.
[7] Ibíd. 12.
[8] Cf.: SAN AGUSTIN, Serm. IX. De Verb. Apost.
[9] Colaphis in capat percussus est, ut caput humani generis, quod esta Adam sanaret.
[10] Cf.: DE RAULICA, P. VENTURA, Conferencias sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
[11] PIO XI, Encíclica Miserentissimus Redemptor, 14.