La meditación sobre la Sagrada Entrada de Nuestro Señor en Jerusalén, en Domingo de Ramos, nos es muy provechosa si «entramos» en la escena (aplicando la imaginación como enseña San Ignacio) y constatamos que son las mismas personas que ACLAMAN a Jesús las que, cinco días después, RECLAMARÁN a Pilato su muerte en la cruz. No hay un cambio de escenario popular en esos días: son los mismos que le reciben como Mesías luego lo van a condenar como blasfemo.
Por una parte, desde una óptica meramente sociológica, observamos lo voluble que puede llegar a ser la masa en su comportamiento y lo susceptible de manipulación por parte de los poderosos que, en este caso, son las autoridades judías del Templo que temen a un profeta que les arrebate la autoridad moral. Este hecho debe llevarnos a asumir que, al ser tan manipulable la mayoría social, no debe creerse jamás que la verdad y la bondad proceden de las decisiones que se tomen en «consenso» al estilo de la democracia liberal moderna. Pero eso ahora es secundario.
Lo importante es una enseñanza de fondo para nuestra vida cristiana: Que no podemos dejarnos conducir por las EMOCIONES o SENTIMIENTOS sino que hemos de guiarnos por el CORAZÓN cuando la conciencia esté bien formada. Veamos:
– La gente que aclama a Jesús, en su mayoría, lo acogen como un LIBERADOR humano.Algunos creen que es de verdad el Mesías esperado, si, pero prevalece más el sentimiento de que ha llegado el que resuelve todos los problemas materiales, de salud, de bienestar temporal….que incluso hace milagros para curar enfermedades mortales o la misma muerte.
– Pero cuando constatan que Jesús habla al corazón para suscitar la conversión personal, exhorta a cambiar la vida, no se aprovecha de su carisma para acaudillar una revolución política contra el imperio, se enfrenta a una estructura religiosa asentada solo en ritos y costumbres….entonces ese Jesús aclamado como Mesías empieza a ser «sentido» como alguien que «no interesa», que exige un compromiso de lucha moral, que no abandera una ideología de soluciones inmediatas.
Conclusión: convergen los intereses de la casta religiosa judía con los del poder militar romano y con el «desengaño» de una pueblo que vuelve a caer en la tentación del desierto (cuando añoraban las cebollas de Egipto y no valoraban la libertad de Dios). Por eso condenan a Cristo y lo matan. Es como si inconscientemente le dicen a Cristo: «No queremos que reines en nuestros corazones, porque lo que deseamos es un Dios que se ajuste a nuestras expectativas solo humanas».
¿Cual es la Enseñanza?: Pues que si cada uno de nosotros, en nuestra vida cristiana, seguimos sólo el SENTIR y la EMOCIÓN, entonces, tarde o temprano, rechazaremos a un Cristo que nos pide la conversión de nuestro corazón con lo que ello implica de CAMBIO DE VIDA, de esfuerzo moral, de lucha ascética contra el egoísmo, la autosuficiencia….etc. Si queremos seguir a un Dios que solo nos resuelva los problemas temporales, sucederá que, o bien construiremos la religión «a la manera de cada uno» (hoy muy extendida esta idea) o sencillamente que abandonaremos la fe y nos sumergiremos en un nihilismo materialista que de vez en cuando drogue la conciencia con alternativas religiosas que NO exijan conversión de vida (como ciertas corrientes orientalistas). Volveremos a crucificar a Cristo después de haberlo aclamado.
Por eso, hoy más que nunca, en esta época posmoderna (sobre todo en occidente) de exaltación de las emociones y sentimentalismos, sepamos acoger a Cristo en nuestros corazones para que Él los transforme y nosotros nos dejemos transformar de verdad. Vivamos la FE desde el SER y no desde el SENTIR, aunque sepamos que el «sentir» es del todo legítimo si está bajo el amparo del «ser».
Que nuestra Fe en Cristo sea una FE VIVA desde el AMOR, y no una caricatura emotiva de religiosidad desde la sola satisfacción de los sentidos humanos. Cristo ya dijo que quien le siga ha de tomar su cruz (nunca será tan pesada como la suya) para llegar a la resurrección. NO queramos llegar a la resurrección despreciando la cruz, pues corremos el riesgo de encontrarnos, tras la muerte, con la cruz sin resurrección.