Cuando la primavera se convierte en oscuro invierno

Todos sabemos que durante la segunda mitad del pontificado de Juan Pablo II, un gran número de católicos laicos conservadores se tomaron en serio el llamado a la “Nueva Evangelización” y comenzaron a trabajar para la Iglesia. Es una historia habitual en diócesis y en oficinas de conferencias episcopales de todo el mundo. Un gran número de ellos son personas que llamamos de la “Generación X”, que fueron criadas y vivieron durante el período post-conciliar observando cómo los sacerdotes y obispos de la generación de sus padres derribaban sistemáticamente la estructura de la Iglesia – a veces literalmente en ladrillos y piedras, pero más frecuentemente en forma de terrible destrucción del patrimonio cultural social y moral católico.

Quienes nacimos hacia fines de la década de 1960 y comenzamos a trabajar como adultos en las décadas de 1980 y 1990, nos encontramos con una institución católica que, triste ironía, se había convertido en un páramo moral tóxico por el que sabíamos que era mortal transitar mucho tiempo. Pero para muchos de nosotros, el llamado de Juan Pablo II, especialmente su discurso en la Jornada Mundial de la Juventud, pareció un rayo de luz en la oscuridad.

En aquella época estaba de moda hablar de la “vocación del laicado” a involucrarse activamente en la Iglesia, y no había duda de que veíamos mucho por hacer, incluyendo batallas que pelear con la vieja guardia de una generación egoísta. Muchos se inscribieron en postgrados de instituciones católicas “conservadoras” para tomar cursos de teología.

De a poco, y a menudo frente a una gran resistencia, los fieles laicos católicos – con frecuencia hombres casados – asumieron posiciones de influencia tras bambalinas y comenzaron a implementar los cambios que pudieron. Muchas veces su trabajo se centraba en temas sobre “la vida y la familia”; el aborto, el matrimonio y la vida familiar. Otras áreas populares eran la educación católica y la liturgia.

Uno de los casos es el de un amigo que, habiéndose casado en lugar de seguir el sacerdocio, estudió en el antiguo y llorado Instituto Juan Pablo II, y comenzó a trabajar con un gran esfuerzo por restaurar la voz pública de la Iglesia en asuntos de “vida y familia”. Realizó este trabajo durante muchos años, se casó y compró una casa, y ahora tiene cuatro niños pequeños. Hace poco me escribió con una especie de agonía frente a una indecisión. Se encontraba frente a la Corrección Filial, se sentía obligado en su consciencia a firmar; pero como representante de la conferencia episcopal sintió que pondría en riesgo su empleo, su hogar, el bienestar espiritual y material de su esposa e hijos, sus esperanzas de un futuro cierto.

Mi amigo es sin dudas uno de esos que demuestran mi tesis de que este pontificado es el llamado de atención que los católicos “conservadores” necesitaban. Me preguntó si estaba bromeando cuando hace poco escribí que no hay razón para pensar que la situación presente no ha de continuar – y de continuar empeorando – después de terminado el actual pontificado. “No, perdón; no hay un final a la vista,” le respondí. “Esta es la noche oscura de la Iglesia, estamos en las oscuras quebradas.”

“Es el tiempo en que toda cosa terrenal y natural a la que nos hemos aferrado – el positivismo papal más que nada – nos será arrancado.” No supo lo que quise decir con eso, y no tenía idea de que había tanta distinción entre “conservador” y tradicionalista. Podrán imaginarse que yo estaba feliz de ayudarlo a explorar estos conceptos.

Hace algunas semanas me dijo, “Desearía tanto no estar trabajando ‘para la Iglesia’. Los niños hambrientos me dejan pocas altenativas.” Recuerdo cuando hace unos años él recibió una propuesta de estudio con la promesa de un buen trabajo al final, y todos lo felicitamos por asegurarse tal dirección en la vida, especialmente tras la incertidumbre que acompañó sus estudios en el seminario.

Para peor, este padre que ya está educando a sus hijos en casa, habló de su temor por las almas de los niños: “¿Qué hacer para salvaguardar la inocencia y la fe de los pequeños?”

No tenía muchos consejos para ofrecerle, mucho menos palabras de consuelo: “Solo tengo una pequeñísima esperanza; que este sea el tiempo de separar. El trigo de la paja, las ovejas de las cabras – todas separadas. El cisma que ha estado viviendo en las profundidades de la Iglesia durante décadas es ahora imposible de ignorar o negar.”

Eventualmente, mi amigo firmó la Corrección Filial, tras consultar a su esposa y a su director espiritual. No lo especificó, pero supongo que también habló con nuestro amigo el obispo “comprensivo”. Estamos a la espera del resultado.

Este es un mensaje que recibí hace unos días de otra amiga que pasó muchos años brindado su vida a la Iglesia como laica, trabajando para una gran diócesis en un país occidental. “Conocí” a esta persona en internet como representante de su diócesis, cuando yo trabajaba para LifeSite, y mantuve contacto con ella durante muchos años por diversos temas, por lo tanto llegué a conocerla como una persona medida y naturalmente refrenada, no proclive a estallidos, y sin dudas no una “tradicionalista radical”.

Mi amiga da con el perfil que describí arriba, habiendo conseguido su título en teología y trabajado por casi 20 años en áreas relacionadas con el aborto, la eutanasia, la moral sexual, la familia y el matrimonio. Por razones que resultarán obvias, no revelaré nada sobre la ubicación geográfica de mi amiga. Lo que revelaré es que trabaja para una diócesis grande e importante cuyas “posiciones” sobre estos temas son frecuentemente consultadas tanto por los medios de comunicación seculares como los católicos. Si bien ella es poco conocida, por a su cargo es una “voz destacada” en el mundo católico de habla inglesa.

Sus observaciones pueden parecer duras, pero son honestas, y vienen de alguien que ha arriesgado mucho por el Reino y por necesidad ha mantenido un cuidadoso silencio frente a graves problemas anteriores al período Bergogliano. Mi amiga tiene una familia, una hipoteca, una vida laica normal, y sabe que ahora está llegando – como muchos otros –al punto en que su consciencia ya no le puede permitir representar a la organización que le paga el sueldo. Aún no ha llegado a ese punto, pero está empezando a considerar alternativas.

Su correo electrónico describe la posición de muchas personas que comenzaron a trabajar para la Iglesia con gran confianza y la honesta convicción de que estaban haciendo la voluntad de Dios. Y no dudo que tenían razón. Pero ese período parece haber terminado, y uno nuevo – caracterizado por una enorme e intimidante incertidumbre – está comenzando:

No me malinterpretes, me sentí muy bendecida y privilegiada por haber podido mantenerme desde 19__ gracias al trabajo en diversos roles dentro de la Iglesia, intentando en la mejor manera posible ser una influencia positiva en un ambiente en el cual (particularmente por el contexto de mi [ubicación]) la gran mayoría de los sacerdotes y lo que es peor, sus autoritarios y auto-referenciales superiores los jerarcas, son tan cobardes al obedecer a los anti-vida, anti-matrimonio y anti- leyes y políticas para las familias, que dan ganas de vomitar.

… Hasta ahora me contentaba con la convicción de que yo estaba donde debía estar por voluntad de Dios, a pesar de la ausencia total de apoyo episcopal creíble, brillando una pequeña luz en una Iglesia oscurecida, una Iglesia donde la oscuridad aumenta con mis propios pecados. Pero hasta ahora trabajé basándome en que mientras el cardenal o los obispos no me dijeran “no, no puedes hacer esto” yo podía continuar, porque parecía correcto intentar apagar el error con la verdad. Todavía está bien hacerlo, pero es cada vez más difícil en el paradigma Bergogliano.

En este paradigma en el que los sucesores de los apóstoles (los buenos, claro está) luchan por encontrar maneras de adaptarse y preservar su preciada política de ‘unidad cueste lo que cueste’, los que ven como yo ven que se acerca rápidamente el tiempo en el cual trabajar para ellos será realmente abrasivo para la consciencia.

El gigante del transgénero es límite que no lograrán trazar, y como madre de dos niños pequeños, creo que será el momento de salirme del sistema eclesiástico ‘católico’. Por lo tanto mi encrucijada es esa, y estaré agradecida por tus humildes oraciones desde tu pacífico rinconcito de la Italia ‘católica’.

Oremus pro invicem

Los ejemplos podrían continuar. Trabajé casi 20 años en el mundo pro-vida, y adquirí una amplia gama de conocidos y amigos en muchos países, y cada uno de los que reciben su paga de un cuerpo oficial de la Iglesia Católica está diciendo lo mismo: “Desearía tanto no estar trabajando ‘para la Iglesia’. Los niños hambrientos me dejan pocas alternativas.”

Tengo un amigo en los Estados Unidos que es sacerdote en una pequeña comunidad con la que me comunico mayormente por facebook. Él dice que escucha cosas similares de parte de sacerdotes, y sabemos que la posición de los sacerdotes católicos fieles es horrible. Las cosas han sido siempre difíciles desde el Concilio y los tradicionalistas saben más que nadie lo que es ser expulsado, excluido, acosado, amenazado y abusado. Pero en la Iglesia Católica Bergogliana ese abuso se ha extendido, pasando de aquellos a quienes es fácil pegar y aislar, a todos aquellos que mantienen aunque sea un pelo de catolicismo. La oligarquía Bergogliana está dejando en claro el tipo de hombre que hay que ser para “ganar” en la Iglesia de la Misericordia S.A., actualizada y a la moda. Si no eres un James Martin SJ, o un Blase Cupich, un Massimo Faggioli o un Greg Burke, estás fuera. Si la presión de tu consciencia no es suficiente, van a encontrar maneras de deshacerse de ti pronto.

Mi amigo sacerdote en los EE.UU. me dijo que hay varios grupos en internet – la mayoría bajo una estricta clandestinidad – para que los sacerdotes cuenten lo que harán cuando llegue la hora de la verdad y les exijan adorar al falso dios Bergogliano.

Mi amigo y yo conversamos sobre la posibilidad de una asociación similar para los laicos católicos que atraviesan circunstancias similares. Es fácil predecir que pronto serán necesarios abogados católicos fieles que demanden a la Iglesia por despidos injustos y otros conflictos similares. La mecánica de tal asociación podría resultar difícil, pero no es una mala idea para los fieles católicos que buscan agruparse para defender la fe y defenderse a sí mismos de los secularistas hostiles, sean clérigos o laicos.

Sea lo que sea que hagamos, parece claro al menos por ahora que nos estamos acercando al final del tiempo en el que la generación de “católicos de JPII” podrá mantener sus posiciones de influencia dentro de instituciones de la Iglesia. Lo que sea que esperemos a largo plazo, la nueva normalidad es la que estamos viendo ahora, y tendremos que empezar a buscar maneras de continuar funcionando como católicos y ejercer nuestras vocaciones en ella. Con la transformación inmediata de instituciones como el Instituto JPII, e incidentes como la expulsión de Joseph Seifert, parece claro que la purga Bergogliana/Kasperita se está extendiendo de los sacerdotes al laicado. Es algo que habrá que enfrentar cara a cara y con valentía, aunque sea por el bien de los niños.

Hilary White

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

Hilary White
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Nuestra corresponsal en Italia es reconocida en todo el mundo angloparlante como una campeona en los temas familia y cultura. En un principio fue presentada por nuestros aliados y amigos de la incomparable LifeSiteNews.com, la señora Hillary White vive en Norcia, Italia.

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