Me resulta sorprendente la frecuencia con que los católicos se agarran a un clavo ardiendo tratándose de la situación en Roma y en mucho del episcopado de la Iglesia en estos días. Es como si pusieran todo su empeño para negar la evidencia que se les presenta y tratan de encontrar explicaciones absurdamente inverosímiles que les impidan tener que sacar conclusiones obvias.
Consideremos tres hechos.
1. Dejar algo sin decir es, con frecuencia, no decirlo.
Muchos comentaristas en la relatio provisional y en la relatio final notaron que estos documentos fueron bastante inadecuados (en diversos grados) cuando se trató de articular la belleza y bendiciones del matrimonio tal como fue instituido por Dios y elevado por Cristo, defendiendo su verdad y bondad. Los documentos incluyeron una que otra afirmación verdadera, pero no le dieron la importancia debida al sacramento del matrimonio en sí mismo y a su nobleza, su validez permanente y las abundantes gracias para el mundo, así como tampoco condenaron los pecados y estructuras del pecado alineadas en contra del matrimonio cristiano.
El problema es este: cuando, a propósito, se deja algo sin decir en un contexto donde debe decirse, se está efectivamente no diciéndolo. Ser negligente en decir algo cuando todas las circunstancias demandan que se diga no es meramente una distracción o una falta de afirmación, sino una omisión destructiva que debilita la verdad, un hoyo negro que absorbe la luz dentro de sí.
Esta es una de las muchas lecciones que hemos aprendido de la “Experiencia Sinodal” – esa experiencia que el Papa Francisco declaró ser buena, pero fue buena sólo en el sentido de que Dios todopoderoso puede sacar bien del mal. Una de las bondades impresionantes que ha salido de ello es la exposición a nivel mundial de la seria falta de ortodoxia y virtud en muchos de los miembros de la jerarquía, así como una admiración renovada por aquellos héroes de la fe que están dispuestos a sufrir calumnia y exilio. Esto es algo bueno porque remueve a los temibles no católicos y, en su conjunto, ultramontanos y no tradicionales, serviles a cualquier cosa que los pastores digan a los largamente sufridos fieles. Es una llamada de atención para abandonar la pasividad por parte de las ovejas y defender valientemente la fe de nuestros padres, como lo hicieron los laicos durante la crisis arriana del siglo cuarto.
2. Formular una pregunta imposible puede ser una forma de abuso mental.
Otros comentaristas pensaron que fue “bueno” que el Papa animara las preguntas sobre cuestiones difíciles y el debate abierto en las respuestas.
El problema es este: muchas de las cuestiones discutidas por el Sínodo fueron temas a los cuales la fe católica, por no decir el derecho natural, ya han respondido de manera inequívoca e inmutable. Dar pie a estas preguntas es nada menos que una forma de abuso mental, una manipulación de sentimientos y un esfuerzo por sembrar confusión, duda y negación. Preguntar, como realmente queriendo saber, si puede existir algo como el matrimonio homosexual, es de antemano haber sucumbido ante el enemigo de la naturaleza humana; preguntar si los bígamos activos pueden recibir la Sagrada Comunión es hacer violencia a las consciencias de los católicos y una blasfemia al Santo Sacramento. Hay ciertas preguntas que no es posible someter a debate como si fueran aún cuestiones abiertas o como una especie de sano ejercicio intelectual. Esta clase de pregunta, si no es un show vacío o flatus vocis, implica una postura epistemológica, un compromiso existencial.
3. Seguir neologismos o evitar el lenguaje tradicional es un tipo de explotación y decepción.
Hay palabras que significan realidades tal como son y existen palabras que deliberadamente las obscurecen. “Vivir en pecado” claramente expresa que un hombre no casado y una mujer que duermen juntos son culpables de ofender a Dios y dañarse mutuamente; “cohabitación” es una descripción neutral que no juzga y que parece implicar que ello no se puede juzgar. “Concubina” o “amante” nos dice francamente con lo que estamos tratando; “compañera de matrimonio” no. “Unión adúltera” es llamar al pan, pan, y al vino, vino; con su sentido legal, “matrimonio civil” decorosamente cubre lo que es realmente una poligamia. Que dichos documentos vaticanos hayan sido manchados con un lenguaje “valorativamente neutral” es un poderoso signo del triunfo de facciones sobre la fidelidad, del poder sobre la verdad, un control de pensamiento orwelliano sobre la libertad de los hijos de Dios.
¿Deberíamos estar sorprendidos? Lo mismo ha sucedido en la esfera litúrgica: en lugar de “celebrante” se habla de “presidente”; en vez del “Santo Sacrificio de la Misa” le llamamos “Eucaristía”; en lugar de “introito” hay “la canción de entrada”. Estos novedosos términos no son falsos en sí mismos, pero se desprenden de una ideología que quisiera evitar el lenguaje tradicional. Hay muchos ejemplos como estos, todos apuntando hacia la misma dirección. Ahora más que nunca, debemos prestar atención a la advertencia de Josef Pieper, quien en su pequeño libro Abuso de Lenguaje, Abuso de Poder, nos recuerda que aquel que controla el lenguaje controla la realidad – una lección entendida por George Orwell, incluso si su intuición no lo llevó a adorar al Logos que es quien sólo da sentido al lenguaje humano y a la razón.
El denominador común entre la reforma litúrgica y el Sínodo es el acomodacionismo: la visión que es tarea de la Iglesia adaptarse a sí misma – su culto, su doctrina, su disciplina – al “hombre moderno”. Eso es exactamente lo que los líderes de la Iglesia están emprendiendo, con resultados que todos podemos ver.
La crisis social que estamos observando con relación al matrimonio y a la sexualidad está vinculada a la crisis espiritual de no reconocer mas quién es la novia y quién el novio, lo que es sagrado y merece total reverencia, y cuál es la pureza que se requiere de aquel que se atreve a acercarse al altar. Generaciones de católicos han experimentado una liturgia liberada de las tradiciones y marcada por intimidades casuales, justo como su moral sexual. ¿Qué fue primero: la relajación y experimentación de la liturgia o la soltura y abandono de las restricciones morales? En cualquier caso, estamos vivos para ver la última etapa de la revolución: así como el culto a Dios fue redefinido de acuerdo a las pretendidas exigencias del hombre moderno, así ahora, las mismas exigencias están conduciendo la redefinición del hombre como tal – una consecuencia que no sorprende y que subraya la conexión entre liturgia y antropología.
En un mundo que se vuelve crecientemente loco, los católicos deben aportar una sensatez sanadora diciendo lo que necesita ser dicho (especialmente cuando las autoridades no lo están diciendo), exponiendo y refutando preguntas falsas y falsos enigmas, usando el lenguaje tradicional para llamar a las realidades por su nombres.
[Traducido por Ramses Gaona. Artículo original. Posteado por Peter Kwasniewski]