Declaración sobre el Matrimonio por la Confraternity of Catholic Clergy
19 de Enero 2015
El Matrimonio fue instituido por Dios, no inventado por el hombre (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1603). El Creador lo ha construido en la naturaleza humana, incluso en el cuerpo humano, en sus dos formas complementarias, hombre y mujer. «Macho y hembra los creó» (Génesis 1: 27): el hombre para la mujer, y la mujer para el hombre, unidos en matrimonio como «una sola carne» para la procreación de una nueva vida: «Sed fecundos y multiplicaos« (Génesis 1: 28).
Dios ha dado al matrimonio sus características esenciales y leyes apropiadas: la unidad (un hombre casado con una mujer); la indisolubilidad (nada más que la muerte puede terminar un matrimonio); y la apertura a la procreación (en cada acto de amor físico). Ningún presidente o líder religioso, ningún senado o sínodo, ni ningún gobierno, tiene la autoridad de redefinir el matrimonio.
Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, elevó el matrimonio a la dignidad de un Sacramento. El matrimonio de un hombre y una mujer Cristianos es un signo sacramental de su unión con su Iglesia (cf. Ef. 5: 32). Desde la unión de Cristo con la Iglesia, su Esposa, no puede ser disuelto, ningún poder sobre la tierra, ni siquiera el propio Papa, pueden disolver el matrimonio sacramental válido, una vez consumado, de un hombre y mujer Cristianos. «Aquellos a quienes Dios ha unido no lo separe el hombre» (Mateo 19: 6).
La disciplina de la Iglesia está edificada sobre la doctrina de la fe, y da expresión práctica a ésta. Introducir una disciplina en desacuerdo con una doctrina así implícitamente socava la doctrina. La disciplina de no admitir a los Sacramentos a los divorciados que han entrado en un subsecuente «matrimonio» civil se desprende directamente de la doctrina del Matrimonio y de la Eucaristía como la Iglesia la ha recibido de Cristo y sus Apóstoles. La disciplina de no admitir a los Sacramentos a los divorciados que han entrado en un subsecuente «matrimonio» civil se desprende directamente de la doctrina del Matrimonio y de la Eucaristía como la Iglesia la ha recibido de Cristo y sus Apóstoles. A menos que una anulación ha reconocido la invalidez del matrimonio original, entonces el estado de vida de los divorciados y los Católicos «vueltos a casar» «contradice objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia significada y efectuada en la Eucaristía» (Papa San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n 180). Sin embargo, arrepentidos por sus pecados que sean, los divorciados y «vueltos a casar», «siguen siendo una sola carne» (Gen 2:24; Mt 19:5) con sus esposos originales y únicos. Por lo tanto, sus segundos «matrimonios» no pueden participar en la unión en una sola carne de Cristo y Su Iglesia que está significada y efectuada en la Eucaristía.
Ante la ausencia de una clara apreciación del matrimonio y el verdadero significado de la sexualidad humana, una serie de desafíos morales asociados han surgido. Entre éstos se encuentra el crecimiento extendido de la actividad homosexual y la promoción de este tipo de comportamiento. La Iglesia enseña, como ella ha enseñado siempre, que la actividad homosexual es un pecado grave, ya que distorsiona una de las dimensiones más sagradas y fundamentales de la vida humana. Incluso la inclinación a la actividad homosexual es «objetivamente desordenada «(CDF, 1986) en el sentido de que una tal inclinación sexual, con sus tendencias asociadas, sentimientos y expresiones, no está dirigida correctamente a la unión conyugal, el matrimonio y la procreación. La Iglesia, por supuesto, da la bienvenida a todos los seres humanos creados a imagen de Dios, quienes por su gracia, tienen el poder de renunciar a sus pecados, vivir una vida casta y convertirse en santos. Pero la Iglesia no puede bendecir, ni tolerar, el pecado en cualquier forma, ni estructuras y estilos de vida que fomentan o promueven el pecado, el desorden y la tentación.
La Iglesia en muchas maneras extiende su mano a aquellos rotos y heridos por la ruptura del matrimonio en nuestra sociedad y por la confusión generalizada de lo que significa ser hombre y mujer. A nadie se le rechaza. La primera misericordia y la compasión verdadera está en ofrecerles a los pecadores la verdad de Cristo como la luz por la cual vivir. La mayor ayuda para los que luchan es señalar con caridad el camino de Cristo, la única forma conducente a la virtud y a la verdadera alegría.
La Iglesia no tiene nada, no puede hacer nada, no es nada, sin Cristo, su Cabeza y Esposo. Ella es la servidora de la Palabra de Dios (cf. Dei Verbum, n. 10). Por lo tanto, sus pastores no tienen poder para cambiar lo que sea que Él enseñó acerca de la naturaleza y los bienes del matrimonio y tienen el deber de promover y defender la verdad por el bien de cada persona y de la sociedad.
[Fuente. Traducido por Eduardo Alfaro. Artículo original]