Decodificación de la última revolución anticristiana

«La renovación de la ideología marxista… no es más que la renovación de la rebelión luciferina»  

«La verdad, debe ser proclamada tanto más fuerte y firmemente, cuanto mayor es la gravedad del asunto al que se enfrenta.»  

[Introducción al libro: Decodificación de la última revolución anticristiana]

Sobre la política se ha ido acumulando una pátina falsa, que a la par de ocultar su verdadero rostro, deja traslucir una paradoja con visos de tragedia dados los aciagos  tiempos que vivimos. Pues nunca antes en la historia del mundo, la política había alcanzado los grandes niveles de influencia a escala planetaria como en este siglo que recién comienza. Pero esta aseveración, no es inferencia del alcance y de la instantaneidad de las comunicaciones modernas, que han transformado al planeta en la manoseada consigna descriptiva cliché, una aldea global. A lo que apunta como natural deducción, es a la constatación ineludible, de que nunca antes se habían podido registrar hechos históricos de índole ideológica de una gravedad tan trascendente en contenido y extensión. Se advierte hoy en día, en efecto; el diseño, la planificación y la puesta en marcha, de incuestionables arquetipos ideológicos destinados a influir al mismo tiempo y transversalmente, en continentes, naciones, Estados, familias, organizaciones nacionales e internacionales, sociedades y culturas; en un fluir constante de ideas y acciones homogéneas, que van desde lo “local” a lo nacional, de lo nacional a lo internacional y viceversa. Todo ello inscrito en un proceso revolucionario de izquierda de nuevo cuño, más radical y más subversivo. Depurado ideológicamente, con nuevos contenidos, nuevo accionar y con un radio de influencia inconmensurablemente más amplio.

Peor aún, el ejercicio de la política hoy en día demuestra irrefutablemente que está desnaturalizada, deshumanizada y desnacionalizada, y por lo tanto, desprovista de principios y hechos que sean capaces de producir aquellos lazos de efectiva y natural correspondencia, identidad e integración; con el ser que la genera y la sustenta y la agrupación que lo acoge y lo identifica: el hombre y su sociedad nacional. Y he aquí la gran contradicción. Por una parte, precisamente ahora en que los conflictos ideológicos nunca habían sido tan agudos y la curva de su influencia tan dilatada, por el otro; en contraste, la esencia de sus postulados nunca fue tan groseramente desconocida, infravalorada y peligrosamente relativizada. Si bien es cierto, una observación inicial a la evolución de los conflictos políticos al interior de las naciones, como así mismo; a los grandes bloques que conforman en la actualidad estas mismas naciones, contradice en apariencia las afirmaciones que hemos hecho, porque no nos permite vislumbrar, ni en cualidad ni en cantidad, los agudos conflictos que caracterizaron al recientemente fenecido siglo XX, donde los dos bloques supuestamente antagónicos -socialismo y capitalismo- eran claramente identificables en su doctrina, sus organizaciones, su simbología, sus adherentes y sus carismáticos líderes. Sin embargo, el sentido común y la firme adhesión a la sana doctrina cristiana de siempre, más un par de brochazos de doctrina Tomista, nos basta a muchas personas neófitas en ciertas disciplinas intelectuales, para establecer la gravedad de los acontecimientos que se llevan a efecto desde distintas áreas políticas, sociales, económicas y culturales, por las fuerzas militantes de la izquierda renovada en general, complementadas por el neoliberalismo de derecha y por organismos supranacionales como son, la ONU, BID, FMI, UE, UNASUR, TPI, CIDH (Corte Interamericana de Derechos Humanos) ONG`S, FUNDACIONES, etc., que las patrocinan, financian y sancionan legalmente.

No obstante, esta mirada superficial no debe ser obstáculo a salvar para quienes tienen el deber de profundizar el desarrollo de las ideas políticas, y para aquellos otros, considerados líderes en el sentido de conductores de grupos humanos y “aristócratas”, por el ejercicio familiar de generaciones dedicadas a las tareas de gobierno, en la dirección política de sus pueblos y sobre cuyos hombros reposa la conciencia y el alma de quienes dirigen. Ellos debieran estar al tanto por responsabilidad profesional, de “conciencia” y convicción personal, del origen, esencia y avance, de aquellos nuevos bastimentos ideológicos y sus convergencias políticas, que amalgaman y anexan nuevas leyes nacidas de la práctica de nuevas costumbres en nuevos ordenes supranacionales  y que develaremos en el presente texto.

Más aún, para ser objetivos a modo integral, esto es; que a la objetividad intelectual la pasemos por el tamiz de la honestidad moral, no podemos más que hacernos eco de la reconvención que Lacomte Du Noüy realiza a diestra y siniestra en la primera mitad del siglo XX: “Una corriente de ideas tan poderosa como el racionalismo no puede salir de la nada. Si los sacerdotes de ciertas religiones no hubieran dejado de enseñar lo que debían, el materialismo, como fe enfrentada a la fe religiosa, quizá no habría nacido nunca. No habría nacido nunca, porque el hombre es esencialmente religioso.”

Esta felpa tiene su razón de ser, no solo por lo que de llamado al cuestionamiento interno, al “Mea Culpa” que como rapapolvo arroja a las distintas confesiones religiosas por su “dejar hacer” irresponsable –ya sea referida al clero o los laicos- y que el Cardenal Pie advierte en su época señalando que, “el mal no alcanzaría las proporciones que adquiere, si frente a la minoría activa que lo propaga, no estuviera la gran mayoría pasiva que lo observa”. Clero que por su parte la Beata Catalina de Emmerich, apostrofa tan amargamente; “¡Vosotros sacerdotes, que no os movéis! ¡Estáis dormidos y el redil arde por todos lados! ¡No hacéis nada! ¡Como lloraréis por eso un día! ¡Si tan solo hubierais dicho un Pater!”. Sino además, por lo externo en la inferencia de la observación de la acción del racionalismo materialista, que en su mayor destilación pestilente y verdadero y virulento ejercicio; la revolución comunista al antiguo modelo soviético contemporánea a Du Noüy y al nuevo modelo neosocialista que nos concierne directamente; posiciona el fin ideológico de toda la teoría política revolucionaria de izquierdas en su justo alcance y natural envergadura: el fin de la religión, de la idea de Dios, de la realidad espiritual perceptible e innegable de un mundo sobrenatural y de la esencia trascendental del hombre, en una acción destructiva que afecta a toda creencia que sostenga estas categorías teológicas informadoras del orden social y sus instituciones, en todo tiempo y cualquier lugar del mundo donde la “praxis” revolucionaria asiente sus reales. Como ejemplo debemos recordar que en los orígenes de este proceso dialéctico impío, décadas antes que se condensara y exhibiera sus manifestaciones políticas externas, el objetivo de protestantizar la sociedad francesa por parte de Voltaire y su “conjuración” de filósofos, de los cuales fue el más señero y más sacrílego de sus “patriarcas” como los denomina el Abate Barruel; no era más que un medio para destruir la religión católica y que sus alcances estaban diseñados para expandirse en todo el mundo cristiano. Puesto que en sus propias palabras, con el “protestantismo se iba más rápido en el proceso de aniquilamiento “del infame” (Cristo y la religión Católica) concibió un proyecto que no prosperó: la importación masiva de hugonotes a Francia. Pero su confesión no puede ser más clara en su valoración final del Catolicismo, la herejía protestante o toda confesión religiosa de matriz cristiana, cuando asegura que habría querido “que a cada jesuita lo hubiesen precipitado al fondo del mar con un jansenista al cuello.”

Es en esta perspectiva de la “revolución anti religiosa en su basamento a escala mundial”, surgida desde los “oscuros clubes” que gestaron y patrocinaron la revolución francesa, que no pretendemos acusar originalidad en cuanto a tesis más que en la actualización de la misma. No olvidemos que los comunistas y socialistas, se declaran herederos de la revolución francesa. Filiación ideológica que en cuanto a contenidos, objetivos y fines… abunda en pruebas doctrinarias de elaboración propia.

Es por eso que el objetivo del presente ensayo, es desarrollar un método de investigación que nos permita adquirir las herramientas necesarias para ir eliminando, en primer lugar, precisamente esa pátina falsa que recubre la política. Sustrato de tantos errores y confusión en el hombre común. Y además, fuente de tanta miopía profesional y horizonte infranqueable por la falta de rigor intelectual, de todos aquellos teóricos de escritorio incapaces de profundizar y relacionar las ideas políticas desde su fuente abstracta primigenia (ideología), a la acción práctica llena de sentido (praxis revolucionaria), que constituye sus más variadas formas de expresión y cuyo devenir en el tiempo -establece un proceso concreto- desde donde fluye la dinámica doctrinaria que produce el movimiento social en el sentido de buscar alcanzar un fin ideológico preestablecido y que no es otro, para la revolución, que reorientar la sociedad por un nuevo cauce.

  1. Belloc, el gran observador Católico de los procesos culturales que formaron a Occidente, ya dio cuenta de esta miopía en su tiempo, al señalar que la actividad intelectual obliga ineludiblemente a tomar posición detrás de una definición. Pero, “toda definición implica esfuerzo mental, y por lo tanto, repugna”. Y si hoy en día estuviera entre nosotros más que en su propio tiempo, tendría los motivos suficientes para seguir afirmando, que “el lenguaje de los hombres está saturándose de expresiones que denotan en todas partes un desprecio por el uso de la inteligencia”. O como afirma Spengler, cuando alude a la decadencia de las culturas señalando como claro síntoma de esta decrepitud, que precisamente “se renuncia entonces a toda demostración; los hombres quieren creer, no analizar. La investigación crítica deja de ser un ideal del espíritu”.

Y en este sentido, tal vez no existe error de análisis o comprensión de la realidad más difundido, que aquel que afirma que por un lado, las definiciones políticas doctrinarias por ser abstractas y aparentemente lejanas de lo práctico de la vida, carecen de efecto social intenso. De esta forma, concebimos equivocadamente a los sistemas políticos y sus doctrinas, ya sea en su carácter inherente a las categorías administrativo-burocrático-estatales, o ya sea en sus alcances teóricos sociales, morales, económicos o culturales; como algo propio y sujeto a efecto en gran medida sólo sobre quienes los sustentan o ejercen la política formal partidista, y no sobre el conjunto de la sociedad que de por sí constituye el escenario para el cual se elaboran, pues de suyo lo que constituye su eje dinámico, es el proceso de transformación social que abiertamente propugnan. Es por eso, que quien no conoce y entiende las categorías ideológicas de la política de su tiempo, no conoce ni comprende su tiempo y está incapacitado por lo mismo, para argumentar las verdaderas razones causales sobre el origen y la naturaleza de las ideas y los valores, que determinan el fluir de las posiciones y los movimientos de desplazamiento y reposicionamiento de las personas y las organizaciones al interior de la sociedad. Más aún, junto al arcano ideológico, permanecerá hermética la naturaleza de los organismos políticos sostenedores del proceso revolucionario. El mejor ejemplo y el más trágico con el que podemos demostrar esta aseveración, se encuentra en la génesis de la revolución política madre que constituye nuestro punto de partida analítico, porque son sus prototipos ideológicos los que en su exacerbación nos ha tocado vivir y constituyen en gran parte el substrato a decodificar, además de ser sus convenciones políticas externas las que nos rigen y condicionan en forma antinatural: la revolución francesa.

El Abate Barruel en su monumental obra sobre la revolución francesa, nos entrega con una metodología implacable en su lógica analítica y expositiva, una serie de argumentos con los que demuele las muelles y equivocadas razones de los ingenuos e ignorantes soberbios, con respecto a la naturaleza de los grupos responsables de la eclosión del odio revolucionario “satánico”… como lo define con justa razón De Maistre.

“No nos alucinemos. Conozco hombres, que se han obcecado sobre las grandes razones de la revolución francesa. Los he visto empeñados en persuadir, que es desatinado pensar, que antes de la revolución existiese alguna secta revolucionaria conspiradora. Para estos, cuanto ha acontecido en Francia, las calamidades que la han afligido, y los errores con que se ve amenazada la Europa, se suceden y eslabonan por el simple concurso de circunstancias imprevistas e imposibles de preverse. Les parece que perderían el tiempo si buscasen conspiraciones y agentes que hayan urdido la trama y eslabonado la cadena de acontecimientos. Los actores dicen, que mandan hoy, ignoran los proyectos de los que le precedieron, y sus sucesores no podrán formarse idea del objeto y miras de los presentes”. (…) ¿Y habrá quien crea, que este error, capaz de sacrificar a cuantos se entreguen a una fatal seguridad, ha entorpecido hasta aquellas personas, que Luis XVI había colocado junto a su trono, para desviar los golpes, que la revolución descargaba incesantemente? Las conozco. Tengo entre mis manos una memoria de un ex-ministro, a quien pidieron su parecer sobre las causas de esta revolución, y se le pedía en particular una lista de los principales conjurados y una exposición del plan de la conspiración. Pero él contesto sin la menor complejidad que era inútil practicar diligencias para encontrar hombres, que hubiesen meditado la ruina del altar y del trono, o formado algún plan, al que pudiese dar el nombre de conjuración. ¡Infeliz Monarca! Si los que deben desvelarse en la custodia de vuestra persona ignoran hasta el nombre y existencia de vuestros enemigos, y de los de vuestro pueblo; ¿nos admiraremos de que vos, y vuestro pueblo lleguéis a ser víctimas?”.

Por otra parte, desafortunadamente cuando hablamos de ateísmo o de materialismo, en su concepción profundamente teológica, no siempre se entiende que una idea religiosa puede y debe informar un principio político. La religión -su defensa o combate- se halla en las raíces de todas las grandes revoluciones y cambios políticos. Las culturas surgen de las religiones, su filosofía, su actitud frente al mundo y su mirada hacia el universo, no es más que un dialogo con lo eterno, ya sea para afirmarlo o negarlo, para someterse a él o rebelarse. El hecho es que en cualquier tiempo como H. Belloc señala, “la doctrina de una creencia forman la naturaleza de los hombres y que las naturalezas así formadas determinan el futuro de la sociedad constituida por esos hombres”.

Las creencias actúan como fuerza social y delinean la esencia y el contorno  de las costumbres. Y la omisión de este principio por un lado (el nuestro) y su acertada utilización ideológica por otro lado (el neosocialismo), ha sido la fuente principal de las grandes transformaciones sociales de los últimos treinta años. Y lo más importante, se ha olvidado que “Los hombres viven por una verdad y cuando las gentes aceptan una verdad, esta desciende necesariamente al campo personal y las gentes se consideraran a sí mismas de una determinada manera, actuaran y vivirán en consecuencia y consideraran al mundo conforme a ello. De esta forma, la negación o aceptación de una verdad así como afecta a un individuo afecta también a la sociedad.”

Siendo consecuentes con la tradición del pensamiento Cristiano Occidental (aristotélico-tomista), apelamos a la preeminencia de la verdades lógicas y ontológicas para establecer la naturaleza, carácter, cualidades, atributos y relaciones de los seres y las ideas, en su correspondencia natural del Ser del cual dimanan y el principio filosófico-metafísico que relaciona a estos mismos seres y las ideas con su causa original y final, que los constituye en su esencia y los sostiene en su existir; Dios. Por tanto, la investigación destinada a lograr un conocimiento y entendimiento cabal de la auténtica matriz ideológica de cualquier cuerpo doctrinario de ideas destinadas a ordenar la vida del hombre en sociedad, cuando no se articula a partir de estas verdades, está condenado a naufragar en el sinsentido. Quedando además, truncada y mal formulada, pues se desprendería de una concepción metodológica errónea. Subsistiría entrampada en el eterno retorno que va, del análisis de una parte de la acción política, esto es la formal, a su consiguiente explicación también de naturaleza formal. Obviando de esta manera lo más esencial: el trasfondo que sustenta la acción política formal. Permaneciendo de esta forma, completamente oculto el origen ideológico y su vínculo metafísico. Siendo además, esta acción formal -como veremos más adelante- siempre consecuencia y no principio. La parte final del proceso ideológico y no su comienzo.

En otras palabras, y en gran parte, como derivación de una serie de errores de procedimientos analíticos que se perpetúan en él tiempo, cuando hablamos de “neosocialismo” (término exacto con el que se debe designar en general a la izquierda renovada y que explicaremos en detalle más adelante), solo pensamos en él, como en un sistema político o económico más. A lo sumo, se la da una capa de barniz cultural si se quiere. Nuestro limitado vocabulario ideológico -y esta aserción es para la sociedad en general- nada sugiere algo de teológico porque hemos olvidado lo que significa ese término, que ya no forma parte de nuestras vidas.

En lo que atañe al nuevo proceso revolucionario de izquierda y su “renovación”, que no es más que una reformulación en cuanto a profundización de sus categorías ideológicas primordiales y no una “deserción” de ellas y que algunos equivocadamente y sin razón alguna le atribuyen a esta inexistente “deserción”, la causa de su también inexistente “reorientación” y lo aparentemente “obsoleto” de estos mismos axiomas ideológicos, dado que no conocen ni entienden sus nuevas expresiones políticas formales aunque estas están en sus narices; indudablemente que el siguiente racionamiento y su consecuencia, desde la perspectiva de sus objetivos políticos; no es original porque no se ha modificado en lo absoluto, y por lo tanto, no es desconocida para todos aquellos que han seguido la evolución de las ideas marxistas y que desafortunadamente son una “gran minoría”. Efectivamente, se sobreentiende que precisamente aquellos postulados ideológicos y sus aspiraciones, son para construir un nuevo hombre, un nuevo tipo de sociedad, un nuevo sistema de relaciones humanas y un nuevo ordenamiento político y por ende; una nueva concepción del derecho, del Estado, de la cultura y de la libertad y esto;  -previa destrucción de todo lo vigente y que se le opone- y que además, se trabaja intensamente para ello mediante una fuerza política organizada, conformada por un “estado mayor revolucionario” (Lenin) y cuadros políticos especializados y altamente ideologizados que actúan con una teoría política propia, una dialéctica y una lógica implacable en consonancia con su matriz ideológica y que condiciona una fuerza y acción política coherente, planificada, organizada y sostenida en el tiempo. El meollo del asunto es afirmar su vigencia, su validez actual y su influencia; a partir del desenmascaramiento de su formalidad moderna por medio de la correcta intelección de sus nuevas categorías ideológicas, su nueva lógica y léxico revolucionario, su nueva nomenclatura político-social, su nueva metodología estratégica-operativa-revolucionaria y su nueva praxis revolucionaria. Porque su existencia, ni siquiera debe ser puesta en duda.

Que no sean nuestras ideas o nuestros valores, o lo que es más grave aún, porque es la posición mayoritaria; por el desconocimiento de su esencia, forma y alcances, no significa que en el escenario socio-cultural actual, los principios ideológicos de esta nueva izquierda, no operen intensamente y que su efecto no se produzca y que este sea tremendamente dañino para la forma de vida cristiana en particular y para toda concepción de vida en sociedad en general, que esté organizada sobre un principio trascendente, y que es hacia el cual apuntan y siempre han apuntado todos sus dardos. Aunque para muchos, esto no se pueda deducir de su práctica política contingente, con la nefasta consecuencia de que este desconocimiento, sea una de las causas más determinantes en la nula capacidad de respuesta en regla que debería hacerse a este proceso revolucionario, especialmente de parte de quienes se ven más afectados por su influencia.

Es por eso, que las primeras inquietudes en el orden de prelación de sus efectos, nos señalan que la cuestión fundamental es… ¿nosotros –como católicos- trabajamos también intensamente para defender las murallas de la sociedad que nuestros Padres construyeron a la sombra de Dios? ¿Qué hacemos para preservar el cauce espiritual, intelectual, moral y cultural sobre el cual nuestros Padres construyeron y organizaron la Patria que hemos recibido en herencia? ¿Qué Patria le hemos de heredar a nuestros hijos? Más aún… ¿Conocemos fehacientemente con qué conceptos e ideas sobre la naturaleza del hombre (su origen y  destino); sobre la Patria, la nación, la sociedad y la esencia y el papel que el Estado debe cumplir en la organización y regulación de la vida en comunidad, se está educando en el presente a nuestros hijos, en la escuela, la universidad, la cultura en general y sus distintos medios de expresión formales e informales?

Lo propio y específico del hombre es el pensar y el consiguiente saber que adquiere del ejercicio de esta connatural propiedad. Consecuentemente, a través de la filosofía el ser humano no solo investiga que es el hombre, sino que al mismo tiempo; da forma a una ideología que agrupa a su vez, en un cuerpo doctrinario de ideas, una serie de definiciones sobre que es el hombre, el Estado y la sociedad y cuáles son su origen, naturaleza, carácter, fin, atributos y relaciones. Y si el hombre es un animal político como muy bien lo señala Aristóteles, debe actuar como tal. Y debe actuar entendiendo que su acción verdaderamente política en sentido y eficacia, se desarrolla no solo en la política formal, es decir; competir en elecciones periódicas para ocupar los cargos administrativos en el gobierno de turno, y que equivocadamente se entiende como el súmmun de la democracia, sino además, en el área política más importante: LA IDEOLOGICA. Pues esta es el área donde se definen las ideas políticas y su naturaleza. Ya que toda lucha política o más bien -GUERRA IDEOLÓGICA- no es otra cosa que una CONFRONTACIÓN de ideas. Ideas que pugnan por constituirse; mediante un proceso cultural que las divulga; un proceso político que las impone y una asimilación social que las legitima; en las rectoras de la sociedad.

Pero debe entender también, que el hombre es, lo que es su idea de Dios. Y lo más importante, debe comprender que en el fondo los conflictos entre los hombres, nunca son conflictos de intereses, son conflictos ideológicos y por esta razón, tienen explicaciones en función de la definición que sobre su propia naturaleza el hombre ha escogido libremente, en relación a ese Dios que como fundamento supremo, es concebido como un ente externo, necesario y eterno; o, como un ser inexistente en su soberanía y necesidad, que no solo no se distingue del entorno del hombre, sino que además, comparte su misma naturaleza. Esto significa, que no se comprende nada en el hombre, mientras no se llega a la zona profunda en que se fabrican los motivos de su conducta: su entendimiento.

La conducta del hombre, por otro lado, se desenvuelve al mismo tiempo en los cinco órdenes que existen en toda sociedad: moral, social, cultural, político y económico. Y así como ninguno de estos órdenes opera separado de los otros, ninguno de ellos o mejor dicho, todos ellos, están supeditados a un orden superior que no es otro que el orden teológico. Por lo tanto, todo conflicto social, que se manifieste en cualquiera de los órdenes mencionados, está ineludiblemente ligado a la idea que el hombre tiene de la trascendencia o inmanencia de su naturaleza. Dicho de otro modo, el hombre como sujeto de los conflictos sociales, no puede reconciliarse consigo mismo ni con su naturaleza ni puede proyectar un orden y una paz social, sino en nombre de una idea: la idea que se hace de sí mismo. Que esta concepción sea verdadera o falsa es indudablemente un asunto de gran importancia. Vital y definitoria si hemos de ser sinceros. Pero es también, como se infiere de lo anteriormente señalado -y he aquí su trascendencia- un principio ideológico justificador y ordenador en el ámbito personal y social, que determina en esencia, la constitución de los procesos ideológicos que son el cauce mediante el cual una sociedad se desarrolla históricamente. Algo que desgraciadamente hoy en día, no tiene la importancia que debiera al momento del análisis del mismísimo proceso ideológico que nos afecta. Ni que decir sobre la orfandad existente en la capacidad para vislumbrar al menos correctamente las formas externas de dicho proceso.

Por otro lado, no podemos hacer un análisis político-ideológico nacional y mucho menos podemos proyectarlo al orden internacional, si no poseemos un cuerpo teórico que nos guíe (la sana doctrina de siempre) y sostenga nuestras afirmaciones y refute las de otros, en orden a establecer la verdad y no con el ánimo erróneo o antojadizo de solamente polemizar sobre abstracciones intelectuales, que poco o nada tienen de validez para entender la realidad político-social. Y si hemos planteado una serie de interrogantes significativas en número y fundamentales en contenido, solo en este breve espacio introductorio dedicado al tema que nos preocupa, es precisamente porque la confusa y contradictoria realidad política que vivimos y que nos presentan las autoridades gubernamentales de nuestros países, genera estas interrogantes y estas suman y siguen al ir separando el polvo de la paja. Necesario es, entonces, elaborar argumentos teóricos que al confrontarlos con la realidad político-socio-cultural que se nos presenta, puedan ser capaces de discernirla en su real naturaleza para poder informar convenientemente nuestro juicio y calificarla de esta forma; como lo que es, como lo que no es, como lo que debería de ser y porque ha llegado a ser lo que es. Por lo tanto, todas las decodificaciones ideológicas y simbólicas que se expondrán, no tienen otra finalidad, que establecer las verdaderas causas de los fenómenos políticos, sociales y culturales modernos, que son abrumadoramente de naturaleza neosocialista. Puesto que como establece Aristóteles en su “Metafísica” “…no conocemos lo verdadero, si no sabemos la causa”.

Es evidente que podemos deducir a partir de la marcha general de la evolución de los procedimientos políticos modernos, no solo nuevas reglas, contenidos y leyes. Sino que tal vez, lo más importante, porque informa y precede a las dos anteriores: nuevas tendencias que conducen a refundir en un orden único universal, naciones, Estados, sociedades, culturas, razas y credos, con los consiguientes órganos de poder capaces de sancionar e imponer las nuevas categorías ideológicas de este NUEVO ORDEN MUNDIAL (NOM). Sin embargo, el fenómeno de estas “tendencias”, debe ser circunscrito a dos principios esenciales. Primero, al que dice relación con la propensión o inclinación en los hombres (determinismo ontológico) y en las cosas hacia determinados fines y a la dilucidación de sí estos fines cuando son políticos, son naturales (exclusivos de su esencia) y por otra parte, si son propios y voluntarios (soberanía social y política) o inducidos (impuestos y ajenos). Y segundo, a la naturaleza de la dinámica del movimiento que estas tendencias producen. Es decir, que estas tendencias indican inequívocamente –desde el punto de vista ideológico del que su expresión política forma parte– un “estadio” que se está operando mientras las personas, la cultura, el derecho, la libertad, los bienes económicos y los Estados- Naciones, cambian de lugar o de posición, en la original disposición que plantea este Nuevo Orden Mundial. Lo que implica en última instancia, que se verifique un devenir histórico, en donde la noción de tendencia (realizada por medio de movimientos sociales y políticos), nos obliga a asumir un problema de cambio en el sentido ontológico. Lo que es posible verificar inequívocamente en el nuevo rol conceptual del Estado y la nueva contranatural definición de la esencia de la naturaleza del hombre, y por extensión a todas sus actividades, y especialmente al credo religioso cristiano que es su sostén y que es dado constatar más específicamente desde el siglo XVIII (Revolución Francesa) hasta nuestros días. Y, que en los nuevos –como ellos mismos definen-   paradigmas ideológicos del neosocialismo, tienen su corolario como fuerza política encargada desde el interior de las naciones, de producir todas las modificaciones necesarias y crear las fuerzas ideológicas hegemónicas en vista a allanar el camino a este NOM.

Objetivamente se nos puede criticar que este fenómeno de transformación o pérdida de la vida humana en el sentido Cristiano, tiene sus raíces en el Renacimiento humanista y la Reforma Protestante, de hecho es así. Pero lo que a nosotros nos interesa, es dar cuenta del fenómeno político, social, cultural y hasta legal que significó la revolución francesa, al decretar como última fase de este proceso y dar inicio a otra etapa del mismo; la supresión de toda forma, estructura, organización y principio político basado en la idea del hombre trascendente que el Cristianismo forjó y desarrolló en los siglos anteriores, hasta alcanzar su pináculo en la Alta Edad Media y cotejarlo de esta manera, con las nuevas instancias que las reemplazaron y que son de por sí el fundamento de la modernidad. De esta forma, no es posible entender los rumbos que ha tomado la política mundial, sin el conocimiento exhaustivo de la confrontación que durante el Renacimiento, el humanismo racionalista enfrentó a la vida Cristiana medieval y que concluyó en su primera fase política, con la revolución francesa.

Desde la óptica de la política Católica, existe una indudable prolongación de los ideales sediciosos anticristianos de la revolución francesa en él presente. Y existe una realidad objetiva, fecunda en hechos capaces de ilustrar el vertiginoso avance y materialización de las purgadas y refinadas ideas socialistas difundidas por esta “nueva izquierda”; heredera de esos ideales por confesión propia como ya señalamos, y cuyo contenido, no guarda comparación por su radicalización, con el desenvolvimiento de la ideología comunista previa a la caída de los socialismos reales. Pero esta convicción, preñada de una gravedad inaudita, desgraciadamente no es un conocimiento extendido. Incluso en algunos medios no pasa de ser una mera intuición de que “algo anda mal”. Para grandes sectores de nuestras Naciones Hispanoamericanas y para núcleos políticos que por naturaleza se consideran opositores a la izquierda, la gravedad de los hechos que vamos a describir, no es percibida como tal. Más aun, ¡ni siquiera es conocida su existencia! O no se los asocia con ninguna ideología en particular, como si los actos políticos brotaran por generación espontánea.

Se necesita mucha capacidad de discernimiento para decodificar la realidad presente en su justa esencia y el criterio de apreciación de los conflictos sociales, debe ser muy elevado si le adjudicamos una génesis ideológica de izquierda. Pues esta es una afirmación que desconcierta. Más todavía, si los hechos que consignaremos, provienen de una izquierda que aparentemente no tiene la fuerza de antaño y que aceptó de buena gana, no solo su fracaso ideológico, sino que además, desenvolver su renovada actividad política dentro de las reglas de la “democracia”. De esta forma, dicho criterio tiene que estar responsablemente informado. Pero… ¿Dónde encontrar esa información? ¿Bajo qué parámetros comprobar su veracidad?

El desconcierto que provoca las manifestaciones de la realidad presente, es evidente en quienes tienen buena fe y un sentido común despierto. Ellos presienten que en lo colindante de ciertas conductas sociales, que identifican a grupos sociales heterogéneos y hasta antagónicos; hay un discurso, un lenguaje, un argumento, una acción y un propósito, que va más allá de lo meramente social o cultural. No obstante, el nexo causal político-ideológico que se intuye, no es tan explícito ni se puede poner de manifiesto con la obviedad del examen racional, porque simplemente no se poseen las categorías del pensamiento imprescindibles para elaborar el argumento necesario que pruebe, demuestre y relacione.

En efecto, ¿Cómo comprobar la vigencia de los postulados del comunismo si ya no existe su principal divulgador, la desaparecida U.R.S.S.? ¿Acaso su extinción no es la mayor prueba de su fracaso? La “tercera vía” y la “economía social de mercado” ¿no son acaso la síntesis democrática que amalgama lo bueno, útil y eficiente del socialismo y el capitalismo en beneficio de la humanidad? Los Estados que fueron encarnación de los socialismos reales colapsaron uno a uno después de la caída del muro de Berlín. Cuba, existe como un anacronismo en este siglo que recién comienza. Entonces, ¿con que o con quien entroncar las ideas de este “nuevo socialismo”? ¿Dónde encontrar esos organismos estatales, sociales y partidistas, que nos muestren que desde allí, es posible desenrollar el hilo ideológico que explique satisfactoriamente, la raíz de la acción política que afecta nocivamente en gran parte a nuestros países Hispanoamericanos y al mundo en general?

Hoy día más que nunca, en todo el periodo histórico de nuestra Civilización Cristiana Occidental, y tal vez por vez primera o quizás por última, es posible afirmar; con el terrible sino de tragedia que conlleva, la convicción profunda de que todos aquellos símbolos culturales-valóricos que unos atribuyen a la decadencia, que los más simples asimilan como aspectos esporádicos de este momento histórico y que por último, los irresponsables desechan. Insistimos, hoy más que nunca, es posible afirmar que esos símbolos ponen de manifiesto que se está construyendo una nueva civilización (NOM) que no tiene precisamente ningún símbolo cristiano. Que no porta en su seno, ni el más humilde símbolo como expresión ideográfica de un valor trascendente de origen católico.

Indudablemente las ideas que informan y dirigen a una sociedad y que nutren su cultura, son siempre de naturaleza espiritual. Y aquello que secunda siempre la divulgación de estas ideas, pues son su representación gráfica, son sus símbolos. Más aún, el llamado a la acción, al hacer práctico y concreto con que el hombre construye su realidad personal y social o el mundo de la cultura donde desarrolla su ser, está siempre antecedido por estos símbolos. Bajo la bandera que ostentan estos símbolos el hombre se lanza a la construcción de un nuevo orden de cosas o defiende a muerte al que considera le da sentido a su vida. Al respecto, es imposible que no se nos venga a la memoria el hecho más emblemático de esta realidad humana ineluctable; el Emperador Constantino y el símbolo más sagrado de la cristiandad que le fuere entregado por el mismo cielo como divisa de lucha y que marcó un antes y un después para la cristiandad: “In oc signo vinces”.

A pesar de esta prueba definitoria, hay quienes niegan el “lenguaje” de los símbolos y la importancia definitiva que tiene su formalidad como representación y comunicación de un “estado espiritual”. Pero la ignorancia irresponsable nunca ha sido un freno para los procesos culturales destructivos que se desenvuelven y se pre-figuran, al mismo tiempo, por medio de estos símbolos, y que en nuestro tiempo, tienen una clara relación con el ser maléfico por excelencia, su estado espiritual y el lugar donde reside. Al contrario, son una de las causas de que estos se expandan sin mayor resistencia por parte de quienes deberían combatirlos. Porque es innegable que el hombre vive en forma permanente en un estado espiritual. Y a quien le tributa “su espíritu”, el homenaje y sumisión de su espíritu, nos lo dicen las ideas, los valores y los símbolos, que identifican al hombre y su tiempo. Pero en conclusión, son aquellos símbolos como realidad visible tangible de su estado espiritual, los que en definitiva están en los pórticos de sus templos. Los que son el epicentro de su hogar y los que penden sobre los lechos de sus hijos. Sobre esta realidad innegable, hay mucho paño que cortar y decodificar, porque el material gráfico que se presta al análisis, es de una magnitud…  que abruma. Pero sin una metodología de análisis, una categorización valórica y un orden de prelación del origen y naturaleza de las ideas y los símbolos… no es posible sacar a la luz aquellos signos de transformación que están reorientando, reeducando y reposicionando sobre todo a las nuevas generaciones, sobre principios metafísicos y teológicos que por naturaleza son antagónicos al cristianismo y que los niños y jóvenes digieren por medio de la música, series de televisión, dibujos animados, comic, revistas, libros, moda, deportes, etc.

Pero -y esto es lo más grave- en este renovado afán de destrucción de los cimientos de la Cultura Cristiano Occidental, involucionar a un nivel de vida pagana no es el fin en sí mismo (movimientos indígenas prehispánicos en el sentido de pre-cristianos en “nuestra” América). Con todas sus falencias e imperfecciones, al menos en el paganismo pervive el núcleo social básico: la familia. Del orden natural se intuye la idea de un principio creador y ordenador de todo lo que existe. El halito divino no está ausente y sus símbolos y rituales de adoración son perfectamente identificables. Es más, son omnipresentes. Además, se reconoce la propiedad como privada o como función social, y así mismo también, todos aquellos organismos sociales necesarios para desarrollar la vida humana en armonía con los objetivos comunes inherentes a un perfeccionamiento mínimo del hombre en sociedad y que se ven perfectamente reflejados en instituciones y autoridades políticas, aunque estas sean rudimentarias.

Pero nada de esto se preserva en esta nueva forma de vida que se nos quiere imponer, porque lo que se pretende; y este es el fin verdadero que ya señalamos en un principio; es la antigua pretensión de cortar todos los lazos con lo sobrenatural. Que cese de una vez por todas, el tributo público y privado a Dios. Que no quede “ningún altar de pie y ningún hombre de rodillas” como fue la consigna  “roja” de la guerra civil española. Que como advirtió el Abate Barruel en el trasfondo de la revolución francesa, no se deba “dejar a Cristo ningún adorador, aún en las condiciones más obscuras”. O como dice en definitiva Lenin: “abajo el cielo”

Y sin El… ¿Qué queda? Y si no es a partir de El… ¿a partir de qué o de “quién” organizar la vida? O… ¿a “quién” habría que rendirle nuevo tributo? Más aun… ¿de qué forma o por cual arista del pensamiento, la política, la cultura o la simbología, es posible vincular esta gravísima acepción, tácitamente escatológica, con un proceso revolucionario en curso? Y finalmente, ¿existe un proceso revolucionario en el presente? De ser así, ¿en qué consiste, cuál es su naturaleza, carácter, teoría, práctica, etc.?

El auge del terrorismo, el flagelo del aborto, la eugenesia, la homosexualidad, el lesbianismo, la pedofilia y otras perversiones sexuales, la esclavitud y legalización de las drogas y el vicio en general, la plaga del suicidio, asaltos, asesinatos, violaciones, criminalidad “bestial” ejercida por la “bestialidad” misma, corrupción, robos y sobornos en todos los niveles, la proliferación de sectas de toda ralea, el resurgir impune del paganismo y de todas las herejías, el panteísmo ecológico, el repudio y la pérdida de todas las formas sean morales, éticas, culturales o de costumbre social, la inversión de todos los valores, el aniquilamiento y la sustitución de todas las ideas que fueron el origen de todos los órdenes naturales por donde fluye la vida organizada en sociedad, dan cuenta de la esclavización de los cuerpos y extravío y desesperación angustiosa de las almas y son sin duda parte de un problema vital. No todo el problema ni el problema en sí. Son la forma, pero no el fondo de la compleja realidad que nos ha tocado vivir. Y considerarlos como algo pasajero, transitorio en el proceso de cambio de época, es una obcecación que raya en el delirio. Pero… como conductas sociales, aún al margen del ordenamiento jurídico que “calificaba” en vida de nuestros padres y en nuestra juventud a la gran mayoría de ellas como delitos, ¿es posible que estos hechos guarden alguna relación con la política o formen parte de la táctica y estrategia de alguna ideología en particular?

Planteamos esta interrogante, porque no es suficiente conformarse con una calificación ética negativa de los mismos. La denuncia misma y la simple calificación moral de estos hechos, no es otra cosa más que –en un estadio inferior de interpretación de la realidad– la constatación de la misma a través de un juicio de valor susceptible de ser realizado por cualquier persona y que ilustra una posibilidad de ser de la misma que no va más allá de una lectura político-formal, y que constituye el primer estadio analítico. Pero más allá de este juicio de valor negativo, existe necesariamente otra alternativa que naturalmente reinterpreta estos hechos, y nos entrega a su vez; otro juicio de valor de la realidad que califica otra posibilidad de ser de ella, sustentada a su vez, por otros hechos, esta vez, de innegable naturaleza y finalidad ideológica revolucionaria. Más ético y por cierto, más instructivo es entonces, acompañar la denuncia con una investigación que explique el cómo y él porque se han producido y el que sostiene esta realidad que produce estos hechos que calificamos como injustos, inhumanos, inmorales, antinaturales y por sobre todo anticristianos. Sin embargo, el respaldo de un juicio de valor moral que califica ciertos hechos como los mencionados, cuando estos son teñidos por la política y tienen la significación de un quiebre cultural “epocal”, como lo conceptúan los mismos teóricos de izquierda como Lenin, solo se puede realizar a partir de la comprensión de su proceso formativo en concordancia con su matriz ideológica. Aludimos con esto, por ejemplo, a la génesis que tienen en el socialismo renovado; la ecología, las nuevas categorizaciones sexuales y la modificación de las leyes que las sancionaban negativamente, el aborto, la eugenesia, la libertad de cultos, el indigenismo, la “mano blanda con la delincuencia” (el “lumpen proletarium” de K.Marx) los derechos humanos en general y su rol de ir todos ellos a la vanguardia revolucionaria en el proceso de transformación “epocal”.

Por otra parte, ningún proceso que ha modificado el curso de la vida de los pueblos y de las personas, se ha iniciado de un punto muerto o estático, sino de un constante devenir, en donde las influencias ideológicas y culturales en general que el hombre ha madurado, continúan operando en el periodo siguiente a pesar de que el proceso histórico que les dio vida halla expirado formalmente. Entiéndase con ello, la revolución francesa y la revolución bolchevique. Sirva esta afirmación además, para reiterar en forma majadera, que es necesario desmitificar la creencia errónea de que el comunismo expiró o purgo sus aspectos ideológicos más controversiales, cuando en realidad; los nuevos que han surgido como maduración de sus fracasos en la praxis revolucionaria, son peores que los que han dejado atrás ellos mismos y que demostraron ser ineficaces como eje de la transformación social que siempre han perseguido como objetivo primordial. No como fin. Puesto que si hemos insistido en estratificar la política, en política formal y política ideológica; seremos majaderos en señalar las diferencias entre medios, objetivos y fin por un lado, y por el otro; naturaleza, carácter y atributos, cuando definamos al hombre y la política. Junto con dilucidar la naturaleza del conflicto político y establecer la diferencia entre crisis y conflicto, factores subjetivos y objetivos, y de dirección y control; todo esto, como requisito fundamental para desagregar e integrar algunos de los elementos constitutivos y convergentes del proceso ideológico, en el afán metodológico de alcanzar una comprensión racional y verificable de los mismos, en el sentido y fin que siempre han tenido del sustrato ideológico revolucionario: alcanzar la destrucción de Dios y la religión, el Estado-Nación, la familia y la propiedad privada.

Esta insistencia a la hora de aclarar conceptos y realidades, lo es porque como ya lo señaló el Padre O. Lira, “entre aquellos que a fuerza de repetir mentiras, se ha logrado hacerles perder por completo su auténtica fisonomía, están el concepto de la política y la democracia”. Y por qué, “la tremenda desorientación espiritual de nuestros días es el producto de la multiplicación del afán de sembrar el engaño por la falta de resistencia a dejarse engañar”.

Nuestra generación asiste a una lucha formidable, no por lo original, sino por lo definitivo como señala sor Lucia la vidente de Fátima. Ello, porque esta lucha nunca en la historia se había presentado con la radicalidad que hoy en día se manifiesta y que en palabras de Goethe, corresponde a “el tema más esencial y profundo de la historia del mundo y de la humanidad, y al que todos los demás temas quedan subordinados, el conflicto entre el escepticismo y la Fe”. Proclamar la vigencia de este conflicto y afirmar que desde allí parte el impulso de todo el drama que vivimos, entraña toda la complejidad del análisis político-social y moral-cultural reinante. Complejidad que se agrava fundamentalmente por la circunstancia de que en esta confrontación- la más aguda de todas las que ha emprendido la Fe- no sabemos que, ni donde atacar, ni quien nos ataca. Ni que defender ni a quien defender. Y es por esta circunstancia extrema que esta metodología de análisis pretende alcanzar la finalidad implícita ya en el nombre de este ensayo. Definir la naturaleza y las leyes que rigen la política actual, para hacer inteligible aquella vivencia política, que no es perceptible en el desarrollo de nuestra vida diaria. Descender a las profundidades de los procesos sociales, en busca de su leitmotiv ideológico, por medio de la comprensión de sus ideas dominantes y su relación con los símbolos representativos que identifican a estas mismas ideas, y a las agrupaciones que las divulgan. Y en el mismo plano y a modo de conclusión, vincular esta realidad presente, en su decurso pasado formativo y su proyección consecuente, no sólo con el objeto de entender su génesis y dinámica, sino además, con el fin de poder establecer los cursos de acción que naturalmente le siguen.

Esta es la difícil tarea que nos hemos empeñado en realizar: desentrañar todas las incógnitas que hemos planteado, y de otras que señalamos un poco más adelante y demostrar todas las premisas que hemos enunciado como ciertas y establecer el rol que juegan las políticas del neosocialismo en la conformación de esta cruda realidad y cuáles son los nuevos postulados ideológicos y metafísicos a los que nos enfrentamos y los consecuentes hechos objetivos que los sustentan.

Porque debemos señalar con todo el énfasis que es posible, que cada principio afirmativo de este nefasto nuevo socialismo, es la negación de un principio activo de la doctrina católica en lo que siempre ha tenido de civilizadora. En el sentido de perfección de la naturaleza humana en sintonía con su origen y fin –y de la que siempre la sociedad civil  y política cristiana  por natural extensión, fue su complemento y garante-  y que la “revolución”, la verdadera revolución; en este momento y en este estadio, está en palabras de Reedes, en forma definitiva “poniendo el proceso de civilización (cristiana) de 20 siglos en marcha atrás.” Es la destrucción, no superación (por accidente de perfectibilidad) y menos integración a un orden superior -de un principio informador trascendente, necesario y eterno, que no es otro más que DIOS-  que perfeccione el objeto de su aplicación; en este caso el hombre y su sociedad nacional, y que la Iglesia Católica ha sostenido y enseñado por casi dos mil años.

No se puede negar que la revolución ha estudiado a fondo la estructura de la Iglesia, sus dogmas, su fe, su doctrina, sus organizaciones, su jerarquía, su moral, su jurisprudencia, sus valores, su unidad monolítica, su obra cultural, social y económica, en cuanto a inspiración de la civilización que rozó el cielo por su perfección, como fue la sociedad corporativa medieval y su máxima expresión política; el Sacrosanto Imperio Español de los Habsburgo. Y todo esto, ya no solo con el fin de infiltrarla, desnaturalizarla, desacralizarla, desprestigiarla y destruir todo vestigio de la “revelación divina” (lo que le otorga una clara naturaleza DEMONOLÓGICA a este proceso revolucionario), sino además; para utilizar en su impío provecho, todos sus aspectos más efectivos en la creación de la anhelada universalidad que el cristianismo legítimamente aspiró a construir –y que le es propia-  y que el nuevo socialismo revolucionario como agente principal de este Nuevo Orden Mundial y como la forma política de este mismo proceso, pretende crear por medio de estructuras político-socio-culturales amparadas en una “nueva fe” extractada de un sincretismo religioso mundial. Una nueva fe, que en forma y esencia, planea infausta y antagónicamente con sus “contra dogmas” en una “involución-deconstruccionista” para re-producir el estado de “eternización irreversible de pecado y muerte originales”, que Catalina de Emmerich señala: “De este modo se realizó, con la desobediencia y con el gustar de la fruta, la separación de la creatura de su Dios y la reproducción en sí y por sí, en la naturaleza humana. El hecho de gustar la fruta, tenía en sí esta significación y este concepto, tuvo como consecuencia una REVERSIÓN, UNA MARCHA ATRÁS EN LA NATURALEZA, y trajo el pecado y la muerte.” Insistimos: con el afán de destruirla, esta nueva fe planea sobre la realidad inefable de que tanto la vida física como espiritual, son reales y ambas son necesarias para el desarrollo armonioso e íntegro de la vida humana. Que proyecta una alteración como ya dijimos “ontológica” y por tanto también una nueva dirección y control, sobre todo cuanto encierra la naturaleza creada, el triple reino mineral, vegetal y animal (ecología, perdida de la superioridad del hombre en la creación e inmanencia; derecho de los animales, etc.) que debe, según el plan de la Providencia, ayudar al hombre para que cumpla su gloriosa misión acá en la tierra y obtenga la bienaventuranza a que está destinado.

Pero dos mil años de cristianismo demuestran que si un hombre se ve entregado a sus solas fuerzas, sin un principio superior de orden y perfección; específicamente sin la gracia santificante o deiformante, aquella integridad no se realiza y el hombre se extravía, desnaturaliza y aleja de Dios y su salvación, acercándose por contrapartida a su condenación. Si el cristianismo estableció y establece el principio de una ley divina de la vida, reguladora de todas las fases de la humana existencia, física, social y espiritual… y cuyo carácter como la religión misma que la encarna y custodia, es universal, esta nueva fe también lo hace… pero en antítesis de naturaleza, carácter, relaciones y fin. Sumariamente esta “nueva fe”, al negar las categorías binarias de bien y mal –en una progresión de negación ascendente- niega el pecado, la culpa, el pecado original, la necesidad de la redención, de un Salvador, de la penitencia y la expiación, de los dogmas de la revelación, de la revelación misma, de la fe en el único Dios vivo y verdadero y de la religión y la única Iglesia que es la fuente de la salvación por donde fluye la gracia sacramentada para producir esa salvación: la Católica, Apostólica, Romana. Decodificar la manera y la “forma” en que esta negación se produce, relacionar esta “forma” por medio de la intelección de la naturaleza de las ideas que la condicionan y sustentan e interpretar la simbología que las divulga; he aquí todo, absolutamente todo, el meollo de la cuestión revolucionaria de este tiempo. El verdadero sustrato del proceso revolucionario en el que estamos inmersos. Pero… ¿Cuántos cristianos lo entienden así…?

Y he aquí también el problema actual para los verdaderos cristianos militantes. Los del rebaño fiel. Los de la iglesia tradicional preconciliar que es la única viva y verdadera. Un problema que tiene además, un punto de convergencia en lo contradictorio: pues si el mundo ha dejado de pensar y vivir cristianamente, los cristianos verdaderos, a su vez, han dejado de pensar y encarnar políticamente la fe cristiana. “Su” fe cristiana.

Y este problema que se retroalimenta desde la Iglesia hacia el mundo y desde el mundo hacia la Iglesia, lo podemos explicar de este modo:

Durante la constante acción salvífica de la Iglesia en el decurso de su desarrollo histórico, se ha enfrentado al mal, el cual no ha tenido otra finalidad que evitar la eficacia salvadora de la Iglesia. La Beata Catalina de Emmerich lo señala claramente: “He visto, pues, en cuadros el misterio de la redención como promesa hasta cumplirse los tiempos, como también los efectos de una acción diabólica contraria”.

Lo que cada generación cristiana hemos heredado del mundo y que los cristianos siempre rechazamos por ser precisamente mundano, temporal, material e inmanente y que siempre ha significado en lo teórico-abstracto una negación de la fe y en lo práctico, una cortapisa para el ejercicio correcto de nuestra fe y nuestra salvación, lo hemos venido a heredar contradictoriamente de la Iglesia. De esa Iglesia que nos debía prevenir y mantener apartados de esos engaños mundanales y…diabólicos. Y que debía ser en propiedad, la “fuente” de la salvación, depositaria verdadera de la fe verdadera y no reflejar al mundo. Porque hoy en día, no es al interior de la Iglesia que el cristiano encuentra la información y la prevención sobre lo que está pasando en el mundo. Si el apagón informativo está dentro, por el contrario, la luz sobre la gravedad de lo que sucede, está en cualquier periódico, revista o resolución programática partidista-formal de izquierda, o de cualquier movimiento social-cultural también de izquierda. La Iglesia, qué duda cabe, ha dejado de ser la avanzada de la civilización, ha dejado de ser la sal y la levadura que fermenta al mundo y ha dejado de enfrentarse al mundo para sumirse en un lenguaje y una acción no solo conforme al mundo, sino que además, no la diferencia de las falsas religiones del mundo. Indudablemente que este juicio es para la Iglesia vaticana postconciliar. Juicio que se explica, además, por la infiltración que la  manipula y por el proceso de demolición interno que la aqueja, y que la ha desfigurado de tal forma, que para las generaciones que han crecido bajo la égida de sus “pseudo dogmas” y “paz y amor para todo el mundo”, es muy difícil de explicar y entender. Pero también es cierto, que más una queja legítima, una penosa realidad nos toca señalar con respecto a la Iglesia Tradicional. Porque hacer una diferencia entre estas dos iglesias, es reconocer que la “modernización democrática” de la primera, es una obra que se ajusta a un programa preestablecido de demolición masónico-comunista ampliamente registrado y documentado. Pero también es reconocer, que la segunda, la Iglesia tradicional única y verdadera –más allá de los antecedentes teológicos-dogmáticos y de rito que utiliza para explicar desde el punto de vista de la apostasía estas reformas que tienen su origen en el nefasto Concilio Vaticano Segundo- ha sido incapaz, en gran parte de estos últimos 25 a 30 años, de seguir o hacer inteligible este mismo proceso, en lo que tiene de racionalidad ideológica y actualidad política anticristiana contingente, para explicar satisfactoriamente las reformas operadas desde dentro y por el proceso revolucionario en la iglesia post conciliar que maniobra desde el Vaticano y que son las mismas que desde fuera, se han complementado con el nuevo proceso revolucionario del neosocialismo y que operan en gran parte de los países del mundo en la dinámica avasalladora del NOM.

Por otra parte, las declaraciones que la Iglesia post conciliar ha hecho sobre el neosocialismo, no se asemejan ni por asomo a una real declaración de condena del mismo, explicitando su verdadera naturaleza y fines. Porque además de ser lecturas superficiales del proceso revolucionario, vienen a ser como una tomada de “pulso” sobre el nivel, las áreas y el estadio que involucra el desarrollo del mismo. No constituye una novedad que desde el CVII no existen “enemigos” para esta Iglesia y para el rebaño que “pastorean”, entendiendo a estos enemigos, como los sistemas doctrinarios de pensamiento que condensan ideologías contrarias a la fe o teorías del conocimiento que depuradas de las categorías trascendentales del pensamiento metafísico, ponen en jaque no solo la capacidad  para concebir y aprehender en su justa dimensión, a los seres, la verdad y la realidad referidas a su fuente única, última y absoluta, Dios; sino que además, significan en la actualidad, como nunca lo había sido; una nítida concepción demonológica de estos mismos seres y las cosas que pueblan esta realidad y que en última instancia, producen una nítida desorientación y un decisivo extravío y consecuente perdición de las almas… sobretodo, de las más indefensas, que no imaginan ni perciben como tal este orden de cosas en que viven y son educados sus hijos, desde el mismísimo jardín de infantes. Este estado de confusión gravísimo referido a la falta de una dirección espiritual univoca y asertiva, ya lo señaló con su atinada visión el Padre O. Lira:

“Esas nociones fundamentales de Dios, de gracia santificante, de misterio, de orden sobrenatural, de verdad y otras similares sonaban hace cincuenta años de igual modo en todos los labios cristianos. Hoy día  nos llevamos la triste experiencia de que, aún dentro de las fronteras del catolicismo, su significación se suele deformar al pasar de unos labios a otros, y que lo único que se mantiene inalterable es el ropaje externo de la fonética. Hemos llegado al extremo de que los dogmas se ven, combatidos, entre otros, por muchos de aquellos mismos que estaban obligados a enseñarlos, sin que a los tales se les ocurra siquiera pensar que, por ello, han dejado prácticamente de ser católicos.” 

Pero también es cierto, que sí es una novedad y desgraciadamente un rasgo original de nuestra Iglesia Tradicional, que la ausencia casi total en el orden sagrado de apologistas, historiadores o filósofos que investiguen y contrapongan la doctrina católica a estas nefastas concepciones para enfrentarlas y desenmascararlas, pone a los cristianos tradicionales en un indudable estado de indefensión. Constatar este gravísimo hecho, es reconocer que desde León XIII, la intelección de lo que pasa en el mundo contrario a la fe, ha venido disminuyendo no solo en jerarquía eclesiástica preocupada de estos menesteres intelectuales ineludibles, sino que también, en el rango de número y cualidad. Significa esto, que desde el pontificado mismo esta tarea ha venido decreciendo en escalafón, para pasar de los cardenales, obispos, abates y sacerdotes, hasta llegar finalmente a quienes somos simples laicos.

Añoramos a esos grandes hombres de Dios que entendieron que el mal en cada época tiene predilección por determinados aspectos del dogma católico. Solo por nombrar algunos por su relación con nuestro trabajo, asombra por ejemplo, pero no es inexplicable, la enorme obra de San Alfonso María de Ligorio, pues es por la gracia de Dios que este gran Doctor de la Iglesia, realiza una obra espiritual de apostolado tan fecunda para contrarrestar el “iluminismo” revolucionario del siglo XVIII. Y en cuanto a actualización misma del proceso político-filosófico revolucionario anticristiano que comenzó con la revolución francesa, es extraordinaria la obra del Abate Barruel. Quien estudia en profundidad este fenómeno filosófico-ideológico y cuya obra tiene como uno de sus fines, prevenir precisamente al resto de la cristiandad europea de sus peligros. Y si él se pregunta frente a este inusitado fenómeno político amparado por el jacovismo y la masonería:

“¿Pero y que gente es esta, que parece que ha vomitado el abismo en un momento y sea ha presentado con sus dogmas y aceros revolucionarios, con sus proyectos y medios, con sus planes y resoluciones las más feroces que han visto los siglos? ¿Qué secta es esta, y como tiene tantos iniciados, que siguen el sistema del frenesí y de la rabia contra todos los altares y tronos, y contra todas las instituciones y usos religiosos y civiles de nuestros abuelos?

¿Qué podemos agregar nosotros a este cuestionamiento, si estamos en la misma encrucijada que se ha perpetuado en el tiempo hasta llegar a nosotros revestida de otros modos y formas? ¿No deberíamos preguntarnos también, que es este Nuevo Orden Mundial, antítesis diabólico de la Cristiandad universal bimilenaria, que es este nuevo proceso revolucionario de izquierdas, que se complementa con todos los colores políticos y que juntos, exudan odio satánico contra todas las razas, culturas, religiones y especialmente contra todas las leyes, costumbres y valores, que la civilización cristiana ha pregonado al mundo para hacerlo tierra fértil al advenimiento del “reino de los cielos” y que por contrapartida, este NOM pretende transformar en una tierra arrasada y expurgada de toda idea de Cristo Salvador del mundo y construir sobre sus ruinas el “reino del infierno”?

Por su parte, en el siglo XIX, Monseñor Ketteler, el gran artífice que dio fructífera vida a la doctrina social de la Iglesia bosquejada por su Santidad León XIII, sentó las bases ideológicas de las cuales bebieron gran parte de los partidos y movimientos nacionalistas católicos del siglo XX para contra argumentar a la dialéctica comunista. Y su llamado a la lucha contra los corifeos de la revolución a partir de la correcta asimilación de su tiempo histórico, es un llamado que no ha perdido ni un ápice su vigencia:

“Puesto que la lucha es necesaria, hay que combatir bien. Para ello es preciso ante todo conocer la época en que se vive y los caminos que hay que seguir y medios que hay que emplear en nuestro tiempo para que sea eficaz el combate por el derecho y la verdad. Cada época tiene su carácter particular, mientras que los grandes principios son siempre los mismos. El que no conoce los caracteres particulares de su tiempo, el que sólo se agita en el ambiente de los grandes principios, con frecuencia da golpes en el vacío, sin que su esfuerzo aproveche a sus contemporáneos.

Este es muy a menudo nuestro defecto de táctica. Por el hecho de que somos hijos de la Iglesia, cuya esencia consiste en anunciar, mantener y cultivar para toda la raza humana los grandes principios, las grandes verdades fundamentales sobre las cuales reposan todas las cosas humanas, nos ocurre fácilmente quedarnos rezagados en el dominio de estos principios, y nos ahorramos el esfuerzo de penetrar por doquiera en la realidad de las situaciones. De aquí resulta que se nos pueda calificar de hombres no prácticos, que caen en una fraseología que en sí tiene sus méritos, pero que no acierta a tocar el punto preciso que el ambiente de nuestro tiempo requiere.”

En lo que respecta a la teoría y práctica de este proceso revolucionario al que se enfrenta la Iglesia tradicional en nuestro tiempo, vendría a ser por sus hitos mundiales, desde 1917 año de la revolución bolchevique, fecha en que se consolida la segunda etapa de la “horizontalidad” revolucionaria iniciada en 1789; y 1989, tercera y última fase de esta “horizontalidad inmanente, autónoma, empoderada y libertaria” que marca a su vez, la externalización de la renovación de la revolución comunista. En la acción contrarrevolucionaria de este periodo que nos es contemporáneo, descuellan algunos sacerdotes y laicos como por ejemplo, en México el padre Joaquín Saez, y en nuestra Patria, el Padre Osvaldo Lira. Este gran sacerdote y patriota chileno, fue considerado el filósofo tomista más importante de Hispanoamérica en el siglo XX. Su obra política imbuida de teología y filosofía tomista, es el patrimonio imperecedero en el cual fuimos formados sino directamente, si indirectamente por medio de algunos de sus discípulos. En Argentina, nos encontramos con el Padre Julio Meinville. Y a comienzos de este nefasto siglo, nos encontramos con la labor del Padre Gérard Mura y su obra “Roma, Fátima, Moscú. La Consagración de Rusia al Corazón de María aún está pendiente.” De quien nos declaramos tributarios en algunos aspectos y que por su importancia como factor de actualización del proceso revolucionario y la relación que por lo mismo tiene con nuestro trabajo, mencionaremos brevemente para quienes no la conocen.

La obra del Padre Gérard tiene una impronta que solo tiene en su versión en español y que fue responsabilidad e iniciativa del Padre Martin Huber. Este buen sacerdote que conocimos y con quien colaboramos en algo en la distribución del libro del Padre Gérard a todos los Obispados y Arzobispados de Hispanoamérica; por la contribución de quien fuera mi maestro insertó en la edición que se hizo en nuestra Patria; una apretada síntesis de la renovación del neo socialismo. Y por lo que nos concierne en lo personal como testigo y como teórico, aunque en lo segundo nos declaramos absolutamente diletantes de la ciencia política, pero no por eso “ignorantes” de sus concepciones fundamentales y mucho menos “irresponsables” en sus formulaciones analíticas. Por estar además, inmersos en la investigación politológica desde hace 26 años y por estar en lo teórico y práctico “dentro” del proceso de renovación del socialismo desde hace ya 18 años siguiéndolo y decodificándolo, y por último, por ser colaborador directo de quien hizo esa redacción, podemos afirmar con un juicio plenamente informado y taxativo, que no existe otro texto de y en la Iglesia tradicional donde se racionalice y explique en su justa magnitud el peligro, la real naturaleza y los alcances de las nuevas reformulaciones ideológicas del socialismo renovado en el sentido que predice Nuestra Santísima Madre en Fátima: “Si se escuchan mis peticiones, Rusia se convertirá y se tendrá la paz. Si no, ella (Rusia) propagará sus errores por el mundo, provocando guerras y persecuciones contra la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre  tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas”. Más aún, en retrospectiva se complementa este aviso celestial, con lo que ya había señalado C. de Emmerich casi un siglo antes: “He aquí la Moscovia, trayendo con ella muchos males”. Al momento de escribir estas palabras en nuestra amada Patria Chilena, la reforma educacional impulsada desde hace años en sucesivas fases por los gobiernos de la “Concertación” (ahora “Nueva Mayoría”), está entrando en una de sus últimas y más radicales etapas: la abierta persecución religiosa por medio del control de los colegios particulares, para su estatización. Lo que equivale a decir, “socialización” y la consiguiente autonomía con respecto al Estado que tendrán al respecto los “Consejos escolares” (soviet) en la formulación de todas las políticas públicas referidas a la Educación. El candidato a Senador por Santiago Poniente, el socialista Carlos Montes, en una entrevista televisiva menciono expresamente esta persecución religiosa al modo neo socialista: “he visto la mayoría de los colegios de la comuna de Puente Alto que tienen una gruta con una Virgen. Esa es una “imposición cultural” al resto de la ciudadanía”.

Citando el libro del  Padre Gérard, debemos mencionar otros dos aspectos para ilustrar esta reforma educacional que es implementada bajo los mismos parámetros ideológicos en Europa e Hispanoamérica; la jornada escolar completa y la educación sexual. Esta homologación de la educación es tal, que por ejemplo el plan de educación sexual en los colegios de Argentina y Perú, reciben el mismo nombre ESI: Educación sexual Integral. Y como todos los programas de este tipo, son patrocinados y financiados por los organismos de la ONU, lo equivale a decir NOM. La cita en cuestión es la siguiente:

“Ante la ausencia de un Ser Superior, semejante quebrantamiento del orden natural conduce a una completa pérdida de principios y valores originales fundamentales, lo cual genera un radical decaimiento en la moral. Bajo el pretexto de educar en un uso más responsable de las fuerzas procreativas, se desencadenan las pasiones en los niños y adolescentes a través de una educación sexual estatal en los colegios. A través de los medios de comunicación se derriban todos los tabúes, corrompiendo el ideal de la santa pureza, de la inocencia y de la virginidad, gestando un ambiente de impureza omnipresente. Así se explica en nuestra época, al pie de la letra, la estrategia lanzada por Lenin y comprimida en la siguiente frase a menudo citada:

“Si queremos aniquilar a una nación, debemos aniquilar antes su moral. Luego, esta nación caerá en nuestro regazo como fruto maduro. (…) interesad a la juventud en la sexualidad y os apoderaréis de ella sin dificultad.”

Se disuelve la institución de la familia con la legalización del divorcio. Asimismo, se promueve tanto el trabajo de la mujer para apartarla del hogar como la asistencia en jornada completa de los niños al colegio. La razón de ello la evidenció claramente Olaf Scholz, entonces Secretario General del partido Socialista de Alemania (SPD) cuando, refiriéndose a la jornada escolar completa –a la cual estima insuficiente- y a los pre-escolares y maternales, sostiene: “Queremos alcanzar con ello una revolución cultural. (…) Queremos conquistar el espacio aéreo sobre las camas de los niños”.

(…)  Siguiendo el principio marxista de “revolución permanente” y el principio leninista de “revolución ininterrumpida”, e indicando que “el gran salto no es económico” (…) sino político-cultural”, el neosocialismo sentencia explícitamente: “tiempos de cruzada. Sin plazos, la meta es transformar de raíz la mentalidad”.

Insistimos, que dada la profundidad del análisis ideológico que aparece en la obra del padre Gérard y cuya demostración está dada por el extracto que hemos transcrito, manifiesta que no existen otros trabajos que posean dicho nivel de análisis. Una salvedad sin embargo, la constituye la labor realizada también en nuestra patria, por la organización católica separada de la conocida TFP, Acción Familia y su obra “La familia chilena en peligro”. Que aunque no alcanza un alto nivel de análisis, sigue responsable y concienzudamente el proceso revolucionario en algunos aspectos (feminismo y política de género).

Nos enfrentamos a una nueva, por lo inédito de sus arquetipos ideológicos, y definitiva revolución, por sus alcances y fines; y la mayoría de los cristianos no podemos siquiera definir correctamente el concepto revolución. Uno de entre tantos conceptos perennes que ha traspasado generaciones de revolucionarios y que junto a otros tantos neologismos ideológicos que el neosocialismo ha impuesto, se han transformado en una barrera infranqueable a salvar, para muchos a la hora de hacer inteligible la revolución moderna en todas sus aristas. Diremos someramente en parte, -porque el concepto integral lleva a mayores profundidades- que “la verdadera revolución es la que ha descendido al alma de las multitudes” como afirma G. le Bon. Pues en verdad, “toda revolución es un estado nuevo de espíritu, un cambio de mentalidad del pueblo, más bien que la obra de la fuerza, de las barricadas o del sable…” como afirma a su vez Alberto Cabero en su olvidada obra “Chile y los chilenos”. Y porque además, como lo reconoce la propia teoría revolucionaria, las armas como factor de fuerza, son elementos más que de imposición (doblegar la voluntad, error que corrigieron), de coacción y de “dirección y control” del desarrollo del mismo proceso revolucionario. Pero nos encontramos ahora, con que hasta el mismo concepto de “fuerza” ha sufrido una modificación estratégica en su utilización. En efecto, del “dogma universal” de los derechos humanos, nace una nueva moralidad, que seamos sinceros, en ausencia por desplazamiento de la cristiana, es sostenida a su vez; por una “fuerza moral” que por medio de su consigna “no discriminar”, inhibe respuestas naturales a ciertas categorías antinaturales del neosocialismo y que no ha necesitado del accionar de una “fuerza militar guerrillera” o un asalto al poder por la vía revolucionaria de masas para ser impuesta, sino de un proceso cultural diseñado a la manera de hegemonía gramsciana.

La política pagana, admitió la moral cristiana al precio sublime de miríadas de inocentes y puros mártires que con su ejemplo de vida y martirio, terminaron conquistando el “alma” del paganismo y cuando éste finalmente aceptó a Cristo y la Ley evangélica, aceptó también la autoridad de la moral cristiana como la más pura y noble de las hegemonías para la dirección de la autoridad política y la sociedad toda.

Por el contrario, la nueva práctica revolucionaria neosocialista, para ejemplificarla en uno de sus grandes objetivos ideológicos, se empeña directamente y sin ambages, en la reintroducción de un nuevo principio espiritual dentro del propio núcleo de la vida humana: la familia. No pretende “destruirla” sino “deconstruirla” (familias homo parentales) y esta nueva realidad social, es un problema político que el cristianismo nunca había encarado. La significación de él, ya no es tanto el resultado de una rebelión intelectual contra el dogma y la creencia cristiana, sino también y sobre todo, contra la moral cristiana. Los misterios ya poco o nada se discuten y apenas se rebaten los razonamientos con que la iglesia defiende sus creencias y sus dogmas. Para eso basta el proceso de demolición interno mencionado y que se ha preocupado de deformar o acomodar para el NOM, las verdades ineludibles e inmodificables que son necesarias conocer para nuestra salvación y el rito de adoración pública verdadero (la Santa Misa) que es el único y supremo acto de adoración y expiación perfecto y agradable a Dios. Y porque como señala Georges Goyau ya a principios del siglo XX, “Eso toca a los racionalistas, y el racionalismo se ha hecho ya muy viejo.” Dirígense hoy en día mayoritariamente los dardos contra el Cristianismo, considerándolo en los efectos de sus leyes espirituales sobre la vida humana y a la ley natural, como eco o sello esta última, de la divinidad; anulándolas a ambas, en los seres que se rigen por ellas.

Este nuevo ataque, no nace de la lectura materialista-economicista de la praxis y sus contradicciones a manera de la vieja escuela comunista de explotador-explotado, que al menos algo de realidad tenía; sino que plantea a los que perplejos no entienden su génesis revolucionaria, en sí misma, una contradicción inherente a un estado anormal de “cultura” y una nueva disciplina “moral”. Sin obligación y sin sanción. Empero, en la guerra ideológica, el desplazamiento de las ideas y valores debemos entenderla como la ley física que determina la imposibilidad de que dos cuerpos ocupen un mismo espacio. Es decir, se opera un desplazamiento en las ideas y los valores que informan la conducta humana y la proyección social de la misma, que impide que el vacío exista como una guía permanente, sino solo como el necesario estado transitorio de “anomia” (que algunos confunden con anarquía, por la ausencia de la obligación y sanción aludidas) mientras las “nuevas fuerzas ideológicas” en el proceso de su consolidación hegemónica, van construyendo el nuevo orden moral con sus nuevas categorías que la informan y sancionan en reemplazo de las desplazadas por deslegitimación. Esta directriz estratégica gramnsciana, determina que es la conquista de la hegemonía, esto es la capacidad de dirección y control social, el estadio previo necesario a la conquista del poder político. No obstante, en este “estadio” político que refleja un “estado” de anomia señalado, es dado ver la consagración social de las funciones biológicas humanas no en sentido “natural” (amor libre entre hombre-mujer), sino de “transgresión antinatural” que no podemos calificar más que principio “espiritual demonológico”, por la negación del principio de la vida y del mandato divino de “creced y multiplicaos”. ¿Cuál es la causa de este estado de cosas…? ¿Entendemos el porqué, “transgresión se ha hecho sinónimo de “revolución”…? ¿Comprendemos la  eficacia ideológica de economía revolucionaria en el ejercicio de la praxis, en el empoderamiento personal y social, que concibe el acto revolucionario a partir de “un solo paso directo”, que subyace en muchas de las nuevas prácticas revolucionarias y que hemos ejemplificado aquí solo de perfil por medio de la sexualidad? ¿Entendemos que el empoderamiento personal es la encarnación existencialista, del aquí y ahora, en “el hombre mismo” como encarnación de la utopía revolucionaria?

Lo cierto es que la superación de la lectura ideológica de la praxis del socialismo científico tradicional que acabamos de mencionar, es que como “crítica objetiva” –del ABC del manual revolucionario- implica además, la superación de la crítica hecha al cristianismo, en la cual se argüía que “el cristianismo ya fue probado y resulto insuficiente, que su promesa de nueva vida era engañosa y que nunca tuvo poder para cambiar al mundo y transformar la naturaleza humana”. No obstante, esta “transformación de la naturaleza humana” el cristianismo siempre la predico y entendió como “perfección espiritual” necesaria después de la caída que significó el pecado original, en el camino de su salvación. En cambio, los nuevos ateos del nuevo socialismo, la entienden ya no como negación radical de la fe, sino como “transformación ontológica” del sujeto de la fe. De esta forma, se producen los dos movimientos revolucionarios principales: desde abajo y hacia arriba, y en lo personal, se produce la negación de lo sobrenatural. Y desde arriba hacia abajo, en lo político-social, la hegemonía cultural-ideológica sanciona las transformaciones que van modificando la vida y la realidad y el orden social. ¿Cómo se debe explicar o decodificar entonces, esta nueva práctica revolucionaria, que pretende modificar la “sociedad civil” a partir de la “revolución molecular disipada” que se expande desde el sujeto entitativo objeto y objetivo ideológico en sí mismo de la sociedad civil, la persona humana? ¿Entendemos que sociedad civil equivale a una nueva concepción del “poder popular”?

Sin embargo, si bien es cierto nada ha cambiado desde que el cristianismo se enfrentó a la primera sociedad política de sus orígenes; el Imperio Romano, hasta la última forma política estatal absolutista, la ex URSS; en cuanto a la percepción de que en la sociedad en particular y en el mundo en general “algo anda mal” y culpar por ello a la religión cristiana. Puesto que los que hacen esta lectura –ayer como hoy- son los que más critican al cristianismo y son los que más descontento muestran, porque son los más ansiosos de cambiar el mundo y son los que más en definitiva atacan violentamente a la religión cristiana, porque la consideran como un obstáculo (el único y el más importante), para la reforma de la vida humana. Pero esta reforma de la vida humana en sociedad, esto es, los puntos de inflexión que sostienen el proceso revolucionario actual, ya no tienen nada que ver con la dialéctica de las masas y la lucha de clases dentro del sistema capitalista de “explotación”. Verborrea vigente solo para incautos segados por el resentimiento y el odio. Verdaderos hilos estos además, por donde siempre ha fluido el nexo revolucionario de una generación a otra… de padre a hijo. Puesto que como es manifiesto en la obra del padre Gérard citada, el gran salto de transformación estratégica es “político-cultural.”

En definitiva, lo que estamos tratando de comunicar no como tesis propia sino como síntesis que la depuración ideológica neosocialista ha establecido, es que en esta nueva concepción de la naturaleza humana que divulga e impone -seamos honestos… democráticamente porque así lo entendieron y en verdad les ha resultado exitoso aplicar, más allá de la misma concepción táctica de la palabra “democracia” que han elaborado- ha requerido la construcción de un nuevo lenguaje sostenedor a su vez, de una “praxis” esencialmente distinta sobre la cual se venía construyendo el socialismo como factor trascendental de modificación de la realidad (estructuralismo). Y si el conocimiento de este nuevo “lenguaje” y “praxis” revolucionarios traza complejidades de decodificación táctica y estratégica, es mayor la complejidad en la intelección de las categorías ideológicas por la superación en el sentido de corrección de sus especulaciones intelectuales en su objeto formal (el hombre), que implica, que sus categorías filosóficas primarias han dado paso o dejado al descubierto la verdadera intención de ellas y que tienen en el decostruccionismo, el principal polo de destrucción de cuanto esencialmente como entidad social, cultural, nacional y política, posee una impronta divina y una relación de efecto, consecuencia y jerarquía subordinada a la naturaleza humana impuesta y ordenada por el mismísimo Creador y orientada a fin de cuentas hacia EL.

El repensar el materialismo científico para el socialismo y que es su absoluto filosófico, dedujo que un progreso material permanente, sin una idea de progreso “espiritual” permanente –entiéndase progreso “humano” a secas, sin adjetivos- empantana la vida, porque le quita todo sentido de trascendencia a los actos humanos, incluida la política; limita el horizonte de los mismos, porque no ve más allá que el ciclo de la materia misma en movimiento, y al hombre prisionero dentro de ella: un acto material, para un fin material. Por eso ahora van mucho más allá.

En otras palabras, el racionalismo materialista cientificista-naturalista epicentro del socialismo científico marxista descrito con tanta precisión por Du Noüy, como “la negación del libre albedrio, la negación de la responsabilidad; la concepción del individuo como unidad puramente físico-química, asimilado a un fragmento de materia viva, pero sin diferenciarse en nada de los otros animales, implican necesariamente la muerte del hombre moral, la supresión de toda espiritualidad, de toda esperanza, el horrible sentimiento de una total inutilidad.” Insistimos, que esta visión racionalista materialista – que ha dejado solo angustia y desorientación, y tal vez esa ha sido su misión- ha sido superada como fundamento de las transformaciones políticas modernas, puesto que si tenía un fundamento ideológico que modificaba la realidad y distorsionaba de raíz la naturaleza del ser humano, sin embargo, limitaba su horizonte solo con las cosas tangibles y contingentes. He ahí el error: privilegiar una lectura economicista de la vida entendida en lo social, como lucha de clases.

Ha sido superado por qué si este sistema de pensamiento logró destruir la fe de millones de personas, haciendo hincapié en la doctrina del progreso material indefinido basado en un optimismo irracional, ya no es necesario solo combatir el racionalismo para hacer revivir la fe, por qué de las categorías filosóficas comunistas que en sus arrebatos gnoseológicos pretendió establecer como esperanza para la felicidad humana, el neosocialismo las ha llevado a la construcción de una realidad en donde esta nueva noción del ser humano, como “constructo social”, plantea una inmanencia material en donde es “la forma de vida” la que determina la moral, la ley, la costumbre y en última instancia, al ser humano en cuanto único substrato de la realidad y el conocimiento.

En definitiva, si el comunismo bolchevique se derrumbó. Lo fue en lo que tenía de materialista, en donde la lectura economicista era tomada como fuente de las contradicciones sociales y que anquilosó por lo mismo, la teoría revolucionaria en dogmas inamovibles e indiscutibles. Sin embargo, el comunismo definido por su principal teórico, K. Marx, como “una guía para la acción” puede ser realizado de distintos modos y adaptarse por su misma subjetivación, a los diversos tiempos históricos y sus características objetivas. Lenin lo señala sin lugar a dobles lecturas: “el carácter de la época determina el carácter de la revolución”. El modelo de comunismo bolchevique fue entonces descartado y en su reemplazo, se asumió un modelo muchísimo más complejo y más profundo y por lo mismo, más integral e integrador del hombre, del mundo y de sus naturalezas, en relación a una subversión de ellos con respecto a Dios. Pero lo que subyace intacto, es el materialismo dialéctico. Es decir, que el pensamiento es la razón de las cosas. De esta forma, el materialismo dialéctico es una doctrina total, un “weltanschaung” en el idioma que fue definido: visión de conjunto del mundo y de la vida. Cosmovisión, en español. Es a la vez, teoría del conocimiento, teoría de la evolución, ideología que se atribuye la razón de ser y el origen de las cosas en su realidad material que es la única que existe para él, fuente de la verdad y doctrina política que nutre la razón de ser del hombre-social y su organización de la vida comunitaria.

En consecuencia, esta es la antítesis metafísica primaria a la que nos enfrentamos: que el obrar determina al ser. Y es el dogma universal de los derechos humanos la instancia que sanciona este obrar humano sin Dios ni religión, en donde la dignidad de la persona no está en ser, en cuanto a entidad creada y la posibilidad cierta de ser conocida como tal, sino en sustancia emanada que evoluciona en forma permanente sin determinación alguna de un origen superior y anterior… cualquiera este sea, que coarte su libertad impidiendo su “realización personal”. Sin verdades absolutas y sin que exista nada definitivo y absoluto, el hombre es producto del sistema de relaciones sociales de su tiempo. Es aquí y ahora; sin mañana, sin origen, sin una determinación ontológica entitativa que le sea propia, exclusiva e identitaria.

El derecho humano revolucionario de querer ser, en utopía y rebelión, algo distinto de la imagen y semejanza del Creador, genera una hostilidad contra toda autoridad que se manifiesta en un estado de insumisión permanente. En una sustracción de todo orden que anula en el hombre, en sí mismo y por sí mismo; desde la ley natural, en una ascensión que pasa por un desacato a los padres, la familia, el Estado, la sociedad y todas sus convenciones tradicionales e instituciones, la ley y la religión, hasta llegar a Dios mismo. No otra cosa, es la disgregación de los derechos humanos por el transcurso de todo el desarrollo de la vida humana, que un paralelismo impío de los sacramentos que acompañan al hombre desde su nacimiento hasta la muerte para traspasarle la gracia santificante con el fin que produzca en él los frutos de la salvación. Los derechos del niño, de la mujer, de la reproducción sexual, del aborto, de la eugenesia, no tienen otro fin que reproducir en cada estadio y estado de la vida humana, una situación de permanente rebelión contra todo orden y autoridad que provenga de Dios, en cualquier forma que se manifieste, para recrear la omnipresencia del pecado y producir en el hombre la condena eterna. 

Tan cierto es esto, como que la prueba no viene solo de una especulación externa sobre la teoría del neosocialismo. Sino que además, de puño y letra del propio filósofo de la revolución, Lenin. En efecto, el sentencia que “la perfección del socialismo… es la revocación de las autoridades.” Sin embargo, profundizando esta categoría ideológica, nos encontramos con el hecho deductivo que ya mencionamos; de que las grandes conceptualizaciones de principios ideológicos y estratégico revolucionarios de la doctrina comunista, no son más que síntesis de los que los filósofos sofistas de la revolución francesa esparcieron desde la “caverna” del club secreto de Olbach. De allí salió la obra de Diderot, “Sobre los Gobiernos”. En ella casi 150 años antes que Lenin, afirma “que los vasallos deben gozar del derecho de deponer a sus monarcas luego que estos les desagraden”.

Esta autonomía radical del hombre, significa que la legitimidad del origen y el ejercicio del poder de la autoridad, no tiene más fuente que la construcción del mismo por parte de las realidades de quienes nace: el hombre y su vivencia social. Y esta vivencia está sujeta a lo que la práctica de lo cotidiano, demuestra que es bueno, justo y verdadero. En definitiva, es en el hombre y por sí mismo, que la verdad en cuanto a “adaequatio rei et intelectus”, es decir, la conformidad de nuestro juicio con el Ser extramental y su leyes inmutables de no contracción, de identidad, de causalidad y finalidad… es que deja de existir. Y sin que haya mediado en las primeras etapas de este inédito ciclo revolucionario, una imposición de fuerza física coactiva e impositiva, que como “acto político de poder”, no era más que la aplicación de un “voluntarismo”. Pero que sin dudas, a medida que este proceso revolucionario se expanda y consolide, se aplicará para hacerlo completamente legal e irreversible hasta en sus mínimas manifestaciones. En consecuencia, en este nuevo modelo revolucionario, si la verdad ha dejado de ser algo inmutable, es porque la naturaleza humana ha dejado de serlo y la verdad como resultado, evoluciona continuamente con él, en él y por él.

No obstante, esta subjetivación de la moral y la verdad que determina una constante evolución social, tiene una expresión formal y objetiva. Y esta, es la nueva estructuración del orden social en “consejos”, – tradujeron la palabra del ruso: SOVIET- que es el pueblo organizado. Esta es la vivencia social en su grado máximo de perfección. Es la suprema “horizontalidad” en donde se manifiesta por un lado, que el “ciudadano” no solo ejerce la plenitud de sus derechos, sino al mismo tiempo, no acepta un poder ajeno a él mismo como entidad política suprema, que pueda venir desde una “verticalidad” externa como causa y efecto que lo ponga en un estado de subordinación. Y por otro lado, esta soberanía que es el empoderamiento supremo de la política y la ley, hace que el poder en cuanto tal, como ejercicio externo de orden superior, sea anulado pues ya no existe la “representación” y “delegación” del mismo en sujetos ajenos a la constitución nuclear básica del consejo; la asamblea. Que no tiene delegados ni representantes de ningún tipo pues ello significa delegación de poder, sino solo “voceros”. Y, el consejismo, como política estratégica de reestructuración social, se viene aplicando en las últimas décadas, al menos en Chile, Venezuela y México. País último éste donde la guerrilla del EZLN (ejército zapatista de liberación nacional) –modelo de guerrilla del nuevo socialismo- los introdujo con el nombre de “juntas del buen gobierno”. Por su parte, en el orden internacional, el nuevo organismo político UNASUR, está conformado íntegramente por medio de “consejos”.

Pero la lógica señala, que para que una autoridad sea revocada, lo es porque el poder que la determina como tal, también puede y debe ser revocado. Y ese es el rol que les compete a los “consejos”: asumir y ejercer el poder absoluto; legislar, juzgar,  ejecutar y… revocar. Y si bien es cierto, que como está diseñado, que el primer ente que sucumbe en este vaciamiento y posterior traspaso de funciones y poder (el poder dual de Lenin), es el mismo Estado, lo es también; que como esta nueva guerra ideológica es una guerra total que tiene como primer sustrato a demoler, el orden cultural, el ataque al orden religioso que lo determina, es también un blanco de primerísima importancia. Indudablemente que la avanzada de este ataque lo ha sufrido y lo sufre la Iglesia Católica. Pero este ataque debe ser entendido al nuevo modelo revolucionario neosocialista. No nos cansaremos de repetir esto. Porque su comprensión, significa entender, que lo que como “praxis revolucionaria” ocurre en el mundo, es lo que como proceso de democratización, aggiornamento, “acercamiento al mundo” y apostasía, ocurre al interior y desde la iglesia post conciliar, y que viene a ser nada más que la misma “praxis revolucionaria” que aqueja al mundo y que en síntesis incompleta por cierto, estamos señalando en los grandes rasgos que decodificaremos.

Sin ánimo de profetizar, puesto que no poseemos ese don. Que no es necesario además, puesto que solo es necesario “decodificar” los signos de los tiempos que se nos han dado, podemos asegurar que en un futuro que solo Dios conoce, pero próximo sin duda por la evolución de los hechos, que un “consejo de Cardenales y Obispos o solo obispos”, elegirá al Papa tal cual lo vienen haciendo los consejos generales de los partidos comunistas para elegir a su secretario general y como lo vienen haciendo algunas “sociedades civiles” (Naciones, de las cuales mencionamos algunas) que vienen organizando a sus ciudadanos y difuminando el poder estatal en estos consabidos consejos. El Papa francisco por su parte, ya dio el primer paso y en su afán de reformar la Iglesia (aún más de lo que ellos mismos la han reformado para producir las “contradicciones” que hoy en día hacen necesario esta nueva reforma), ha nombrado un “consejo asesor” como “órgano” encargado de estudiar a la Iglesia, en función de introducir estas nuevas reformas que le imprimirán de seguro una nueva dirección, en el sentido de la misma profundización revolucionaria en que va encaminado el mundo. Y si hay, en verdad un hecho profético-apocalíptico donde una circunstancia de carácter religioso se explique por un “acto de naturaleza ideológico-revolucionario” como el que acabamos de analizar y estampar en estas líneas sobre la “revocación de las autoridades”, ese es el que menciona la Beata Catalina de Emmerich (el destacado en mayúscula es nuestro):

“vi también en Alemania a eclesiásticos mundanos y protestantes ILUMINADOS manifestar deseos y formar un plan para la fusión de las confesiones religiosas y para la supresión de la AUTORIDAD PAPAL. ¡…Y este plan tenía, en Roma misma, a sus promotores entre los prelados! Ellos construían una gran iglesia, extraña y extravagante; todo el mundo tenía que entrar en ella para unirse y poseer allí los mismos derechos; evangélicos, católicos, sectas de todo tipo: lo que debía ser una verdadera comunión de los profanos donde no habría más que UN PASTOR Y UN REBAÑO. Tenía que haber también un Papa pero que no poseyera nada Y FUERA ASALARIADO. Todo estaba ya preparado de antemano y muchas cosas estaban ya hechas: pero en lugar del altar, no había más que desolación y abominación”.     

Como conclusión debemos afirmar, que si es de todo punto irracional y hasta ridículo, la creencia de que el anticristo se manifestará con nombre y apellido, lo es también, el pensar que su entronización se va a producir en medio de un mundo cristiano. Y es por este lado donde la mayoría de los estudios, análisis e interpretaciones escatológicas cojean, por qué no consideran la evolución del orden político, ni de los otros órdenes de la vida en comunidad: social, moral, económico y cultural, como compañeros de ruta de la involución “deconstruccionista” religiosa. Si bien es cierto, que la Iglesia –la verdadera Iglesia- es la piedra angular de la civilización cristiana. Que ella y solo ella es la “única arca de salvación”, lo es también, que su misión transcurre en el mundo y por el mundo para su reforma y salvación por medio de su misión evangélica. No negamos que la apostasía de la Iglesia es, un elemento central, cardinal, insoslayable en este proceso de revolución mundial y que por esta especialísima circunstancia, lo distingue notablemente de sus etapas anteriores. Pero lo es también, que así como la pretensión revolucionaria-demonológica de que debe dejar de existir una Iglesia “como fuente de salvación”, lo es también, que el mundo debe dejar de ser cristiano y ser rehecho a la medida de quien pretende sustituir a Dios hacia el fin de los tiempos, en su pretensión de demencial soberbia de recibir el homenaje de latría que es solo debido al Dios verdadero.

Y frente a esta argumentación definitiva e ineludible y las pruebas de la contribución que la revolución neosocialista ejecuta en el camino a la creación de un Nuevo Orden Universal por y para el anticristo, debemos decir que no hay raciocinio más fuerte ni lógica más implacable ni evidencia más irrebatible que la que se apoya en la clara demostración de los hechos… y de los símbolos. Y está al alcance de todos los entendimientos.

Es por eso, que de nada nos sirve revelarnos contra las consecuencias malévolas de este sistema político predominante en la actualidad –el neosocialismo- si no lo conocemos ni entendemos su puesta en escena y mientras no hayamos reconocido, comprendido y hecho “visible”, para rechazar en propiedad, la única causa inicial en donde radica toda su dialéctica y dimana toda su acción: LA DEMONOLOGÍA y todos los medios e instrumentos que ella Y LA REVOLUCIÓN, QUE ES “SU” REVOLUCIÓN Y LA ÚNICA REVOLUCIÓN que ha existido desde que el mundo es mundo y el hombre es hombre, utiliza en esta nueva conceptualización que supera la lectura materialista-inmanente-racionalista, he hinca el diente en la luciferina aspiración de autonomía-libertaria del hombre respecto de su Creador, presentada bajo una nueva, radical, sutil, y al mismo tiempo; directa e indirecta, personal y colectiva, local y nacional, nacional e internacional, inhumana y antinatural, geocéntrica y pagana, existencialista y hedonista, perversa, despiadada y sobre todo, apóstata y hereje, definitiva y anticristiana forma, como nunca antes fue concebida y en una concentración y magnitud de fuerzas a nivel mundial, en que nada ni nadie queda fuera de ella. Quiéranlo o no, sépanlo o no… los hombres de este “tiempo” que militan con o sin su consentimiento bajo las banderas de las fuerzas antagónicas de la última y definitiva guerra de la humanidad…por el control de la humanidad y que por esta misma acción y objetivo “global”, califican a esta guerra… como METAHUMANA, dado la naturaleza de las fuerzas que intervienen en ella. En esto corregimos al Padre Meinville que la califica como “metapolítica”, puesto que la política, es solo un vehículo como medio trasmisor tendiente a alcanzar un fin. Al respecto, Sor Lucia lo dijo claramente y con más autoridad que nosotros en 1957: “El demonio está librando una batalla decisiva contra la Virgen y una batalla decisiva es una batalla final, donde se sabrá de qué lado está la victoria, de qué lado la derrota”.

En suma, debemos señalar como últimas categorías de metodología que nos guiarán, que se reconoce como regla constante, que el fin de los organismos está en relación con su naturaleza. Esto significa que aquellos que tienen la misma naturaleza –los hombres- poseen el mismo fin. Y que otros, aunque accidentales -como son los regímenes políticos- comunican una “participación”, y el concepto mismo de participación no nos ha de decir absolutamente nada mientras no lo conectemos con la realidad de la naturaleza participada; el hombre. Conocer su fin significa entonces, estudiar su naturaleza y por ella se deben entender, los elementos que lo constituyen, las tendencias e inclinaciones que originariamente lo impulsan hacia ciertos objetos y las facultades que son los instrumentos de su desarrollo y complemento con todo aquello que es una prolongación natural de su ser -entendiendo este principio como una proyección de su ser en lo social y político- y de todo aquello que constituye elementos objetivos de su perfectibilidad.

Dos son los ejes entonces que determinan la especulación analítica de esta investigación:

A.- Si la actividad política es una actividad más del ser humano, debemos definir al ser humano como un todo en su esencia constitutiva real que lo determina y establecer las características y las propiedades de la actividad política en relación al todo que se integra.

B.- Si la política en su dimensión nacional es una actividad nacional más, debemos definir al Estado–Nación también como un todo en cuanto a organización político-jurídica superior y establecer así mismo, las características y las propiedades de la actividad política nacional en relación al todo que se integra.

Finalmente, la última aclaración que se nos impone, es indicar que si hemos utilizado profusamente la palabra “decodificación”, es por la siguiente razón. La interpretación ideológica puede aparecer casi siempre con el carácter de subjetivación, y lo es sin duda, cuando es una exegesis academicista que teoriza sobre el pensamiento de tal o cual autor, a modo de mera especulación intelectual sobre su obra y que por lo tanto, no realiza formulaciones que la vinculen con la realidad social y la contingencia política. Un ejemplo de esta distorsión, lo constituye la miríada de “teóricos” que “teorizan” sobre gramnsci, sin ilustrar con un ejemplo “práctico verificable” o una humilde imagen, la construcción de las fuerzas hegemónicas compenetradas de las categorizaciones ideológicas de G. luckas y la Escuela de Frankfurt, y que con una omnipresencia asfixiante, están configurando la muerte de todo lo verdadero y sagrado, que le es dado al hombre vivir como expresión de unión con Dios. El verdadero y único Dios, que es al mismo tiempo, su Creador y Salvador. La decodificación en cambio, es colegir la forma política original tal cual como fue pensada ideológicamente y la relación que tiene con la naturaleza de las cosas sobre las que teoriza, en el hecho práctico y concreto tal cual se manifiesta con la intención de modificar esa misma naturaleza. Es por eso que no rehuimos las conclusiones, porque estas, en primer lugar, no son más que hitos decodificados verificables de un periodo de la realidad modificada por la praxis revolucionaria. Y en segundo lugar, porque los hechos en su “cotidianeidad” –para usar un neologismo del nuevo lenguaje socialista- son el medio ambiente natural de la revolución. No olvidemos que el marxismo es la “filosofía de la praxis”.  Es decir, que para este sistema de pensamiento, no existe una realidad fija que esté determinada por absolutos anteriores y superiores al hombre y al mundo. Porque lo único que existe en la realidad como verificable, existe como la acción constante y transformadora del hombre. Para él, no existe dicotomía entre la comprensión del mundo y la transformación del mismo. Y es por esto, que debe haber una estrecha unión analítica que relacione el principio ideológico con la práctica revolucionaria, porque si por un lado la correcta metodología la pide, por el otro, la naturaleza misma de la doctrina a decodificar nos lo arroja como exigencia. Dios nos ayude en esta tarea y nuestra Santísima madre nos acompañe y fortalezca.

José Uribe

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