Del engaño de algunos que piensan están en el camino de la perfección

Vencido ya el enemigo (el demonio) en el primero y segundo asalto, recurre al tercero, el cual consiste en hacer que nos olvidemos de las pasiones y vicios que actualmente nos combaten, y nos ocupemos en deseos y vanas ideas de una perfección imaginaria y quimérica, a que sabe muy bien que no llegaremos jamás.

De aquí nace el que recibamos continuas y peligrosas heridas, y no pensemos en aplicar el remedio; porque estos deseos y resoluciones quiméricas nos parecen verdaderos afectos, y con una secreta vanidad nos persuadimos a que hemos llegado ya a un alto y eminente grado de santidad.  De esta suerte, no pudiendo sufrir la menor pena ni la menor injuria, gastamos inútilmente el tiempo en formar con la meditación vanos propósitos de sufrir los mayores tormentos, y aun las mismas penas del purgatorio por amor de Dios: y como en esto la parte inferior no siente repugnancia, como en cosa que aún está por venir, nos atrevemos a compararnos con los que verdaderamente sufren grandes trabajos con una paciencia invencible.

Para evitar este engaño, es necesario que te determines a combatir y pelear con los enemigos, que efectivamente y de cerca te hacen guerra; y por aquí vendrás a conocer si tus resoluciones han sido aparentes o verdaderas, flacas o firmes, tímidas o generosas, y caminarás a la virtud y a la perfección por la senda real y verdadera que han seguido todos los Santos.

Mas con los enemigos que no acostumbran molestarte, no te aconsejo te empeñes de antemano, sino es cuando recelas probablemente que dentro de breve tiempo te han de asaltar; en tal caso, para que te halles prevenida y fuerte, será lícito anticipar algunos propósitos.

Pero nunca reputes por efectos tus resoluciones, aunque por algún tiempo te hayas ejercitado en las virtudes con la regla debida: antes bien procura ser cauta y humilde, y recelándote de ti misma y de tu flaqueza, y confiando únicamente en Dios, recurre frecuentemente a su bondad, y pídele te fortalezca en el combate, y te preserve de los peligros, particularmente de la menor presunción y confianza de ti misma.

Con estas prevenciones, hija mía, aunque no podamos vencer algunos defectos leves, que muchas veces permite Dios en nosotros para que nos humillemos y no perdamos el bien que hubiéremos adquirido con nuestras buenas obras, nos será lícito proponernos un grado más alto de perfección.

Lorenzo Scúpoli

Fuente

San Miguel Arcángel
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