Del Novus Ordo Missae al Nuevo Desorden Mundial

(Cristiana de Magistris) La proximidad parecerá extraña sólo a los más incautos. En realidad, desde una visión profunda de la fe, la relación entre la Misa tradicional y la revolución en curso, provocada últimamente -en orden cronológico- por el Nuevo des-Orden Mundial, es todo menos peregrina, porque el corazón del mundo es la Iglesia, y el corazón de la Iglesia es la Santísima Eucaristía (Ecclesia de Eucharistia), perpetuada en nuestros altares por la Santa Misa.

Se han vertido ríos de tinta para demostrar el giro revolucionario provocado por la nueva Liturgia, quizás no deseado pero ciertamente permitido por los dictados del Vaticano II. Ahora es bien sabido que la nueva liturgia fue concebida como un medio para promover el acercamiento de los protestantes. Ahora bien, mientras San Pío V, para contrarrestar a la herejía protestante había erigido el Misal de 1570 como baluarte de la ortodoxia católica, «reformado» en cumplimiento de los decretos tridentinos, la reforma litúrgica postconciliar actuó exactamente en sentido opuesto, procediendo a demoler esa fortaleza multisecular. De hecho, dado que la Misa Romana tradicional contenía aquellos elementos característicos de la Fe católica que los protestantes consideraban intolerables, la reforma de la Liturgia procedió a eliminarlos para favorecer el diálogo con los llamados «hermanos separados», persiguiendo -de ese modo- un fin opuesto al del Misal tridentino.

No debe sorprender que la Liturgia haya sido utilizada para derribar el dogma. Siempre ha sido así en la historia de la Iglesia, porque el fiel común, el hombre de la calle, no lee los documentos conciliares, ni los tratados de teología, y mucho menos se interesa por las disputas de interpretación de tal o cual punto de la fe o de la moral católica: pero va a la iglesia, asiste a Misa y allí aumenta (o disminuye) su fe. Los herejes de todos los tiempos lo saben bien y por eso, para difundir sus errores, han utilizado y utilizan invariablemente la liturgia.

Se comprende entonces por qué los reformadores protestantes siempre han alimentado un auténtico odio a la Misa católica. El problema, en realidad, no era litúrgico sino teológico, y ellos lo sabían. El Sacrificio del altar representaba para Lutero la negación más evidente de su insensata ideología: la justificación SOLO por la fe. La Misa católica, de hecho, con todo su sistema sacramental mediante el cual la gracia es concedida a los hombres para hacerlos partícipes de la vida divina y, por tanto, capaces de actos meritorios, es exactamente lo contrario de la doctrina de la justificación luterana. Es por ello que los protestantes se refieren a la Misa católica como una «profanación blasfema de la Cena del Señor», una «idolatría horrible» y una «abominación loca».

En el siglo XVI, el teólogo alemán John Cochlaeus dijo sin medios términos que, al atacar la Misa, Lutero había atacado al mismo Cristo «porque Él es el verdadero fundador y perfeccionador de la Misa, el verdadero Sumo Sacerdote y también la Víctima sacrificada, como lo saben todos los cristianos». Cochlaeus exhortaba a los apologistas católicos a no concentrarse en la defensa del primado del Romano Pontífice, sino en la defensa de la Misa, acción mucho más vital, ya que, al atacar la Misa, «Lutero amenazaba arrancar el corazón del cuerpo de la Iglesia«. Y un cuerpo sin corazón es un cadáver. El heresiarca, de hecho, sabía muy bien que la Misa es el corazón de la Iglesia y, por tanto, la destrucción de la Misa tenía primacía incluso sobre la destrucción del papado, porque -decía- «destruida la Misa, yo digo que hemos destruido todo el papado». Y esto porque – continúa Lutero – «es sobre la Misa como sobre una roca que está construido todo el sistema papal, con sus monasterios, sus episcopados, sus iglesias, sus altares, sus ministros, su doctrina, es decir, todo lo demás Todo esto no dejará de colapsar una vez que la sacrílega y abominable Misa (católica) sea destruida». Básicamente, Lutero tranquilizó a sus seguidores en estos términos: no pierdan tiempo atacando al papado. Combatan a la misa católica y todo se derrumbará, incluso el papado.

¿Acaso no es lo que ha sucedido a partir de la introducción de la nueva Misa? Estadísticas en mano, hemos sido testigos del colapso del dogma (desde el de la transubstanciación al de la divinidad de Cristo; desde el de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen a su Virginidad perpetua; desde la Comunión de los santos a la resurrección de la carne); de la moral (divorcio, aborto, homosexualidad y todo lo demás); de la vida sacerdotal y religiosa, dramáticamente derrumbada; de la frecuencia a los sacramentos.¿Y cómo no ver también en la situación anómala y confusa de los dos papas reinantes un efecto del ataque a la Misa de siempre, que se prolonga desde hace cincuenta años?

Remitiéndonos a estudios específicos sobre el tema del empobrecimiento del aspecto sacrificial de la Misa reformada, de los problemas relacionados con la transubstanciación y al uso de la lengua vernácula, queremos hacer aquí una mención especial a las Oraciones del nuevo Misal que no escaparon a las innovaciones de los reformadores. Las mismas, de forma muy palpable, dan la idea de lo que se ha querido destruir.

En primer lugar, conviene recordar que las Oraciones -es decir, las Colectas que preceden la Epístola- están entre las joyas más preciosas que enriquecen el Misal. Muchos de las mismas datan de finales del siglo VI. El Misal tradicional contenía 1182 oraciones. De éstas, aproximadamente 760 fueron eliminadas por completo. Del 36% restante, más de la mitad fueron introducidas con importantes modificaciones. De ello se desprende que solo el 17% pasó sin cambios al nuevo Misal.

La primera categoría de Oraciones eliminada fue la afectada -según los innovadores– por la llamada “teología negativa”, ya no más adecuada al hombre moderno. Se trata de aquellas Oraciones en las cuales se hablaba “aún” del castigo divino, de la ira de Dios, del pecado del hombre, de las penas eternas; considerados principios obsoletos por la moralidad en evolución del adulto católico.

La primera categoría de Oraciones que se eliminó fue la viciada – según los innovadores– por la llamada «teología negativa», ya no más adecuada para el hombre moderno. Son aquellas oraciones en las que se hablaba «aún» del castigo divino, de la ira de Dios, del pecado del hombre, de los castigos eternos, considerados principios obsoletos para la moral evolutiva del católico adulto.

Las oraciones tradicionales de Cuaresma, que evidentemente destacaban los principios del ayuno y de la mortificación, ahora invitan a la moderación y a la abstinencia; desaparecieron las referencias al «combate espiritual», a la corrupción humana, a los castigos temporales y eternos, al pecado, a nuestras obras perversas, etc. Incluso Judas Iscariote parece haber sido absuelto, pues fue eliminada la oración del Jueves Santo, en la que se dice que él fue castigado por Dios por su crimen.

También el desprendimiento del mundo ha desaparecido en las nuevas Oraciones, para no hablar de las oraciones por los muertos que merecen un tratamiento específico tan radicales fueron las innovaciones. Muchas oraciones fueron modificadas en nombre del ecumenismo y, en consecuencia, fueron eliminadas las referencias a las herejías, a la Iglesia militante, a la única fe verdadera, a los enemigos de la Iglesia, al gobierno supremo del Romano Pontífice, a la intercesión de los santos. Ahora bien, estos cambios en las Oraciones no han dejado de afectar la fe de los cristianos, según la conocida expresión lex orandi lex credendi. Si el nuevo Misal redujo -cuando no eliminado completamente- las referencias al infierno, al purgatorio, al pecado, al castigo, a la expiación, también los fieles (y más aún el clero) -lo quieran o no- terminaron por eliminarlas o reducirlas.

El pueblo y el clero, que durante cincuenta años se han alimentado de la teología edulcorada transmitida por la Liturgia reformada, han perdido el sentido de lo sobrenatural, del pecado, la noción del bien y del mal e incluso del alma. Todo esto ha sido salido a la luz con evidencia solar por la galopante pandemia en la que -no hace falta repetirlo- todo el cuidado del mundo católico (desde las más altas cúpulas hasta abajo, salvo pocas excepciones dignas de elogio) está centrada en la salvación de los cuerpos, como si el hombre fuera inmortal y la salvación del cuerpo superior a la del alma.

En este contexto, el Nuevo Orden Mundial, que no es sino la apoteosis del caos y del desorden moral y social a escala planetaria, avanza indiscutiblemente, con su enmascarada dictadura, solo porque no encuentra resistencia por parte de quienes deberían oponérsele, es decir, de la Iglesia docente y discente. Y si los hombres de la Iglesia no se oponen sino que abrazan el pensamiento dominante, esto sucede porque, durante más de diez lustros, se han alimentado de una liturgia que, en lugar de frenar el error condenándolo, lo ha abrazado con entusiasmo y subrepticiamente inoculado en la mente y el corazón de los fieles.

El Nuevo des-Orden Mundial no es más que la forma más reciente y tal vez más aberrante del comunismo, ese comunismo respecto al cual en Fátima la Madre de Dios hace un siglo vino a advertirnos. Para sobrevivir a tal enemigo, es necesario volver a una verdadera devoción a Su Inmaculado Corazón, que al final triunfará, pero ciertamente pasando por la restauración de la Misa de siempre, que será entonces una verdadera restitutio ad integrum.

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