La fiesta del Nombre de María​

En el mes de septiembre se celebran tres festividades dedicadas a la Virgen.

La primera, el día 8, es la Natividad de la bienaventurada Virgen María, que tras ser concebida el 8 de diciembre nació nueve meses más tarde, el 8 de septiembre.

La segunda, que se celebra el día 12 del mes, es la del Santísimo Nombre de María.

Y la tercera, el día 15, es la Virgen de los Dolores.

Hablemos un poco de la festividad del Nombre de María.

El nombre de María no fue descubierto ni inventado por los hombres, sino escogido por Dios desde la eternidad. En Dios todo es coeterno, no existe un antes ni un después. Con todo, conforme al lenguaje humano, podemos decir que María fue pensada por Dios antes de crear el Cielo y la Tierra, y que incluso el Cielo y la Tierra fueron en cierto modo ordenados a Ella para que fuese Señora y Reina de ellos.

El nombre de María evoca el del mar. Sostiene San Buenaventura que todas las gracias de que se han beneficiado los ángeles, los apóstoles, los mártires, los confesores y las vírgenes han confluido en María, mar de Gracia. Por su parte, San Luis María Griñón de Monfort, dice: «Dios Padre juntó todas las aguas y las llamó mar, y luego, juntó a todas las gracias y las llamó María» (Tratado de la verdadera devoción, 23). Por eso, como recuerda San Alfonso María de Ligorio, el nombre de María está repleto de todas las dulzuras de Dios, como la de Jesús: «No me refiero a una dulzura sensible que no es concedida habitualmente a todos –explica el santo–. Hablo de la saludable dulzura del consuelo, del amor, de la alegría, la confianza y la fuerza que transmite habitualmente el Nombre de María a quienes lo pronuncian con devoción» (Las glorias de María).

Pero María es algo más que un mar de dulzura infinita. Es también un mar amargo de infinitos dolores que contiene la Pasión de Nuestro Señor. Así pues, a María se le aplica una de las lamentaciones del profeta Jeremías: O vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte, si est dolor sicut dolor meus (Lam.1,12): «Oh vosotros cuantos pasáis por el camino; mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor».

Ahora bien, el también es símbolo de nuestra vida expuesta a los vientos y las corrientes tumultuosas. Pero María es dueña de ese mar. Por eso San Bernardo la llama Stella Maris: «Estrella reluciente y maravillosa que elevada sobre la inmensidad de este mar resplandece por sus méritos y sus claros ejemplos». Y prosigue: «Tú que en las vicisitudes de la vida más que caminar por la tierra das la impresión de ser sacudido por tormentas y huracanes, si no quieres terminar arrollado por las furiosas olas, ¡no apartes la mirada de la claridad de esta Estrella! Si te asaltan los vientos de la tentación y te arrojan contra los escollos de las tribulaciones, alza la mirada a esa Estrella. Invoca a María. Siguiéndola, no te apartarás del camino. Implorándole, no desesperarás. Pensando en ella, no errarás. Si Ella te sostiene, no caerás. Si Ella te protege, no tendrás nada que temer. Si Ella te guía, no te fatigarás. Si te es favorable, alcanzarás la meta y descubrirás por ti mismo cuanto con tanta razón se ha afirmado: «Y el nombre de la Virgen era María» (Homilía en alabanza de la Virgen María).

La festividad del Nombre de María fue instituida por el beato Inocencio XI para conmemorar una gran victoria cristiana sobre el islam: la liberación de Viena, sitiada por los turcos, el 11 de septiembre de 1683, al igual que San Pío V instituyó la de Virgen del Rosario para conmemorar la victoria de Lepanto el 7 de octubre de 1571.

Como San Pío V, el beato Inocencio XI estaba convencido de que el triunfo cristiano había sido obra de la Virgen y logrado en nombre de Ella. En el Foro Trajano de Roma se construyó una iglesia dedicada al Santísimo Nombre de María para recordar la victoria de Viena.

Después del Nombre de Jesús, no hay un nombre más grande y venerable que pueda resonar en el Cielo y en la Tierra que el de María, que siempre ha sido la gran defensora de la civilización cristiana. Por eso recordamos su fiesta con particular fervor, y seguimos combatiendo en su nombre en defensa de la civilización occidental y cristiana.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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