En anterior artículo hicimos referencia a una “filosofía” que encarnó una generación de pensadores franceses (los Nuevos Filósofos, décadas del 60 y 70) herederos de Sartre y Marcuse, criados en el marxismo y el freudismo, esponsorizados por la Unión Soviética y luego reaccionarios en contra de las dictaduras comunistas, quienes prepararon, actuaron o continuaron la “revolución sexual” del Mayo del 68 francés. Movimiento específicamente universitario que fuera culpado por el Cardenal Ratzinger (siendo Papa emérito), en su famosa carta “Sexualidad e Iglesia”, de ser la causa de las terribles derivas sexuales dentro del clero posconciliar, exculpando de ello al Concilio Vaticano II.
Dijimos de ese pensamiento que, más allá de la promoción de un permisivismo sexual que debían practicar las élites universitarias a fin de ser los precursores – y “angelicales” paradigmas – de la deconstrucción de toda alienación moral y política heredada de los siglos; se proponía abandonar toda reflexión o pensamiento político anterior que propusiera “soluciones de orden general” – pues todas esas escuelas no fueron para ellos más que aparatos ideológicos de algún “proyecto de dominación” – y dedicarse a pensar los problemas “concretos” de las personas a partir de la solución de los cuales y sin previas “dictaduras liberadoras”, la liberación sería una conquista de cada uno y se esparciría como una benéfica mancha de aceite por el mundo, mundo al que ya no le harían falta “amos”. El libro “El odio al pensamiento” marcó un objetivo, señalando todas las “doctrinas” políticas como un mal; y el “Prohibido prohibir” era el lema que los inspiraba como método liberador. ¡Basta de hacer los intelectuales el caldo gordo de algún proyecto político de dominación! (¡ Y lo iban a terminar haciendo de la peor manera!).
El Cardenal alemán miraba el permisivismo sexual convertido en praxis deconstructivista como único peligro y no tenía reparos al planteo anti-doctrinario de aquellos filósofos, asunto que era el verdadero fundamento ¡y ese sí se había colado en el Concilio Vaticano II! Dijimos que Ratzinger fue uno de los promotores del abandono del Tomismo – que “blindaba” la Doctrina Católica – y de la Doctrina Política Tradicional de la Iglesia inspirada, en gran parte, en el Tomismo – para iniciar la etapa de una teología subjetivista o inmanentista que, no por oponerse a un materialismo craso dejaba de ser la funesta inserción del idealismo alemán en la teología, pero con la adopción del democratismo americanista que hizo innecesario y caduco todo el planteo de la Doctrina Social de la Iglesia de los pre-conciliares. Refiriéndose a la democracia norteamericana, Ratzinger dijo “Me parece que este es un modelo fundamental y positivo”.
Desentendido de lo político (quizá mejor diríamos con Marcel De Corte, de lo “real”) y acusando al “mundo” de ser quien pervirtió las costumbres de la curia, obviaba que fue primero el Vaticano II quien abrió sus puertas al mundo y este, sin retraso, abrió las del mundo al infierno, resultando este último el que entró a Roma como bien constatara el infausto Pablo VI. El hecho es que una vez aceptada la democracia como sistema “instalado”, nunca ató cabos que era el sistema el que traía todas estas consecuencias, cosa que sí habían profusamente escrito, anunciado, acusado y probado los autores contrarrevolucionarios europeos del siglo XIX y XX. Este impedimento de ver las causas de “lo que está mal en el mundo” por la adopción del democratismo (sumado al peor impedimento de no poder ver “lo que está bien en el mundo”, diría Chesterton, por abandono del Tomismo) es una autolimitación o defección de la inteligencia que, en suma, constituye el enorme desastre de nuestra época.
El hombre ya no debía pensar “sistemas”, sino “problemas”. La ecología, la sexualidad, el divorcio, el aborto, el indigenismo, la inculturación, la inmigración, la mestización y otros banales y artificiales etcéteras eran la tarea intelectual de la nueva filosofía (y en breve iban a ser con Francisco los “lugares” de la nueva teología). Intelectuales que tenían auto-prohibido pensar los “grandes temas” del hombre, ocultando ex profeso – o simplemente por estolidez americana – que toda esta postura era la vanguardia defensiva y publicitaria de la democracia que hacía imposible y penalizable todo reflexión que la pusiera en duda. Ideología política de manipulación y dominación mental por excelencia (La “Psicopolítica” de Byung Chul Han), que constituye en sí misma el advenimiento del tan anunciado mesianismo moderno fundado sobre la imbecilización humana, la autotiranía del imbécil y el culto a la información que moldea. La versión encarnada de este Mesías, el Anticristo, creo que será un personaje en una pantalla.
Había que discutir los problemas de la convivencia porque el sistema ya había evolucionado a su cúspide humana con la Democracia. El hombre ha instalado el “orden” político que diseñó su razón y su libertad, orden que es laico y ecuménico, y esto ya no debe discutirse más ni traerse a cuento la contemplación de ordenes inspirados en la religión o en la naturaleza. La exclusión de este tema en la filosofía es la renuncia al uso primordial de la inteligencia, pero en la teología implica mucho más, es la declaración lisa y llana de la caducidad tanto del concepto como de la función de la Iglesia en la vida de las naciones, aún más, la negación de su carácter de “sociedad”, reducida a un club o logia de influencia horizontal. La inteligencia católica no piensa más sobre el orden político, este es un asunto exclusivamente laico que ya ha concluído.
De esta “renuncia” de la inteligencia iba a dar fundada cuenta filosófica Marcel De Corte en su “L`intelligence en péril de mort” – también de aquellas décadas – guiándonos desde el realismo a la apreciación del idealismo moderno como fautor de esta pérdida de hasta el sentido común, señalando sin ambages al Concilio Vaticano II como su mayor desastre. Recomiendo al lector, como iluminada reseña del libro, el prólogo a esa obra realizado por el gran pensador español Don Rafael Gambra ( ) que es necesaria referencia de mis rápidos barruntos.
Ya el hombre dispensado de repensar el “sistema” y abrazado por la dulce democracia, que es el orden que con su divinizada razón y libertad a “creado”, puede por fin dedicarse a sus cotidianos problemas y pasar de la costosa liberación política instalada efectivamente con sudor y sangre desde 1789 a esta parte, a su liberación individual. Pero ahora sin necesidad de previas dictaduras administradas por camarillas burocráticas; sea la de los curas a través de la coyunda Iglesia y Monarquía, del Jacobinismo guillotinador, de los fascismos y sus Dictadores o la Dictadura del Proletariado a través del Partido Comunista. El Hombre individual se liberará por sí mismo soltando las amarras que las ideologías políticas han tendido mediante estructuras morales de dominación.
Un segundo paso de aquel primer “odio al pensamiento”, aquel que fuera el trabajo anarquizante y libertario demoledor de toda disciplina en las universidades francesas y alemanas (llevado desde allí a los seminarios católicos), se cristalizará en las décadas del ochenta y el noventa en las universidades norteamericanas, pero irá derivando del libertinaje a una “forma de ser políticamente correcto”, que de libertario va tomando el tono de una policía del pensamiento en un proceso de autoanálisis y autocrítica (autoflagelación) por parte de las élites gerenciales.
Muy pocos en el país del norte se darán cuenta y denunciarán este estrechamiento intelectual del ámbito universitario, siendo el “politicaly correct” el que traza la estrecha frontera del discurso académico, amenazando sin piedad con la “relegación sociológica” (diría Calmel) a quien lo traspase. En EEUU, Thomas Molnar, desde la derecha, dará cuenta de esta deriva banal de la filosofía en las universidades norteamericanas con su “The decline of the intellectual”, y Cristopher Lasch lo hará desde la izquierda con su “La Rebelión de las Élites”. John Kennedy Toole lo hará desde la literatura con su “La conjura de los necios”. (No creo que haya casi ningún católico norteamericano que los conozca).
Habiendo el mundo llegado en lo político a las mañanas que cantan (o para otros, como Maritain y luego Ousset, a un fait accomplie insoslayable e inconfrontable al que había que adecuarse, implicando el cambio de principios en el primero, o la práctica contradictoria con los principios en el segundo). No siendo ya esclavo de algún sistema impuesto por una doctrina o religión, ni aún con aquella excusa racional griega de la “naturaleza” (¡la más execrable excusa determinista tras la que los reculantes, “tímidos” y solapados católicos neotomistas ocultaron inútilmente al Dios cristiano!), sino que ya “el hombre … crea desde su interior el mundo circundante por la democracia… en virtud de su participación en la dirección de la sociedad”. Participación que hará a partir de lo que “conoce”, y lo que “conoce” ya no es más lo real, sino la INFORMACIÓN. Sigue diciendo Gambra: participación que “depende de los datos que el sujeto individual posee”, que son “No los que les da su entorno real, sino los que les da la “información global”. “La información constituye, según De Corte, el único camino por el cual el hombre aislado por el idealismo satisface su necesidad de pertenecer a una comunidad”. Información y Democracia son los componentes inescindibles de este encierro mental, una misma cosa, un mismo negocio.
Esta revisión crítica del “sistema” democrático constituye el más grave pecado que pueda cometer un intelectual de nuestro tiempo, que lo emparentará con Hitler y por el cual será sancionado hasta por sus más estrechos colegas y amigos. Es algo que puede surgir solamente en unos pocos especímenes en extinción de la vieja y europea cultura cristiana (no necesariamente deben ser creyentes) y sólo desde aquellos dispuestos a morir con las botas puestas como el español que traemos en cita, capaces todavía de enfrentar el ostracismo intelectual y social sin pestañear. De tener aquel coraje para la “intemperie” que resalta del “gaucho” el argentino Rubén Calderón Bouchet como símbolo de nuestro requerimiento actual; del roble que prefiere morir a temblar como un junco de la fábula de Anouhil; de aquella falta de cálculo interesado que propugna el maurrasiano Jaques Perret; o el “desplante” irreverente con el que enfrenta al academicismo cómplice y ardidoso un Antonio Caponnetto.
No lo veremos surgir en lo más granado del tradicionalismo católico norteamericano y en la parte del europeo que transó, aunque de mala gana, con el Concilio (la buena o mala gana es sólo el tono con que se comete un error o una traición). En los primeros por haber adoptado la frontera del pensamiento político como forma de vida y ni siquiera concebir la reflexión; en los segundos como fait accomplie al que se doblegan y frente al que callan para conservar los restos del naufragio, escondiendo toda la literatura contrarrevolucionaria a las nuevas generaciones y haciendo del catolicismo una devoción de viejas solteronas. En el país del norte no hubieron, ni hay, pensadores católicos “como Dios manda”, capaces de enfrentar al sistema. Ya ningún “tradicionalista” conoce siquiera a un Ezra Pound o a un George de Santayana, por poner algunos de los pocos ejemplos salvables.
El planteo religioso es en la democracia, desde la raíz ecuménica fundacional de los EEUU, un asunto perfectamente circunscripto a intereses individuales – o a lo más de sectas – y para nada propio del “todo” social; completamente extra político aún en el tradicionalismo católico. Siendo esta reducción – asumida por el Concilio Vaticano II – para un católico europeo de buena formación, la expresión más clara de una apostasía casi tan radical como la del agnóstico y el ateo (Dios sabrá juzgar esta generación con la inteligencia amputada).
La democracia es el resultado de la manipulación del hombre ya no por la fuerza ni por la opresión del tabú religioso, sino por el engaño de la información vertida desde los mass media que, mostrando el éxito innegable del sistema democrático americano, economicista, laico y ecuménico, en el “american way of life”, lo publicita. A la vez que oculta las perversiones horribles y el costo inmenso en miseria mundial que hacen posible esta apariencia de éxito (principalmente la tremenda enajenación espiritual, moral e intelectual de sus sociedades y de sus hombres, lo que les permite gozar de un mundo material que mantiene su bienestar por la degradación, el envilecimiento, la corrupción y hasta el exterminio de su entorno humano), sancionando toda posibilidad de crítica o revisión del sistema con guerras a las naciones que se atreven enfrentarlo, y la relegación social – “jaula” para Pound- a nivel personal.
Ponen sobre las pantallas cuáles son los verdaderos problemas y les explican sus causas: el calentamiento global, la pandemia, el racismo, la discriminación sexual, el patriarcado, la violencia familiar, la corrupción del clero … es decir, todos aquellos efectos que tienen por causa rémoras del pasado, pero principalmente el pasado católico europeo y que, en forma de alienaciones culturales permanecen dentro de todos nosotros como habita Mr. Hyde en el Dr. Jekyll, haciéndonos a todos, y a la vez, victimarios y víctimas, causando los males de la tierra que no nos permiten disfrutar plenamente de este happy end o “fin de la historia” que es la sacrosanta Democracia.
Las causas y consecuencias terribles de estos problemas serán perfectamente mostradas por la TV, certificadas por científicos galardonados y sus derivas catastróficas estarán documentadas en videos indiscutibles: sequías, inundaciones, movimientos de los astros, mujeres maltratadas, la inocencia mancillada por los sacerdotes católicos, la corrupción política de las naciones ex – católicas y las pestes propagadas. Ellos nos aseguran y demuestran que no son consecuencias del “sistema”, son consecuencias de vicios ocultos culturales de los hombres concretos que hay que deconstruir con toda urgencia y… sin piedad alguna. Por “razones de salud pública”, como se ataca una peste. Y entrenarán a la sociedad en el método, lanzando – o aprovechando- justamente, una oportuna peste.
El intelectual del siglo XXI encargado de “esclarecer” o “despertar” al ciudadano en su proceso de liberación individual de los tabúes, que hacen del hombre el lobo del hombre, debe desde la universidad convertir este proceso de deconstrucción en ciencia y en metodología, aunque no se cumplan los parámetros ni de una ni del otro y sean sus fundamentos ideológicos y emotivos (como por ejemplo el evolucionismo, el cambio climático o la elección del sexo). Pero debe hacerlo en forma urgente y ya sin tantas contemplaciones.
Hoy se perfila en el mundo una reacción irracional, basada en la mentira y apuntalada por el miedo, que instala un odio furioso a todo pensamiento o resto de estructura moral, social o política tradicional católica. Reacción que llevará a los hombres a odiarse de una renovada manera, comenzando por el odio a Dios (a un Dios que es Doctrina y que es Moral de Dominación) para seguir en el odio a uno mismo (en cuanto arrastramos o somos vehículos parciales – por “secciones”- e inconscientes de esa Doctrina, cosa que hacemos al ser padres de familia, esposas, heterosexuales, blancos etc.), para perseguir a muerte al otro, odio al prójimo, al que debe odiarse en sus secciones discriminatorias “como a uno mismo” (como odiamos nuestras “secciones” enajenantes). Una reacción que constituye una especie de nueva religión cuyos mandamientos, ideas y liturgias, son el anverso del viejo catolicismo. (En el Vetus Ordo, el hombre que se confesaba pecador buscaba la justificación de Dios. En el Novus Ordo, es el viejo Dios quien pide ser justificado por el hombre liberado, por haberlo sujetado a estructuras de “dominio” causando ingentes sufrimientos personales por la estigmatización del diferente, como aquellos padres que deben dar explicaciones y pagar por haber traído a sus hijos a la existencia).
Algunos dicen que esa religión se anuncia en el “wokismo”, una versión de un humanismo intransigente, irascible y violento, ante el que se están doblegando los bienpensantes del mundo, y al que trataremos en próxima tirada.