Ecumenismo, amor, odio y San Juan Evangelista

En su encíclica Mortalium animos, el Papa Pío XI hace una notable apelación a las enseñanzas de Juan, Apóstol y Evangelista, a distinguir entre la verdadera y la falsa caridad hacia los cristianos no católicos[1]:

«Estos pan-cristianos, que en sus mentes dan vueltas a la unión de las iglesias parece, de hecho, que persiguen la más noble de las ideas en la promoción de la caridad entre todos los cristianos: sin embargo, ¿cómo es posible que esta caridad tienda a dañar la fe? Todo el mundo sabe que el propio Juan, el apóstol del amor, que parece revelar en su Evangelio los secretos del Sagrado Corazón de Jesús, y que nunca dejó de enfatizar en la memoria de sus seguidores el mandamiento nuevo «Amaos unos a otros», prohibió por completo cualquier relación con los que profesaban una versión mutilada y corrupta de la enseñanza de Cristo: «Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le saludéis». Por lo que, ya que la caridad se basa en una fe completa y sincera, los discípulos de Cristo deben estar unidos, principalmente, por el vínculo de una misma fe. Entonces, ¿quienes pueden concebir una Federación cristiana, los miembros de las cuales conservan cada uno sus propias opiniones y juicio privado, incluso en asuntos que afecten al objeto de la fe, a pesar de que sean repugnantes a las opiniones de los demás? ¿Y de qué manera, nos preguntamos, pueden los hombres que siguen opiniones contrarias, pertenecer a una misma Federación de los fieles? Por ejemplo, los que afirman, y los que niegan que la Sagrada Tradición es una verdadera fuente de revelación divina; aquellos que sostienen que una jerarquía eclesiástica, formado por obispos, sacerdotes y ministros, ha sido constituida por Dios, y aquellos que afirman que se ha formado poco a poco, de acuerdo con las condiciones de la época; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía a través de esa maravillosa conversión del pan y del vino, que se llama transubstanciación y los que afirman que Cristo está presente sólo por fe o por la significación y la virtud del sacramento; los que en la Eucaristía reconocen tanto la naturaleza de un sacramento y de un sacrificio y los que dicen que no es nada más que el homenaje o conmemoración de la Cena del Señor; aquellos que creen que es bueno y útil invocar con la oración a los santos que reinan con Cristo, especialmente María, la Madre de Dios, y venerar a sus imágenes y los que instan a que una veneración tal no debe ser usada, porque es contraria al honor que se debe a Jesucristo «el único mediador entre Dios y los hombres». ¿Cómo, tan gran variedad de opiniones, puede facilitar el camino para efectuar la unidad de la Iglesia? No lo sabemos; esta unidad sólo puede surgir de una autoridad en la enseñanza, una ley de la creencia y una fe de los cristianos. Pero sí sabemos que esto, es un paso fácil a la negligencia de la religión o de indiferentismo y al modernismo, como lo llaman».

Nadie entiende mejor la caridad que San Juan, pero él entendió que la virtud teologal de la caridad debe estar fundada en la virtud teologal de la fe y, por lo tanto, cualquier cosa que socava la fe de la necesidad, socava la caridad. Y, por lo tanto, nos manda evitar el contacto con los que socavarían la fe.

En general, se puede ver que el amor, necesariamente, provoca al que ama el odio a todo lo que amenaza con destruir lo que se ama. Por lo tanto, ya que naturalmente amamos la salud, entonces, es natural que odiemos la enfermedad; ya que, naturalmente amamos la vida, es natural que odiemos todo lo que destruye nuestras vidas y así sucesivamente. Y la caridad no es la excepción; el amor sobrenatural de Dios por encima de todas las cosas, necesariamente implica odiar al pecado, que se opone directamente a la caridad, y el error, que se opone a la fe en la que se fundamenta.

Pero los ecumenistas tienen dificultad para ver esto. Incluso, aunque dudaran en utilizar palabras tan fuertes, probablemente estarían de acuerdo con el juicio de Gerd Lüdemann, investigador no-católico del Nuevo Testamento escolar; sobre San Juan, dice en su crítica a Deus caritas est de Benedicto XVI[2]:

«[Las] comunidades joánicas estuvieron lejos de mostrar el amor que [el papa Benedicto XVI] recomienda a la Iglesia contemporánea. Porque no sólo la primera carta de Juan, -de la que la encíclica toma su tema y la exhortación-, restringen la hermandad a los de la fe ortodoxa, sino que la segunda carta de Juan, como era de prever, no se menciona en la encíclica, toma el mismo enfoque y lo empuja aún más. En los versículos 9 al 11 de esta muy breve carta, su autor, que se identifica a sí mismo sólo como «el anciano», ordena a la comunidad recibir en sus hogares sólo a aquellos hermanos que confiesan la venida de Cristo en la carne. Cualquier hermano actual o anterior que tenga una opinión diferente en relación con la encarnación de Cristo debe ser rechazado. De hecho, «Juan» prohíbe a los miembros de sus comunidades, incluso saludarlos. Considera ésta una medida de precaución necesaria, para que la comunidad de la creencia correcta no se infecte por las malas doctrinas y la consiguiente culpabilidad de sus hermanos disidentes. ¡Qué extraño es encontrarse con tales protestas duras y llenas de odio en una carta rebosante de confianza de amor mutuo y que atestiguan el reconocimiento unánime de la comunidad de la verdad sagrada!»

El razonamiento de Lüdemann es, precisamente, el tipo de cosas que uno espera escuchar de ecumenistas contemporáneos. Y la razón es clara: no están motivados por la virtud sobrenatural de la caridad, fundada en la única fe verdadera, sino, más bien, por una benevolencia vaga, fundada en el modernismo y la indiferencia. Y como cada clase de amor, esta vaga benevolencia causa odio hacia todo lo que pone en peligro el objeto del amor; ellos (como San Juan) no odian la herejía, sino que odian el «fanatismo» y el  «fundamentalismo». En otras palabras, ellos odian el derecho perenne de la Iglesia Católica para enseñar la verdad.

[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]

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[1]Las negritas pertenecen al original en inglés. (N. de la C.)

[2] Ibidem anterior.

RORATE CÆLI
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