“Y es que la vida terrena es la cosa más baladí y despreciable y, a la vez, la más importante y trascendental que puede caber en la mente humana. En sí misma es la cosa más baladí y despreciable: importa muy poco ser feliz o desgraciado, estar sano o enfermo, morir joven o en plena decrepitud y vejez. Al cabo, todo ha de acabar en setenta u ochenta años, que son menos que un relámpago en parangón con la eternidad.” (Royo Marín, Teología moral para Seglares)
El otro día me comentaba una señora que había dejado de acudir en su parroquia, a “un grupo de mayores” del que formaba parte desde hace años y que se reunían una vez a la semana para leer el Evangelio y hacer un análisis del mismo, así como de vez en cuando, tienen sus “celebraciones especiales”, en las que hacen: “misa” y “mesa”, (banquete conciliar y banquete fraternal), ambas cosas y que pasaban un rato distendido, olvidándose del inevitable paso de los años, “nuestras Misas son muy juveniles, hasta mi nieta conoce los cantos, alabaré, alabaré y cosas por el estilo”. Sin embargo, se había sentado a pensar sobre todo esto, debe ser que tanto ajetreo cansa y llegó a una certera conclusión, “a mis ochenta años, ya no necesito reunirme para que un seglar me haga un comentario de texto del Evangelio, porque aunque pueda ser una persona preparada, también cabe el caso contrario, que me esté deformando y pudiera ser que a esta edad, me quieran cambiar el Astete y me la juegue en el último momento. ¡Quién sabe! Nos están diciendo todo el día que el Papa Francisco quiere renovar la Iglesia y yo he recordado las indicaciones del que fue mi director espiritual hasta que falleció y siempre me decía lo mismo, –Prudencia (nombre propio ficticio), el Magisterio jamás cambiará, recuérdalo– He pensado que nuestro párroco, básicamente, nos quieren entretener para que no tengamos conciencia de que nuestro tiempo terrenal se termina, así que después de pensarlo bien, he decidido que me voy a entretener a lo grande, pero con el Señor, en el Sagrario, ahí es el único sitio donde tengo claro que lo que oigo, viene de Dios. No necesito subir a leer al presbiterio para creerme que sigo activa, o que la Iglesia me necesita en una tarea tan, tan, tan importante, no soy un muñeco que se mueve al antojo de los demás.”
A la luz del Concilius surgieron innumerables movimientos dentro de nuestra Iglesia Católica, lo importante era agrupar a todo el mundo en algún sitio, obviamente con un fin. Mi amiga pertenece a lo que se conoce como “Vida ascendente”, que es “un movimiento de la Iglesia de apostolado seglar de personas jubiladas y mayores”. Sin entrar en profundidades, porque estos grupos son como todo, como las clases de religión, catecismos y demás, dependiendo quién esté al frente, su funcionamiento puede ser progresista o modernista, desde luego, nunca tradicionalista. ¿Compensa en los años finales echarse a dormir y dejar que nos adoctrinen en este luteranismo que asola nuestra Iglesia?
No hace falta ser un lince para ver como se utiliza maquiavélicamente a la gente mayor en las Iglesias. Con la idea de que pasen una tarde agradable, los incitan a ir a las charlas de los teólogos de moda, Queirugas, Pagolas y Cía., que sino fuera por estos asistentes, estarían más solos que un lagarto en el desierto del Sahara. Igualmente, se les anima a ir a los encuentros ecuménicos, “la iglesia os necesita para renovarse, para seguir la llamada del Papa Francisco”, se les enseñan músicas más propias de los hippies de los años 60 que de gente que está en la senectud de la vida, se les da una vela en todos los encuentros tipo concierto y momento duba duh y se les pone a dar palmas como si fuesen niños de guardería. Triste pero real. ¡Señor, danos una vejez Santa y que no caigamos en manos de estos desaprensivos! No nos durmamos, no bajemos la guardia en los años finales, el maligno no descansa.
A lo largo de nuestra vida, nuestra queja es siempre la misma, la falta de tiempo para todo y mucha gente que no acude a la Santa Misa diaria o que no va al Sagrario, se ampara en ello para justificar su falta de amor a Dios. ¿Qué sucede cuando uno peina canas y su actividad laboral cesa? Se supone que, de repente, se ganan horas al día pero, lo que habría de ser un beneficio, se vuelve a desperdiciar una vez más y, así vemos gente que, literalmente, enloquece, así, como suena. No es extraño escuchar frases del tipo, “para lo que queda, hay que disfrutar”. Que vacíos estamos…Para lo que queda, ¿No sería mejor preparar el alma para que el juicio final nos lleve a los brazos de Dios Padre? Nos podemos morir en cualquier momento, obviamente, pero lo que es cierto es que, con ochenta años, está uno más cerca de la meta, que con veinte, independientemente de que se muera gente de todas las edades.
¿Cuál es la vida que debe llevar un católico en la ancianidad? Si siempre hemos vivido coherentes a nuestra Fe, ese es el momento ideal para reforzar, para acercarnos más a Cristo, para darle todos y cada uno de los segundos que nos quedan, para no regatearla nada, para darle un amor sin concesiones, para entregarnos en cuerpo y alma al Amado, al que tantas horas le hemos negado siempre, démosle todo lo que nos queda de tiempo, cada segundo, cada respiración. Y si hemos vivido apartados de Él, este es la oportunidad de los trabajadores que llegan a la viña en el último momento, pero que el Señor, igualmente, los está esperando.
“Es diferentísima la psicología del niño, del adolescente, del joven, del hombre maduro y del anciano” (Royo Marín, Teología moral para Seglares)
Vivimos anclados en la eternidad y pensamos que seguimos siendo adolescentes por tiempo indefinido. Si se fijan, las madres visten como las hijas y las abuelas como las nietas, así que no es infrecuente observar un rostro arrugado metido en una vestimenta de quiceañera, ridículo pero real. Algunas personas cuando se giran y vemos sus caras, inmediatamente podemos saber lo que hay en esas almas, vaciedad total y absoluta, personas que viven de cara al mundo, pero de espaldas a Dios. Somos católicos nominales, únicamente, de nombre, no de hechos. Nos importa el físico pero no el alma, nos arreglamos por fuera, intentamos mentir sobre nuestra edad, ocultar las arrugas, tapar las canas, pero nuestra fecha de caducidad, por mucho que lo intentemos, no la borra nadie: Las horas diarias que se emplean en retroceder cinco años de nuestra cara, si las dedicáramos a rezar, nos darían Gracias infinitas en nuestro interior, que es el único sitio donde el tiempo no cuenta, el alma no tiene arrugas.
NOS VAMOS A MORIR, ¿Se han asustado al leer esta afirmación, así de golpe? Entonces párense a reflexionar, si se han atemorizado, algo está mal en nuestro interior. La muerte para un católico, no es el fin, es el principio.
El otro día escuchaba en un programa radiofónico una entrevista a la hija de la señora más anciana de España, en concreto su madre, tiene 110 años y la hija, que era la que respondía a las preguntas, 80. Le preguntaban a la hija si se consideraba joven y decía que “por supuesto”, claro, con una mamá de esa edad, ella, se considera una mozuela. En la mayoría de los casos es así, nadie quiere que se le llame anciano. Salvo mi madre, no conozco otro caso. La verdad es que mencionándola pienso en ella como un ejemplo positivo de la vida de un católico que va cumpliendo años y acercándose a su meta. Sin ocultar su pelo blanco, llevando el bastón en vez del paraguas y afianzándose, si cabe, cada vez más, en su camino espiritual, Dios y sólo Dios.
Deberíamos de ser conscientes que lo que hemos trabajado a lo largo de nuestros años, lo podemos perder en un momento. Hoy en día palabras como “vejez”, “senectud”, son desechadas de nuestro vocabulario, queremos escapar de una gran realidad, que no es otra más que el paso del tiempo y el fin inevitable de una vida que culminará en un juicio, del que saldremos victoriosos o derrotados. La muerte no debería sorprendernos, es lo único cierto, pero desde luego, cuando uno tiene 80 años, negar esa evidencia, sólo puede traerle consecuencias nefastas.
Son muchas las personas que llegada la edad de la jubilación, aprovechan para viajar y disfrutar. De entrada, uno puede pensar que eso no tiene nada malo, pero ¿Que dirían Vds., si una persona de Misa diaria, se va a un viaje y cambia su tiempo de oración, por el daikiri, la piscina y el baile nocturno? ¿Se gana así en Santidad? ¿Tienen Vds. conocimiento de que alguno de los grandes Santos de la historia llevara este tipo de vida? Y ya no digo por ejemplo, tantas excursiones parroquiales que se hacen sin la Santa Misa. El otro día me comentaban dos personas, de dos parroquias distintas, el mismo hecho. Una viajaba en domingo y había acudido a Misa el sábado por la tarde, para cumplir con el precepto, ya que en la excursión no estaba prevista la “Eucaristía dominical”. La otra viajaba en sábado y como tal día no es “obligación” ir a la Santa Misa, el párroco cambiaba esto, por una maravillosa comida fraternal. Así cuidan ciertos Párrocos a sus feligreses, les nutren la barriga pero les desnutren el alma.
“Santo Tomás advierte agudamente que, aunque la sobriedad es conveniente a toda clase de personas, de un modo especial deben cultivarla los ancianos, que deben dar ejemplo a los demás” (Royo Marín, Teología moral para Seglares)
¿Saben cuál es el gran problema de todo esto? Que quizás, hombres y mujeres que han sido fieles a sus tiempos de oración, a la vejez, tiren todo por la borda y algunos, precisamente, por la del crucero. Algunas Parroquias y algunos Párrocos se empeñan en transformar la casa de Dios en lugares frívolos de encuentros fraternales donde se cuida más el pasar ratos de dispersión que de oración, donde se hacen viajes planeando todo, menos lo más importante, el cuidado del alma, donde las formaciones son más orientadas a la “primavera conciliar”, más que al “atardecer de la vida” y así sucede que personas que eran piadosas y se confesaban frecuentemente, pasan a pensar que sus pecados ya no lo son porque ahora hay otros más graves que son perdonados incluso por cualquier Sacerdote, como es el caso del “aborto”. Decía un Sacerdote hace unas semanas en su homilía a sus feligreses todos, entrados en años, “ahora podemos perdonar pecados graves, no como los que traéis vosotros, pecadillos de poca importancia”, supongo que después de escuchar tan doctas palabras, pensarán que es mejor no seguir importunando al párroco con pequeñas trivialidades. Así está el patio.
En los últimos años, debido a los avances médicos cada vez se realizan más operaciones a edades más avanzadas, no es infrecuente que a los 80 años uno se opere de la cadera para mejorar su calidad de vida, pero lo que llama la atención, es que sean capaces de meterse en el quirófano sin haberse confesado y sin la necesidad de consultarle al Sacerdote sobre el Sacramento de la Unción, “no, no, no, no voy a morir, sólo voy a operarme la cadera”, eso sí, después te dirán lo compleja que era la operación y lo dura que es la rehabilitación, pero no le recuerden a nadie la importancia de los Sacramentos, ciertamente ya están algunos Presbíteros para decirles que no es necesario tanto despliegue de medios, es suficiente con acudir a la “ceremonia común” que se hace una vez al año, donde se pone el Sacramento de la Unción en grupo, renovable año tras año mientras uno viva. Esa es la formación que nos atizan. Escapen de todo esto, vivamos los años finales con dignidad, como verdaderos Hijos de Dios: Santa Misa diaria, frecuencia de los Sacramentos, lecturas piadosas, visitas al Señor en el Sagrario… ¿Queda tiempo libre para algo más? Ni siquiera para mirar las arrugas en el espejo.
El paso de los años es una Gracia que Dios nos concede. Cada día es un tiempo extra, un regalo del Señor para poner nuestra alma en paz y prepararnos para la meta, demos gracias por haber sido niños, adolescentes, personas de mediana edad y por la Santa vejez, antesala del cielo.
“Acuérdate de tu Creador: Acuérdate antes que se rompa el cordón de plata y se quiebre la copa de oro; y el cántaro se haga pedazos en la fuente, y la rueda sobre la cisterna; y antes que el polvo se vuelva a la tierra de donde salió, y el espíritu retorne a Dios que le dio el ser” (Eclesiastés)
Sonia Vázquez