El Evangelio explicado: I. Hechos preliminares (2. GENERACIÓN ETERNA DEL VERBO Juan. I-1-18)

2. GENERACIÓN ETERNA DEL VERBO: Juán. I, 1-18
Evangelio de la 3.ª Misa de Navidad, y último de todas las que no lo tienen propio.

1 En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. 2Éste estaba en el principio con Dios. 3Todas las cosas fueron hechas por él: y sin él nada se hizo de lo que fue hecho.4 En él estaba la vida, 5y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron.
6Hubo un hombre enviado de Dios, que se llamaba Juan. 7Éste vino para servir de testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyesen por él. 8No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.
9Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. 10Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció. 11A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. 12Mas a cuantos le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre: 13los cuales son nacidos, no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios. 14Y EL VERBO FUE HECHO CARNE, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
15Juan da testimonio de él y clama, diciendo: Éste era de quien yo dije : El que ha de venir después de mí, ha sido antepuesto a mí, porque antes que yo existía. 16Y de su plenitud nosotros todos recibimos y gracia por gracia. 17Porque la ley fue dada por medio de Moisés: mas la gracia y la verdad fueron hechas por Jesucristo. 18A Dios nadie le vio jamás: El Unigénito que está en el seno del Padre, él mismo lo declaró.

Explicación

Este fragmento de San Juan es una de las más bellas y sin duda la más profunda página que jamás se ha escrito. Contiene ella sola toda la médula de la teología y de la religión cristiana, y nos ofrece, dentro de una simplicidad asombrosa, un esbozo de la armonía de los cielos y tierra, de Dios y el hombre, de lo eterno y lo temporal. Sobre el ancho mar y los altos cielos se levanta San Juan, y remontándose sobre los coros de los ángeles, habla de Dios con lenguaje divino: saturado de la revelación, dice San Jerónimo, prorrumpe en este proemio de su Evangelio, portada incomparable de la vida humana del Hijo de Dios.
Antes de la explicación literal de este prólogo magnífico del Evangelio teológico y espiritual, demos una sucinta noción de lo que es el Verbo de Dios, tal como puede barruntarlo la cortedad del hombre.

EL VERBO DE DIOS. — Dios es un Ser inteligente infinito que, siendo acto purísimo, ejerce desde toda la eternidad, y en virtud de su misma esencia, la función intelectiva. Ésta es en Dios infinita y substancial, como Dios mismo. Objeto del acto de entender es en Dios su propia esencia: Dios se entiende y comprende a Si mismo.

Miremos ahora al hombre como ser inteligente. Cuando nosotros entendemos algo, formamos dentro de nosotros mismos un concepto de la cosa entendida: es algo dentro de nosotros mismos, distinto de nuestro pensamiento y de la cosa que entendemos. Este concepto es una «palabra interior», que decirnos nosotros dentro de nosotros mismos. Podemos expresarla por medio del lenguaje, y entonces resulta la «palabra exterior», o palabra propiamente dicha.

«Verbo» equivale a «palabra». El Verbo de Dios es la. Palabra de Dios. Es el Concepto que Dios forma eternamente de Si mismo al entenderse, en el acto substancial y eterno de su inteligencia. Puede Dios manifestar a otros seres inteligentes algo de este su Concepto esencial e íntimo: será la palabra de Dios revelada. De hecho, Dios nos ha comunicado algo de su pensamiento: la Escritura divina es palabra de Dios.

Dejando esta manifestación externa de la Palabra de Dios, y fijándonos sólo en la Palabra o Verbo interno y esencial en Dios, decimos que en Dios el Verbo no puede ser accidental y transitorio y finito como en el hombre, porque todo cuanto hay en Dios es Dios, es decir, substancial, in¬finito, eterno. Por ello el Concepto, Palabra o Verbo de Dios es una Persona, que subsiste por sí misma. Es Dios mismo, que se llama Padre en cuanto se entiende y comprende a Sí mismo, e Hijo en cuanto es el término de la función intelectiva. Porque la función de la cual se origina un ser vivo de otro ser vivo que la ejerce, teniendo ambos la misma naturaleza, se llama generación, y el que engendra es padre, y el ser engendrado es hijo.

El Verbo de Dios es, pues, el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, la Imagen del Padre, la Sabiduría Eterna, la Verdad inmutable.

Este mismo Verbo interno de Dios, eterno e invisible, se hace para nosotros Verbo o Palabra de Dios, como decían los antiguos, porque cuando tomó nuestra naturaleza fué para nosotros como la Palabra que nos interpretó el pensamiento y la voluntad de Dios.

San Juan, en este prólogo de su Evangelio, habla del Verbo de Dios en cuanto es la Idea substancial que el Padre engendra.

Es cosa particular que en ningún otro libro de la Escritura, y sólo dos veces en los otros escritos de San Juan (I Ioh. I,I ; Apoc. 19, 13), se halle usada la palabra Logos, o Verbo, aunque en algunos pasajes del Antiguo Testamento se dé, más o menos esbozada, la doctrina teológica de un Logos personal, consubstancial con Dios (Ps. 32, 6; 106, 20; 146, 15; Is. 55, Sap. 18, 15). En cambio, parece que en la teología judía del tiempo del Evangelista había tomado más relieve la doctrina del Logos, y que los primeros herejes, sus contemporáneos, hablaban asimismo del Logos, aunque no en el sentido de una Persona divina, sino de una substancia creada, inferior a Dios. San Juan, recogiendo lo que de aceptable tenía la doctrina judía y rectificando los errores de cerintianos, nicolaítas y demás herejes de su tiempo, pero sobre todo iluminado con la plenitud de la luz revelada, quizá exponiendo una altísima doctrina recibida personalmente del mismo Verbo encarnado, Jesús, escribe el admirable proemio teológico de su Evangelio, cuya doctrina no pudo ser tomada del judío Filón, como han pretendido algunos.

NATURALEZA DEL VERBO (I.2). – En el principio, al crear Dios el mundo y al empezar con ello el tiempo, por remoto que se le suponga o se imagine, existía ya el Verbo que, por lo mismo, es eterno. Y el Verbo estaba con Dios, consubstancial con Él, pero distinto de Él. Y el Verbo era Dios, por tener la naturaleza divina. Este Verbo, tan ceñida y profundamente descrito por San Juan, estaba en el principio con Dios, consubstancial con el Padre y coeterno con Él, teniendo con Él unidad de naturaleza y de voluntad.

RELACIONES DEL VERBO CON LA CREACIÓN Y CON EL HOMBRE (3-5). – Por lo que atañe a la creación en general, todas las cosas, así tomadas en conjunto como en singular, sin excepción alguna, fueron hechas por él, porque Dios no obra sino por la Idea de su inteligencia, que es la Sabiduría concebida desde la eternidad, es decir, el Verbo; y por lo mismo es imposible que haga nada sino por el Verbo, como todo lo que ejecuta el artista lo hace según una idea preconcebida. Y sin él nada se hizo de lo que fué hecho, añade enfáticamente el Evangelista, robusteciendo la afirmación de la universal ejemplaridad del Verbo, e indicando al mismo tiempo su cooperación con el Padre.

El Verbo dice una relación especial con el hombre, porque no sólo es el creador universal y único de todas las cosas, sino que es el principio de la vida espiritual del hombre, en el orden natural y especialmente en el sobrenatural. En él estaba la vida; porque, como Dios, es vida esencial, santísima, igual a la del Padre: como el Padre la tiene de sí mismo sin depender de nadie, así también el Hijo. Y la vida del Verbo era la luz de los hombres, porque el Verbo -de Dios, que es Luz esencial — porque es la Inteligencia de Dios, y la inteligencia es luz —, comunicando a los hombres una participación de su vida, ilumina su inteligencia y les hace nacer a la vida de Dios, infundiéndoles un principio de vida sobrenatural. ¡Admirable esbozo del origen y esencia de la vida sobrenatural en el hombre! El Verbo, que es la Inteligencia de Dios, se comunica por la fe que es una participación de su Luz a la inteligencia del hombre, y por aquí empiezan las maravillas de la vida de gracia y de gloria, que es vida verdaderamente divina.

Y la luz, esta luz de los hombres, que es la vida del Verbo, brilla en las tinieblas: es luz intensísima, – indeficiente, que ilumina la más cerrada obscuridad, disipándola, cuando se deja penetrar de ella. Las tinieblas son los hombres que por su incredulidad y sus pecados, no se dejan iluminar por la luz del Verbo. Pero las tinieblas no la recibieron esta luz del Verbo: no quisieron embeberse de ella los hombres malos: cerraron los ojos de su espíritu, que no absorbió la luz que los envolvía. Es el Verbo hecho hombre, desconocido de los hombres.

EL VERBO Y EL BAUTISTA (6-8).—En el Asia Menor, donde escribía el Evangelista, existía la secta de los «juanistas» que creían aún que Juan el Bautista era el Mesías, luz de los hombres. El Evangelista refuta su error: Hubo un hombre, vivió no hace mucho, enviado de Dios, pero puro hombre, que se llamaba Juan. Este hombre, el Bautista, vino al mundo para servir de testimonio, y deponer como testigo, para dar testimonio de la luz. Era la aurora que señalaba la venida del sol, el grande hombre que debía señalar a los hombres al que era más que hombre, para que todos, en virtud del testimonio de este hombre extraordinario, creyesen por él, dejándose penetrar de la luz y de la vida del Verbo. Él, el Bautista, no era la luz esencial: no era el Verbo-Luz, sino sólo testigo de ella, para que diese testimonio de la luz, como Precursor y gran Profeta que señaló la presencia del Verbo-Luz entre los hombres.

SIGUE LA DEFINICIÓN DEL VERBO: SE HACE CARNE (9-14). — Juan era el testigo de la luz, pero el Verbo era infinitamente más, porque era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Hace el Verbo, porque es Luz esencial, el oficio de la luz: iluminar. Ilumina a todo hombre, porque no hay hombre iluminado sino por él, tanto en el orden del ingenio natural como en el de la fe sobrenatural. Todo el mundo está lleno de la luz del Verbo: es el Artífice divino que ha estampado su imagen en toda la creación. Estando en Dios desde toda la eternidad, estaba en el mundo, con presencia de majestad y de poder, creador y próvido, como está el pensamiento del artífice en su obra, porque el mundo fue hecho por él. Y, a pesar de la intensidad y plenitud y universalidad de la luz del Verbo, que inunda el mundo, el mundo, es decir, los amadores del mundo, no le conoció, no supieron los hombres, no obstante la luz brillantísima de Dios que inunda la creación, elevarse al conocimiento de Dios.

No fue sólo el mundo de la gentilidad quien no conoció al Verbo, sino que a lo suyo vino y los suyos no le recibieron. Lo suyo era su pueblo peculiar, el pueblo de Israel, que él mismo constituyó pueblo suyo. A él vino por la revelación patriarcal y profética, y por la del mismo Verbo hecho hombre: pero el pueblo judío, en general, no le recibió.
Mas a cuantos le recibieron, no dejándose llevar de la general corriente de la incredulidad, se lo recompensó el Verbo soberanamente: dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre. Los que creen en su nombre, es decir, en él mismo y en toda la plenitud de sus enseñanzas, tienen el poder, la fuerza, el derecho de ser hechos hijos de Dios, porque la fe es el principio de la filiación divina, que se consuma por la caridad. Por ella el Espíritu Santo imprime en nosotros el sello de la viva y filial semejanza con el Verbo. Especial carácter de esta filiación divina es el ser independiente de todo principio de generación humana o de orden fisiológico: ni la genealogía, como sucedía con los hijos de Abraham, ni la concupiscencia de la carne, ni la voluntad de los padres pueden computarse en esta filiación espiritual, que depende absolutamente de la gracia de Dios. De manera que los que por la fe llegan a ser hijos de Dios, son nacidos no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios, no debiendo esta filiación a ningún factor humano de la paternidad, sino sólo a Dios.

Por fin revela el Evangelista el estupendo misterio. Y EL VERBO, que era Dios, y vida, y luz de los hombres, a quien los hombres no quisieron recibir, FUE HECHO CARNE, es decir, se hizo hombre. Dios se abajó hasta el hombre para que el hombre subiera hasta Dios : se hizo Dios hijo del hombre para que nos convenciéramos de que podíamos ser hechos hijos de Dios. Y el Verbo, que estaba en Dios, habitó entre nosotros: hizo un tabernáculo y como una tienda de la naturaleza humana que tomó, y, como hombre que era, moró entre los hombres. Y el mundo, atónito, vió la gloria del Verbo encarnado, en sus milagros, transfiguración, resurrección y ascensión a los cielos : Y vimos su gloria: no gloria de puro hombre, sino sobre la de todos los hombres y que le corresponde como Verbo de Dios y consubstancial con Él: gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, porque es para nosotros el origen fontal de toda gracia y verdad.

TESTIMONIO DE JUAN EL PRECURSOR Y DE JUAN EL EVANGELISTA (15-18). – Después de haber descrito el Evangelista en forma general la generación eterna del Verbo y su encarnación, pasa a concretar la Persona histórica en que se realizó la unión de las dos naturalezas, divina y humana. El Evangelista ha afirmado, v. 14, que ha visto, como sus coetáneos, la gloria del Unigénito del Padre : ahora añade a su testimonio personal la deposición del Bautista, a quien en tan gran estima tenían los judíos : Juan da testimonio de él, y clama, abiertamente, en alta voz, ante todo el mundo, porque era la voz del que clama, diciendo: Éste era el que yo dije al pueblo que venía para ser bautizado en el Jordán (Cfr. Mt. 3, II; Ioh. I, 27.3o), antes que personalmente le conociera: El que ha de venir después de mí, para cumplir la misión que Dios le ha confiado, como cumplo yo ahora la mía, ha sido antepuesto a mí, porque ha sido engendrado desde toda la eternidad por el Padre; o mejor, es superior a mí, como Dios que es, de dignidad infinita, y como hombre, perfectísimo sobre todo hombre : porque antes que yo existía; es decir, habiendo yo aparecido históricamente antes que él, el me preexiste a mí, porque desde toda la eternidad existía.

Ahora es el Evangelista el que da testimonio de las perfecciones del Verbo hecho hombre. Ha afirmado que el Verbo encarnado es lleno de gracia y de verdad ; ahora añade: Y de su plenitud recibimos nosotros todos, por cuanto siendo el origen fontal de la verdad y de la gracia, de la luz y de la vida, nadie puede darla sino Él, ni recibirla fuera de Él. De Él mana continuamente la gracia sobre nosotros, en forma que una atrae a otra y así sucesivamente, como amplio caño de una fuente que nunca deja de manar : Y gracia por gracia, esto es, gracia sobre gracia.
Ya no habrá salvación posible fuera de esta gracia de Jesucristo, cuya eficacia contrapone el Evangelista a la de la ley mosaica : Porque la ley fué dada por Moisés; dada, no hecha, porque Moisés fue sólo promulgador de una ley que no era más que una sombra y figura y preparación de la otra ley de gracia: Mas la gracia y la verdad fueron hechas por Jesucristo: hechas, porque es supremo Autor de la nueva vida, y dadas, porque es el soberano legislador del reino de la gracia.

Termina el Evangelista este magnífico prólogo con una sentencia en que, al par que revela la infinita superioridad de Jesucristo, deja ver la caridad suma que ha tenido con los hombres : A Dios nadie le vio jamás, ni Moisés ni los profetas, ni hombre alguno ; por esto nadie pudo revelar los secretos de la vida de Dios y la comunicación de esta vida al hombre. El hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, Jesucristo, que como Dios es consubstancial con el Padre y vive en comunicación esencial con Él, y que como hombre ha vivido con nosotros, éste sí : Él mismo lo declaró: como hombre ha tenido su alma en comunicación con la divinidad por la visión beatífica; y, en el lenguaje humano y en las formas humanas de locución, ha manifestado a los hombres los secretos profundos de la nueva revelación, El Evangelista es testigo de mayor excepción, porque ha tratado con intimidad a Jesús y ha recibido de sus labios divinos las lecciones de las profundas cosas de Dios.

Lecciones morales.

a)  v. 1.-El Verbo era Dios... – Debemos profunda adoración a la infinita grandeza del Verbo de Dios. Por Él se hizo todo lo del mundo visible e invisible. Esta luz estupenda de la creación, de verdad, de belleza, de orden, de leyes, en el orden natural ; y esta otra luz, más brillante aún, de la verdad revelada y de la vida divina ,en las criaturas, no es más que resplandor de la luz substancial del Verbo de Dios, que es el Hijo de Dios. — Y el Hijo de Dios es Jesús, Verbo de Dios hecho hombre. A través de su Humanidad santísima debemos remontarnos a las alturas de Dios, rindiéndole adoraciones por el poder, sabiduría y amor que ha manifestado en la creación de todas las cosas, y en nombre y como en representación de todas ellas, que por nosotros deben adorar al Dios que para nosotros las hizo. «Todo es nuestro; nosotros somos de Cristo; Cristo es de Dios» (I Cor. 3, 23).

b) v. 4.- La vida era la luz de los hombres… – La vida del Verbo es nuestra luz; no esta luz visible que ilumina los ojos de nuestro cuerpo, sino la luz de la inteligencia que ilumina nuestro espíritu. Por ella somos hombres y nos distinguimos de toda la creación visible y somos superiores a toda ella. El Verbo de Dios, dicen los teólogos, es la Cara de Dios, porque es manifestación eterna de su naturaleza. ¡Cuántas gracias debemos dar a Dios de haber impreso en nosotros, según expresión del Salmista, la luz de su cara, que es vida en el Verbo de Dios! — Pero sobre esta luz intelectual de orden natural nos ha dado Dios la luz sobrenatural de la f e, que es una participación de la luz del Verbo según su misma naturaleza, no una simple similitud de ella. La fe nos hace partícipes de la misma vida de Dios en el orden intelectual, y, si ajustamos a ella toda la vida, vivimos vida de Dios y viviremos de ella por toda la eternidad. Pondérense, en función de esta vida divina, frases como éstas: «Yo soy el pan de la vida…»; «Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios…»; «Vivo yo, mas no yo, sino que vive Cristo en mi….», y otras muchas de que están llenos los escritos apostólicos (Ioh. 6, 35; Col. 3, 3 Gal. 2, 57). Toda la vida cristiana, en su iniciación por la fe y en su consumación por la gloria, viene por el conocimiento sobrenatural de Dios, y éste viene por el Verbo de Dios : «Ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo» (Ioh. 57, 3).

c) v. 5. – Las tinieblas no la recibieron… – Tenemos obligación primordial, como hombres y como cristianos, de recibir, y no rechazar, la luz del Verbo. Es luz de Dios que viene para iluminarnos a todos y para iluminarnos totalmente de claridad divina. Sólo es iluminado el hombre, dice Bossuet, por el lado de donde recibe la luz de Dios; porque de nosotros no tenemos más que tinieblas. Y luz del Verbo de Dios son los dictámenes de la recta razón, las prescripciones de las leyes justas, en todo orden, las verdades de la fe y especialmente las enseñanzas y direcciones de la Iglesia, depositaria de, la luz que trajo al mundo el Verbo de Dios. Entrar en los caminos de esta luz es entrar en las sendas de Dios, y ser dignos de ser hechos hijos de Dios; y, si lo somos ya por la gracia, serlo más aún, porque la imagen de Dios se graba tanto más profundamente en nuestra alma cuanto más absorbemos la luz de Dios luz de verdad, luz de ley, luz de imitación de Cristo-Luz, en Él y en los santos que la han recibido de Él. Y pidamos a Dios, con la santa Iglesia, que en tal forma absorbamos y aprehendamos esta luz, que podamos ser llamados «hijos de la luz» y «luz en el Señor» (Ioh. 12, 36 ; Eph. 5, 8), para que eternamente nos ilumine y nos haga dichosos la luz perpetua de Dios : Lux aeterna Iuceat eis…

d) v. 7.- Éste vino para servir de testimonio… – Como el Bautista, debemos dar testimonio fidelísimo de la luz : de la que está en nosotros, haciendo con nuestra conducta honor a nuestras creencias que son la luz normativa de nuestra vida, y en este sentido nos dice Jesús : «De tal manera brille vuestra luz ante los hombres, que vean vuestras buenas obras» (Mt. 5, 16); y de la que debemos difundir, enseñando a los demás con la palabra, con el ejemplo, con la pluma, a todos, siempre que podamos, la luz de la verdad de la que debemos ser cooperadores : «Que seáis colaboradores de la verdad» (3 Ioh. v. 8).

e) v. 10. – Y el mundo no le conoció… – Nada hay, dice el Crisóstomo, que más turbe y obscurezca la mente que entregarse al amor de las cosas presentes. Tanto la turba, que no nos deja conocer al mismo Dios que hizo este mundo y que tan lleno está de perfecciones que nos hablan de Él. Quitarnos a Dios el amor que le debemos, por imperio de su misma ley: «Amarás a tu Dios sobre todas las cosas»; y al amar a éstas en vez de Dios, recibimos el castigo de la terrible ceguera que no nos deja conocer a Dios. Amemos todas las cosas en Dios, por Dios y según Dios, para que se aumente en nosotros el conocimiento de Dios, principio de la vida eterna.

f) v. 14. – Y el Verbo fue hecho carne… — La encarnación del Verbo debe ser para nosotros motivo de correspondencia a la verdad y a la gracia, de las que estaba lleno el Dios-Hombre, y que por Él nos vinieron del cielo. De amor, porque el Hijo de Dios se hace Hermano mayor de la gran familia humana al tomar nuestra misma carne y habitar entre nosotros: «Primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8, 29). De humillación, ante el ejemplo de las humillaciones del Dios altísimo que se abaja hasta hacerse uno de nosotros. De esperanza en nuestra futura glorificación en el cielo, donde veremos, más que sus contemporáneos en la tierra, la gloria infinita del Unigénito del Padre, porque para dárnosla se hizo carne: Propter nos homines et propter mostrara salutem.

g) v. 16. — Y de su plenitud nosotros todos recibimos, y gracia por gracia.— Es decir, de Jesucristo lleno recibimos todos nuestra plenitud, según la medida de la donación de Dios, dador de toda gracia, permaneciendo Jesús con la misma e inalterable plenitud. Es Jesús Cabeza y Corazón de su Iglesia, a la que, en cada uno de sus hijos, como la sangre al cuerpo y la savia al árbol, en circulación incesante, da la vida espiritual y la plenitud de la vida. Como dice el Apóstol, «nos ha bendecido Dios en Cristo con toda suerte de bendición espiritual en el cielo» (Eph. 1, 3). Pondérese la inmensidad de gracia y de verdad que han atesorado las almas de todos los justos, de todos los siglos: toda viene de la plenitud de Cristo: y aun sigue igualmente lleno. Atesoremos gracia sobre gracia, juntándonos cada día más con Cristo para recibirla con mayor abundancia, y no desperdiciando ninguna gracia, porque la gracia es la semilla de la gloria, consumación de toda gracia en cada uno de nosotros.

Cardenal Isidro Gomá

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