Este 27 de mayo serán las elecciones presidenciales en Colombia. En ellas se definirá algo más trascendental que la escogencia del próximo presidente, pues lo que está en juego es la implementación de los Acuerdos de paz del Presidente Santos con las FARC. El país está dividido al respecto, y eso, evidentemente, es el tema sobre el cual giran las propuestas de todos los candidatos.
Los continuos incumplimientos del grupo guerrillero a lo pactado han generado un profundo descontento en la opinión pública. Como consecuencia de ello, la popularidad del presidente Santos y de su Gobierno ha caído en picada y es la más baja de la historia reciente. Iván Duque, el candidato que promete revisar los acuerdos, está de primero en las encuestas y hasta podría ser elegido en la primera vuelta con más del 50% de la votación.
Sin embargo, la situación particular de Colombia hace que las empresas encuestadoras no tengan ninguna credibilidad. Cuando se realizó el plebiscito de octubre de 2016, éstas informaban que el 70% votaría por el SÍ y tan solo el 30% lo haría por el NO. Y para gran sorpresa de todos, ganó el NO. Desde entonces, el rechazo de los colombianos a los Acuerdos con las FARC ha tenido un aumento constante, pero su medición exacta a través de las encuestas es difícil de determinar. Y menos aún cuando las empresas que las hacen son las grandes beneficiarias de la millonaria contratación de la propaganda estatal.
Estamos pues ante un fenómeno de opinión que es como un inmenso iceberg. Dicho de otra forma, la Colombia profunda, la Colombia auténtica, la Colombia real, se cansó de las continuas manipulaciones a favor del Acuerdo con las FARC. No quiere más engaños, ni más mentiras. No quiere que le digan que está bien, lo que evidentemente está mal. Todos los días recibe noticias demoledoras sobre la burla y el incumplimiento de las FARC a lo pactado, lo cual deja sin efecto esa misteriosa anestesia psicológica que acompañó a un sector de la opinión pública, inducida a creer en las bondades del Proceso de Paz.
Lo que hay ahora en Colombia es una guerra diferente, que trasciende nuestras fronteras y va en contravía del llamado Nuevo Orden Mundial. Una guerra que pone en evidencia la forma moderna de hacer los más grandes fraudes, pues es un enfrentamiento a muerte entre el sentido común y la manipulación mentirosa de la verdad. Y es esto lo que está en juego en las elecciones presidenciales.
Es evidente que las más poderosas influencias de la tierra pretenden hacer creer que el Proceso de Paz ha sido un éxito rotundo. En ello coinciden el Papa Francisco, el Gobierno de los EEUU, la ONU, la OEA, la Unión Europea, los presidentes y líderes políticos de todo Occidente, los medios de comunicación, la institución de los Premios Nobel, y muchas otras fuerzas religiosas, políticas e ideológicas. Además de este respaldo internacional de dimensiones colosales, dentro de Colombia, la totalidad de los poderes púbicos y privados han tomado idéntica posición. Es innegable el apoyo incondicional del Congreso de la República, de la Corte Suprema de Justicia, de la Corte Constitucional, del Consejo de Estado, de los gremios empresariales, y también de la inefable Conferencia Episcopal.
Todos ellos, sin ningún límite y sin la menor vergüenza, han bendecido y apoyado todas las negociaciones. Y ahora se topan con la dura e inesperada realidad de que el sentido común, silencioso hasta hace poco, ha resuelto proclamar con voz clara y sonora su rechazo al Acuerdo, aunque la magnitud de ese descontento sólo podremos conocerlo el día de las elecciones.
Es así como este poderoso movimiento de opinión, representado en la figura del iceberg, comienza a salir a flote impulsado por la evidencia de lo que es obvio. Esto es, el recrudecimiento de la lucha armada en casi todas las regiones de Colombia, falsamente atribuidas por el Gobierno a supuestas disidencias de las FARC; el crecimiento desbordado de los cultivos y la producción de cocaína por cuenta de este grupo subversivo; y también, el engaño al que sometieron al País y al mundo, mintiendo a todos sobre sus verdaderas intenciones durante los seis años que ha durado este nefasto proceso.
Poco antes del plebiscito de 2016, Tradición y Acción hacía un profético esclarecimiento, que se ha cumplido al pie de la letra, acerca del papel histórico de todos aquellos que impulsaron el actual Proceso de Paz: “… los promotores del proceso pasarán a ser objeto del más profundo rechazo por parte de la mayoría de los casi 50 millones de colombianos. Y la gloria que se atribuyen estos personajes se transformará muy pronto en vergüenza y repudio de todo el País.” (Cfr. El País, Septiembre 30 de 2016).
En esta perspectiva, es importante considerar la situación actual de estos personajes: El presidente Santos tiene los más bajos índices de popularidad que haya tenido presidente alguno. Las FARC tuvieron que retirar la candidatura presidencial de su comandante, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, ante el rechazo indignado de la gente en las pocas manifestaciones públicas que alcanzó a presidir. El negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, lánguido y desprestigiado candidato presidencial, no alcanza al 3% de las intenciones de voto. Y el ex-vicepresidente de Santos, Germán Vargas, quien fue la figura principal de su gobierno y su más estrecho aliado durante los últimos 8 años, y que también está en campaña por la presidencia, no pasa del 7% en las encuestas.
De esta forma, las “estrellas” que gestaron el Acuerdo de paz, ahora solo reciben el rechazo de la opinión pública. Y para compensar este desastre, las fuerzas de izquierda se aglutinan en torno al candidato Gustavo Petro, antiguo guerrillero del M-19, quien propone implantar radicalmente en Colombia la ruinosa revolución socialista de Venezuela. Y una vez más, las firmas encuestadoras mienten al atribuirle hasta el 30% de las intenciones de voto, cuando Colombia ve con horror los resultados de ese sistema fallido en Venezuela.
Es de esperar que Iván Duque, quien muy probablemente saldrá elegido presidente, no ignore las circunstancias excepcionales que lo van a llevar al triunfo. Y que desde el primer día de su gobierno, comience a desmontar todo el andamiaje destructor que fue inoculado en la vida pública colombiana, bajo el pretexto mentiroso de la paz. De no hacerlo, corre el riesgo de que la misma opinión salvadora que seguramente lo elegirá, le cobre el incumplimiento de sus promesas electorales y lo repudie con todas sus fuerzas por faltar a la verdad. Pues esto es lo que acontece en la actualidad con el presidente Santos, quien una vez elegido presidente hizo exactamente lo contrario de lo que había prometido como candidato.
Eugenio Trujillo Villegas
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