El individualismo premia la vida de soltero

El prestigioso centro de investigación Pew Research Center de Washington, publicó el análisis de los datos de un censo sobre el fenómeno de las personas que viven solteras en los Estados Unidos. El reporte nos informa que «en el 2019 alrededor de cuatro cada diez adultos de una edad entre los 25 y 54 años (38%) […] no estaban casados ni vivían con una pareja«. En 1990 la cifra era del 29%. «El crecimiento de la población soltera está impulsado principalmente por la disminución de los matrimonios entre los adultos en primera edad productiva. Al mismo tiempo, ha habido un aumento en la proporción de convivientes, pero no ha sido suficiente para compensar la caída de los matrimonios, de ahí la disminución general de las uniones». El aumento de solteros ha derivado solo en pequeña medida de personas que ya no están casadas (divorcio, separaciones, viudez), en la mayoría de los casos los solteros son personas que nunca han estado casadas.

El informe continúa afirmando que «los adultos sin pareja tienen en promedio ingresos más bajos que los adultos con pareja y tienen menos probabilidades de estar empleados o ser económicamente independientes. También tienen un nivel de educación más bajo y tienen mayores probabilidades de vivir con los padres. Otras investigaciones sugieren que, en términos de salud física, a los adultos casados y convivientes les va mejor que a aquellos que no tienen pareja«. Esta tendencia negativa se ha agudizado cada vez más desde 1990 hasta los días de hoy.

«La proporción de adultos de una edad entre los 25 y 54 años actualmente casados cayó del 67% en 1990 al 53% en el 2019, mientras que la proporción de convivientes se duplicó con creces durante el mismo período (del 4% en 1990 al 9% en el 2019). La proporción de aquellos que nunca han estado casados también está creciendo, del 17% al 33%. Todo esto ha llevado a un aumento significativo de la proporción de personas que no viven con una pareja«.

El secularismo, el nihilismo, el relativismo, el progresismo, las tendencias libertarias pueden también ser leídas a través del prisma del individualismo. Los solteros crecen porque crece el individualismo, el egoísmo, es decir, la soberbia que nunca muere y que nunca morirá. La persona es el centro del universo, un agujero negro que se traga toda la luz: los demás adquieren valor si son útiles al Ego, existen sólo en función del mismo. Incluso los principales fenómenos sociales vinculados a la moral natural encuentran su explicación eficaz si utilizamos el criterio del individualismo. Se recurre al aborto y a la anticoncepción porque se considera al hijo como un obstáculo a la felicidad. Por el contrario, se busca un niño a toda costa incluso en probeta únicamente o sobre todo porque constitutivo de mi realización personal. Lo mismo se aplica al uso de la maternidad subrogada. En el matrimonio a menudo se entiende al cónyuge como un socio que si no aporta resultados para la satisfacción personal es bueno olvidar, disolviendo la «sociedad» con el divorcio. El mismo motivo gobierna el “matrimonio” homosexual o las uniones civiles, instituciones jurídicas orientadas a la satisfacción de intereses personalísimos. La eutanasia, del mismo modo, es un instrumento promovido para proteger el propio bienestar, de una vida que ya no sería tal si se ve afectada por el dolor, por la imposibilidad de realizar algunas funciones, etc. El mínimo común denominador de todas estas prácticas es entonces el individuo que no quiere tener límites en el ejercicio de su «libertad»: un yo ilimitado preside todas estas elecciones.

Va de suyo que también los solteros crecen en número porque toda relación es entendida como un límite a sus espacios, tiempos, inclinaciones. El otro, como se mencionó, está allí siempre y cuando me sea útil. Es el mismo principio que gobierna la convivencia que encuentra en el fenómeno «soltero» su desarrollo natural, la conclusión perfecta de algunas premisas. Aquí está entonces la multiplicación de relaciones líquidas, deshilachadas, ocasionales, cada vez más marcadas por un hedonismo superficial y nunca comprometedoras.

Lo recuerda el Evangelio: «si el grano de trigo arrojado en tierra, no muere, se queda solo» (Jn. 12, 24). Es preciso que muera el propio egoísmo para no quedar solo. Quien en cambio presta culto al propio Yo -y las redes sociales expresan plásticamente el triunfo de esta nueva época narcisista– se hunde en un negro hoyo solipsista. Al principio esto es quizás satisfactorio, aunque de modo superficial, pero al final lleva a la muerte interior de la persona, hacia su nada. Narciso, como es sabido, enamorado de su propia imagen reflejada en el espejo de agua de un lago, morirá ahogado. Su Yo fue su tumba.

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