«El Pan Vivo y que da Vida»

«Laudis thema speciális, panis vivus et vitális, hódie propónitur – El tema especial de nuestros loores es hoy el pan vivo y que da vida» (Santo Tomás de Aquino, Secuencia del Corpus Christi).

I. La celebración de una fiesta en honor del «Cuerpo de Cristo» tiene su origen remoto en el incremento de la fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y en el desarrollo de su culto durante la Edad Media, aunque su formalización litúrgica requirió un largo proceso a lo largo de más de un siglo.

Las primeras iniciativas se deben una monja de vida estrictamente claustral, santa Juliana de Mont Cornillon († 1258), de la diócesis de Lieja (Bélgica), quien la promueve a impulsos de una revelación privada. En 1240 el obispo Roberto de Thourotte estableció una celebración en dicha diócesis que algo más tarde quedó fijada el jueves después de la octava de Pentecostés. Tras el milagro eucarístico de Bolsena el papa Urbano IV la extendió en 1264 a toda la Iglesia aunque no comenzó a aplicarse el decreto papal hasta que Clemente V lo confirmó en el Concilio de Vienne y Juan XXII lo publicó en 1317. El oficio del Santísimo Sacramento tiene por autor a santo Tomás de Aquino que lo compuso por encargo de Urbano IV haciendo combinación de su propio saber teológico, amor y gusto literario con la tradición litúrgica en uso en diversos lugares. A partir del siglo XV la fiesta quedó inseparable unida a la procesión con el Santísimo Sacramento que se llevaba por las calles y los campos usando en un primer lugar los relicarios y dando lugar más tarde a la elaboración de las «custodias».

Ya en la Edad Moderna se extendió la devoción a la Sangre de Cristo, propagada en particular por san Gaspar del Búfalo († 1837), sacerdote italiano fundador de los Misioneros de la Preciosísima Sangre. Por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio y Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal (10 de agosto de 1849). Pío XI como recuerdo del XIX Centenario de la Redención (1933), elevó el rango de dicha fiesta que se celebra el 1 de julio.

Ambas solemnidades perduran en la Forma Extraordinaria del Rito Romano mientras que la reforma litúrgica sufrida por el mismo unificó en 1969 el Cuerpo y la Sangre de Cristo en una sola conmemoración que se ha visto sometida a las medidas secularizantes de los últimos años. En España dejó de ser fiesta laboral en 1989 y la Conferencia Episcopal Española (siguiendo el lamentable precedente que se sentó en 1977 con la Ascensión del Señor) solicitó de la Sede Apostólica, única competente en esta materia, el traslado a domingo del «Corpus Christi». Accediendo a esa petición, desde 1990 quedó fijada el domingo siguiente al de la Santísima Trinidad, permaneciendo con carácter local en algunos lugares.

II. Hace apenas unos días terminaba el tiempo Pascual. Todos los misterios que a lo largo del año litúrgico hemos celebrado están contenidos en este Sacramento, que es el memorial y como el resumen de la obra de Dios en favor nuestro. La realidad de la presencia de Cristo bajo las especies sacramentales hace que en ellas reconozcamos en Navidad al Niño que nos nació; en la Pasión, a la víctima que nos redimió; y en Pascua, al vencedor del pecado y de la muerte.

Por eso hoy debe ser un día dedicado a honrar al Sacramento de la Eucaristía con especial solemnidad externa que acompañe al gozo espiritual y al agradecimiento por este don. Bien podemos afirmar: «¡Dios está aquí!»[1]. Cristo está en medio de nosotros gracias a este Sacramento en el cual, «por la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Jesucristo y de toda la sustancia del vino en su preciosa Sangre, se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del mismo Jesucristo Señor nuestro, bajo los accidentes del pan y del vino, para nuestro mantenimiento espiritual»[2].

Además de recordar la presencia real de Cristo en este sacramento, las lecturas de la Misa (forma ordinaria: ciclo B) nos invitan en particular a considerar que la Eucaristía es también el sacrificio de la nueva ley dejado por Jesucristo a su Iglesia para ser ofrecido a Dios por medio de los sacerdotes.

  • La 1ª lectura (Ex 24, 3-8) nos presenta a Moisés que lee al pueblo las leyes de la Alianza. «Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar» (v. 6). Derramar la sangre de las victimas significa sellar la Alianza que Dios está haciendo con el pueblo. También la Nueva Alianza fue sellada con sangre, con la Sangre del Cordero Inmaculado.
  • El altar de la Nueva Alianza es la cruz, y el banquete del Nuevo Testamento es la mesa eucarística. La diferencia con la Antigua es que la Nueva Alianza es vida, gracia, amor. Los que creen en ella son hijos de la adopción y del amor filial. Por eso se puede decir con la carta a los Hebreos: «la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo» (2ª lectura: Heb 9, 11-15; v.14).
  • El Evangelio (Mc 14, 12-16. 22-26) nos recuerda cómo Jesucristo instituyó el sacramento de la Eucaristía en la última cena que hizo con sus discípulos la noche antes de su Pasión.

El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo Jesucristo que se ofreció en el Calvario es el que se ofrece por manos de los sacerdotes.

Siendo único el Sacrificio de la Cruz, Jesucristo instituyó el santo sacrificio de la Misa porque los merecimientos adquiridos en la cruz (redención objetiva, de «todos los hombres») nos los aplica por los medios instituidos por Él en la Iglesia, entre los cuales está la Eucaristía (redención subjetiva, de «muchos», no de todos, sino de aquellos que aceptan vivir como redimidos). Como se explica con sencillez y profundidad en el Catecismo Mayor, Jesucristo murió por la salvación de todos los hombres y por todos ellos satisfizo. Pero no todos se salvan, porque o no le quieren reconocer o no guardan su ley, o no se valen de los medios de santificación que nos dejó. «Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte, lo que se hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo, y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por esto hacen para sí mismos inútil la muerte de Jesucristo»[3].

De ahí la importancia de asistir a la Santa Misa con recogimiento exterior y devoción interior; recibiendo la comunión sacramental con la debida preparación que consiste, sobre todo, en estar en gracia de Dios, es decir, tener la conciencia limpia de todo pecado mortal.

*

Pidamos hoy la gracia de una fe eficaz en el misterio de la Santísima Eucaristía que nos lleve a reconocer a Jesucristo oculto bajo las apariencias de pan y vino; a confesar que en el Santísimo Sacramento del Altar está el mismo Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y que esta fe oriente de tal manera nuestra vida que, al morir, podamos contemplarle eternamente en la Gloria.


[1] Himno del XXII Congreso Eucarístico Internacional (Madrid, 1911).

[2] Catecismo Mayor, nº 598.

[3] Cfr. Catecismo Mayor, nº 113-115.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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