PALABRAS DEL SANTO PADRE
A LOS PATRIARCAS Y ARZOBISPOS MAYORES
DE LAS IGLESIAS CATÓLICAS ORIENTALES
21 de noviembre de 2013
Beatitudes: os acojo con alegría y espíritu de fraternidad en este encuentro, en el que por primera vez tengo la oportunidad de estar con los Padres y Jefes de las Iglesias Orientales católicas. A través de vuestros rostros veo a vuestras Iglesias, y querría en primer lugar asegurar mi cercanía y mi oración por la grey que el Señor Jesús ha confiado a cada uno de vosotros, e invoco al Espíritu Santo, para que nos sugiera lo que juntos debemos aprender y poner en práctica para servir con fidelidad al Señor, a su Iglesia y a toda la humanidad.
Nuestro encuentro me ofrece la ocasión de renovar la gran estima por el patrimonio espiritual del Oriente cristiano, y repito cuanto el amado Benedicto XVI afirma acerca de la figura del Jefe de una Iglesia en la Exhortación postsinodal Ecclesia in Medio Oriente: vosotros sois –cito– «los custodios vigilantes de la comunión y los servidores de la unidad eclesial» (n. 40). Dicha unidad, que estáis llamados a realizar en vuestras Iglesias, respondiendo al don del Espíritu, encuentra natural y plena expresión en la «unión indefectible con el Obispos de Roma» (ibid.), radicada en la ecclesiastica communio, que recibisteis tras vuestra elección. Estar unidos en la comunión de todo el Cuerpo de Cristo nos hace conscientes del deber de reforzar la unión y la solidaridad en el seno de varios Sínodos patriarcales, «privilegiando siempre la concertación sobre cuestiones de gran importancia para la Iglesia en vistas a una acción colegial y unitaria» (ibid.).
Para que nuestro testimonio sea creíble, estamos llamados a buscar siempre «la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia y la mansedumbre» (ibid.; cfr 1Tm 6,11); con un estilo de vida sobrio a imagen de Cristo, que se anonadó para enriquecernos con su pobreza (cfr 2Cor 8,9); con el celo incansable y la caridad, fraterna y paterna a la vez, que los Obispos, los presbíteros y los fieles, especialmente si viven solos y aislados, esperan de nosotros. Pienso, sobre todo, en nuestros sacerdotes necesitados de comprensión y apoyo, también a nivel personal. Tienen derecho a recibir nuestro buen ejemplo en las cosas que miran a Dios, como en cualquier otra actividad eclesial. Nos piden trasparencia en la gestión de los bienes y solicitud hacia toda debilidad y necesidad. Y todo, en la más convencida aplicación de la auténtica praxis sinodal, que es distintiva de las Iglesias de Oriente.
Con la ayuda de Dios y de su Santísima Madre, sabemos que podemos responder a esa llamada. Os pido que recéis por mi. Y ahora, con mucho gusto, me pongo a la escucha de lo que queráis comunicarme, y os expreso desde ahora mi agradecimiento.