MEDITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA VIRGEN MARÍA


MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE
A LAS MONJAS BENEDICTINAS CAMALDULENSES DEL AVENTINO
21 de noviembre de 2013
Contemplamos a la que conoció y amó a Jesús como ninguna otra criatura. El Evangelio que hemos escuchado muestra la actitud fundamental con la que María expresó su amor a Jesús: hacer la voluntad de Dios. «Quien hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). Con estas palabras Jesús deja un mensaje importante: la voluntad de Dios es la ley suprema que establece la verdadera pertenencia a Él. Por eso, María instaura un vínculo de parentesco con Jesús aún antes de darlo a luz: se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acoge las palabras del Ángel y dice: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ese «hágase» no es solo aceptación, sino también apertura confiada al futuro. ¡Ese «hágase» es esperanza!
María es la madre de la esperanza, la imagen más expresiva de la esperanza cristiana. Toda su vida es un conjunto de actos de esperanza, comenzando por el «sí» en el momento de la anunciación. María no sabía cómo sería madre, pero se fía totalmente del misterio que se iba a cumplir, y se convierte en la mujer de la espera y de la esperanza. Luego la vemos en Belén, donde el que fue anunciado como Salvador de Israel y Mesías nace en la pobreza. En seguida, mientras está en Jerusalén para presentarlo en el templo, con la alegría de los ancianos Simeón y Ana, viene también la promesa de una espada que le atravesaría el corazón y la profecía del signo de contradicción. Se da cuenta de que la misión y la misma identidad del Hijo, superan su ser madre. Llegamos luego al episodio de Jesús perdido en Jerusalén y la pregunta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2,48). Pero la respuesta de Jesús aparta las preocupaciones maternas y se dirige a las cosas del Padre celestial.
Sin embargo, frente a todas estas dificultades y sorpresas del plan de Dios, la esperanza de la Virgen no vacila nunca. Mujer de esperanza. Esto nos dice que la esperanza se nutre de escucha, de contemplación, de paciencia, para que los tiempos del Señor maduren. También en las bodas de Caná, María es la madre de la esperanza, que la vuelve atenta y solícita en las cosas humanas. Con el inicio de la vida pública, Jesús ya es el Maestro y el Mesías: la Virgen mira la misión del Hijo con alegría pero también con aprensión, porque Jesús será cada vez más el signo de contradicción que el viejo Simeón le había anunciado. Al pie de la cruz, es mujer del dolor y, al mismo tiempo, de la vigilante espera de un misterio, más grande que el dolor, que está a punto de cumplirse. Todo parece acabado; toda esperanza podría decirse apagada. Hasta Ella, en aquel momento, recordando las promesas de la anunciación, habría podido decir: no se han cumplido, he sido engañada. Pero no lo dijo. A pesar de todo, Ella, bienaventurada porque ha creído, desde su fe, ve brotar el nuevo futuro y aguarda con esperanza el mañana de Dios. A veces pienso: ¿sabemos esperar el mañana de Dios, o lo queremos hoy? Para Ella, el mañana de Dios es el alba de la mañana de Pascua, aquel primer día de la semana. Nos hará bien pensar, en la contemplación, en el abrazo del hijo con la madre. La única lámpara encendida en el sepulcro de Jesús es la esperanza de su madre que, en ese momento, es la esperanza de toda la humanidad. Me pregunto a mí y a vosotras: ¿en los Monasterios está aún encendida esa lámpara? ¿En los monasterios se espera el mañana de Dios?
¡Debemos mucho a esta Madre! En Ella, presente en todo momento de la historia de la salvación, vemos un fuerte ejemplo de esperanza. Ella, madre de esperanza, nos sostiene en los momentos de oscuridad, de dificultad, de desaliento, de aparente derrota o de auténticos fracasos humanos. Que María, esperanza nuestra, nos ayude a hacer de nuestra vida un ofrecimiento agradable al Padre celestial, y un don gozoso para nuestros hermanos, una actitud que mira siempre al mañana.

Padre Santiago González
Padre Santiago González
Sacerdote de la archidiócesis de Sevilla ordenado en el año 2011

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