Agradeciendo a Infovaticana la amabilidad de ofrecernos su espacio para este modesto blog, hasta ahora publicado en http://adelantelafe.blogspot.com, queremos ofrecer una traducción realizada por nosotros que pensamos merece la pena ser realmente difundida. Su Santidad Benedicto XVI comentó en sus siempre acertadas palabras que la desintegración de la liturgia era una de las causas principales de la crisis eclesial, es pues muy importante centrar esa cuestión de forma académica evitando desviaciones, exageraciones y descalificaciones para poder así contribuir positivamente a ese debate. Y a nuestro modo de ver este artículo contribuye a ello de una forma muy acertada.
EL PELIGRO DE EQUIPARAR EL VATICANO II Y LA REFORMA LITÚRGICA
El Papa Juan Pablo II señaló: “Para muchas personas, el mensaje del Concilio Vaticano II fue percibido principalmente a través de la reforma litúrgica” (Vicesimus Quinto Annus, 12).
Justamente ese es el problema. Ya no es intelectualmente honesto pensar que la reforma litúrgica no se echó a perder en algunos aspectos muy importantes, como bien han expuesto con críticas mordaces Gamber, Ratzinger, Nichols, Lang, Mosebach, Robinson, Reid, y tantos otros, y, lo que es peor, que su implementación se vio también muy comprometida por el secularismo imperante en el medio ambiente en el que se puso en marcha. Por lo que hay que preguntarse: ¿qué versión, o más bien, que caricatura de Vaticano II han percibido aquellas personas cuya idea del Concilio se ha formado, tal vez exclusivamente, a través de la revolución litúrgica?
Tomaron poco o nada de la auténtica doctrina del Concilio, la saludable doctrina que según la intención de Juan XXIII, y las palabras del propio Vaticano II, es totalmente acorde con las enseñanzas de los antiguos concilios ecuménicos, especialmente las de Trento y el Vaticano I. En lugar de pan a los fieles se les dio una piedra. En lugar de contenido de fondo, a los fieles se les dio una hermenéutica, una manera de ver la Iglesia, su doctrina, su tradición, su liturgia, de ruptura y discontinuidad. Para ser Católico en esos días había que ser diferente, ser otro, estar actualizado; ciertamente no ser establemente el mismo, consistente con un pasado, vinculado a la tradición. Para muchos la Iglesia no era ya el Cuerpo Místico y la Inmaculada Esposa de Cristo; la Iglesia era reforma, reforma sin un final a la vista, sin ni tan siquiera un plan, reformar por reformar, como manifestó el famoso teólogo protestan Karl Barth a raíz del Concilio: “¿Cuándo la Iglesia sabe que se ha actualizado lo suficiente?”. Creo que es lo que se llamaría una pregunta retórica.
Trágicamente, generaciones de clérigos han sido entrenados en la misma hermenéutica de ruptura y discontinuidad, incluyendo la mayoría de obispos del mundo. Es por eso que el resurgimiento inesperado de las formas tradicionales de la fe y del culto entre los más jóvenes, con un compromiso apasionado, es una fuente de asombro, consternación e incluso de ira para ellos. Debido a su formación y hábitos mentales, tales clérigos equiparan la liturgia de hoy y los aberrantes abusos multitudinarios con el Concilio Vaticano II, y por lo tanto equiparan el amor o preferencia por la liturgia tradicional, y la cultura que la rodea, con un rechazo del Vaticano II. Esto podría ser cierto para algunas personas, pero no es verdad en todos los ámbitos, y no tiene por qué ser cierto en absoluto.
No parece importar que la liturgia tradicional y la vida Católica integral se sustenten, de hecho, profundamente en armonía con las mejores y más grandes enseñanzas del Concilio, no hay más que pensar en Lumen Gentium, Dei Verbum, e incluso Sacrosanctum Concilium. No importa que el Papa Benedicto XVI, el mejor teólogo que se ha sentado en la Silla de Pedro en siglos, haya visto una continuidad entre su propia doctrina y praxis litúrgica y la del Concilio, a la que hizo contribuciones significativas. No, no importa, pues no lo ven de esa manera los católicos ignorantes de los documentos del Concilio, del patrimonio litúrgico de la iglesia, y pobremente formados durante casi cincuenta años de abuso litúrgico.
Lo que se necesita hoy, con paciencia, persistencia y precisión, así como con la humildad y confianza que nacen de un cuidadoso estudio, es mostrar que los padres del Concilio Vaticano II no deseaban o pidieron la reforma litúrgica que salió del Consilium de Bugnini, que el Novus Ordo Missae no está en completo acuerdo con la Sacrosanctum Concilium (véase aquí o aquí), y que la enseñanza de los dieciséis documentos oficiales del vaticano II soportan, más que desmantelan, la teología católica tradicional y la piedad. Lo menos que podemos hacer, en cualquier caso, es no quedarnos fluctuantes llevados en procesión por cualquier viento de medias verdades o de segundas lecturas tendenciosas que hacen hincapié en la ruptura, ya sea del lado modernista o tradicionalista.
Es cierto que hay problemas, dificultades y ambigüedades en documentos conciliares. Es cierto que no todas las formulaciones son inmunes a una crítica legítima, incluso Ratzinger se quejó de que partes de Gaudium et Spes eran “francamente pelagianas”. Y está fuera de duda que hubo obispos y peritos en el Concilio que buscaban infundir el modernismo y, en cierta medida, lograron influir en las formulaciones. Pero todavía es más seguro que los documentos finales, revisados varias veces y pasados por el crisol del escrutinio papal y conciliar, son, con pocas excepciones, correctos en contenido y forma; y es más cierto que están libres de error en la fe y la moral, al ser actos formales de un concilio ecuménico y solemnemente promulgados por el Papa. Nunca tenemos, por decirlo así, que dejar el Concilio a los modernistas; esto sería dejarlo en las manos del diablo.
En cualquier caso, no es simplemente el más reciente Concilio quien nos marca nuestra guía y mapa de seguimiento, sino que es la totalidad de la Tradición católica y la totalidad del magisterio de los últimos 2000 años, de los que este Concilio no es más que una parte dentro de la cual se entiende correctamente. Sabemos que, en principio, ninguna lectura del Concilio Vaticano II pueda resultar en una contradicción formal entre pasado y presente. Nos guiamos por todas las enseñanzas de la Iglesia, no sólo por la más reciente. De hecho, tenemos la bendición de pertenecer a un cuerpo que, si bien se desarrolla en el tiempo, no puede cambiar esencialmente. Los partidarios del cambio perpetuo podrán tener sus liturgias extrañas y catecismo políticamente correctos, pero no serán -o al menos por mucho tiempo- Católicos.
Peter Kwasniewski
www.newliturgicalmovement.org
Traducido por Adelante la Fe
@adelantelafe