Nada hay más contrario a la fe que el pesimismo, contra el cual hay que luchar porque atenta contra el espíritu emprendedor de la vida cristiana. Así Carl S. Lewis pensando en que no había nada más contradictorio que ser un cristiano pesimista, llegó a crear un personaje ficticio llamado Charcosombrío, superlativamente negativo, pesimista y desconfiado, quien junto a otros dos personajes idealistas, y gracias al tiempo pasado junto a ellos consigue cambiar su oscura perspectiva.
Etimológicamente derivado del superlativo latino pessimus (muy malo, el peor), pesimismo se contrapone a optimismo. En su significación usual, se suele considerar desde un punto de vista psicológico-moral, como una disposición anímica o un estado de ánimo en virtud de los cuales el sujeto percibe sub ratione mali (bajo la razón de mal) todos los fenómenos que le rodean. En este sentido, el pesimismo es contrario a la virtud de la esperanza y al optimismo psicológico correspondiente, que se manifiestan, p. ej., en la alegría y otras virtudes o actitudes anímicas como la fortaleza, la audacia e incluso la misma humildad. Estas virtudes, humanas y sobrenaturales, que tienen su fundamento en la misma libertad y responsabilidad humanas y en la realidad de la filiación divina, son opuestas al pesimismo, el cual como disposición psicológica o estado de ánimo sería un vicio, emparentado con la desesperanza, e incluso con formas de soberbia y hasta de vanidad.1
Reflexionemos ahora sobre los efectos del pesimismo:2
1. El pesimismo entristece. Quien juzga que todo está perdido y no ve sino calamidades en el porvenir, por fuerza ha de estar dominado por un sentimiento continuo de tristeza. Ahora bien: con tristeza habitual es moralmente imposible llevar a cabo ninguna obra de apostolado, que requiere actividad, entusiasmo, satisfacción interior por lo que se hace y los frutos que se esperan.
San Pablo dice que hay dos tristezas:
«Puesto que la tristeza que es según Dios, obra arrepentimiento para salvación, que no debe apenarnos; en cambio, la tristeza del mundo obra muerte».3
El genial Gilbert K. Chesterton en su poema «Balada del Caballo Blanco», «hace una defensa de la cultura cristiana frente al paganismo representado por el ejército danés». Contrastando brillantemente el gozo del cristianismo con la lasitud pagana, el poema relata la invasión de Inglaterra cristiana por los paganos daneses bajo Guthrum.
En la «Balada», los cristianos son representados por Alfredo el Grande, hombres «llenos de la alegría de los gigantes», porque un cristiano no puede serlo y no tener gozo, ni fe, ni esperanza. Contrariamente, los paganos daneses son personas que miran «únicamente con ojos cargados». Guthrum, el líder pagano, aparece sentado frente al fuego «con la sonrisa congelada en sus labios». Los paganos no sabían reír, porque «sus dioses eran más tristes que el mar».
Para los paganos, la historia es cíclica, es como una rueda de la fortuna, círculos en los que tienen lugar una serie de eventos, como las estaciones, infinitamente repetitivos y sin variación alguna, lo cual explica por qué la indiferencia y el aburrimiento son distintivos del paganismo y del ateísmo. El sinsentido de la vida enloquece. Es como un continuo golpearse la cabeza contra el muro, o, como cavar un hoyo y volverlo a tapar una y otra vez.
En cambio, la alegría de la fe es una alegría que el mundo pagano no puede producir porque ésta viene del Espíritu Santo. La alegría es fruto del amor, de ahí que en el infierno no pueda haber alegría, ya que el infierno es el lugar donde el último gramo de amor abandona al alma en el momento en que entra ahí.4
2. El pesimismo enerva. Si las empresas son imposibles, o muy difíciles de llevar a cabo, lo razonable es abandonarlas; nadie quiere molestarse inútilmente o con una gran probabilidad de no lograr un éxito feliz.
«En la lucha contra el materialismo, se ha de lanzar esta consigna obligatoria: volvamos al cristianismo de los orígenes. Los cristianos de los primeros siglos se opusieron a una civilización pagana y materialista que se enseñoreaba sin oposición. Se atrevieron a atacarla, y al final, se impusieron, gracias a su tenacidad constante y mediante gravísimos sacrificios».5
Batalla que debe librarse sobre todo contra el miedo a fracasar, pues el valor es cualidad propia del cristiano.
3. El pesimismo es desconfiado. No confía en Dios, con cuya gracia todo se puede; no confía en sí, en el poder de una voluntad firme y enérgica, que es capaz de grandes cosas en bien y en mal, como lo experimentamos todos los días. No confía en los hombres, a quienes hace peores de lo que son. No confía en el pueblo, cuyas virtudes latentes quedan a sus ojos oscurecidas por hechos que no sabe interpretar justamente.
«Nada podemos por nosotros mismos, pero todo lo podemos en aquel que nos conforta (Flp 4,13). El Señor permite que se nos pongan delante verdaderas montañas de dificultades precisamente para probar nuestra confianza en El. ¡Cuántas almas abandonan la senda de la perfección al surgir estas dificultades, por este desaliento y falta de confianza, pensando que no es para ellas una cosa tan ardua y difícil! Sólo los que siguen adelante a pesar de todo, pensando que de las mismas piedras puede Dios sacar hijos de Abrahán (Mc 3,9), lograrán coronarse con el laurel de la victoria»6.
El cristiano verdadero da prioridad en todas las cosas al punto de vista sobrenatural, de ahí que vive seguro, confía en la Providencia, y siempre tiene el ánimo alegre y optimista.
4. El pesimismo acobarda. Es causa; pero efecto también de la cobardía. Quien es medroso no se atreve a acometer las empresas. Y si es valiente, por lo menos, el pesimismo le resta valor, porque así como la esperanza de la victoria aumenta el coraje, así el temor de la derrota reprime el arrojo.
En un alma superficial el fracaso conduce a la apatía, desconfianza, abulia, desaliento.
«Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde, o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa. Lo uno y lo otro es vergonzoso e injurioso a Dios; lo uno y lo otro, contrario a la salvación del individuo y de la sociedad: ello aprovecha únicamente a los enemigos del nombre cristiano, porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos».7
Así, por ejemplo, en el pasado y en el presente, cada vez que las ideologías comuno-progresistas logran dar un paso adelante, en cualquier terreno, ello responde a un previo o simultáneo paso atrás dado por quienes debieron haberse mantenido con firmeza y no lo hicieron. Consecuentemente, el gran problema radica en las debilidades y complicidades de quienes debieran enfrentarlas con energía y no lo hacen.
5. El pesimismo es anticristiano. No se hallará en el Evangelio ni una sola frase que tienda a hacer a los hombres pusilánimes. Ningún santo fue pesimista.
La pusilanimidad es un pecado derivado de la pereza.
El Papa San Pío X afirmó que
«El mayor obstáculo al apostolado es la pusilanimidad, o, mejor dicho, la cobardía de los buenos».
El pesimisma «ni ve lo presente ni lo futuro; lo presente, porque en la naturaleza no se da todo de un solo color, y lo futuro, porque el porvenir no es el resultado de unas consecuencias lógicas, sino de un conjunto de caprichos y de pasiones, de virtudes y de defectos, de ideas falsas y de ideas verdaderas, de incongruencias de conducta e inconsecuencias palmarias».8
Nada es imposible para Dios.9 Las cosas pasarán de lo imposible a lo posible en la medida en que atraigamos la gracia de Dios a nuestro favor: «Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de saciar vuestras pasiones»:10
«Dios oye las oraciones de la creatura racional, en cuanto desea el bien. Pero ocurre tal vez que lo que se pide no es un bien verdadero, sino aparente, y hasta un verdadero mal. Por eso esta oración no puede ser oída por Dios».11
6. El pesimismo es inhumano. Es un gran desconocedor de los hombres. El dicho: «Piensa mal y acertarás» es falso y degradante de la naturaleza humana. En el fondo del corazón hay menos perversidad de lo que nos figuramos. Los hombres, más que malvados, son inconscientes, ligeros, vanidosos, infelices o seducidos. Aparecen como tigres feroces, y son borregos arrastrados por un cabecilla.
7. El pesimismo es irracional. Si en todos los órdenes de la vida dominase el pesimismo, se habría acabado la santidad, la prosperidad de los pueblos, el trabajo, las grandes empresas de la industria, todo. Un sentimiento y una idea que conducen a esos efectos por fuerza tienen que ser contra razón y verdad. La consideración del estado del mundo, ciertamente nada halagüeño, no es motivo para fundar en él un pesimismo desalentador. ¿Acaso cuando vino Cristo a la tierra era el mundo mejor que ahora?
Había dicho el Papa Pío XII:
«Reconociendo la gravedad del momento presente, es preciso mantenerse igualmente alejado del mal aconsejado optimismo y del pesimismo cobarde y deprimente».
Francamente, el mundo ha caído en una verdadera crisis, aunque una crisis no significa necesariamente una catástrofe, con todo una crisis puede convertirse en un terrible daño de proporciones universales. Ni el optimismo, ni el pesimismo reemplazan la verdad sobre el mundo y su futuro.
La afirmación de Hegel de que el mundo no se volverá más cristiano, sino que contrariamente la Cristiandad se volverá más mundana, lo patentiza nuestra vida actual, junto a lo cual tampoco el hombre se está volviendo más humano, sino que se hace cada vez más inhumano. Con todo, no podemos mirar esto como una tragedia sin fin, sino con una gran confianza en Dios, porque al fin y al cabo el mundo está en sus manos.
Germán Mazuelo-Leytón
1 GUTIÉRREZ, J. BARRIO, Gran Enciclopedia Rialp.
2 Cf.: AYALA S.I., ÁNGEL, Formación de selectos.
3 2 CORINTIOS, 7, 10.
4 MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Creo en el Dios Verdadero, http://lapatriaenlinea.com/index2.php?t=creo-en-el-dios-verdadero¬a=124951
5 PIO XII, Radiomensaje al Katholikentag de Friburgo, 16-05.1954.
6 ROYO MARÍN, O.P., ANTONIO, Ser o no ser santo.
7 LEÓN XIII, Encíclica Sapientiae Christianae.
8 AYALA S.J., ANGEL, Formación de selectos.
9 SAN LUCAS, 1, 37.
10 SANTIAGO, 4, 3.
11 DE AQUINO, SANTO TOMÁS, citado en el comentario de la Biblia Straubinger a la cita bíblica precedente.