[Imagen: El Concilio de Trento]
En estos tiempos en los que se dice ad intra de la Iglesia católica que los seglares, bautizados que la componen, como mayoría, tienen un rol preponderante que realizar, me pareció – desde esa impronta post Vaticano II – bastante descontextualizada la postura de algún seglar en una reunión nacional de consejos diocesanos de laicos -mismos que están compuestos por delegados de las asociaciones y movimientos eclesiales y parroquiales (en este caso, nombrados por los curas párrocos)-, que, para que los seglares nos pronunciáramos sobre un tema político electoral, y por lo tanto de incidencia social y moral en el futuro de Bolivia, había que esperar a ver qué dirían los obispos, postura que viene a ser un claro indicativo de que hoy todavía se piensa, que los seglares somos elementos eclesiales de tercera categoría.
El Papa Pío XII afirmó: «Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia».[1]
Naturalmente el Pontífice no se refería a lo que ocurre hoy en tantos lugares, así en Holanda, Alemania, Suiza, Austria, Estados Unidos, Brasil, con el surgimiento de grupos y movimientos como Somos Iglesia, los laicos tratan de alcanzar un status no propio del laicado.
«Es la hora de los laicos, se ha rechazado primero a la Iglesia, luego a Jesucristo, finalmente a Dios, y se ha querido edificar la estructura del mundo sobre fundamentos que son los principales responsables de la situación actual: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin Dios. Se quiere desterrar a Jesucristo de la universidad, de la escuela, de la familia, de la administración de la justicia, de la actividad legislativa, de las asambleas de las naciones» (Papa Pío XII, cf.: en T. Morales, Hora de los Laicos, folleto, pág. 8).
Antes del Vaticano II en su Teología del apostolado el cardenal Suenens se recordaba que: «En nuestros días prevalece el criterio de considerar como católico “normal” al cristiano cumplidor de sus deberes en la intimidad de la vida privada, aunque no se preocupe ni poco ni mucho de la salvación de sus hermanos. Es esto, hay que decirlo muy alto, una caricatura del verdadero católico y aun del mismo catolicismo. El católico mediocre no es el católico normal».
No podemos olvidar que «los laicos en grandísima parte, han organizado el protestantismo que paraliza a la Iglesia católica en tantas naciones. El comunismo ha creado el imperio más grande de la historia, el gran imperio rojo, y el comunismo está constituido sólo por laicos. No hemos sabido, no se nos ha enseñado a manipular el interruptor, a manejar el resorte para movilizar al laicado católico, imprimiéndole conciencia de responsabilidad y dándole amplitud de movimientos, propia del adulto».[2]
Así, ningún otro concilio había prestado tanta atención al apostolado de los seglares como el Vaticano II, dedicando uno de sus más importantes documentos al apostolado seglar que es considerado como la carta magna o documento de identidad del apóstol seglar cristiano.
Sin embargo, aún hasta ahora, el Decreto conciliar sobre Apostolicam actuositatem, no ha sido correcta ni suficientemente aplicado, a juzgar por su escasa aplicación práctica, y esto, después de cincuenta años de su promulgación.
Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Christifideles laici, subrayó que el Sínodo le había solicitado la creación de Consejos Pastorales Diocesanos, como la principal forma de colaboración y de diálogo, como también de discernimiento a nivel diocesano (25).
Empero, muchas veces esos denominados consejos pastorales en el ámbito parroquial se han venido a constituir en sustitutos del presbítero. En mi experiencia apostólica he podido ver la realidad de dichos organismos que en muchos casos tienen más poder que el sacerdote y solamente resultan ser un obstáculo para la evangelización en vez de una ayuda eficaz, por la estrechez de miras, o por otras circunstancias de equivocada función.
Debemos recordar una vez más que en antaño la participación de los seglares en los concilios y sínodos, era relevante, si bien carecían de voto.
Cristo habla a su Iglesia a través de Su Espíritu, por lo tanto, su Cuerpo la Iglesia -cada miembro que vive en gracia de Dios- está obligado a escucharlo, para lo cual lo que menos importa, ciertamente, es el instrumento que Él elija para hacerse oír, ya que como afirma el Aquinate: la verdad venga de donde venga, viene el Espíritu Santo. Surge entonces la pregunta: cuando algunas sugerencias y formulaciones conclusivas de dichas asambleas eclesiales, provenían de los fieles seglares, las discutían los obispos, y las aprobaban con el voto de la mayoría, ¿quién tenía el Espíritu Santo y quién no? ¿Los obispos que estuvieron en contra de dichas conclusiones, pero que al final fueron vencidos por los votos, o los fieles que las prepararon pero que no podían participar de las votaciones por su condición seglar?
Hoy curiosamente se apela al sensus fidelium cuando se trata de un supuesto desarrollo del dogma, y no cuando se defiende su inmutabilidad.
Además, los fieles podemos defender la verdad, no con una herramienta de jurisdicción, es decir, no podemos ordenar a la Jerarquía a hacer algo, pero podemos, por ejemplo, retirarle nuestro apoyo material si ellos no cumplen su deber.
Resultando por lo tanto un contrasentido, que en unos tiempos en los que se habla de la promoción del laicado, cuántos laicos, asociaciones y movimientos seglares son férreamente combatidos en las diócesis, específicamente, aquellos considerados tradicionalistas por su fidelidad a la ortodoxia.
Hay obispos a favor de las asociaciones y movimientos eclesiales. Algunos Prelados prefieren no opinar. Otros no los apoyan, quizás indirectamente los ignoran y frenan sus entusiasmos, pero el peso del clero apóstata es tan fuerte, que es en las parroquias en donde las asociaciones laicales fieles al depositum fidei son aplastadas por la fuerza clerical, y por la presión de un laicado clericalista antes que católico.
Algunos párrocos no admiten asociaciones y movimientos, no los quieren en su ámbito y hasta les cierran las puertas. En miles de parroquias se habla de la necesidad de la encarnación en la masa, de participar en el dramatismo de sus avatares humanos, primero encarnarnos para luego salvar. Se ignora sin embargo, que la Encarnación de Cristo fue toda ella redentora. No se capta la plenitud del misterio de Cristo. Se descarta su finalidad salvadora por el sufrimiento. Cristo se encarna, sí, pero se encarna para sufrir y morir. Así, rescata, rompe cadenas, libera de enemigos, uno de ellos el mundo. Se encarna en el dolor, para que el hombre pueda mirar y anhelar el Más Allá. Se encarna en pobreza, humillación, sufrimiento, para desencarnar al hombre de sus apegos de tierra. [3]
Con la consigna de afrontar las nuevas condiciones del cambio, lo que implicó para los movimientos y asociaciones un compromiso de presencia, adaptación permanente y creatividad (cf. Documento de Medellín), se desarticularon movimientos eclesiales completos, se impusieron opciones pastorales por sobre las estructuras asociativas de fieles laicos ya existentes con un aplastante poder eclesial, para abrir las puertas de las parroquias y otras instancias eclesiales a grupos piratas, especialmente las llamadas Comunidades eclesiales de base, inspiradas en la teología de la liberación.
Otros sí que los admiten, pero prefiriendo que olviden sus estatutos, y hasta sus carismas, y actúen en la parroquia según los intereses de los sacerdotes. Por ejemplo, la Legión de María, repudiada por el clero en general, siendo esa asociación eclesial un eficaz medio de evangelización y de inclusión a la tarea evangelizadora de aquellos bautizados no comprometidos. Una de las cosas que no hace la Legión de María es prestar socorro material, empero, en muchas partes ha sucumbido esa asociación a la afuerza arrolladora de los sacerdotes que la admiten haciéndola recolectar fondos.
Entre los mismos seglares se esparcen rumores en el sentido de que las asociaciones y movimientos son agrupaciones sectarias.
Por una parte «uno de los aspectos que se debe cuidar en la relación de los sacerdotes con los movimientos es el peligro del clericalismo». El célebre Enviado de la Legión de María, P. Aedan McGrath dijo alguna vez que «a veces no contar con la presencia del consiliario es una bendición disfrazada», ya que algunos presbíteros absorben tanto el trabajo de los seglares en las asociaciones, que las paralizan, deforman y matan. Quedan los laicos en un estado de infancia permanente. La identidad eclesial de los seglares se fundamenta en “el reconocimiento de los laicos como miembros de la Iglesia con pleno derecho, excluye la identificación de ésta son la sola Jerarquía. Pecaría de reduccionismo; más aún, sería un error antievangélico concebir la Iglesia exclusivamente como un cuerpo jerárquico: ¡una Iglesia sin pueblo! (Juan Pablo Magno, catequesis 27-10-93).
Por otra parte, tampoco está bien que por evitar el clericalismo se desdibuje la identidad propia del sacerdote. «En las organizaciones y asociaciones en que prestáis servicio -¡no os equivoquéis!- la Iglesia os quiere sacerdotes, y los laicos con quienes alternáis os quieren sacerdotes y nada más que sacerdotes. La confusión de carismas empobrece a la Iglesia, no la enriquece nada» (Juan Pablo II, Discurso a los asistentes eclesiásticos de las Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales, 13-XII-1979.
«La raíz más profunda de la crisis que atraviesa el mundo, de la inseguridad que nos amenaza en todo momento y nos acedia por todas partes, hay que buscarla en esta deserción de los bautizados que, en medio del mundo, dejan de ser fermento para convertirse en masa amorfa (Mateo 13, 33)».[4]
Una minoría de selectos acaudillada por hombres como San Agustín y San Ambrosio, lanza a la romanidad al cumplimiento de su misión única en la Historia: crear las bases de una nueva civilización de la que todavía hoy vivimos. El «tertium genus», la tercera raza como diríamos hoy, de hombres distintos de romanos y bárbaros, esa minoría de selectos influyendo en la masa empuñará el timón, regirá pueblos, sacará al mundo a flote en uno de los cataclismos más grandes de la historia. Fortalecida por la fe en Cristo, hizo ese milagro, que puede repetirse también en nuestros días, si nos mantenemos fieles a las enseñanzas del pasado y no nos dejamos arrastrar por las prisas de un activismo.[5]
No va solo el laico, que está a su lado el Maestro. No va desnudo el laico, que lleva las armas de Cristo. No va desorientado el laico, ya que ha de ejercer la misión de Jesús. No es poco el laico, que hunde sus raíces en la divinidad de la que es floración vital.
Germán Mazuelo-Leytón
[mks_separator style=»solid» height=»5″ ]
[1] PÍO XII, Discurso del 20 de febrero de 1946, citado por Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Christifideles laici, nº 9.
[2] Tomás Morales, S.J., Laicos en marcha, pág. 42.
[3] Tomás Morales, S.J., Laicos en marcha, pág. 144.
[4] Tomás Morales, S.J., Hora de los laicos, pág. 17.
[5] cf.: Tomás Morales, S.J., Laicos en marcha.