Muchos comentaristas de sociedad se han dado cuenta del crecimiento y el poder duradero de la sabiduría popular zombi en nuestra presente historia. Los zombies se convirtieron en lo más -perdonen el juego de palabras [1]- hace muchos años, y su popularidad no muestra signos de menguar. Quizás nos estemos cansando de superhéroes, pero los zombies se mantienen frescos.
Esos comentaristas de sociedad sospechan que hay algo en la sabiduría popular zombi que habla a la época moderna; que, de alguna manera, en medio de nuestro confort y prosperidad, nunca hemos sido tan frágiles. Ellos proponen que, en cierta manera, nuestras vidas doradas, comparadas con todas las generaciones anteriores, son mucho más débiles; que algo no está bien, y lo sabemos. Que la vida que llevamos, como los zombies, tiene apariencia de vida, pero en realidad está muerta.
Creo que hay algo en este análisis (aunque no en el sentido que probablemente ellos le dan). De toda la historia zombi que ha tenido lugar en las pasadas décadas, hay una película zombi que sobresale en mi mente como comentario social, accediendo directamente en vena. Que una historia que destaca sobre las otras, sin que ni siquiera hiciera falta decirlo, es el flojo clásico del cine “Shaun of the Dead” (“Zombies party, una noche… de muerte”).
Hay una escena en la película que ocurre después del estallido zombi que devasta Inglaterra, pero nuestros héroes holgazanes estaban demasiado borrachos para haberse dado cuenta. Simon Pegg se despierta al día siguiente, con resaca, y decide acercarse a la tienda cercana para conseguir algo de comida. Mientras se aventura fuera durante su corto paseo, hay evidencia por todos lados de que el mundo ha cambiado en lo fundamental; pero las cosas son aún lo bastante similares a como eran antes, como para que él se dé cuenta.
Ensimismado, nuestro héroe resacoso avanza a trompicones en su viaje de compras, ajeno a la muerte, la sangre y los muertos vivientes que lo rodean. El mundo ha cambiado en lo fundamental, pero él es muy lento para darse cuenta.
Ésta es la escena que vino inmediatamente a mi mente, cuando me reunía para cenar, la pasada semana, con un gran grupo de colegas en Alemania. Después de varias cervezas, la conversación de mi grupo internacional derivó en la actual “crisis de refugiados” que ha sido un asunto tan caliente últimamente en Europa.
Varias personas en la mesa hicieron ver su preocupación de que los nuevos inmigrante musulmanes, como los turcos antes que ellos, no tienen un interés real en convertirse en alemanes y en integrarse en la cultura alemana.
Otros, yo incluido, hicimos ver el alarde del ISIS de que estaban escondiendo terroristas entre los refugiados. Le dije al alemán sentado a mi lado: “el Islam es fundamentalmente diferente, y esa gente no tienen interés en convertirse en alemanes; muchos de ellos desprecian tu cultura. Esta gente será vuestra muerte.”
Respondió asegurándome que si los europeos fueran agradables con ellos, les gustaríamos, y serían como nosotros, y todo iría bien. Además, dijo, necesitamos que paguen impuestos. Por supuesto, en el ataque más previsible que nunca, justo unos días después, los terroristas musulmanes, incluidos algunos de esos mismos refugiados, asesinaron alrededor de varias decenas de personas en París.
Y se me ocurrió que mi colega, y tantos como él en Europa (y América) olvidan el hecho de que todo ha cambiado. Son como Simon Pegg en Shaun of the Dead” (“Zombies party, una noche… de muerte”), deambulando por la vida pensando que todo es igual, cuando todo es diferente. Olvidan las amenazas alrededor de ellos, y hacia dónde está yendo todo esto.
No debería sorprender que no son capaces de percibir la muerte alrededor de ellos, dado que éste no es un nuevo fenómeno.
En el último siglo, y quizás desde 1789, Europa ha estado viviendo en una cultura zombi. Desde que el alma católica de Europa murió por su propia mano, su cultura ha ido poco a poco pudriéndose. Sí, aún habla y camina, y, visto desde la distancia, tiene apariencia de vida; pero en un examen más cercano, es un cadáver corrompiéndose, que sólo conoce la muerte.
Sacudo mi cabeza cada vez que escucho a un líder occidental dirigiéndose a un micrófono para decir que el último ataque del terror no cambiará nuestros valores; daremos la bienvenida a nuestros destructores con los brazos abiertos, porque eso es lo que nuestros valores dictan. Nunca se hizo una declaración más verdadera, por parte de los que son inconscientes acerca de la verdad al respecto.
Por supuesto, este disparate no se limita a los líderes seculares. Escuchamos la misma chorrada de nuestros líderes eclesiales. Y de nuevo, es justamente lo último de un patrón continuo. En los últimos 50 años, hemos abandonado nuestros valores actuales por los falsos valores de tolerancia y aceptación, pensando que, si somos más simpáticos con la gente, serán más como nosotros, incluso si somos cada vez menos nosotros mismos cada día. Europa y la Iglesia enfrentan un futuro inevitable y un destino inevitable frente a la inmigración y agresión musulmana. Sólo tienen una opción, incluso si aún no lo reconocen: ¡deben convertirse o morir!
Europa se encuentra actualmente impotente para resistir la amenaza musulmana precisamente porque no tiene fe. El liberalismo occidental, el cadáver zombi del catolicismo occidental, se encuentra impotente ante el Islam. Esto ha sido probado una y otra vez, y los líderes musulmanes comprenden perfectamente esta debilidad.
El neocatolicismo es también incapaz de resistir al Islam por la misma razón. En realidad no creen en nada.
No creen que el Islam es una mentira satánica y diabólica, porque ya no creen en la verdad real. En sus ofrecimientos de tolerancia y falsa misericordia, sólo buscan una actitud tipo “Dhimmi” [2] progresiva con un enemigo implacable, que no quedará satisfecho con ello.
Así qué, ¿cuál es la respuesta? Europa y la Iglesia deben afrontar la verdadera elección que han dejado. ¡Convertíos o morid!
O convertirse al catolicismo tradicional genuino, un catolicismo que en efecto cree en la Verdad, y que predicará sin miedo la Verdad, y buscará convertir a los musulmanes a esa Verdad. Si no lo hacen, Europa morirá. Entonces, los europeos tendrán que elegir de nuevo.
O convertirse al Islam o morir.
De una manera o de otra, la elección es la misma.
Convertirse o morir. De una manera o de otra, el liberalismo occidental, llamado apropiadamente catolicismo zombi, está muerto.
Patrick Archbold
[Traducción José Antonio Gutiérrez Artículo original]
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[1] En el original, la expresión en inglés que hemos traducido como “lo más” incluye la palabra “rage”, rabia.
[2] «Dhimmi» La dhimmah (en árabe ذمّة, que significa «pacto» u «obligación») es un concepto del Derecho Islámico, de acuerdo con el cual los judíos y los cristianos (y en ocasiones los miembros de otras religiones consideradas monoteístas, como los zoroastrianos), llamados genéricamente «pueblo del Libro», viven bajo la «protección» del sultán o gobernante musulmán, con derechos y deberes «diferenciados».