Chesterton muy bien sentenció: “Queremos una Iglesia que mueva al mundo, no que se mueva con el mundo”. El Papa Francisco ofrece el espectáculo de moverse con el mundo, al igual que muchos obispos, entre ellos, Mons. Gabriel Barba de San Luis,singular personaje y gran adepto a la línea ofrecida por Bergoglio. En nuestros tiempos la curia católica, claramente, quedó reducida a un producto más de la modernidad en pleno olvido de la misión espiritual encomendada por Cristo. Más de dos mil años posee el catolicismo atravesando distintas edades, sistemas políticos, económicos, ideológicos o revoluciones; siempre sobreviviente por mandato de Dios. Hoy los hombres de iglesia mimetizados con el mundo moderno, adoptaron la cosmovisión de postulados que rompen con la verdad sostenía por la larga tradición de los santos doctores, la patrística y la fuente misma que es el evangelio.
Así pues, se le debería recordar a la jerarquía vaticana, que el mundo ya cuenta con miles de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales defensoras de derechos humanos, ecológicos, raciales, sexuales, entre otras; con millones de adeptos y recursos económicos que genera, además, un buen lucro para quienes están con la moda ecológica. Por esto mismo, a la Iglesia no le compete adoptar “agendas ideológicas” sino verdaderamente velar por la salvación de las almas, porque su misión trasciende toda “praxis mundana” que muy bien es principio básico de las ideologías que hoy comandan la vida de los pueblos. De qué sirve salvar “la casa común” si se pierde la fe en la salvación y la vida eterna. De qué sirve el slogan “save to plantet” si el catolicismo perece ante los poderes de turno de quienes incluso le rinden culto a lo ecológico.
El portal español Vozpopuli se refirió a la nueva exhortación apostólica Luadate Deum de Francisco como: “Pudiendo haber abordado el asunto desde una perspectiva nítidamente católica, ha optado por escribir un texto a duras penas distinguible del de un activista de Greenpeace”. Y Juan Manuel de Prada en una nota para ABC de España titulada «El Papa climático», sostuvo: “La misión de del Papa no es aturdirnos con esta mediciones de dióxido de carbono, sino custodiar el depósito de la fe y la moral”. Bajo los postulados de la “Agenda 2030” la curia vaticana le rinde pleitesía a la «dogmatica humanista de la modernidad» que revisten con una «cascara superficial de religiosidad» para poder seguir llamándose católico, aunque poco tenga que ver con el verdadero catolicismo. Sin embargo, detrás de la postura de Bergoglio respecto al ideologismo ecológico se esconde un verdadero panteísmo, es decir la visión de un Dios inmanente a la naturaleza. Por otro lado, un férreo antropocentrismo que toma al hombre con un fin en sí mismo. De aquí se desprende el trasfondo doctrinal e ideológico del Papa en esta nueva exhortación que pareciera ser más bien una resolución de la ONU.
El Papa no es un líder político, es la cabeza del «Cuerpo Místico de Cristo» y, por tanto, tiene una misión espiritual que debe iluminar al mundo, mas no correr de la mano con el mundo y “lo actual”. No obstante, Francisco apela constantemente al multilateralismo y las conferencias internacionales de los grandes centros de poder mundial que dictaminan sobre el resto de los mortales y violentan constantemente la soberanía de las naciones. Todo el sistema actual del mundo está amparado bajo una visión anticristiana, y más que tener un Papa que denuncie tales males, vemos a uno en plena complicidad de aquellos que buscan destruir todo rastro de cristiandad.
Por lo dicho, Francisco no tiene por profesión la verdadera esencia del cristianismo, pues socio de la mundanidad imperante de hoy, es un activista más del mundo y de sus postulados, socavando el fuego sagrado del auténtico espíritu católico que ha sido trasmitido a lo largo de dos milenios. No obstante, para no perder la fe y la esperanza ante el obsceno espectáculo de la curia romana, Chesterton nos ilumina nuevamente: “El cristianismo ha muerto y resucitado muchas veces; porque tiene un Dios que conoce la salida del sepulcro”.
Ignacio A. Nieto Guil