La devoción a la Virgen del Carmen incluye el llamado “privilegio sabatino” por el que se cree, según la tradición antigua y algunas revelaciones particulares, que nuestra Madre del Cielo se apiada de aquellas benditas ánimas del purgatorio el primer sábado tras su muerte en la tierra. Cuando se portó en vida el escapulario carmelita, la Virgen recompensa esa devoción haciendo más breve el paso intermedio del alma a la gloria eterna.
Naturalmente que esta tradición ha de ser valorada en su justa medida, y respetada como revelación particular. Y la reflexión que planteo en este artículo que se publica en un boletín carmelita parte de evitar tanto el escepticismo como la superstición en ésta o cualquier otra devoción mariana. Al igual que el tema de las indulgencias, al considerar el escapulario hay que comenzar recordando la doctrina de la Iglesia sobre la salvación: el cielo es un don de Dios inmerecido y gratuito. Nadie puede “conquistar” una eternidad con su solo esfuerzo. Dios nos regala la salvación pero no la impone, es decir, requiere una respuesta de cada ser humano desde la fe y las obras que avalan la autenticidad de esa fe. Ni sólo fe (como decía Lutero) ni solo esfuerzo (como predicó Pelagio). Desde ahí, la fundamentación evangélica la tenemos muy clara en el juicio de las naciones (Mateo 25) donde aprendemos que es la regla de amor (a Dios y al prójimo) la única vía posible como respuesta a la invitación de Dios al cielo. Si creemos que se puede llevar una vida de cualquier manera, sin rechazar el pecado y sin atender a la gracia, y a la vez ganar indulgencias o llevar escapulario para asegurar la salvación, entonces nos ubicamos en la superstición y la fe vacía. Pero ello no significa que, desde un racionalismo frío, despreciemos los regalos que la Providencia nos ofrece para ayudarnos en nuestro camino hacia Dios. Y uno de esos regalos es el escapulario de la Virgen del Carmen. Si tratamos de llevar una vida cristiana sincera, desde la fe y las obras de amor fraterno, el escapulario realzará nuestro camino y si podemos esperar la promesa mariana del privilegio sabatino. Desde este punto llamo la atención de uno de los errores teológicos más extendidos ya desde mitad del siglo XX por una tergiversada interpretación del Vaticano II: la gratuidad de la salvación que no requiere respuesta humana desde la libertad, en línea afín con el protestantismo. Recomiendo la lectura de la encíclica SPES SALVI de Benedicto XVI sobre la esperanza: Dios no condena a nadie porque quiere que todos se salven, pero respeta la libertad de cada hombre en su aceptación o no de la salvación. Una vida obstinada en el pecado y en el rechazo continuo de la gracia lleva a la perdición porque uno mismo se cierra a la misericordia divina. Y una vida mediocre que no corresponda a la gracia sacramental de modo afirmativo lleva al paso intermedio que llamamos purgatorio y es dogma de fe definido en el concilio de Trento.
Antiguamente hubo en la vida cristiana un cierto exceso en las devociones en cuanto que éstas tendían a sustituir lo nuclear de la fe que es el compromiso. Esa tendencia se ha visto purificada desde una catequesis que interpela más hacia la coherencia. Y actualmente quizás suceda la tendencia opuesta que niega o a veces desprecia estas devociones que son un regalo de Dios. La solución estaría en vivirlas desde el equilibrio de la caridad y la humildad, pero hoy deben recuperarse e integrarse en cualquier proyecto de vida cristiana.