Se llamaba Jamie Schmidt, de 53 años, era madre de tres hijos. Católica, era una parroquiana llena de celo, extremadamente afable y bastante discreta.
El último 19 de noviembre, a media tarde, se había detenido en un negocio católico sobre Manchester Road, con el objeto de adquirir todo lo necesario para fabricar rosarios: esta era su forma de apostolado. En el lugar, había dos empleadas, una de unos veinte años y otra de unos cincuenta. Hasta que entró en el local un hombre robusto, corpulento, de mediana edad. Dio una vuelta y después avisó que debía volver al automóvil para buscar la tarjeta de crédito que había dejado allí. En un instante volvió: en la mano, sin embargo, no tenía una tarjeta de crédito, sino una pistola.
Con el arma en la mano, obligó a las tres mujeres, aterrorizadas, a reunirse en la trastienda. Allí ordenó desvestirse a las dos empleadas, abusando de ellas. Pero cuando llegó la vez de Jamie, no obstante el pavor y el arma apuntada a su cabeza, ella le opuso un total rechazo, sereno pero decidido, seguro e inapelable, mirando fijamente a los ojos del agresor. Como testimoniaron las otras dos víctimas, dijo al criminal: «En nombre de Dios, no me voy a quitar la ropa». Pocas palabras que provocaron sin embargo su cólera furibunda: partió un disparo a quemarropa. Le dio en la cabeza a Jamie, echándola por tierra, gravemente herida. Agonizando, la mujer encontró, sin embargo, la fuerza de rezar la oración del Padre Nuestro, como testimonió una de las dos sobrevivientes.
En ese momento el delincuente huyó. Inmediatamente fueron llamados los servicios de emergencia y la víctima fue transferida al hospital más próximo, pero no se pudo hacer nada. Pocas horas después Jamie exhaló su último suspiro, todavía susurrando con los labios el Padre Nuestro, apenas perceptible.
Prefirió la resistencia heroica al compromiso, la pureza a la vida, el sacrificio a la sumisión, aún bajo coacción. El culpable fue arrestado ya dos días después, el 21 de noviembre, gracias a la descripción suministrada por las dos empleadas del negocio. Se trataba de Thomas Bruce, un ex-pastor cristiano: casado, vivía en una casa rodante, con su mujer, detenido a unos treinta kilómetros de St. Louis. No conocía a sus víctimas, no hubo cuestiones personales que motivaran su gesto. Y es difícil decir por qué había decidido asesinar dentro de un negocio católico. Que fue lo que lo motivó a cometer tan terrible crimen es algo que podrá explicar durante el proceso instruido contra él bajo la acusación de homicidio, secuestro y sodomía.
Lo cierto es que el gesto heroico de Jamie le fue dictado por la fe. Murió asesinada, se sacrificó para conservar la modestia, la castidad y la fidelidad conyugal, pronunciando su “no” al adulterio y a la perversión. Ahora ya existen quienes están sustentando su causa, invocando su canonización. Va a llevar tiempo la evaluación de esta eventualidad. Pero, ocurra o no, especialmente en una época de feminismo obligado y radical como el actual, su ejemplo seguirá siendo siempre una lección. Para todos.
L’articolo Estados Unidos: madre de tres hijos asesinada por no ceder ante un bruto proviene da Correspondencia romana | agencia de información.